Miedo
—Gracias por contarme todo esto. Tú y tu papá han tenido una vida muy dura y me entristece tanto toda esta situación. A veces las personas no se dan cuenta de que las palabras son un arma de doble filo, por eso hay que pensar antes de hablar. No solo lo digo por esa gente tan mala, también lo digo por mí, porque estoy segura de que te hice sentir mal con lo que dije aquel día en el parque. No pensé antes de hablar y te juzgué al enterarme de tu verdad.
—Eso no es cierto. En ningún momento sentí malicia en tus palabras. Tuviste razón de sobra para sentirte engañada y decepcionada, pues te oculté la verdad. Además, tú solamente compartiste tu punto de vista y eso es algo que respeto, tampoco es que pretenda cambiarte o aceptarme a la ligera. Entiendo que para ti esto no sea “normal”, no puedo juzgarte por ello, aunque no comparta tu forma de pensar. Sé que incluso tienes miedo, yo también lo tengo, pues es la primera vez que siento esto por alguien más, como también sé que el miedo que ambas tenemos, no es tanto a lo que sentimos, sino al qué dirán o qué pensarán si nos ven juntas, pero hay algo que debemos tener claro, y es que nosotras no somos diferentes al resto, somos seres humanos que sentimos y padecemos, y tenemos el mismo derecho que los demás de conocer el amor y ser felices.
Sus palabras estaban llenas de razón, y pudieron esclarecer muchas dudas e incluso calmar esas inseguridades que habitaban en el fondo de mí que desconocía, pero a medida que la miraba, solo lo comprobaba. Si algo siempre me ha gustado de ella, desde mucho antes de saber todo esto, es su forma tan honesta de expresarse, esa madurez que la caracteriza y esa calma y seguridad que transmite su mirada en momentos como estos donde solo somos ella y yo.
Había acertado a esa fibra sensible, a mi grandísimo miedo, a esto que siento y con tanto desespero busco ocultar. ¿A quién intento realmente engañar? Ni siquiera yo misma estoy creyendo en mis propias mentiras. Ella es capaz de leerme como un libro abierto, de ver más allá de lo que todos ven. Me conoce más de lo que lo hago yo misma.
—¿En qué piensas?
—Tienes tanta razón—le confesé—. Yo… tengo miedo… mucho miedo, pero de no verte más, de que lo que hay entre las dos ahora en algún momento se termine, de que dejes de mirarme como lo haces, de que deje de gustarte, de ser un simple juego y no algo real para ti— estallé, sintiendo que me quité un enorme peso de encima—. Siento más miedo de todo eso que del qué dirán o pensarán de nosotras.
Su expresión de sorpresa se suavizó cuando se dibujó una sonrisa en sus labios.
—Eso jamás pasará— respondió sin titubear, tomando mi rostro con delicadeza y entrelazando su otra mano en mi cabello.
Esta vez no sentía ganas de apartarla o detenerla, ese tono tan apacible y dulce que usó para esas palabras, más su hechizante mirada aceleró mi corazón.
—Eso sería como renunciar a esto que me haces sentir. ¿Cómo crees que sería capaz de hacer tal cosa, luego de haber hallado a una perla tan preciosa y única como tú?
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