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Confesión

Jadiel y yo nos encontramos en su casa para irnos a la entrega de premios. Con todo lo que me dijo Abigail estaba algo nerviosa. No podía actuar normal. Mantuve algo de distancia entre los dos. Solamente al verlo siento mi corazón alterado.

—Estás muy distante. ¿Te preocupa que nos vean juntos?

—No, no es eso.

—¿Qué te está preocupando entonces? Estás actuando extraña.

—Nada — reí nerviosa.

No sabía cómo decirlo. No creo que sea el momento, pero tampoco quiero callar. Quisiera saber qué piensa de mí, pero lo más probable sea lo peor. Traté de sacar fuerzas de donde no las tenía para preguntarle, pero nos interrumpieron.

—No pensé encontrarte por aquí, Anzai — una chica rubia se acercó a Jadiel y lo agarró del brazo haciéndolo caminar a su paso.

Me quedé atrás caminando.

—Te he dicho que no digas ese nombre por aquí. Suéltame el brazo, eres demasiado empalagosa e imprudente — se soltó de su agarre.

—¿Estás con tu novia? — sus ojos me recorrieron enteramente.

—No digas esas cosas tan incómodas frente a ella.

—¿Eres su novia? — insistió, acercándose a mí.

—No, no lo soy.

—Ah, ¡qué alivio! No tienes excusa para no dejarme ir con ustedes.

Jadiel suspiró molesto.

—Eres un fastidio.

—¿Acaso querías estar a solas con ella? — sonrió malévola.

—Es solo que no te soporto.

—No tienes que ser tan gruñona, Anzai.

¿Por qué le dijo gruñona?

—Cállate, estúpida— Jadiel se aferró a mi brazo y me obligó a caminar con él—. Ya vámonos.

Entramos a la tienda donde estarán entregando los premios y fue como entrar al cielo. Estaba todo lleno de artículos que aún no han salido a la venta de Piggy. Había un muñeco gigante y corrí hacia él.

—¡Lo quiero!

—Es un disfraz.

—¡Yo lo quiero! — acaricié la panza del muñeco y lo abracé con todas mis fuerzas.

—Estás acosando a una persona, Perla.

—¿Eh? — estaba tan feliz hasta que caí en cuenta tarde de lo que estaba haciendo—. Lo siento mucho — bajé la cabeza de la vergüenza.

Al mirar de vuelta la persona ya no estaba. En todo momento pensé que era solo un disfraz, pues no se había movido.

—¿A dónde se fue?

—Acabas de asustarlo.

—Solo quería tenerlo.

—¿Este te sirve? — me dio un peluche rosa de Piggy.

—Gracias— lo tomé sin pensarlo, sin poder contener la emoción.

—No es la gran cosa — llevó su mano a la nuca y desvió la mirada.

Creo que lo avergoncé por hacer algo así tan de repente. No quise hacerlo sentir incómodo. Antes de que pudiera pedirle disculpas, me hizo caminar con él para que fuéramos a la mesa donde estarían entregando los premios.

—Quiero ver la tienda un poco más.

—Luego lo hacemos.

Se acercó a la mesa y mostró una identificación, firmó unos papeles y le dieron una bolsa de Piggy.

—Toma.

—¿Eh?

—Para ti.

—No, ese es tu premio.

—Le darás mejor uso que yo. Quédate con esto —puso la bolsa en mi mano.

Ahora que lo pienso en su cuarto no vi nada de Piggy.

—¿No te gusta Piggy?

—Claro que me gusta, ¿por qué crees que lo juego?

—En tu cuarto no vi nada de Piggy.

—Se vería muy femenino eso en el cuarto de un hombre, ¿no lo crees?

—Si te gusta no tienes porqué ocultarlo.

—No lo estoy ocultando, por algo estamos aquí, ¿no? — sonrió relajado.

Es tan poco lo que lo veo sonreír, pero cada vez que lo hace mi corazón se acelera con facilidad.

—¿Vas a mirar la tienda?

—Sí—asentí con mi cabeza.

Vimos toda la tienda juntos, a medida que pasaba el tiempo, él se veía mucho más relajado. Luego me acompañó a la entrada de mi casa.

—Me divertí mucho. Gracias por acompañarme— dijo.

—Gracias, yo también me divertí mucho.

Se ha vuelto difícil despedirme. Di la vuelta con intenciones de entrar a la casa, pero algo no me dejaba continuar. Tal vez porque tenía la impresión de que él debía estar pensando que estaba huyendo. Nunca le he confesado mis sentimientos a alguien, tampoco sé cuál debía ser el momento perfecto o las palabras correctas para hacerlo, pero sentía que me ahogaba dejando las cosas así y callando lo que siento.

—Creo que me gus...

Me interrumpió antes de que pudiera terminar de decirle lo que siento.

—No te enamores de mí, Perla— a pesar de decir esas palabras tan duras que me quemaron por dentro de pena y de dolor, su rostro no reflejaba molestia, más bien una profunda tristeza. 

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