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Quédate

GABRIEL_12:09

Te extraño.

GABRIEL_13:30

Siento que el sábado robaste algo de mí, algo que no quiero recuperar, pero que me deja un vacío cuando tú no estás; siento que necesito tu sonrisa, tus manos, tus ojos, tus preguntas, tus comentarios graciosos hacia mí, tu compañía, todo de ti... ¿qué me has hecho, Ariel? ¿Qué demonios has causado en mí? Estoy tan confundido que no puedo dejar de pensar en ti ni por un segundo, me siento atado a ti y eso no significa que sea una condena.

GABRIEL_13:45

Ariel...

GABRIEL_14:07

¿Acaso ya no me quieres?

GABRIEL_15:55

Me siento muy triste...si te interesa, nos vemos a las cinco en la casa abandonada, llega puntual o me tiraré la cajetilla entera yo solo.

GABRIEL_16:00

Una hora...solo falta una hora.

GABRIEL_16:28

Espero que llegues.

GABRIEL_16:49

Ya estoy en camino.

GABRIEL_16:50

Espero que tú también.

GABRIEL_16:52

Te amo, más de lo que imaginas.

GABRIEL_16:59

Me pregunto cómo es que tú puedes olvidarme e ignorarme así de fácil.

ARIEL_17:00

Llegué mucho más antes que tú—digo con los ojos en blanco, así como Mercer—encuéntrame, y disculpa si recién te respondo ahora.

GABRIEL_17:00

Me alegra que estés aquí (y que te burles de mí, créeme que yo sí tengo los ojos en blanco ahora).

ARIEL_17:00

Me alegra que quieras buscarme.

GABRIEL_17:00

Me alegra que...no lo sé, ¿dónde estás?, solo espero que no me estés jugando una broma.

ARIEL_17:00

Me alegra que confíes tanto en mí. Busca y encontrarás.

GABRIEL_17:05

Estoy como un imbécil dando vueltas por toda la casa.

ARIEL_17:05

¿Así? No escucho tus pasos, ah verdad...olvidé que das miedo y no haces ruido al caminar, mierda.

GABRIEL_17:06

Muy gracioso (de nuevo).

ARIEL_17:07

¿Qué tal si gritas «carmesí» desde la habitación en la que te encuentras ahora y yo te digo si estás cerca?

GABRIEL_17:07

Está bien.

ARIEL_17:08

Frío, helado, nivel: polo Norte.

Tibio.

Como estabas hace unos días.

GABRIEL_17:08

¿Cómo?

ARIEL_17:09

Caliente. HAHAHA.

Gabriel cruzó la puerta de la habitación en la que estaba y se dio con la sorpresa de que lo esperaba con unas sodas frías y un paquete de patatas. De inmediato se sentó en el piso conmigo, cruzando las piernas, y abrió la bolsa que contenía grasas, se las comió como si nunca lo hubiera hecho en su vida.

—No te las acabes todas...yo también existo —repliqué.

—Oh, perdón, hace mucho que no cómo estas cosas —seguía comiendo —, ¿por qué recién me respondiste hace unos minutos?

—Olvidé mi celular.

Asintió y nos quedamos en silencio bebiendo soda y comiendo papas, era lo que necesitábamos...la comida basura siempre arreglaba las cosas.

—Estuve pensando...

—Siempre lo haces —suspiré.

—Pero esta vez más —su mirada se veía sincera —y me pregunté cómo es que sabes el nombre de León si es que yo jamás te lo dije.

Eso era cierto, lo iba sospechando desde hace días pero nunca me había atrevido a confirmarlo con él hasta la dedicatoria del libro y la imagen de Gabriel abrazando al león que siempre llevaba en mi mente, enloquecí así sin más y Gabriel me lo confirmó sin darse cuenta.

—El libro.

—Ahí solo decía LL, o sea, León Luján —sonrió —y si te lo digo recién ahora es porque no quiero que haya secretos entre nosotros, ¿cómo lo supiste?

—Eres muy evidente, así lo supe.

Apenas dije eso, Gabriel me creyó ciegamente y asintió contento. Me acerqué a él porque me gustaba sentirlo, me gustaba tenerlo cerca y acariciar su rostro hidratado y suave, me gustaba plantar mis labios en sus mejillas encendidas porque suponía que era como besar a las nubes. Y eso hice, llenarlo de besos hasta terminar en una guerra de estos, donde solo ganaba quien terminaba matando al otro de amor.

—Ariel —se alejó de mí como si no quisiera seguir —, mañana me voy, pero solo por unos días.

—¿Cuántos?

—Dos o tres, si es que tengo suerte solo será uno.

—¿Qué harás?

—Nada interesante, de paso me relajo...

Gabriel miró directamente a la ventana que estaba por encima de nuestras cabezas y se podía sentir la brisa de los árboles cada que parpadeaba, como si sus ojos determinaran la dirección del viento...como si él fuera amo y señor del universo.

—¿En qué piensas? —preguntó arqueando una ceja.

—¿Yo? En nada.

—Te quedas como un idiota mirándome —rió —, sabes que puedes decirme lo que quieras.

En tantas cosas Gabriel, tantas que no puedo ni contarlas.

—En mi tarea de lingüística y literatura.

—Te ayudo mientras sigo aquí —sonrió dulcemente —, ¿en qué puedo servirlo?

En ese momento me congelé y busqué en mi mente la tarea de lingüística y literatura, si es que existía una tarea de eso.

—Tengo que hacer un símil —dije aliviado.

—Pues eso es fácil, así como la marea es iluminada por los tenues rayos del sol al amanecer...así tus ojos azules como las mismas se esclarecen al verme —mordió su labio inferior.

Me parecía muy extraño y romántico que haya elegido hacer un símil con mi mirada, solo hacía que me sonroje, solo controlaba mi mente para que me enamorara más de él y lo más frustrante era que lo conseguía, conseguía que renuncie a mí mismo por él.

—Tus ojos son como el café: agrios y adictivos, quizá también como la miel: dulces y melosos.

—¿Ves? No es tan difícil —suspiró.

—La diferencia es que tengo que hacer un símil relacionado a la literatura.

Gabriel estaba confundido y solo esperó a que le explicara con más detalles lo que tenía que hacer.

—Digamos...Dante Alighieri, debo comparar algo con un elemento o un aspecto de la obra de algún autor como por ejemplo el que acabo de mencionar.

Gabriel pensó mientras tocaba su cabello suave y sedoso.

—El infierno.

—No entiendo —dije confundido.

—El amor es como el infierno de La divina comedia.

—Sigo sin entender...

—Corrígeme si me equivoco —pensó —, si bien en la obra de Dante menciona tres estados como el infierno, el purgatorio y el paraíso...podemos tomar uno para compararlo. No recuerdo en cual habían personas deformes y en llamas que estaban condenadas de acuerdo a su falta...creo que el purgatorio, no lo recuerdo; pero algo que sí sé es que a veces el amor es monstruoso, deforme y está en llamas pero solo lo averiguas cuando lo experimentas, y podemos concluir con que amar es como pecar: que se queda en tu mente y consciencia torturándote de acuerdo a tus acciones y haciéndote daño y siendo a la misma vez tentador por lo que todos lo cometemos...además es lo que muchas veces nos lleva a la desgracia.

—Grandísima explicación —de verdad me había dejado con la boca abierta.

Jamás nadie me habría podido decir algo así, porque Gabriel era extraño y tenía una perspectiva diferente de la vida, mucho más diferente que la de cualquiera, porque indirectamente me hablaba de él mismo sin mencionarse.

Saqué el celular de mis bolsillos y comencé a anotar cada palabra que Gabriel había dicho, sin omitir nada, solo tenía que investigar si pasaba eso en el infierno o en el purgatorio...yo no había leído La divina comedia pero estaba seguro de que Gabriel sí lo había hecho.

—Y... ¿leíste La divina comedia?

—Sí, pero hace más de una década —rió.

—O sea...cuando tenías quince...

—Más o menos, pero yo era tan estúpido que había leído un montón de libros así sin si quiera saberlo porque todos los libros de la biblioteca de mi padre estaban forrados con una especie de cuero negro —me encantaba cuando recordaba —después de dos años o por ahí me di cuenta de que los libros que leí habían causado gran impacto en la sociedad y por lo tanto eran importantes.

Después de que se calló los dos nos quedamos en absoluto silencio, Gabriel mirando a la nada y yo mirándolo a él, preguntándome cómo es que alguien así termina estando conmigo...yo no tenía nada interesante que ofrecerle, es decir, ni mis pensamientos eran interesantes. En cambio él...él hacía interesante todo, hasta mi aburrida vida.

—¿En qué piensas? —volvió a preguntar.

—En nada.

Suspiró mientras se acercaba más a mí.

—Sabes que puedes decírmelo, y esta vez no puedes ponerme la excusa de tus tareas porque sé que no tienes nada en mente.

Bufé y crucé mis brazos, él seguía acercándose más y más.

—¿Y bien?

—Nada...

Gabriel posó sus manos sobre mis hombros y daba suaves caricias, erizaba mi piel poniéndome nervioso, odiaba que haga eso, sobre todo que me toque él.

—¿No te gusta? —sonreía de oreja a oreja mientras seguía acariciándome con más frecuencia.

Solo me estremecía de dolor evitando sollozos porque me desesperaba, si bien no tenía problemas con sus caricias agresivas a propósito...me molestaba que me toque cerca del cuello, tenía y sigo teniendo esa clase de debilidades.

Gabriel rió descaradamente y se paró a ver por la ventana, yo pensaba que su tortura había culminado.

—¿Te molesta que lo haga de esa manera?

—No me molesta, me causa escalofríos.

—¿Miedo?

—Quizá son traumas —suspiré —. ¿Qué tal si salimos de aquí y fumamos un poco?

Al principio la expresión de Gabriel reflejaba confusión por mi pedido tan fuera de lo común para alguien como yo, luego asintió y solo tal vez pudo comprender que necesitaba sacarme varias cosas de la cabeza por una vez en la vida.

Salimos por la ventana de siempre y él colocó dos cigarros en mi boca: uno bien puesto y el otro de lado contrario, para jalarlo con sus labios una vez que haya encontrado el encendedor. Teniéndolo en su mano prendió el mío y seguidamente el suyo, nos sentamos en una banca muy cerca de la casa, él tan bien sentado como era de esperarse y yo...todo desparramado sin importarme.

—Si yo te cuento un trauma mío... ¿tú me contarás uno tuyo?

Asentí sin dirigirle la mirada, estaba concentrado en no ahogarme con el humo, no obstante seguía sintiendo esa sensación de incinerar mi garganta intencionalmente.

—Tal vez te parezca estúpido lo que voy a contarte —habló luego de expulsar el humo —pero quiero pedirte que por nada del mundo te rías.

—No te prometo nada, pero haré mi mejor esfuerzo —le guiñé un ojo para que sienta seguridad.

Gabriel nunca me contaba nada que no venga al caso y esta primera vez para mí era muy importante.

—Algunos le temen a la oscuridad o a los proxenetas pero a mí me dan miedo los globos.

—No. Jodas —empecé a reírme a carcajadas, tenía razón, era lo más estúpido que me habían dicho.

—Muchas personas también lo hacen —puso sus ojos en blanco —sabía que te reirías —suspiró.

—¿Estás hablando en serio? —seguí riendo.

Asintió.

—¿Cómo? ¿Cuándo?

—Tenía cinco años, quizá menos, estaba inflando un globo...y explotó en mi cara —sonrió —me corrijo, me da miedo inflar y reventar globos, aunque también su sola presencia me causa pavor.

Expulsamos el humo a la misma vez y reímos, yo estaba seguro de que a Gabriel no le daba vergüenza hablar sobre sus temores.

—A mí solo me da escalofríos que me toquen por el cuello o por otra parte de mi cuerpo, y más si lo hacen agresivamente —coloqué el cigarro entre mis dedos para hablar mejor —cuando tenía unos diez estaba comiendo en un restaurante de comida rápida y como era lo suficientemente "grande" para ser independiente, mi mamá dejó que vaya solo al baño porque decía que ya no podía colarme al baño de mujeres. Obvio no estuve adentro de uno privado porque me creía muy maduro, como siempre...cuando era pequeño era muy alto para ser hombre y tener mi edad—reí —, me fui a un urinario y al casi terminar un tipo me acarició del cuello y me presionó contra su cuerpo cubriéndome la boca, intentó tocarme así que lo mordí y me fui llorando donde mi mamá pidiéndole que nos vayamos del restaurante de una vez, nunca lo supo...hasta ahora y sigo recordándolo.

—Eso es terrible —dijo indignado.

—Lo sé, la gente es muy enferma.

—Lo siento...

—Oh, no te preocupes, tú no tenías ni la menor idea.

Asintió y seguimos fumando, ya no me ahogaba tanto y hasta encontraba esto como una buena/mala forma de liberar estrés.

El cigarrillo se nos hacía muy largo, demasiado en realidad, ¿sería porque ninguno de los dos tenía aquel hábito?

—Mis labios están secos.

—¿Más que los míos? —me apoyé en su hombro.

Tomó mi barbilla entre sus manos y plantó un beso en mis labios para demostrarme su sequedad. Y era muy claro que mentía, sus labios estaban hidratados como siempre, sin embargo, esas mentiras me daban gusto, me encantaba que buscara excusas solo para besarme.

No te vayas, quería decirle, pero había tantas cosas que me lo impedían, y a pesar de solo ser uno, dos o tres días sabía que me causaría un vacío tremendo, un vacío que ni la esencia de cigarro más deliciosa podía llenar.

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