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Eros

Apenas terminó el partido, corrí para evitar entretenerme con ver lo que le hacían a Giovanni en la muñeca y en parte de la mano. Mi tarea había terminado desde hacía mucho y recién al estar roto me daba cuenta de ello, la terquedad hacía que muchas veces yo me muera internamente, que mi corazón se pare en forma de metáfora y que mis sentimientos y emociones convulsionen por lo más simple del mundo (también en forma de metáfora).

Y mientras todos a esa hora celebrarían el heroísmo de alguien que dio su mano a cambio de la victoria...yo ya estaba sentado frente al santísimo de lo más normal a pesar de ser "extraño".

Bancas más adelante se encontraba mi presa: cruzando los brazos, hablando solo, balbuceando palabras como todo un loco; yo, como todo un acosador me acercaba lentamente a su sombra.

—¿No es muy tarde para estar aquí? —le pregunté cuando llegué a su costado.

—Nunca es tarde para hablar con Dios —respondió sin mirarme —, querido Eros.

Cuando Gabriel Mercer pronunció mi nombre sentí un horrible estremecimiento en todo el cuerpo, el corazón estaba en mi garganta y muchas preguntas rondaban en mi cabeza: ¿cómo? ¿Cuándo? ¿Acaso tenía ojos en la espalda u oídos en las paredes? ¿Por qué lo pronunciaba de una manera tan sombría?

—¿Qué haces aquí? —preguntó él —Pensé que tú eras...ya sabes, una linda bruja o yo qué sé. Te vas a quemar.

—Tú mismo lo has dicho —me coloqué en la misma posición que él tenía —: nunca es tarde. Pero tienes razón, no vengo por eso, vengo a contarte una historia —esperé su consentimiento y luego aclaré mi voz —. Romeo y Julieta...dos personas pertenecientes a familias que tenían diferencias y que por lo tanto eso los convertía en rivales, dos personas enamoradas que se casaron en secreto —acaricié mi dedo anular en el que antes se encontraba el anillo que le había regalado a Ariel —, dos personas que terminan muriendo con un amor de prácticamente una semana...

—Sí sé la historia —levantó las cejas —. Llega al grano.

—Ariel me dijo que nuestra historia fue como la de Romeo y Julieta porque solo duró una semana y porque también hemos muerto en el intento.

—Ah —suspiró como si le llegara altamente la situación —, terminó contigo evocando a Shakespeare —se burló —. Tiene sentido para mí; se conocieron en una fiesta, duró unos cuantos días, no han matado a alguien ni se han casado, pero...tiene sentido.

—Quiero llegar a que lo nuestro fue demasiado corto e insignificante —comenté —, para él, para una mente como la suya, mientras él fue la marea de mi océano, yo solo fui las cenizas de su fuego, me ha calcinado completamente.

—A mí también me ha quemado —respondió sin darle importancia —y si planeas que con menospreciar su relación ante mí y hacerte el sufrido podrás conseguir que nos reconciliemos...no es así, disfrútalo, tienes a una persona maravillosa a tu lado.

—Me terminó evocando a Shakespeare, Gabriel Mercer —reclamé —, ¿por qué eres tan complicado? ¿Es tan difícil aceptar que ahora es todo tuyo?

Él rió con nerviosismo e hizo su cabello a un costado para evitar interrumpir su vista, suspiró y recuperó la compostura.

—¿Crees que es tan fácil para mí hacerlo? —preguntó para que no tuviera una respuesta clara —Créeme que si fuera por mi yo interno...dejaría de estar aquí y correría hacia él a preguntarle si me quiere, a decirle que me elija a mí y no a ti; pero no se trata de él ni de mí, sino de cómo ha obrado y lo que ha causado en mis sentimientos debido a sus acciones, no sé si puedas entenderlo.

Asentí, no porque sabía cómo se sentía sino porque me sentía mal y podía comparar su dolor con el mío, como si fuera tan simple.

—¿Y cómo es?

—¿Qué? —respondí con duda.

—¿Qué se siente besar a alguien a quien quieres mucho, demostrarle tus sentimientos más oscuros, para que al final piense en mí mientras lo hace contigo?

Suspiré y luego reí como un tonto.

—Si no estuviéramos en esta iglesia ya te habría roto esa linda nariz que tienes —amenacé —, pero respeto las preferencias de otros así que no me lo permito, no frente a tu dios. Y se siente un poco feo, pero creo que con los días pierdes la dignidad y ya te da igual en quién piense, la cosa es que te bese.

—Eso suena muy horrible —dijo en forma de broma.

—Y para demostrarte que siempre piensa en ti hasta cuando hablamos...tengo una prueba gigante.

—No vas a parar hasta que lo perdone, ¿verdad?

Sonreí con astucia y tiré de su manga para que se parara y me siguiera, el efecto que esto tuvo fue positivo, me siguió a lo largo del pavimento en medio de la noche sin negarse y sin decir palabra alguna.

—¿Por qué estamos frente a la casa de Ariel? —acarició su cabello con duda.

—Porque subiremos a la casa del árbol y verás lo demente que está.

Gabriel lo pensó por un momento, girando sus ojos hacia mí y luego hacia la casa, cedió y subimos cuidadosamente a la pequeña casa de madera.

Su rostro se encontraba atónito, sin reaccionar. Las paredes llenas de notas de colores cautivaban sus sentidos, especialmente la vista, y, con suma delicadeza arrancaba algunas notas para leerlas y volverlas a colocar.

—¿Te enseñó todo esto?

—No lo he leído todo —comenté —, pero...sí, me lo enseñó y al principio creí que era una completa locura.

—Lo es —observaba a su alrededor como un niño mirando juguetes —, sin embargo —arrancó unas cuantas notas más —, no todas las escribí yo.

Comenzó a leer algunas, me dirigía la vista y sonreía maliciosamente, hacía lo mismo una y otra vez, reía de una manera ahogada.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunté molesto.

—Es gracioso que me hable sobre ti en las notas —respondió —y más gracioso que en todas diga que me prefiere a mí. Lástima que no podrás leerlo, no quiero lastimarte y no quiero que Ariel te lastime más, prácticamente...estamos igual.

—Prácticamente tenemos el mismo daño mental —le sonreí —. Él de verdad te quiere...dale una oportunidad, por favor. Si él es feliz, yo soy feliz.

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