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El mejor regalo (II)

Cuando llegué a la iglesia encontré a Gabriel, de negro como siempre, no me sorprende; Mercedes y por supuesto, Celeste.

Un silencio incómodo nos acorraló en los escalones de mármol y mi primera reacción fue agarrar a Gabriel del brazo y jalarlo hasta su pequeño cuarto para recibir una explicación.

—Gabriel —suspiré.

—Sé lo que estás pensando ahora y déjame decirte que —inhaló —no quiero ir lento contigo, es muy difícil para mí tenerte aquí todas las tardes y no poder compartir un tiempo como lo que deberíamos ser.

—Somos compañeros de limpieza —yo arruinando todo como siempre —¿Amigos?

Gabriel peinó su cabello oscuro con sus manos, abrió la libreta, sacó la pequeña caja y me enseñó el anillo.

—Lo tallé de madera para ti —sonrió, su sonrisa era tan perfecta.

Me enseñó su mano y tenía el mismo anillo, tomó la mía y colocó la delicada pieza de madera.

—Si te das cuenta formamos un corazón —dijo uniendo nuestras manos.

El anillo estaba tallado cuidadosamente y solo podía estar hecho por Gabriel.

—No sé qué decir...

—No digas nada —mordió su labio inferior —no quiero apresurar mucho las cosas, ni mucho menos presionarte a hacer algo que no quieres.

—Sigo sin entenderlo.

—Ariel —volvió a suspirar —desde que llegué aquí lo único que ha rondado en mi cabeza todo el día eres tú, jamás me había sentido así y sé que es imposible seguir ocultándolo por más tiempo, seguir contando las largas horas de espera hasta que vengas, seguir con mis tonterías de poner excusas solo para ver tus ojos —apretó mis manos —, esos ojos tan azules que hacen que cada vez que los vea me hunda en una marea infinita llena de amor —acarició mi rostro —, esa cabellera tan roja y desordenada, tan roja como el fuego que siento cada vez que vienes —me acercó a él —, esos labios tan finos y resecos.

Estaba tan cerca de su rostro como para sentir su respiración agitada y sus latidos acelerados, ¿qué significaba todo esto?

Era la primera vez que tenía un contacto visual muy directo con él, sus ojos color miel eran honestos, dentro de mi sentía que todo lo que decía era verdad. Lo tomé del mismo brazo con el que me acercó a él y deposité lenta y delicadamente mis labios en los suyos. Nada más que un roce, una caricia, algo tan puro y verdadero.

¿Qué es lo que haces conmigo Gabriel Mercer?

—Ariel —rió —, ese no es un beso de verdad —su sonrisa pícara me advertía sobre las acciones que realizaría.

Agarró fuertemente mi cabello acercándome a sus labios.

Ese roce que en un momento era dulce se convirtió en algo aún más mágico, nuestras lenguas bailaban en la fuerte pasión que teníamos, cerrar los ojos hacía que sienta un montón de sensaciones recién descubiertas. Mientras mis manos estaban estáticas, las suyas acariciaban todo mi rostro como si fuera un objeto de cristal, sus manos hacían algo muy diferente a lo que su lengua hacía conmigo.

Al separarnos un hilo de saliva escapó de nuestras bocas. Nos quedamos en silencio sentados en su cama, mirándonos.

—¿Cómo sé si soy homosexual? —pregunté mientras limpiaba mi labio inferior.

—¿No te gustó? —respondió algo decepcionado—El beso...

—Opino que pudiste hacerlo mejor —mentía, no creía que hubiera algo mejor que ese primer beso de verdad, en el que nuestras almas se consumaron.

Gabriel acercó mi rostro bruscamente al suyo, esta vez fue diferente, se suele sentir amor pero esta vez sentí lujuria, deseo, amor...

Combinó los movimientos de su lengua con mordidas fuertes en mis labios, si tenían grietas por el frío ahora por Gabriel sangraban. Ese toque salado de la sangre en algo tan dulce como su boca, se sentía único, aunque me dolía un poco quería seguir, quería saber cuál era el siguiente paso.

Al separarnos el hilo de sangre y saliva era más grueso.

—Lo siento —se limpió —hace muchos años que no doy un beso y no sé cómo hacerlo.

—No nos conocemos —intenté ser cortante.

—Podemos conocernos poco a poco, solo necesito saber que eres mío.

—Estás en tu etapa de apostolado y sabemos que eso no dura para siempre.

—Quiero intentarlo —bajó la mirada —todo es diferente cuando estoy a tu lado y si eso me hace ser alguien mejor para mi misión estoy dispuesto a arriesgarme.

—Pero...

—Nada de peros —me calló con sus manos —. ¿Aceptas?

Asentí, ¿a quién podía engañar? Gabriel era mi principio y mi fin.

—Mira —dijo sacándose su mitad de anillo —si ves por adentro puedes darte cuenta de un gran detalle.

—G-Él— leí.

—En el mío dice A-Él —sonrió colocándose de nuevo el anillo —es como un nombre clave para tener a la luz algo nuestro.

—¿Puedo hacer más preguntas? —lo miré tímidamente.

—Siempre haces muchas preguntas —volteó los ojos —pero está bien, te doy esta oportunidad.

—¿Eres gay?

—Pensé que era muy evidente —respondió con sarcasmo —. ¿Algo más?, chico que interroga.

—¿Qué somos?

—Algo intenso —sonrió.

No sé si era broma pero...era la mejor respuesta que me había dado. "Algo intenso".

Me recosté en su pequeña y dura cama, con los brazos abiertos mirada al techo blanco y pensaba "Algo intenso".

—¿Necesitas tiempo para asimilar las cosas? —se paró y puso sus manos frente a mí.

Asentí.

—Perfecto, cualquier cosa...solo grita o algo —acarició mi cabello —le diré al padre Leoncio que tuviste una crisis, esas de adolescente y que estás algo mal.

Y era la verdad, en mi mente había un grave conflicto: sus palabras, sus acciones. Me pregunto qué habrá pensando Gabriel para estar en una situación así, estar en un seminario es difícil, pero estar en tu tiempo de apostolado del seminario y supuestamente enamorarse de un menor, era más difícil. Imaginé toda clase de problemas en los que podía meterlo si es que alguien se enteraba, me preocupaba Gabriel, me preocupaba su reputación, me preocupaba que el camino que él eligió esté destruido por mí, habían tantas cosas que no evalué antes de aceptar, pero las cosas ya estaban hechas y no podía romper su corazón, no porque yo ya era parte de ese lugar también.

Cerré los ojos y todo lo que sentía eran sus labios, suaves como algodones, ¿era amor? Por supuesto que lo quería, todos queremos a alguien.

El padre Leoncio entró sin tocar y arruinó mi armonía de pensamientos.

—Ariel, ¿qué pasó? —se notaba su preocupación, era buena persona —Gabriel me dijo que tuviste una —pensó un rato —¿crisis de adolescente?

—Sí, suele pasar —mordí mi lengua.

—Si deseas conversar conmigo, puedes hacerlo —dijo el serenamente.

Gabriel entró. Hizo al padre a un costado para sentarse a mi lado.

—¿Estás bien? —preguntó Gabriel muy preocupado.

¿Le preocupaba que le diga algo al padre Leoncio? Su desconfianza no me gustaba.

—Gabriel —dijo el padre Leoncio —, ¿puedes salir? En este momento estoy conversando con Ariel y creo que nos hace falta un poco de privacidad.

—No, pero —dijo Gabriel disculpándose y se marchó.

—Discúlpalo, Gabriel es una de esas personas inestables que se dejan dominar por sentimientos —miró al techo —tú eres la única persona con la que Gabriel tiene un cierto grado de confianza, aunque debo admitir que es alguien tranquilo y pacífico.

—¿Usted sabe por qué está aquí? —pregunté tragando mi saliva que aún tenía un poco de sangre.

—Es una buena pregunta, Ariel —suspiró —a mí también me encantaría saberlo, muchas veces veo a Gabriel no como alguien religioso, lo veo con una esposa, familia, mascotas —se puso nervioso —Ariel... ¿Crees que puedas hacerme un gran favor? —preguntó con tranquilidad.

Asentí.

—Gabriel a veces me preocupa, me encantaría que me informes si pasa algo con él, solo quiero cuidarlo pero no ofrece su confianza a muchos.

Y a mí tampoco me la ofrecía.

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