Cupido
—¿Me estás diciendo que todas estas dos semanas te la has pasado leyendo esos tomos gigantes de la universidad porque hay mensajes subliminales de Mercer?
—Suena loco, ¿no? —reí —Pero, es muy interesante todo esto —levanté el libro.
—Espero que cuando alguna vez me enamore no sea tan...raro —respondió juzgándome.
La semana anterior me la había pasado leyendo el tomo I y esta semana el tomo II, porque en literatura habían muchos mensajes subrayados y en los otras materias sí habían notas, notas con un montón de mensajes lindos y motivadores para que siga estudiando.
—Has estudiado mucho —dijo Giovanni recostándose sobre mi cama —, pienso que...deberíamos ir a una fiesta.
Reí negando con la cabeza.
—Opino lo mismo —dijo mi mamá entrando por la puerta de mi habitación con un cesto de ropa limpia —. Llévatelo, Giovanni, no lo quiero ver aquí.
—Son órdenes de tu mamá, Ariel —dijo Giovanni con una sonrisa muy grande y eso significaba que algo malo pasaría.
A las siete busqué algo decente para vestir en la noche, acepté ir porque en cierta parte tenía razón...me estaba sobrecargando de información y tenía que relajarme cada cierto tiempo para poder seguir estudiando de manera satisfactoria.
A las ocho estuvimos en camino hacia el lugar, no era tan cerca como solía ser, y esto era porque no solo los chicos de mi escuela irían, sino que era algo más público y por lo tanto tenía que controlarme en todo sentido para no hacer quedar mal a nadie ni a nada.
A las nueve ya estábamos ahí, montones de chicos y chicas riendo y bailando llenaban la famosa "narco-mansión" (como le llamaba Giovanni al lugar, ya que era demasiado grande como para ser una casa común y corriente), y al ser la casa de un chico cuyos padres estaban de viaje...convertía la situación en algo un poco peligroso. Por supuesto, el chico pertenecía a mis compañeros de clase, era Ulises, y era evidente que todos los que compartíamos ocho horas con él a diario, debíamos cuidar el lugar como si fuese sagrado, porque eso es lo que un amigo de verdad haría.
—Mi querido Ariel —Giovanni colocó su mano detrás de mi espalda —, hoy es la noche —sus ojos brillaban —. No me esperes, pero estaré rondando por aquí...conseguirás un amigo o amiga de manera rápida, por ejemplo —buscó con la mirada a diferentes personas —el chico de los anillos de allá —señaló a un tipo que tenía una botella de ron en la mano derecha —, suerte...
Y era lo que Giovanni siempre hacía conmigo, quería tener relaciones con una chica y me dejaba completamente en el aire sin saber qué hacer. Caminé hacia la barra y pedí agua pura, no tenía ganas de embriagarme hasta perder la conciencia.
—¡Hey, Ariel! —Ulises saludó desde lo lejos —, me alegra que estés aquí —me entregó un vaso de vodka puro —. Ya sabes, la iniciación para mi querido compañero, te estoy haciendo un favor —lanzó un codazo —, ¿qué más puedo hacer por ti?
—¿Conoces al chico de los anillos? —bebí un sorbo corto.
—Solo al Señor de los anillos de Tolkien —rió.
El chico de los anillos estaba sentado en la escalera conversando con otras chicos mientras rotaban la botella entre ellos, por alguna extraña razón no dejaba de observarlo, se parecía a Gabriel Mercer pero más delgado y con el cabello y los ojos más oscuros. Por otro lado, miraba a Giovanni ligando con Milena, la cual cedía ante la palabrería que le hablaba, se susurraban cosas al oído y reían como locos ante los efectos del alcohol.
Volví de nuevo a la barra y me senté en las sillas rojas que estaban alrededor, bebiendo mi vaso de agua y a la vez sosteniendo el vaso de vodka sin mezclar que recibí de manera tonta.
—Un vaso de ron, pero mezclado...sin agua, eh —el chico de los anillos se acercó y se sentó justo a mi costado —. Gracias amigo —bebió el vaso de un solo sorbo y se recostó sobre la barra, observó sus manos y al darse cuenta quién sabe de qué, entró en pánico, revolviendo vasos y pedazos de servilleta que reposaban sobre la mesa.
—¿Pasó algo malo? —pregunté simulando que no me importaba mucho.
—Es que yo tenía aquí —mostró la palma de su mano izquierda —cuatro anillos y ahora solo hay tres, ¿qué demonios?
—Tenía que ser el chico ebrio de los anillos —murmuré —las personas están tan mareadas y concentradas en otras situaciones que no recogerán tu anillo y se lo quedarán, no te preocupes.
—Así que "chico de los anillos" —volteó a mirarme —. ¿Y yo qué te puedo decir? ¿Chico del cabello color diarrea?
—Es rojo —aclaré.
—Claro que no —negó con el dedo y extrajo su móvil del bolsillo trasero de una chica que caminaba por ahí, prendió la linterna y la apuntó directamente hacia mi cabello —. Mierda...sí es rojo —se sorprendió —, ¿sandías que es muy raro ese gen recesivo que posees en los ojos y el cabello?
—¿Sandías? —pregunté confundido.
—Me caes bien —bebió un poco de otro vaso con la bebida combinada —. ¿Cuál es tu nombre?
—Sin nombres —sellé mi boca como si cerrara el cierre de una casaca.
El chico de los anillos sonrió divertido y siguió bebiendo.
—Me llaman Cupido —dijo después de unos minutos.
—Sí, claro —crucé los brazos —y yo soy el ayudante de Cupido.
—Si te lo demuestro... ¿Me ayudas a buscar mi anillo como ayudante de Cupido que eres? —preguntó levantando el meñique como para hacer una promesa.
—Está bien, pero que quede claro que no creo que tu sobrenombre haga algo en ti —sellé la promesa haciendo lo mismo y entrelazando mi dedo con el suyo.
—Ya verás —suspiró feliz —, pequeño incrédulo —buscó con la mirada a dos personas —. Por ejemplo, ese chico de allá —dijo señalando a Giovanni —debería estar —pensó —con esa chica —por un momento pensé que diría Milena, sin embargo, su dedo apuntaba a Celeste —. Presta mucha atención, que el show recién empieza —arrebató de mis manos el vaso rojo lleno de vodka puro y se acercó a Celeste con mucha seguridad.
A lo lejos apreciaba que él le hablaba al oído y ella estaba asombrada por lo que le decía, luego él hizo un gesto para que guardara silencio y ella asintió. Esperó a que Giovanni estuviera solo, y, tomando otro vaso de la barra hizo lo mismo, los dos sonrieron, charlaron un rato y luego, Cupido regresó a mí. Para cuando ya estaba a mi lado, Celeste y Giovanni se habían acercado a conversar amenamente, bebiendo cada uno de sus vasos sin mencionar lo que acababa de pasar.
—¿Qué te pareció, bombón? —preguntó con la cabeza bien alta.
—Ellos dos no deberían estar juntos —respondí serio —. A Giovanni le gusta Milena y a Celeste...no lo sé.
—Te puedo asegurar que ellos dos son el uno para el otro —se apoyó en mi hombro —y al final, salgan con quien salgan, les guste quien les guste...acabarán juntos, sino, dejo de llamarme Cupido.
—Busquemos tu anillo de una vez.
Caminamos por los lugares en los que había estado, siempre mirando al piso y buscando una cosa brillante.
—¿Por qué es tan importante? —pregunté sin mirarlo.
—¿Bromeas? —respondió con otra pregunta —Es demasiado importante porque cada anillo que llevo tiene una historia, y ese tiene la historia más hermosa de todas —suspiró —. Ese anillo me lo obsequió alguien especial, y a esa persona se lo obsequió otro alguien especial; debo continuar con el ciclo, no puede acabar así.
—¿Y cómo sabes que alguien es especial?
—Alguien es especial porque influyó demasiado en tu vida y en tus decisiones, y porque sabes que no te quedarás con esa persona, pero sí la recordarás.
—Eso no tiene sentido —respondí de mala gana.
—El amor no tiene sentido, chico que pregunta mucho.
Nos acercamos a la barra, pero no a buscar el anillo, "Cupido" afirmaba que no estaba ahí, que lo debió perder después o antes.
Bebí un vaso de ron combinado que se encontraba en la mesa y antes de terminar sentí un metal en mi boca, lo extraje con mis dedos y era el anillo de plata que estaba buscando Cupido. Sus ojos brillaron más que todas las luces rojas que ambientaban el lugar y sin pensarlo, tomó el anillo y me abrazo por el cuello como si yo fuera su salvador.
—Por favor dime tu nombre —susurró a mi oído.
—Ayudante de Cupido —dije con seguridad.
Él volteó sus ojos como lo haría Gabriel Mercer pero no dejó de sonreír ni un momento, le había devuelto el alma al cuerpo.
—Y este —señalé su dedo índice —, ¿qué significa?
—Es la tradición familiar —sacó el anillo de su dedo e intentó colocarlo en el mío —. Tienes los dedos muy delgados —se sorprendió al ver que el anillo me sobraba en ese dedo.
—Un poco —lo coloqué en el dedo medio y entró a la perfección —, no tanto. Me gusta conversar con desconocidos y decirles muchas cosas porque sé que al final no sabrán quién fui, ni quien soy, ni quien seré.
—¿Crees que nunca más me vuelvas a ver? —preguntó con tristeza.
—Dudo que nos volvamos a ver, fue un choque de suerte.
—¿Escuela?
—El West, ¿y tú?
—Colors —respondió con duda —, tienes razón, ahora que lo pienso, nunca más nos volveremos a ver...niño obediente.
—No puedo creer que estés en la escuela de chicos problema —confesé —, ¿conoces a Mercedes?
—Si es la rubia...sí la conozco.
Conversamos un buen rato de nuestras vidas. Le dije lo de la infidelidad, lo de mis padres, lo de todo; él me dijo de su madre muerta, de su padre alcohólico, de sus problemas y no se derrumbó en ningún momento.
—¿Y cómo te va en el amor? —pregunté para cambiar el tema.
—Cupido no se enamora —dijo con sarcasmo riendo —, ¿qué tal tú?
—Conocí a alguien hace algunos meses...
—¿Y?
—Tuvimos una linda relación, era basada en principios de no parecer una "relación" como tal —lo confundía —, éramos como mejores amigos que se besan y tienen sexo, pero que comparten experiencias y momentos únicos que ahora solo viven en mi memoria, éramos como desconocidos que se quisieron demasiado sin saber por qué.
—No entiendo —bebió un vaso de vodka con soda.
—Pues —pensé —, no hay mucha ciencia en eso, digamos que nuestro amor era tan complicado que solo nosotros lo entendíamos.
—Eso es muy lindo —dijo mientras seguía bebiendo —, es un chico, ¿verdad?
—¿Cómo...?
—Se nota —dijo serio —ese ambiente de tensión solo significa que es un chico al que recuerdas, ¿te da miedo ese detalle?
—La tensión no es ocasionada porque es un chico del que te hablo —aseguré —sino porque era mayor que yo y estaba en el seminario.
—Carajo, te metiste con un seminarista —rió —, entonces que te metas con un chico problema no causa nada.
Negué con la cabeza, no porque entendía lo que me decía, sino porque prefería ignorar sus comentarios indirectos hacia mí sin entenderlos del todo.
Conversaba con Cupido de la fiesta y la "narco-mansión", de que todo era absolutamente rojo y las personas andaban ebrias llorando por todo sitio.
De vez en cuando, él decía cosas que me parecían muy graciosas, hacía que riera hasta que los músculos de mi abdomen me dolieran tanto que ya no me permitan reírme, hacía que mi mundo ya no sea tan negro después de la partida de Gabriel Mercer, hacía que todo fuera color rojo como las luces de la narco-mansión.
—Vamos, dime tu nombre —dijo cruzando los brazos —, dices que nunca más me volverás a ver por las distancias y todas las situaciones ajenas a nosotros que existen, ¿qué tiene de malo que lo sepa?
—No lo había pensado de esa manera.
—La única forma de verme otra vez sería en las competencias deportivas internas, o sea, en la cancha de básquetbol, aunque dudo que lo juegues por lo que es casi imposible volver a encontrarme —explicó —. Solo tu nombre; no quiero tu apellido, ni tu tipo de sangre, ni mucho menos tu dirección o la clase en la que te encuentres los lunes a las diez de la mañana, solo tu nombre.
Lo pensé por un momento, no lo iba a volver en mi vida y no había riesgo en todo lo que le había confiado.
—Mucho gusto —extendí mi mano como me lo había enseñado Gabriel Mercer —, mi nombre es Ariel.
—Eros —estrechó su mano con la mía.
—No te creo —me burlé de lo que me había dicho.
—Te dije que era Cupido —puso los ojos en blanco.
—Pero griego.
No paraba de llamarme por mi nombre una y otra vez, le encantaba repetirlo en cada oración que decía.
—¡Ariel! —dijo Mercedes abrazándome por atrás —Estamos jugando a la botella —observó a Eros fijamente —. Hola...Eros —todos callamos —, como te decía, estamos jugando y no sé si quisieras ir, ya sabes...debajo de la escalera como siempre —sonrió —tú también puedes venir—dijo no muy convencida mientras miraba a Eros.
Asentí y esperamos a que se fuera.
—No le simpatizas mucho —comenté.
—Me odia —rió —, me odia mucho.
Nos dirigimos al pequeño rincón debajo de la escalera debido a que ya no sabíamos de qué hablar y nos sentamos con todos los demás: Mercedes, Simón, Marlene, Luca, Mara, Miranda, Celeste, Noah, Ulises, Ezequiel.
Celeste hizo que me sentara a su lado alrededor de casi todas las chicas, y Eros estuvo casi al frente mío por órdenes de Mercedes. La botella giraba y giraba, besos y besos se daban por el juego, y a mí no me tocaba ni una sola vez, estaba libre de besar a alguien que no fuera Gabriel Mercer y me encantaba.
—Ariel, no te ha tocado ni una sola vez —cuestionó Noah —te doy mi turno a ver con quien te condenas, y no creas que tendrás escapatoria, no puedes ser un simple observador si estás jugando.
Suspiré y giré la botella, después de todo era un simple juego, ¿verdad?
Después de dar un millón de vueltas, giraba lentamente; Celeste, no, Mercedes, no...
Igual si la giraba no necesariamente me tenía que tocar a mí, a menos que la suerte, o quizá la mala suerte, me condene como afirmó Noah.
Y, finalmente la botella se detuvo.
Todos guardaron silencio, yo estaba atónito y no dejaban de ver mi reacción.
Eros cubrió su boca de manera burlona y fingió estar sorprendido para al final lanzar una carcajada melodiosa.
—Si no quieres...no te obligaré a hacerlo —dije victimizándolo.
—Si no lo hacemos, todos nos van a patear —sonrió.
—Vamos, chicos —dijo Simón, novio de Mara—. Un besito no es nada, Mara acaba de besar a Mercedes y no importó.
Miré a todos para que alguien pudiera hacer algo al respecto, por el contrario, todos comenzaron a cantar "un besito no es nada, un besito no es nada", mientras aplaudían y reían bajo los efectos del alcohol.
Después de todo, tenían la cabeza en los cielos, ¿quién se iba a acordar?
—¿Y bien? —Eros se colocó frente a mí, lo suficientemente cerca como para besarme sin problemas.
—Déjense de dramas —dijo Noah colocando cada una de sus manos en nuestras cabezas para acercar nuestros rostros, ocasionando un beso forzado y lleno de tensión entre nosotros.
Mis ojos estaban abiertos viendo los suyos, me recordaba tanto a Gabriel Mercer...esa piel tan suave, esos ojos tan profundos, esos labios tan carnosos, ese aroma tan embriagador de rosas y madera, solo podía ser mi Gabriel.
Al separarnos, Eros no dejaba de concentrarse en mis ojos, en mis labios, en mi rostro.
—Dicen que una buena amistad comienza con un beso —susurró.
—Dicen que eso es una forma muy mala de ligar con cualquier persona.
Me paré y me fui al balcón del segundo piso, donde se encontraban los cuartos, miré hacia el horizonte, y la luna y las estrellas estaban más brillantes que nunca, pero no había nada más brillante que el recuerdo del beso forzado entre Eros y yo.
De la nada Giovanni salió de un cuarto, todo maltrecho y despeinado con el cabello húmedo, subió su cremallera y pasó el cinturón que tenía en manos por el pantalón que llevaba mal puesto.
—Ariel, ¡qué sorpresa! —dijo avergonzado —Solo venimos aquí cuando ocurre alguna desgracia, ¿quién crees que tenga la situación más difícil? ¿Tú o yo?
—Creo que tú, por el aspecto que llevas.
—Quizá —apoyó sus codos en el balcón —acabo de tener sexo con Milena y fue bueno, pero —hizo una mueca —creo que solo la quería para eso, me siento mal porque ella no me gusta de esa manera en la que siempre imaginé, considero que cuando ya tienes eso que quisiste por mucho tiempo y lo pruebas te decepcionas un poco o tal vez te aburres de ello y ya no lo deseas como antes.
—Acabo de besar a Eros en un juego de la botella por presión social e imaginé que él era Gabriel Mercer.
—¿Eros? —preguntó confundido.
—El chico de los anillos —cubrí mis ojos —, me siento extraño, en serio se parece a Gabriel Mercer y me repugna porque siento que solo vine aquí para olvidarme de él o para conseguirme a alguien similar a él y no olvidar su recuerdo latente en mi memoria.
—Lo tuyo es peor —dijo indignado —yo no me imaginé a nadie mientras estaba en ese cuarto.
—Lo tuyo es peor porque le acabas de quitar la virginidad a una chica a la que no quieres —lo culpé —y lo peor es que la dejaste dormir sola.
—Fue terrible —negó con la cabeza —nunca, pero nunca, había estado con una chica que sangrara tanto, acabo de limpiar toda la sangre de la ducha porque te juro que apenas entró salió un montón de sangre, parecía que la hubiese matado.
Cubrí mi boca para evitar burlarme de su desgracia y él me dio un codazo.
—De verdad me dio miedo, ¿qué ocurre con el cuerpo de esa chica? —preguntó con la piel pálida —Se puso a llorar y tuve que calmarla, la limpié entera y le dije que si no seguía con el asunto no pararía de sangrar, ella aceptó y cuando el placer volvió...la única sangre existente en la ducha solo se encontraba en nuestros pies.
—¿Puedo preguntar por qué siempre te ocurren cosas malas con las vírgenes?
—No quiero saberlo —respondió riendo —supongo que es mi maldición. ¿Qué harás con el asunto "de los anillos"?
—Pues...no sabe nada de mí, su aliento sabía a vodka con jugo de caja para niños, así que espero que esté lo bastante inconsciente de lo que acaba de hacer para que me olvide y yo recién sabiendo eso pueda olvidar también ese suceso y continuar con mi vida normal, no sin antes seguir amando a Gabriel Mercer —expliqué —. Por cierto, tengo una duda existencial...
—Cuéntame.
—Tú, que eres Giovanni; sabio, inteligente, el todopoderoso del conocimiento —dije con sarcasmo —. ¿Qué hace la primavera con los cerezos?
—Muy fácil —respondió —. Lo que la primavera le hace a los cerezos es un acto muy puro de amor; los fortalece hasta hacerlos florecer, los impulsa a ser hermosos, los toma y los hace parte de la estación más preciosa que puede haber, ¿por qué?
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