Comienzo (Tercera parte)
Me sentía tan inútil, la tristeza que emitía era tan intensa que podía marchitar sin problema a las rosas de aquel jardín vacío, solitario, sin Gabriel y yo jugando a ser libres y felices.
Algunas personas lloran gimiendo y hasta tienen dificultades para respirar, yo...yo era diferente, ponía una cara triste y las lágrimas solo caían indistintamente, suspiraba y en poco tiempo mi rostro estaba lleno de agua con sal que provenía de mis ojos.
—Hijo, ¿estás bien? —el padre Leoncio se apareció de la nada a mi costado.
¿Acaso solo aparecía cuando me sentía terrible?
Rápidamente me limpié la cara con las mangas del suéter que me había robado hace semanas del cajón de Gabriel.
Asentí, estaba bien, o al menos así debía sentirme.
—Si tú lo dices —era un "no te creo" en su idioma —. Tengo que presentarte a alguien —se paró y me dio una señal para que lo siga.
La última vez que me dijo eso fue cuando llegó Gabriel, ¿otro Gabriel?, no quería a otro Gabriel.
Dejé que me guiara hacia el patio lleno de flores que ya conocía.
—Él es el padre Camilo San Román, será mi reemplazo ya que yo ya no puedo tener tantas responsabilidades —sonrió amablemente.
Frente a mí tenía a mi confesor, yo no era idiota, sabía que era él por el nombre, ¿él sabría quién era yo?
Me presenté de una manera muda dejando que el padre Leoncio hablara, de seguro tenía mi voz en su memoria de corto plazo, no podía permitir que supiera quién era yo.
Luego de un momento incómodo de silencio, llevé al padre Leoncio a una habitación vacía para hablar.
—Padre, no me puede hacer esto —reclamé —, yo lo aprecio mucho, ¿qué haré sin usted? ¿Quién seré si usted no está?
El padre Leoncio se rió de mis palabras en mi cara, me sentí más inútil.
—¿Qué cosas estás diciendo, Gabriel? —río más y luego se dio cuenta de su error —Lo siento, Ariel, sus nombres son muy parecidos, ¿lo has notado?
Puse mis ojos en blanco, no tenía caso hablar con él, no tenía sentido.
—Conozco al padre San Román, es responsable y trabajador —tocó mi hombro —sé tus inquietudes, aún Gabriel no lo sabe, estoy seguro de que todos se volverían locos, no es fácil recibir a alguien nuevo, pero quiero que tú lo comprendas, Ariel —suspiró —, tengo síntomas de un enfermedad muy grave y no puedo hacerme cargo de todos ellos, lo hacía hace un tiempo pero ahora...será lo que Dios quiera —besó el rosario que tenía en la mano y me dejó solo.
Me quedé solo en el cuarto pensando, observando y escuchando.
Frente a mí había un conflicto en los sentimientos de Gabriel.
El padre le estaba explicando todo, podía leer sus labios, luego le presentó a Camilo San Román, como siempre...la primera impresión cuenta y Gabriel Mercer era un experto en causar las mejores impresiones.
Repitió el mismo procedimiento con David y con los otros a los que no conocía, y es que no me acercaba a los otros, no me permitían hacerlo. No porque estaba mal, sino porque ellos simplemente no querían establecer una relación que cruzara los límites de buenas tardes y hasta luego.
Ver a Gabriel Mercer con la escoba que yo usaba hacía que se me forme un nudo enorme en la garganta, pero algo en mí impedía que manifieste mis emociones de una manera muy libre, Camilo San Román.
Solo cubrí mis ojos como si los rayos del atardecer dañaran mi vista, quedándome así un buen rato. Quería llamar la atención de Gabriel, que me viera, que nos viéramos, que nuestros ojos se junten en una sola mirada ocasionando el contacto visual con el que empezamos. Quería que todo se vuelva como un círculo vicioso, sería vicioso porque así volviera a nacer y repitiera el veintiuno de enero todas las veces que desee, no cambiaría nada; es más, haría lo mismo siempre: mirarlo. Mirarlo no solo por curiosidad como en ese entonces, mirarlo por amor, mirarlo por admiración, mirarlo por deseo, mirarlo porque sabía que él hacía que mi vida tenga más sentido y más pasión; tenía lo que muchos llaman "pasión por la vida" gracias a Gabriel Mercer.
Mi vida tenía una gran división que marcaba dos espacios: Ariel antes de Gabriel Mercer y Ariel después de Gabriel Mercer. Si antes pensaban que estaba triste por no inmutarme por temas importantes de la vida, ahora pensarían que tenía depresión por sentir mucho y expresarme sin ningún filtro ni limitación; así era la vida, así era el amor.
Me fui lo más rápido posible para dejar de atormentarme con Gabriel Mercer y mi tonta idea sobre superarlo.
Cuando llegué a mi casa lo primero que hice fue ir a mi habitación y recostarme sobre mi cama, pensando, había una probabilidad de que él esté en mi mente.
Tenía tantas cosas que pensar y todas se relacionaban con Mercer, me pregunto cómo puede existir alguien tan precioso con tan fea actitud.
Toda esa noche me dediqué a pensarlo, recordaba cada uno de los detalles de lo que hasta ahora sabía de su vida; ¿el ciclo volvería a repetirse?, si León de alguna manera condenó el destino de Gabriel... ¿Mercer condenaría el mío también?, de alguna manera me agradaba esa idea, era como tener un pedacito de la vida de Gabriel conmigo por siempre, de verdad anhelaba eso. Quería que me condenen y que me juzguen por ser tan estúpido, por amar a alguien que posiblemente me haya mentido mucho sobre sus sentimientos; quería que la gente lo haga, pero hasta ahora el único que dificultaba mi existencia era Gabriel con su actitud sumamente fría y distante.
Quiero ser el típico adolescente que comete errores irremediables, quiero ser la típica persona de la ficción que disfruta sin medir las consecuencias, que vive sin importar qué, que siente sin lamentarse; y por encima de todo...quiero ser uno más del montón con la naturaleza de ambicionar todo lo que existe, quiero desear y obtener hasta que la realidad me lo permita.
En otras palabras...deseaba a Gabriel Mercer, cueste lo que cueste.
Desearlo no me dejaba dormir, no había dormido bien en muchos días, ¿qué de diferencia habría si esta vez realmente no lo intento?
Me paré de mi cama y seguiría con mi papel de Ariel Mercer, aún el show no había terminado. Me abrigué con la primera sudadera que encontré y me coloqué zapatos cómodos para salir a caminar por la madrugada.
¿Qué haría Gabriel Mercer ahora? Probablemente me iría buscar y me asustaría en la noche solo para decir cuánto me quiere. Sí...eso no pasaría justo ahora, era tiempo de que yo colabore en esta relación de días, me escabullí por debajo del muro del patio principal de la Iglesia y entré llenándome de tierra, caminé hasta la puerta antigua del cuarto de Gabriel, de la única entrada a mis sueños. Abrí la puerta y entré silenciosamente, frente a mí tenía a un ángel dormido, sus mejillas ligeramente encendidas le daban vida a mi madrugada, su rostro sumergido en fantasía me causaba ternura; quería que se dé cuenta de mi corpulenta sombra de película de terror.
Pero, no, o yo era muy silencioso o él tenía el sueño muy pesado.
Me senté en el espacio vacío que tenía una almohada y comencé a peinar su cabello con mis dedos, esas mechas castañas a la luz de la luna se veían artísticas, se notaba que no se había afeitado desde que fuimos al supermercado a comprar algunos encargos del padre Leoncio. Me quedé un largo rato acariciando su cabello suave y haciéndole ondas con mis dedos mientras dormía.
—¿Esto es un sueño? —dijo Gabriel abriendo los ojos delicadamente, aún seguía teniendo sueño.
—Lo es.
—Obviamente lo es —quitó mi mano de su rostro y la agarró con fuerza —, el verdadero Ariel no vendría a buscarme a mitad de la madrugada, cuando el sol aún no sale por el horizonte —rió débilmente —tampoco vendría a buscarme después de cómo lo traté, me odio —suspiró —confírmame que es un sueño.
—Te amo.
—Definitivamente es un sueño, un buen sueño —cerró los ojos y sonrió plácidamente —déjame disfrutarte un momento, Ariel imaginario, mañana si te atreves a venir te trataré como a una mierda, te lo prometo —cerró sus ojos con más fuerza —por cierto, yo también te amo.
—¿Por qué me... —tosí para que olvidara lo que dije —¿por qué tratas a Ariel así? —por fin pregunté.
—Ya te lo dije noches atrás —se durmió por un rato —no puedo...permitir que lo sepan, prefiero que piensen que peleamos y que vean que somos como todos, que nos arreglaremos pronto porque así es la amistad, además estoy irritado y estresado.
—¿Por qué?
—Te estás convirtiendo en una pesadilla, pero a veces es bueno hablar con alguien sobre eso... —envolvió de manera intensa mi brazo —hay tiempo para la vida humana, para el servicio y para el estudio; se supone que debería acabar ya mi apostolado, por eso decidí alejarme de Ariel, para que no me extrañe —seguía con los ojos cerrados —, pero cuando Camilo San Román llegó...alargó mi plazo, dijo que se encargaría de mí, lo conocía porque eso me dijeron antes, pero recién ahora nuestro acercamiento es oficial. Todo el día de mi cumpleaños me la pase leyendo —bostezó —dijeron que sabía muchas cosas, que estaba preparado para la última parte de esta etapa, que había avanzado muy rápido —su voz se entristeció —y es que avancé muy rápido porque había estudiado esto antes pero de una forma más general orientada hacia otros temas, solo dijeron que yo soy una persona extraña —se estremeció —que mi espíritu aún no estaba listo ya que me faltaba experiencia, que debía afirmar que tenía la vocación en mis venas —sus ojos estaban entreabiertos —. Camilo San Román me enseñará lo que me falta, ya sabes antes hacían misa en otro idioma, tengo que aprender eso; no sé por qué, pero dicen que soy un buen partido, que ya no pueden contenerme dentro de cuatro paredes algo alejadas de la realidad, sino que tengo que hacer servicio y darme a los demás para demostrar que estoy hecho para esto y que... —dijo inseguro —que literalmente tenía que predicar, que si cambiaba la mente de los más duros de corazón en esta pequeña ciudad podría lograr todo lo que me propusiera, muchos afirman que este es mi trágico destino, soy feliz e infeliz de que me hayan alargado el apostolado, por eso siento pasión por la vida que tengo ahora porque seguiré con Ariel, o al menos seré una compañía irritable para él.
—¿Y qué opinas sobre dejarlo?, el seminario...
—No lo he pensado con la seriedad del caso, un dos por ciento de los estudiantes se retira por amor, el otro noventa y ocho por ciento por otro tipo de situaciones...es como que se arrepienten.
—¿Tú te arrepientes?
—¿La verdad? —nos quedamos en silencio —No, definitivamente no me arrepiento, todo lo que construye cosas positivas en mí, como la fe y la madurez me ayuda a querer crecer como persona, superándome cada día, así que...si pienso en dejarlo debería recalcar que ha sido una gran experiencia para formar quien soy ahora, una persona con objetivos a medio trazar —su voz era tan ronca —y yo pensé que había confundido a Ariel, cuando el confundido ahora soy yo.
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