Catorce de Febrero (I)
Decorar la escuela para san Valentín de una u otra manera traía ingresos altos. Vender besos, abrazos, chocolates, flores, peluches y sobretodo cartillas para que sepas quién es tu pareja ideal, hacían que el consejo estudiantil reúna fondos para quién sabe qué.
Eran juegos típicos de todo el alboroto del amor, así que...no tenían nada de malo.
Desperté, me puse con lo primero que vi y bajé a desayunar con mi mamá, como todas las mañanas.
Era una mañana tranquila, en realidad no se notaba que era un día al que debía tomarle importancia. Hasta que alguien tocó la puerta.
—Yo abro —salió corriendo mi mamá antes de que pudiera levantarme.
Todo tenía una explicación y es que mi papá sin falta le mandaba flores el catorce de febrero.
Fui detrás de ella por pura coincidencia y ahí estaba ella emocionada, hasta que...
—¿Usted es Ariel? —dijo el chico de la encomienda preguntándole a mi madre.
Ella se hizo hacia atrás haciendo señal a que yo era Ariel. Firmé y me entregó una caja que me llegaba a las caderas con un arreglo de girasoles y una tarjeta que decía: "De tu fan número #1".
Mi madre y yo nos quedamos estupefactos mirando la caja enorme y el arreglo.
—¿Dice de quién es? —preguntó ella sin quitarle la mirada a las flores.
—No —dije de forma idiota, me habían dejado sin palabras.
—Pero ábrelo antes de que te vayas —dijo ella casi quitándome el arreglo de las manos.
Le di el arreglo y abrí cuidadosamente la caja, de ella salieron globos plateados que decían: Te amo Ariel. No sabía que decir al respecto, la persona que me lo había enviado tenía mucho dinero como para invertirlo en mí. Adentro de la caja había un montón de dulces con un peluche de un oso vistiendo un mandil de barista.
Sea la persona que sea su regalo me sorprendió mucho.
—Mamá, ya me tengo que ir —dije sin dejar de mirar los globos, retrocediendo lentamente.
—Sí, yo...te espero —dijo besándome en la frente —, hasta luego.
Me fui corriendo pensando en todas las posibilidades.
Celeste, ella no tiene tanto dinero como para utilizarlo en eso, además que yo sepa no quiere nada conmigo, solo somos amigos.
Gabriel, él está entrando en una etapa en la que nada le va a pertenecer, ni su propio cuerpo, ¿de dónde sacaría dinero para eso?
Alguna de las 4M, Marlene no, Mara tiene pareja, Miranda no, Mercedes y yo ya no éramos nada aunque ella tenía la posibilidad de darme un regalo así; Milena...ella no es tan mala conmigo, desde Gabriel podría admitir que es buena persona, a veces me daba comida, cuando no me siento al costado de Celeste ella viene hacia mí, podría gustarle a Milena.
Cuando llegué a la escuela todo estaba repleto de corazones y a penas pasé por la puerta de entrada vino Marlene con sus amigas a acosarme, como siempre.
—Ariel te necesitamos —rogó Marlene.
—Por favor —Miranda agarró mis manos.
—Hazlo por mí —Milena puso ojos tristes.
¿Qué querían de mí?
Me jalaron casi arrastrándome hacia el pasillo principal, ellas eran del consejo estudiantil por lo que seguro me venderían en sus actos de sacarle dinero a la gente.
Nos dejaron a Milena y a mí solos.
—Ariel —agarró mis dos manos y me miró a los ojos —vendrás aquí apenas suene el timbre del receso.
Asentí.
Era la única forma de saber si ella era la del gran regalo.
Estuve nervioso e inquieto por lo que haría en el receso, aunque aún no sabía que era.
Cuando llegué ya habían armado un puesto con cinco sillas, Milena hizo que me sentara en una y llegaron cuatro chicos más.
—A ver, chicas —ella captó la atención de todas —, aquí tenemos a cinco chicos guapos como lo prometí —todos posaron ante las chicas como buenos conquistadores yo solo sonreí y salude tímidamente —. Ahora —respiró profundo — por un beso normal cinco centavos y beso francés por cincuenta —Milena hablaba con seguridad —así que para todas las que la pasaran solas aquí tenemos a cinco solteros, pasen por caja y elijan.
Me sonrojé tanto que las chicas reían al verme, ¿tan poco valía?
—No te preocupes —me dijo el chico moreno que estaba a mi costado—ya estoy haciendo esto por dos años y no pasa nada, ¿cuál es tu nombre?
—Ariel, último año —miré al moreno de pies a cabeza —, ¿y tú?
—Ezequiel, penúltimo año —me sonrió.
El más pedido era él, por el momento yo solo había besado a siete chicas, pero obviamente un beso normal, Ezequiel había tenido más de diez besos normales y cuatro franceses.
—Ariel —río Celeste —pareces una mascota —comenzó a reír a carcajadas.
Celeste pasó a la caja y vi que pagó un beso francés.
—Milena —Celeste sonrió pícaramente—, ¿puedo elegir a cualquiera?
—Por supuesto, siéntete libre.
Celeste agarró mi cabello y plantó un beso dulce y sincero en mis labios, no estuvo mal, pero de tan solo acordarme de Gabriel...él me hace sentir más de mil sensaciones en un beso, en un simple beso.
Cuando terminó todo, Milena se acercó a cada uno y le dio un abrazo y un chocolate.
Llegó mi turno y sentí que a mí me abrazó con más intensidad.
—Milena...tenemos que hablar —le susurré al oído.
—Espérame por el baño al costado del laboratorio —río sensualmente.
Fui rápido y esperé como diez minutos a Milena.
—Disculpa por la demora —me dijo.
—Ah...no hay problema —hice mi cabello hacia atrás —. ¿Fuiste tú?
—¿De qué hablas? —Milena pensó por un momento.
—La que me envió el arreglo con la caja llena de comida y un peluche.
—Yo no hice eso —Milena se sorprendió —, ¿quién fue? —dijo guiñándome un ojo —, solo déjame asegurarte que no fui yo ni ninguna de mis chicas, me lo habrían dicho.
Dejé a Milena sola y fui en busca de Celeste.
—Celeste —la agarré del brazo para que se diera cuenta de quién era —, ¿fuiste tú?
—No entiendo —dijo extrañada.
—Ah...olvídalo.
Pensé todo el último bloque y no había nadie en mi mente, se me ocurrían todas las chicas que pagaron por un beso mío, pero no era tan cercano a ellas como para decirles donde vivía.
Por fin era salida y era el primer año que no haría nada, ni con Celeste ni con nadie.
Caminé lentamente en la lluvia para parecer lamentable. Un auto negro de lunas polarizadas comenzó a tocarme la bocina y a seguirme lentamente, era molesto.
—¿Te llevo? —dijo el desconocido por la ventana.
—No me voy con extraños —respondí frío.
—Ahora soy un extraño, ¿no? "Cariño".
Volteé para insistirle al desconocido que no me siguiera y era él, Gabriel. Vestía una casaca de cuero negra y llevaba puesto unos lentes oscuros, su cabello estaba más desordenado que nunca.
Me quedé mirándolo.
—¿Qué esperas? ¡Súbete Sandy! —dijo haciendo referencia a Grease.
Me subí al auto de una manera torpe y me senté casi temblando porque hacía demasiado frío.
—¿De dónde conseguiste un auto? —pregunté abrazando mi mochila.
—Es el del padre Leoncio, me dio permiso de manejarlo por si quería salir —estaba mascando chicle —. Hoy en la mañana me enteré que todos se irían de retiro para evitar tentaciones, creo yo, y me dejaron solo con una simple nota diciendo que llegarían el diecisiete por la noche —me preguntaba por qué a él no lo llevaron —si te preguntas por qué yo no fui es muy simple, solo es para consagrados —lanzó esas sonrisas que tanto me gustan —, ¿te gustó el regalo? —cogió un chupete de su bolsillo y le quitó la envoltura con sus dientes.
—¿Fuiste tú? —abracé mucho más mi mochila.
—¿Quién más? —bajó un poco sus lentes oscuros dejando ver sus ojos, con el chupete en la boca.
—¿De dónde...? —me asusté un poco, era mucho para mí.
—¿De dónde lo saqué? —comenzó a reír y casi se traga el chupete —Perdón, pero te dije que si no entraba al seminario me quitarían mi herencia.
Tenía una herencia, una cuenta en el banco con millones, al menos yo suponía eso.
Gabriel conducía a quién sabe dónde y yo solo seguía asustado por el regalo, por la forma en la que me recogió y por su forma de vestir. Lo observé más a fondo, estaba con otro par de Vans que al parecer eran nuevas, un pantalón ajustado negro con hoyos, una camiseta negra y por supuesto la casaca de cuero negra, olía tan bien como siempre como aquella vez: rosas y madera.
—Estás todo mojado —seguía manejando, los ojos siempre en el camino —en el asiento de atrás hay ropa seca, póntela, hay varias opciones.
En el cambio de luz del semáforo a rojo me pasé atrás y me di cuenta de que había bolsas de ropa, toda era negra.
Me coloqué un pantalón ajustado, una camiseta ploma muy oscura y cogí una casaca similar a la de Gabriel solo que no me la puse.
—¿Por qué tienes tantas bolsas de ropa atrás? —aún seguía un poco de shock por todo lo que había pasado.
—Es tuya —me quedé en silencio, nos quedamos en silencio —. Mira Ariel no me mal entiendas, pero —mordió su labio inferior —necesitabas ropa nueva —mis ojos se pusieron como platos —no digo que vistas mal, pero con lo que te compré te verás como yo quiero —tragué saliva con sus palabras —la ropa es oscura para resaltar tu rostro, tus ojos azules, tu hermoso cabello rojo... ¿Te has fijado que siempre se ven mis ojos?, lo primero en lo que te fijas al verme son mis ojos —asentí—es porque toda mi ropa es negra, a pesar de que mi cabello sea oscuro eso me beneficia, se conquista en primer lugar con la mirada —se quitó los lentes y esperó a que lo viera directamente para volvérselos a poner —. ¿Y qué hiciste hoy? ¿Cómo te trató el catorce en todo el día que ya pasó? —preguntó dulcemente.
—Pues —me puse más nervioso.
—Cuéntame, yo confío en ti y tú confías en mí —soltó el timón rápidamente para tocar mi hombro.
—Tus fans me vendieron —me miró pero no pude ver su expresión por los lentes —hoy besé como a más de cinco chicas —respiré —me vendieron por cinco centavos —Gabriel comenzó a reír— pero...
—Pero —frunció el ceño —, ¿fueron besos "no reales"?
—Sí, pero —intenté disimular mi miedo —Celeste pagó más por mí y me dio un beso "real".
El semáforo cambio a rojo y Gabriel frenó bruscamente. Se hizo el cabello para atrás y agarró mi rostro con sus manos fuertes y habilidosas.
—Mira, qué suerte —sonrió maliciosamente —, este semáforo dura cien segundos —puso los lentes en su cabeza —a esa niñita le gustas, pero a mí me gustas más —me dio el beso más caliente que había tenido, lo disfruté cada segundo, nada como los besos de Gabriel, nada como sus labios, nadie como él.
Los cien segundos habían terminado más rápido de lo que esperábamos y los autos de atrás comenzaron a tocar sus bocinas, Gabriel y yo reímos porque el semáforo en verde solo duraba cuarenta segundos y habíamos dejado a todos atrás por no pasar rápido.
Gabriel se remangó la casaca y comenzó a acelerar más.
—¿A dónde vamos? —pregunté mirando por la ventana.
—Al otro lado de la ciudad —sus ojos brillaron.
Me quedé en silencio, solo tenía que esperar a ver qué tenía para mí.
—¿Ves el espacio verde romántico lleno de parejas felices y vendedores de flores que se encuentra justo ahí? —señaló a un parque lleno de parejas haciendo picnics, asentí —Bueno ahí no iremos, iremos al restaurante sofisticado que está al frente, las parejas me dan asco.
Entramos al estacionamiento subterráneo y nos quedamos estacionados un momento en la oscuridad.
Tomó mi mano muy fuerte y luego me abrió la puerta para que bajáramos y comiéramos algo.
Entramos al restaurante y nos dirigimos al segundo piso a disfrutar de la vista del atardecer y el parque.
En seguida un mozo vino a nuestra mesa.
—Gabriel, qué sorpresa, no te veo aquí desde...—dudó al verme y nos entregó dos cartas.
Gabriel me quitó mi carta antes de que pudiera abrirla.
—Hoy jugamos con mis reglas.
—Tus reglas son... ¿darme una sorpresa enorme, cambiar mi ropa y llevarme a un restaurante lujoso para que no pueda elegir lo que quiero comer? —dije entrando en pánico.
Asintió y acepté sus condiciones.
Gabriel llamó al mesero y le pidió una parrillada especial en punto medio con una botella de vino tinto semi dulce.
Gabriel sabía sobre vinos, sobre la buena comida y bebida.
—Nadie sabe que aún no eres mayor de edad, brindemos —alzó la copa.
—¿Por qué?
—Por nosotros, mi amor —él tomó un sorbo largo y sentí que ese pequeño sorbo que yo tomé me llegó hasta el cerebro —. ¿Mareado, cariño? Ahorita viene la carne, no te preocupes.
Comí como un rey, un rey cerdo.
La combinación de todas carnes era exquisita.
Al terminar la comida (y por supuesto el vino) fuimos a caminar por el parque y nos percatamos de que había un puente cerca.
—¿Quieres poner un "candado"? —tomó mi mano mientras caminábamos y se burló al preguntar eso, después de todo no era el único al que se le había subido el vino a la cabeza.
Asentí.
—Ariel no sabía que te gustaban las cursilerías —apretó más mi mano —pero está bien, si quieres un candado, pondremos un candado.
Seguimos caminando y nos percatamos de que en el puente habían personas que los vendían y que habían muchas parejas besándose y dándose cariño. A Gabriel le convenció un viejito agradable que vendía candados y que ponía los nombres en ellos.
—¿Qué quiere que ponga en el candado, joven? —pregunto amablemente el señor.
—¿Qué quieres poner, cariño? —me pregunto Gabriel abrazándome.
Me quedé en silencio.
—¿Son homosexuales? —preguntó el señor un poco sorprendido.
—Sí —afirmamos al mismo tiempo.
—Ah...perfecto, ¿qué escribo?
—Ariel y Gabriel —dijo Gabriel.
—No, mejor Gabriel y Ariel.
—¿Qué les parece... "Gariel"? —dijo el viejito esperanzado.
—Me gusta —Gabriel sonrió mirándome.
—Veo que son un poco sombríos, ¿les gustaría que fuese negro? —nos miró de pies a cabeza.
Esta vez no pude evitar reír y Gabriel me golpeó.
Buscamos un lugar donde no hubiese tantos candados y por fin lo sellamos por siempre.
En la primera cara decía:
"Gariel
(Gabriel & Ariel)"
Y en la segunda era el toque especial del viejito:
"Nuestro amor es tan complicado que solo nosotros podemos entenderlo"
Y ahí, en el puente, observando la vista panorámica de casi toda la ciudad, podía reconocer que el mejor beso que alguien me dio fue de él, Gabriel, mi Gabriel. Sabía que era amor porque sentía su sonrisa cada vez que me besaba, era tan mágico salir y no limpiar las condenadas escaleras de mármol, créanme que...daría lo que fuera para volver a ese momento, en el que por solo un beso nuestras almas se combinaban creando la mejor conexión de mi vida.
Esa armonía y paz, como era de esperarse, se arruinó por una chica con una cámara.
Gabriel estaba enojado, muy enojado. ¿Qué pasaría si alguien reconocía su rostro? ¿Qué escándalos habría?
—Disculpe, señorita —le habló Gabriel, sonriente, confiado —me gustaría pedirle, si no fuera molestia...eliminar esa foto.
—Oh, lo siento no creí que le molestara tanto —se disculpó la chica —. ¿Qué le parece si le paso la foto y luego la elimino...digo, es que salen muy bien y creo que se ven muy lindos.
Gabriel accedió debido a que la foto estaba muy buena y solo la tuvo él en su celular.
—Mira, tú —me mostró la imagen —salimos muy bien con el atardecer a nuestras espaldas, y tú resaltas más con ese cabello rojo y desordenado —me dio un beso en la frente y decidimos ir a imprimir la foto.
Me la regaló en un cuadro, nuestra primera foto juntos, la amaba, tan real, tan sencilla, tan nosotros.
Nadie reconocería a dos jóvenes que vienen desde el otro lado de la ciudad; para mí era un ambiente desconocido, para Gabriel...al parecer él ya tenía control de la situación. Caminamos una vez más por el parque solo que nos sentamos en el pasto, como todos y ese fue nuestro gran error. ¿A quién engañaba? Por más hermosa que fuera la naturaleza odiaba todos esos bichos que se encontraban ahí y es que Gabriel con mucha naturalidad los volvía a colocar en el pasto, como si fueran objetos sin vida.
—Si te molesta tanto la vida natural siéntate en mis piernas, así no tendrás contacto directo con todo eso que te da asco.
Sin pensarlo dos veces, me paré, sacudí todo el pasto y me senté en sus piernas. Y ahí estábamos, disfrutando la brisa del viento, sus piernas parecían dos almohadas. Al estar tan cerca de él podía darme cuenta de lo hermoso que era compartir mis tardes con alguien como Gabriel.
Si los globos que me regaló admitían que él me amaba, yo podía admitir que lo adoraba.
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