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Arrepentimientos- Confesiones

—Mi mamá me contó que transferiste el vehículo costoso a su nombre, ¿por qué?

Gabriel soltó una risa nerviosa y no se esforzó por responder mi pregunta.

—Dime —dije cortante.

—Pronto lo sabrás —sonrió muy enamorado.

—No estarás pensando en huir hacia el otro lado del universo y haberlo puesto a nombre de otra persona por no saber cómo llevarte el auto, ¿verdad? —mis ojos se cristalizaron, ¿por qué más haría eso?

—Por supuesto que no —rió —, no está en mis planes —alzó las cejas —, ¿qué puedo hacer para que me creas?

—¿Lo que sea? —eso me excitaba.

Asintió asustado.

—Cuéntame algo que no le has contado a nadie.

—Tú y tus "cuéntame cosas" —puso los ojos en blanco como casi siempre —, está bien pero no te lo puedo decir aquí —señaló al patio en donde estaba Camilo San Román.

Anunció que se iba, dejando el libro que estaba leyendo mientras yo terminaba de barrer el piso, como amaba que dejara todo por mí.

—¿Has notado que últimamente estoy leyendo mucho?

Asentí e intenté tomar su mano mientras caminábamos, negó con su cabeza y caminó con las manos detrás de su espalda como en posición de "descanso".

—Leyendo mejoraré mis capacidades de orador, ya te imaginarás qué tan bueno es eso para los religiosos...

—Quizá termines siendo alguien miserable en un colegio lleno de bastardos para hablarles sobre Dios —me burlé.

Gabriel negó y me abrazó por detrás como ahorcándome, posó sus labios en mi mejilla izquierda y caminó hasta estar junto a mí de nuevo.

—Muchas cosas pueden cambiar en menos de un segundo —sus ojos le brillaron —, ¿quieres que te cuente algo que jamás le he dicho a alguien?

Asentí emocionado.

Sin querer y sin darnos cuenta habíamos terminado en uno de los muchos parques que había cerca. Él se sentó en una banca de madera la cual estaba posicionada en el lugar perfecto para evitar el sol, e hizo una seña para que me sentara a su costado.

—Ave María purísima —reí porque estaba imitando el típico procedimiento de la absolución de pecados.

—Ay, Ariel... —cubrió su rostro para que no viera como deseaba reír —tal vez pienses que no he vivido lo suficiente pero mis experiencias universitarias fueron muy extrañas.

—Cuéntame.

—Pues... —miró al cielo —cuando estaba adelantando cursos en lo que correspondía al segundo año de mi carrera, me invitaron a una fiesta.

—Gabriel Mercer en una fiesta —aplaudí —sorprendente.

—Eso no es todo, idiota —me empujó —. Al principio no quería ir pero no sé qué me impulsó a hacerlo, pienso que fue el hecho de que le agradaba a todos y querían tenerme ahí necesariamente ya que algunos estaban solo de intercambio por esas épocas —estaba serio —me sentí muy vivo, sin embargo —mordió su labio inferior —, no recuerdo nada.

—No te creo.

—En serio —abrió completamente sus ojos —recuerdo hasta cierto punto, fue una noche muy loca, ya sabes...el sentido de la vida es la pasión.

—¿Cuál es el secreto?

—Lo tengo todo borroso, solo que sí recuerdo lo que paso al día siguiente —acarició su barbilla —, amanecimos todos en una suite presidencial del hotel más costoso de la ciudad —rió al recordarlo, con una expresión traviesa —lo más raro es que estábamos todos desnudos —cubrió sus ojos riendo —y todos teníamos un tatuaje en la cadera que decía "No regrets".

—Sigo sin creerte...

—Es tan real como mi amor por ti —se apoyó en mi hombro derecho —tuve tanto miedo que desperté y me fui al hospital a hacerme exámenes para ver si tenía SIDA.

Sonaba muy convincente.

—Mercer —negué con la cabeza —si tuvieras un tatuaje lo habría notado.

—Es pequeño, ¿quieres verlo?

—Estás loco.

—Igual te lo mostraré, porque me dijiste que te cuente algo que jamás le he dicho a alguien —desabrochó su cinturón.

—Demonios, Gabriel —me espanté —, no puedes hacer esto en lugares públicos.

—Claro —bajó un poco la parte izquierda de su pantalón —. ¿Lo ves?

Observé esa parte de su piel de reojo y a plena luz de la tarde se veían letras negras en mayúscula.

—¿Es marcador permanente?— no le creía.

—Es tinta inyectada en mi piel.

Traté de borrarlo pero vanos eran los intentos, realmente era un tatuaje permanente que tenía escrito solo una oración con menos de cinco palabras.

"No regrets."

—¿Y no recuerdas esa sensación horrible de irritación y malestar? —yo con mis preguntas inocentes.

—Es el frenesí de un adolescente —él con sus respuestas filosóficas —. Aunque sí, lo recuerdo muy bien, créeme que es asqueroso tener un parche en la cadera y no poder hacer nada con eso porque si no se te infecta o te pasa algo peor, corriendo el riesgo de que mis padres o las demás personas se enteraran de que alguien como yo tenía un tatuaje singular —suspiró —. Moraleja: no te hagas un tatuaje; o mejor aún...ten control de ti mismo en las fiestas locas de la universidad.

Reía, porque me causaba gracia o quizás porque no sabía cómo reaccionar al respecto.

¡Qué increíble eras Gabriel Mercer!, me impresionabas cada día, con cada experiencia, me conmovías con todo...

En los minutos que corrían sobre nuestra huida de Camilo San Román solo nos limitamos a mirarnos, porque así empiezan las cosas, porque así hablaban nuestros corazones, nuestros hipotálamos si hablábamos en un modo más realista.

No solo me asombraba todo lo que tenía que ver con la vida de Gabriel Mercer, me impactaba el como yo me había transformado en una persona que se sobresaltaba con todo, ya que...así te hace el amor, exalta a esa persona como si fuese lo mejor del mundo. La única diferencia era que había una gran posibilidad de que todos amemos a Mercer, todos reconocíamos tu grandeza...o es que yo estaba muy enamorado o es que el simple hecho de la existencia de Gabriel ya era aquella luz que incendiaba a la humanidad.

Gabriel levantó su mano derecha y observó la hora en el reloj que Luna le había regalado.

—No sabía que eras zurdo —yo era muy observador.

—En realidad no —sonrió arrogante —soy ambidiestro —mostró todos sus dientes en una gran sonrisa —es hora de irnos, San Román entrará en crisis si no me ve leyendo.

—¿Eso quiere decir que usas los dos hemisferios cerebrales? —pregunté persiguiéndolo —, ¿qué se siente?, debe ser una locura —corría para alcanzar sus pasos largos —, ¿puedes escribir con las dos manos a la vez?

Gabriel solo me ignoraba y seguía caminando.

—Solo una pregunta por cada cosa que te deba —por fin se detuvo —, ahora vamos, por favor.

—No hasta que respondas mis preguntas —lo tomé del brazo y lo detuve —, por favor.

—Sí, significa que uso los dos hemisferios, no siento nada raro por la costumbre, sí puedo escribir pero no estoy seguro si al mismo tiempo.

—Una última más —estaba ansioso —, ¿naciste así?

—No —ya se estaba molestando —lo eduqué —me jaló para que siguiera caminando —y si te preguntas qué significa eso o por qué lo hice...es porque nací zurdo pero mis padres decían que las cosas de zurdos eran...no lo sé —decía eso cuando comenzaba a balbucear —, solo dijeron que querían que sea diestro, por las mañanas en el colegio educaba mi mano derecha con dolor y por las tardes en mi casa hacía mis tareas con la mano izquierda hasta que llegó un punto en el que pintaba con las dos manos lo que me dejaban en el kínder para hacerlo más rápido. Mis padres notaron eso y dijeron "wow, nuestro niño es muy inteligente", y es que yo comprendía muchas cosas cuando tenía cinco años.

—Tienes una infancia extraña, a esa edad yo comía crayones y pintaba paredes —reí.

—A esa edad mis padres ya sabían que puesto ocuparía en la compañía familiar —se sentía el dolor en sus palabras —, sabes Ariel...pensándolo bien, no quiero volver, no aún.

Asentí, la idea me parecía muy buena, yo tampoco quería volver.

El único problema era encontrar un lugar adecuado, en el que nadie tenga que ocultar nada. Caminamos varias cuadras tomados de la mano a ver si hallábamos algo correcto y perfecto; no me interesaba tener toda la mano llena de sudor y que los fluidos de Mercer se mezclen con los míos, era a lo que le tomaba menor importancia en esos instantes.

—¿Qué tal si solo vamos a la casa del árbol de mi jardín y ya? —dije aburrido.

—¿O qué tal si solo nos escabullimos en esa casa en venta de la esquina y ya? —dijo señalando una propiedad linda y acogedora.

—¿Te das cuenta cómo es que cuando estamos juntos una cosa lleva a la otra?

—¿Te das cuenta de que contigo me gusta hacer cosas que con otros me espanta?

Amaba cuando hacía eso, cuando me decía cosas que sonrojarían a cualquiera, hasta a mí.

—Permítame el honor de llevarlo al paraíso por segunda vez en la vida —hice una reverencia como un noble a su rey.

Gabriel tomó mi mano con una gran interrogante en la mirada, si está era la segunda... ¿Cuál sería la primera? Oh, eso ustedes ya lo saben.

Corrimos como dos niños a los que llevas a un restaurante donde hay juegos, corrimos como dos almas libres, como dos enamorados sin control. Yo estaba completamente perdido en lo que muchos llaman amor, ¿Gabriel sentiría lo mismo? ¿O solo sería puro capricho para vivir ese frenesí de adolescente que tanto menciona con otros términos?

Irrumpimos en la propiedad como si no supiéramos los riesgos que conllevaba realizar tal acción.

—¿Ahora qué? —pregunté observando todo el lugar.

—Ahora yo te haré una pregunta —me condujo hacia otra habitación —prefieres... ¿vivir en una casa así de grande o viajar por el mundo?, tu decisión afecta más de lo que crees.

—Las dos cosas... —dudé —bueno, viajar por todo el mundo —levanté mis manos —pienso que un lugar así sería para tener una esposa re-buena, cuatro hijos, un perro, un gato y un pez.

—Sabias palabras, mi querido Morriell —me abrazó por detrás —. Tiempo atrás consideré en tener una esposa re-buena, cuatro hijos, un perro, un gato y un pez.

—¿Y qué pasó?

—Descubrí que las mujeres no me abastecen —cerró sus ojos.

Me apoyé contra la pared y poco a poco fui bajando hasta terminar sentado en el piso de madera nuevo, Gabriel hizo lo mismo solo para sentirme cerca una vez más.

—¿Puedo besarte? —pregunté tomando su muslo con las dos manos.

—No, Ariel, de verdad no tengo ganas de esas cosas —suspiró —me siento horrible.

—Ya comenzamos esto, ¿te estás echando para atrás? —bajé mi mirada, no quería destruirme frente a él.

—Ariel... —bajó su pantalón lo suficiente como para que lea de nuevo su tatuaje —Sin arrepentimientos, algo que no te dije es que desde ese día es mi ley de vida, no me arrepiento de nada...comienza a emplear esa frase en tu quehacer diario.

—Joder... —hice mi cabello para atrás —quiero un tatuaje así —reí.

—Ni lo pienses... —puso sus ojos en blanco.

Ya comenzaba a gustarme cada una de sus expresiones.

Ya lo amaba.

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