5
La consulta en el médico me había dejado exhausta. Me tomaron pruebas de sangre, radiografías, me hicieron correr en una cinta con solapas y cables pegados a mi pecho e incluso me pidieron pruebas de orina. No sabía qué tan necesario era eso para conseguir un documento de identidad nuevo.
—¿Por qué esa mala cara? —preguntó Pripyat—. Es que eres transparente.
—No me gustó tratar con doctores.
—¿Te trajo malos recuerdos? —se mofó—. ¿Te hubiese gustado matar a alguno?
Revoloteé los ojos y encorvé mi postura.
—Esto no es nada —soltó Pripyat cuando notó que estaba alicaída y regresábamos juntas a la residencia—. De seguro luego nos hacen ir a un ginecólogo.
Me gustaba caminar por los barrios residenciales de un pueblo campirano.
Las casas no estaban amontonadas en bloques, ni las calles estaban abarrotadas como solía ocurrir en las grandes urbanizaciones. No tenía recuerdos de estar en una gran ciudad, pero me hacía la idea. Esto era diferente. Patios y jardines amplios. Setos y arbustos limitando propiedades. Árboles que acaparan la mitad de la acera. Coches viejos aparcados junto al cordón. Y muchos niños patinando, saltando la cuerda o correteando entre las casas.
El aire olía a tarta de futas. Sudaba y escuchaba que alguien había puesto música en un televisor junto a la ventana. La voz de un italiano reverberaba en la calle y los muebles apelotonados. Sí, muebles.
Mucha gente, por no decir la mayoría, había puesto en venta bártulos viejos en la vereda o frente a su casa. Eran pertenencias que habían guardado porque le tenían aprecio o resultaban valiosas como vestidos de novia, armarios con pegatinas, manteles, motos anticuadas, artesanías o suvenires. Pero luego del Desvanecimiento no solo habían perdido valor, también causaban dolor.
Sentí pena por Noomie, la esposa de Darg, ella era como esos muebles viejos. Él ahora la evitaba porque no quería recordar todos los años que se había amargado fingiendo amarla de la manera correcta. Me pregunté más que nada si yo era el mueble viejo de alguien más.
Era verano y el sol siempre estaban presentes, en ese momento iluminó con sus destellos naranjas mi pavor por la siguiente consulta médica.
—Gi-gi-necó ¿Por qué? ¿Qué escuchaste? —tartamudeé.
—Para saber si te embarazaste o tienes alguna enfermedad sexual... en su defecto solo comprobarán que eres virgen y no tienes ningún hijo abandonado al que o recuerdes —dijo mirándome desde arriba hacia abajo—, aunque, no sé por qué se toman las molestias, es obvio que eres virgen.
—Lo dice la que usa el vestido de una abuela.
Pripyat apretó los puños, rumió molesta, suspiró y continuó caminando.
—Solo te aviso para que no te lleves el susto luego ¡De nada, idiota!
—No le temo a nada —solté sin siquiera pensarlo.
Tal vez era petulante de mi parte admitir mi propia valentía, pero algo me decía que no era de atemorizarme por muchas cosas. Solo por una y no sabía cuál era, sin embargo, sabía que estaba ahí, esperando a salir.
Esperando a asustarme.
Ella arqueó una ceja, se había quitado el pañuelo que le cubría la cabeza y lo enrollaba en sus nudillos como si me fuera a darme un puñetazo. No hubiera sido sorpresa. Pero estaba escondiendo el pulgar y si quería golpear a alguien podría quebrarse el dedo, debería posicionar el pulgar contra los nudillos del dedo índice y mayor.
De repente una imagen azotó mi mente con la velocidad de un látigo. Eran instrucciones para ganar en una pelea, por ejemplo, sabía que mis piernas podrían atacar mucho más rápido que las manos y me garantizarían un rango más amplio de movimiento al atacar. Me toqué el muslo como si alguien me lo hubiera insultado.
—¿Ah sí? ¿No le temes a nada, nada? —se interesó Pripyat.
Alcé los hombros como única respuesta y continúe caminando con las manos en los bolsillos.
Pensé en las mujeres que se olvidaron de sus hijos, pero sus cuerpos no. En parte tenían suerte de que en su cuerpo quedaran secuelas de un embarazo, un hombre jamás lo sabría.
Tragué saliva, horrorizada con la idea de olvidarse de alguien tan importante para ti. Por primera vez desde que había despertado me pregunté si tenía padres, familia, hermanas o hermanos... o hijos. Sobre todo, me pregunté por qué no había pensado antes en ellos... ¿Me extrañarían? ¿Sabían que existía? ¿Me amaban? Lo más importante era si yo los amaba... ¿O les tenía miedo?
¿O ellos a mí?
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