3-3
Desde que había despertado en la parte trasera de una camioneta había dormido junto a Darg, no debería haber mucha diferencia con Pripyat, me decía, pero una cosa era mi mente y otra muy diferente era el hormigueo que recorría mi piel. Tenía el vello corporal despuntando como el lomo de un erizo.
Ella se revolvió hasta encontrar una posición cómoda. Sentía su peso hundiendo el colchón. Suspiró y su aliento me cosquilleó en el cuello. Trataba de alejarme desesperadamente de su zona porque no quería que pensara que me sobrepasaría.
Pripyat tenía razón, era una jodida virgen, no podía alterarme tanto con una chica. Era solo una chica. Solo eso. Una chica.
—Bodie —me llamó.
—¿Mmmff? —fingí que ya estaba dormida para simular que su cercanía no me importaba.
—Lo siento, no quise despertarte. Vuelve a dormir —susurró.
—Dime ¡Estoy despierta! —imploré.
Me giré para verla a la cara y que nuestros rostros se cruzaran, como eran encontrados perpetuamente la superficie del océano con la inmensidad del cielo.
Podía ver su silueta contorneada por la luz de la luna, teníamos las ventanas abiertas y los ruidos del jardín delantero y de la plaza se filtraban con una ventisca fresca. Su voz acompañó el rechinar de los grillos y el rumor de una calle dormida.
—Anda, Pripyat —dije apoyando mi cabeza sobre los brazos entrelazados— ¿Después de decirnos bobadas todo el día vas a tener vergüenza de comentarme algo?
—Qué me responderías si te dijera que estoy muerta de miedo...
—¿Miedo? ¿De qué? —pregunté extrañada.
Para mí Pripyat era una de las chicas más valientes, imperturbables y superiores que conocía.
—¿Qué piensas del veintinueve de diciembre? —murmuró.
Pensé en eso por primera vez, la verdad era que no me provocaba ningún sentimiento, para empezar, no era un problema en el que cavilara o malgastara tiempo. Ni siquiera sabía si era un problema.
—No sé. Me da curiosidad —admití—. Saber qué ocurrirá, sé que pasará algo, como lo sabe todo el mundo, pero... nada más.
—Es obvio que volveremos a olvidarnos de todo.
—Es lo más probable —admití.
—Tal vez vea una maleta, la tuya, por ejemplo, piense que esta no es mi casa y me vaya.
Tragué saliva.
—Puede ser ¿Tienes miedo de irte?
—¿Tú no?
Obvio que sí, pero yo era una persona feliz, no tenía tiempo para amargarme por esas cosas. No debía. Esa era mi misión en el mundo: ser feliz y hacer feliz a los demás.
—Si quieres no perderte prometo hacer que no te escapes de aquí el veintinueve —propuse.
—¿Cómo? No recordarás tu promesa.
—Te amarraré a la cama de ser necesario.
Ella sonrió.
—¿Otro fetiche tuyo?
Solté una risilla.
—Solo necesito una cama con respaldos y no un burdo colchón.
—¿Solo eso necesitas? ¡Este lugar parece camión de mudanzas! Ni siquiera hay una cocina.
—Te las apañas bien sin una —dije.
—Púdrete, Bodie —respondió entre risillas.
—Tal vez eras chef... antes —sugerí.
—Hay tantos tal vez —lamentó—. Nunca los descubriremos.
Sí, nunca lo haremos.
—Juro, juro que trataré de que recuerdes quién eres. No te olvidarás de nada el veintinueve. Te quedarás aquí.
—No hagas promesas que no puedes cumplir.
Cuando el silencio se hizo más presente que nosotras hice la pregunta que había iniciado esa conversación.
—¿Qué sientes tú del veintinueve de diciembre, Pripyat?
Ella se volteó y no respondió. Pero la respuesta era clara: miedo. Estaba aterrada. Al cabo de un rato agregó:
—Bodie... ¿Sería raro si te pido que me abraces?
No sabía si me estaba preguntando que la abrazada en ese momento o el veintinueve de diciembre, para que en lugar de reaparecer en una habitación vacía con una maleta lo hiciera en los brazos de una persona.
—¿Cuándo?
—No quiero desaparecer. Me gusta existir. Adoro estas noches de verano en esta casa.
Su confesión me tomó por sorpresa porque ella parecía estar molesta la mayor parte del tiempo.
—No quiero que todo desaparezca para siempre otra vez, como si jamás hubiese sido vivido, ni siquiera por una persona como yo —su voz se quebró—. ¿Por qué tengo que vivir algo que perderé?
Me arrastré hasta su lado de la cama, las sábanas susurraron ante el rose de mi cuerpo. Recosté mi cabeza en su almohada y el cabello húmedo de Pripyat me besó la mejilla. Dubitativa rodeé su cuerpo con mis brazos. Era como lo había imaginado... de haberlo imaginado, cosa que por supuesto no hice.
Su piel era suave al extremo, incluso el algodón era áspero en comparación.
No supe dónde colocar mis manos. Entré en pánico. Quería cerrar el círculo y rodearla como un lazo, abrazarla, pero enfrente estaban sus senos, debajo su ombligo y más abajo... tal vez podía ser una cachonda sin remedio, una babosa o una degenerada, pero sin duda alguna, no era el tipo de gente que aprovecharía un momento como ese para colocar mis manos en un lugar al que no habían sido invitadas.
Busqué sus dedos y para mi alivio ella los enlazó y dejó nuestro engrudo de manos entre su cuello y quijada ¡Bien! Ella tenía las piernas flexionadas así que las mías se ubicaron en el hueco que formaban las suyas, mis rodillas contra la parte posterior de sus muslos.
Pripyat no era raquítica pero tampoco era flaca, me recordaba constantemente a las mujeres pálidas, finas, jóvenes y blandas de los dibujos barrocos, de las que su carne parecía masa de galletas sin hornear, aquellas que descansaban en seda o posaban en un cielo repleto de querubines con el pito más corto de la historia.
Ella sonrió, lo sentí por la forma en que aflojó sus músculos, fue como si escuchara lo absurdo de mis pensamientos y la distrajeran.
Aplasté mi nariz contra su cráneo, cerré los ojos y respiré, olía a lavanda.
Pensé en su pregunta, yo no tenía miedo de que diciembre acabara porque no vivía con la mente en el futuro. Al menos me esforzaba para que no. Planificar es tratar de evitar problemas, pensarlos y me daba la impresión de que todo mi pasado lo había dedicado a cavilar en conflictos.
Por una vez, quería vivir en el presente, sentirlo. Devorarlo. Quería empezar y terminar en ese abrazo o en esa noche, sin consecuencias o causas. Ser como el Big Bang que no termina nunca y del que no se sabe cuándo comenzó, que únicamente se expande en un perpetuo crecimiento.
Pero también quería tranquilizarla más.
Porque por más que yo estuviera en el presente ella se encontraba en otra línea temporal. Sufriendo un mañana que todavía no existía. Aunque disfrutaba vivir en el ahora, quería alcanzarla, porque me hacía más feliz estar con ella.
Por más que mi intensión fuera calmarla no iba a mentirle. No iba a decirle que estas tardes y ella no se diluirían como acuarelas. Porque todos nos terminaríamos de desvanecer cuando acabara el año. Así era la vida y se la vivía para...
—Escribiré sobre ti Pripyat. Sobre todo. Eso lo prometo. Usaré la libreta. Haré que días como estos sean eternos en páginas.
No es suficiente, pensó.
—Pondré a los gemelos, a la señora Bhangarh, Bassam, Varosha... a Ebro ¡A todos! Escribiré de ellos y nadie podrá borrarlos. Entonces si vuelve a ocurrir... cuando vuelva a ocurrir lo releerás y sabrás que alguien ayer, en el pasado, allá lejos, te quiso.
Ella tragó saliva.
—¿Alguien allá lejos me quiso?
—Sí.
—Lo sé. Sé que el Desvanecimiento que ocurrió es irremediable y el que ocurrirá es inevitable. Pero desde que tengo conciencia estoy tratando de luchar contra él. De encontrar una forma en la que alguien me recuerde.
—¿A dónde fuiste ese día, cuando te acompañé hasta la estación de tren?
—A hacer que alguien me reconozca y me quiera. Fui a que me recuerden para siempre.
No tenía mucho sentido, la estreché más contra mi pecho porque sentí que la perdía. En aquella charla estaba irreconocible... o era al revés y la estaba conociendo. Sonaba más confusa y melancólica de lo que recordaba.
Después de escucharla hablar dudé de que caer del puente haya sido un accidente como me había contado.
—Creí que habías ido a casa. Tu antigua casa.
—En parte fui. Siempre fue mi casa. Eso me dijeron.
—¿Quiénes?
—Ellas. Las mujeres de negro —respondió sucinta, me dio la impresión de que quería decir algo más, pero no lo dijo.
No me metía en asuntos que no me incumbía, pero cada cosa que le ocurría a ella sentía que me atormentaba a mí. Estábamos conectadas, me daba la impresión de yo era como una gota de lluvia que siempre regresaba a su océano.
Cuando quisiera confesarme ese día estaría lista para escucharlo. Esperaría su confesión, así como la costa espera las olas.
—¿Cuál fue la forma en que encontraste para hacer que te recuerden?
Pripyat demoró en responder, pero cuando lo hizo no usó palabras. Soltó mis manos, se giró para enfrentarme, se sentó sobre el colchón de forma que me superara en estatura, yo continuaba acostada. Estupefacta. Parpadeé, Pripyat tomó mi quijada marcada, se inclinó y me besó la mejilla con delicadeza y ternura. Provocaron un ruido casi sordo.
Sus labios estaban frescos y secos, como el hielo.
Estaba segura que mi piel ardería tanto como las arenas áridas de un desierto.
—Comienzan a gustarme nuestras charlas nocturnas —bromeé.
—Buenas noches, Bodie.
Había terminado la charla. Todo tiene un final, incluso los finales.
—Buenas noches, Pripyat.
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