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Sueños

(...) Mamá suele decir que las historias son solamente eso: cuentos, fantasías que jamás sucedieron y jamás sucederán. Yo no lo pienso así. En cada leyenda hay algo de verdad, algo que burló los límites del tiempo y que, en su naturaleza de increíble, fue necesario contar de generación en generación. ¿Por qué motivo los hombres contarían historias sin fantasía? Los sueños son un escape de la realidad, las historias son un reflejo de la necesidad humana de soñar.

Conté, en mi primer diario, la historia detrás de mi nombre. Me pregunté en ese entonces si yo sería la reina caída en desgracia y es ahora que conseguí mi respuesta (...)

(...) después de todo han pasado seis años desde que Morgan me abandonó, antes de saber que yo llevaba a su bebé en mi vientre.

No.

Maya no es su hija. Él no puede ser padre de una criatura a la que ni siquiera conoce. Yo soy su madre. Soy su padre, su familia. Y le daré todo lo que Morgan jamás le dará.

Ella es una buena niña, la luz en mi vida que llegó cuando más la necesitaba. Morgan no hizo más que elevarme bien alto, alzar mis ilusiones hasta las nubes para después dejarme caer cruelmente. Todos aquellos rumores, esas historias que giraban a su alrededor... No creí en ellas en su momento. Y me lamento de no haber sido más atenta, de no haber escuchado cuando tuve la oportunidad.

Pero no es momento de continuar pensando en ello, porque, a pesar de haber cometido tantos errores, no me arrepiento de ninguno de ellos. Mucho menos de Morgan. Y es que, después de todo, esos errores me dieron a mi niña, a mi alma. Nunca podré arrepentirme de algo (o alguien) que me dio tal regalo.

(...) no puedo culpar a Morgan, después de todo, yo también tengo mis demonios (...)

(...) Anoche, antes de apagar las luces e irme a dormir, Maya apareció a mi lado. Acababa de tener un mal sueño, me dijo, y algo en sus ojos me rompió. No me gusta ver a mi retoño triste, es como si mi mundo se derrumbara en mil pedazos y solo su sonrisa lograría volverlo a unir.

La llevé a la cama, le besé la frente y me acosté a su lado. Ella me pidió que le contara otra vez la historia de mi nombre, la de Nada y Kai'ckul. No me pude negar. Fue antes de que la reina comenzara a huir, justo cuando se encontró con su amor, que mi querubín finalmente cayó rendida.

Lo intenté, pero no pude dormir. Las memorias gritaban fuerte y las de Morgan, la verdad y su abandono montaban mil y una sinfonías en mi cabeza.

No me gustan las memorias en duelo con el silencio.

Las paredes se me hicieron pequeñas, como si me ahogaran y me asfixiaran, privándome de oxígeno. Cerré las puertas y ventanas, me aseguré de que Maya estuviese bien antes de salir. Necesitaba aire fresco, sentir la brisa de la playa y la arena bajo mis pies. No me alejé mucho de la casa, no me gusta dejar a la niña sola, no cuando Morgan aún está allí fuera.

Morgan...

Él es mi demonio. La peor y aún así la mejor decisión que he tomado en mi vida.

Mi mamá, al saber que estaba embarazada de ese monstruo, trató de convencerme para que abortara. Mi papá no hizo mucho por contradecirla. No los culpo, yo misma le huí a la idea de cargar con el bebé de ese bastardo. Pero no pude. Una vida es una vida. Y la que crecía dentro de mi era el mejor milagro de todos. De ese tipo de milagros que vienen envueltos en adversidades.

No puedo volver a pensar en ello, en las dudas que tuve durante el embarazo y en el miedo que me provoca pensar en Morgan y sus ojos sin vida.

Me senté a escribir con la idea de narrar lo que ocurrió, y eso es lo que haré.

Caminé por la arena, sintiendo el agua tibia y salada bañar mis pies. Me gusta esa sensación, cuando todo parece quedar en paz y los problemas y miedos caen en el olvido. No es la misma clase de paz a la que siento cuando escribo aquí. En mis diarios descargo mis sentimientos, mis miedos. Todo lo que no puedo decir y lo que me corrompe por dentro. La paz del mar es diferente, es pura, bañada de luz y agua con sal. Mi mamá dice que tengo un don para la escritura. Yo no lo creo así.

Caminé por un rato, como mencioné antes no me gusta alejarme de la casa y es así que llegué hasta unas grandes rocas bañadas por el mar, cercanas a un pequeño barranco no tan lejos de la costa.

Allí, sentado sobre una de esas rocas como si me esperara, se encontraba un extraño.

Su piel parecía azúcar blanca, espuma de mar. Sus desordenados y largos cabellos se perdían entre la noche. Alto era el hombre, vestido completamente en negro, con llamas bailando en las profundidades de sus ropas. Sus ojos eran estrellas en piscinas profundas de agua oscura.

Intimidante, pero de familiar presencia. Tan joven, y al mismo tiempo tan anciano.

Mis pies se movieron solos y antes de saber lo que hacía ya me encontraba sentada a su lado. Él me miró, sus ojos parecían luceros solitarios, perdidos en el cielo nocturno. Yo lo miré de vuelta.

Su mirada y la sonrisa que invadió su rostro me intrigaron, pues me parecían cálidas al mismo tiempo que lejanas. Él me miraba como quien mira a su amor, me sonreía como si después de buscarme por una eternidad, finalmente me hubiese encontrado. Y eso, por algún motivo, me gustó.

Cuando volvió a mirar al océano yo me centré en él, en su rostro largo y anguloso y en su semblante serio y melancólico.

"Está triste" - me dije a mí misma. "Triste e incompleto".

El silencio sirvió de balada, el tiempo se detuvo y olvidé mis demonios. Olvidé a Morgan.

Cuando el extraño habló, rompiendo con el silencio, sentí como si el sonido de las olas hubiese perdido su encanto. Su voz, profunda, aterciopelada e hipnótica, me trasladó a una tierra de sueños, de cuentos y fantasías.

"¿Conoces la historia de una reina y un sueño?" —Me preguntó, serio y apasible, como el mar.

Y yo, por algún motivo que aún desconozco, supe de qué estaba hablando.

De una reina caída en desgracia, de una mujer que sufrió por amar a quien no debía.

Asentí, y comencé a relatar la misma historia después de que él así lo pidiera.

Le conté de Nada, de su pueblo y del extraño que con una mirada se robó su corazón. Le conté de la búsqueda de la joven, de su desesperación al saber que amaba a quien no debía amar. Le conté de su huida, de su corazón cuando Kai'ckul la correspondió. Le conté de la culminación de su amor, de su desgracia, del Sol y del precipicio. Le conté del precio de aquel amor.

Y mientras le narraba la historia, algo en sus ojos me decía que él la sabía mejor que yo y mi madre, mejor que todos aquellos que alguna vez escucharon la historia y la contaron. Como si le estuviese relatando su propia vida. Sé que no tiene sentido, sé que estoy divagando mucho pero es que tengo miedo de olvidar todo esto.

Tengo miedo de olvidar lo que él me dijo después, de olvidar esas palabras que ahora, en este mismo instante, recuerdo tan claramente.

"Debía saber, por cuenta propia, si conocías esta historia. Y me alegro al reconocer que tienes la consciencia de dónde proviene tu nombre, de lo que ocurrió hace tanto tiempo, de quién eres. Pero cada historia se pierde con el tiempo, se ve contaminada pues al haber sido contada por tantas voces, estas olvidan y manipulan la verdad. Dices que la reina cayó al vacío, que el Sol destruyó su hogar y que no se supo nada más del amante. Pero, ¿y si te digo que eso no es todo? ¿Que, aún hoy en día, yo te puedo contar lo que ocurrió con Nada, luego de caer? "

Él me dijo, como si lo hubiese vivido, que Kai'ckul volvió a ver a Nada luego de su muerte. El rey de los sueños le hizo una propuesta a la mujer, una propuesta de convertirla en su esposa, en su reina, en un ser etéreo; o ser condenada al Infierno. Pero ella declinó. Su hogar había sido destruido, su pueblo cayó en el olvido y desapareció ¿qué podría reinar entonces? Ella era una humana, y su unión con un Eterno no podría traer más que problemas y desgracias.

La destrucción de su ciudad fue una prueba de ello.

"No me preguntes otra vez, amor mío, pues mi respuesta será siempre la misma, y si me niego una vez más, me condenarás a sufrimiento eterno." Pero el Señor de los sueños es orgulloso, y repitió la pregunta. La respuesta fue la misma.

Pasaron diez mil años antes de que Nada pudiese abandonar el infierno, y con ello, su sufrimiento.

—"Kai'ckul se presentó ante ella, ya libre de su tortura, y le pidió disculpas por lo que hizo. El Señor de los sueños se había dado cuenta de su error, de su inhumana crueldad al haberla condenado a diez mil años de dolor por haberlo rechazado. Fue infantil, fue demasiado orgulloso y se dio cuenta demasiado tarde. Ella, apegada al amor que aún compartían, lo perdonó."

»" Él volvió a hacerle la misma propuesta: convertirse en su reina y vivir en el Soñar por siempre, o renacer como un espíritu nuevo con un alma vieja. La respuesta de la mujer fue la misma, y se fue, no sin antes pedirle a su amor que la recordara. Ella caminó hacia la luz de la mano de un Eterno que fue, en ese momento y por vez única en su haber, un hombre que ama a una mujer. Nada renació bajo la promesa de jamás ser olvidada"

El hombre no dijo nada más, y fue allí que algo en mí supo por fin quién era. Algo en mí reconoció un alma vieja, un alma Eterna, un amante que vio a su amor caer por un precipicio, desaparecer entre una luz cegadora. Un rey sin reina.

Le pregunté al ser —pues no es ni será jamás un hombre— por su nombre, a pesar de ya saber la respuesta.

"Soy llamado por muchos nombres, pero tú ya sabes quién soy. ¿No es así, Nada?"

Miré a los ojos de Kai'ckul, y asentí.

"¿Qué ocurrió con Nada?" le pregunté al rey.

"Su alma encontró su camino hasta una bebé que acababa de abrir por vez primera los ojos. Una niña, criada por el azúcar y por la arena. Una joven que se enamoró de quien no la merecía, de quien aún la hace sufrir. Una mujer que cría a su hija en una casa de madera blanca junto al mar. Alguien que, junto con su alma y su ser, comparte también su nombre."

Cuando volví a abrir los ojos me encontraba en nuestra habitación, abrazando a Maya, la cual se había dormido hace un rato, escuchando la historia de una reina y un sueño. Ella se había dormido antes de que la reina comenzara a huir, justo cuando se encontró con su amor. Yo caí rendida un rato después, escuchando el sonido de las olas, soñando con un extraño de ropas negras y ojos de estrellas.

A pesar de haber sido el encuentro con Kai'ckul un sueño, no se siente como uno. No logro explicarme, porque la lógica me dice que no tiene sentido, al mismo tiempo que algo me grita todo lo contrario. Los sueños se olvidan rápidamente, desaparecen con el tiempo, ¿no?. Pero este, este no se siente como un sueño. Se siente real, como un recuerdo.

Anoche no pude volver a dormir, pero de algún modo sentí en mi corazón la certeza y escuché la promesa de que mi hija no volvería a tener pesadillas (...)

(...) mi mamá siempre me ha dicho que tengo un alma vieja. Hoy creo tener la certeza de que tiene razón (...)

- Extracto del Tercer Diario.

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Maya despertó, lentamente, temblando.

Ella no tenía pesadillas desde que era una niña, por algún motivo y en algún momento de su historia los malos sueños simplemente desaparecieron. Maya solía preguntarle a su mamá el motivo de aquello, pero la respuesta de la morena era siempre la misma: "Kai'ckul te aprecia". Ella no solía creer en historias, en fantasías, pero con todo lo que había vivido desde que conoció a Damian le era difícil no creer.

Se sentó lentamente en el borde de la cama, temblando y no precisamente por el frío. Sus manos inquietas, posadas sobre sus brazos, sus dedos apretando la piel morena, su mirada gacha y oscura, sus piernas presionadas una contra la otra.

No. Maya no tenía pesadillas. Tenía recuerdos.

Y los recuerdos son peores que cualquier pesadilla que pudiese imaginar.

Maldición...

Usualmente soñaba con una gran e interminable biblioteca, la cual guardaba cada libro jamás escrito, cada uno de los diarios de su mamá. Soñaba con el bibliotecario, un alto hombre de lentes, vestido siempre de traje y con un peinado raro. Soñaba con un extraño conserje con cabeza de calabaza, con un cuervo llamado Mathew con el cual conversaba mucho. Soñaba con Caín, soñaba con Abel.

¿Cuántas veces había deseado abandonar esa biblioteca?

¿Saber qué se ocultaba más allá de esos muros, cuál era el final de la Eterna librería?

¿Soñar con cualquier maldita cosa que no fuesen libros bañados en polvo y ojos de estrellas?

Quería salir de allí, explorar, soñar con cualquier cosa menos ese lugar.

Inclusive pesadillas.

Pero hoy, hoy lo único que quería era perderse en la misma biblioteca, con los mismos personajes y los mismos ojos.

¡Maldición!

Las paredes se le hicieron pequeñas, asfixiantes y amenazadoras, como si un millón de peligros se perdiesen entre las sombras, acechándola, cazándola.

Ella no era así, no le tenía miedo al monstruo debajo de la cama.

¿Qué era diferente hoy?

Después de todo aún faltaban meses para su cumpleaños...

El temblor de sus manos no aminoró, el dolor de su cabeza aumentó y la ansiedad hizo su esperada aparición.

Su claustrofobia se volvía intensa de vez en cuando, usualmente cuando recordaba aquellas veces en las que Morgan la encerraba en lo más profundo de su bote. A veces lo hacía por darle un castigo, o para no escuchar sus gritos y llantos. La encerraba bajo llave dentro del rincón más oscuro y estrecho que pudiese encontrar, como una forma de mostrarle cómo serían las cosas a partir de ese momento.

O lo hacía solo porque le apetecía, su fobia era otra forma de controlarla. Solía amenazarle con encerrarla sin luz, comida u oxígeno en una "habitación" no más grande que ella, y a veces lo hacía por "enseñarle" y "darle el sufrimiento que merece".

¿Qué clase de sufrimiento podría merecer una niña de once años?

Maya había aprendido a superar su claustrofobia. Pero en momentos como este, en los que recuerda y se siente otra vez como una niña desprovista de hogar y de luz, se pierde en la oscuridad y en la falta de aire que le causa sentirse entre cuatro paredes estrechas. Asfixiantes.

Morgan usaba su miedo como herramienta para controlarla, y es ahora que ella recuerda por qué odiaba tales sitios.

Oscuros, desprovistos de luz, de aire para respirar. Con espacio único para las memorias.

La falta de aire se hizo aún más intensa. Su pecho bajaba y subía con rapidez, sus pulmones se agachaban y estiraban los brazos, buscando el tan preciado oxígeno. Maya corrió. Corrió tan rápido como sus piernas se lo permiteron. Tropezando, buscando desesperadamente la salida de esa habitación, de esa casa. Afuera, quizás, se sentiría libre, podría respirar con normalidad.

Abrió la puerta como si su vida dependiese de ello.

Inhala.

Exhala.

Repite una y otra vez.

Después de un rato recuperó el compás de su respiración. Ya no estaba atrapada dentro de cuatro paredes. Ya no estaba desprovista de oxígeno. Ya no le rogaba a su padre para que la liberara. Ya no más.

Fue cuando vio la aclamada Señal atravesar los cielos con su luz y su símbolo tallado en negro, que recordó que también le tenía miedo a los murciélagos.

Se arrodilló, los codos sobre sus rodillas y su cabeza enterrada entre sus manos. Sus dedos buscaban arrancar su cabello, detener el sonido del silencio.

—Mierda...

Susurró para sí misma, tratando de inhalar tanto aire como le fuese posible. No quería volver a entrar allí. No quería volver a soñar con sus recuerdos. No quería saberse vacía por dentro.

Rió, y algo en sus ojos de axinita decía que la risa era una alternativa para no llorar.

—Soy una estúpida... Si Morgan me viese ahora...

No, no quería pensar en eso...

Pero no le hizo falta.

Un sonido a su lado la obligó a reaccionar. Eran pisadas, no tan lejanas a su posición. Fue allí que su cuerpo se comandó a sí mismo. Se levantó velozmente, dirigió la mirada expectante al sitio de donde provenía el sonido y adquirió una postura defensiva.

Existía la posibilidad de que no se tratara de nada más que su Paranoia, pero no estaba dispuesta a arriesgarse.

El callejón estaba vestido con sombras tan oscuras que parecían tragar cada cosa que allí se ocultase. El sonido de pasos se volvía cada vez más fuerte, resonando en el eco de las paredes rotas y un corazón agitado.

Sus latidos igualaban la intensidad de las pisadas.

Pisadas fuertes, masculinas y sonoras. Recarga más peso en la pierna derecha que en la izquierda.

La única iluminación era aquella proveniente del poste de luz, el cual hacía esquina con su refugio y el callejón. El ambiente era víctima de una bombilla que parpadeaba cada cuatro segundos exactos.

Uno, dos, tres, cuatro.

Uno, dos, tres, cuatro.

Uno, dos, tres...

—No te haré daño...

Dijo la sombra. Maya no relajó su postura.

La silueta estaba aún oculta entre las sombras del callejón, volviéndose una sola con la oscuridad. La voz, joven y dulce pero rasposa y profunda, se volvía presa de la dualidad y el eco. Maya no podría decir si esa voz pertenecía a un adulto que ha visto demasiado, o a un niño asustado porque lo sabe todo.

No quería distinguir.

Él, al ver que su desconfianza no disminuía de intensidad, dio unos pasos hacia la luz.

Poco a poco, paso a paso.

Uno, dos, tres, cuatro.

Ella lo vio.

Cabellos rojos cual atardecer.

Piel pecosa como la arena.

Ojos que poseían tanto la calma como el peligro del mar.

Mar violento. Mar sereno.

El chico, a pesar de no aparentar mayor edad que la suya o la de Damian, poseía una mirada triste, solemne y profunda. Oscura, como las profundidades.

Sus ropas, rotas, sucias y viejas, cubrían su delgada figura.

Los vendajes de sus manos y las curitas sobre su rostro se mostraban sucios, manchados.

Sangre cubría sus formas.

Ella no se movió, él dio los primeros pasos.

Uno, dos, tres, cuatro.

Maya se alejaba del muchacho poco a poco, al mismo tempo y compás en que él intentaba acercarse. No podía confiar tan fácilmente en un extraño.

No podía darse ese lujo.

—¿Es por la sangre?

Escuchó decir a la voz rasposa.

Rasposa, como las cuerdas de una guitarra.

Ella no dijo palabra alguna.

Él volvió a hablar, al mismo tiempo en que tomaba asiento sobre las escaleras de su refugio.

—No es mía, si es eso lo que te estás preguntando. O al menos no completamente. Unos matones golpeaban a unos cuantos niños de mi orfanato unas calles más abajo. Decidí meterme en la situación y, como es usual, sangrar más de la cuenta. Al final los abusadores se ganaron una paliza...

Ella aún no articulaba palabra

—Está bien, te comprendo. De estar en tu situación, yo tampoco confiaría en mí...

Maya negó con la cabeza, maldiciendo internamente a su paranoia. Suspiró y tomó asiento a un lado del desconocido, a una distancia prudente.

No dijeron nada por un tiempo.

—No te había visto por aquí antes.

Comenzó el de ojos mar.

—¿Conoces a todos en la ciudad?

—No a todos, por supuesto. Pero conozco mis alrededores. Sé quién golpea y quién recibe los golpes. Es mi trabajo.

—Tú golpeas, por lo que veo.

Una sonrisa se abrió paso a través del magullado rostro del chico. No llegó a sus ojos.

—A veces. Pero he recibido mis golpes también. No soy más que alguien que se decidió a dejar de ser una víctima.

" Alguien que se decidió a dejar de ser una víctima..."

Silencio.

» Él es más de lo que muestrase dijo a sí misma—, sabe lo que es sangrar, lo que es llorar... «

Al igual que yo.

Su voz de guitarra la envolvió una vez más.

—¿Y qué hay de ti? ¿Golpeas o eres golpeada?

Uno, dos, tres, cuatro.

Uno, dos, tres, cuatro.

Uno, dos, tres, cuatro...

Pensó en Nada.

—Yo lucho.

Fue su respuesta.

El pelirrojo sonrió.

—Supongo que todos lo hacemos...

Ella miró sus ojos, y sintió la brisa del mar y el olor a agua salada.

—Todos luchamos por salir adelante. ¿No? Algunos se rinden a mitad del camino, otros cuelgan las armas antes de comenzar. Y hay quien, después de sufrir guerras y torturas en su contra, decide dejar de ser una víctima y pelear por lo que es. O por lo que puede ser.

Maya se perdió en su discurso.

El tiempo pasó, no dijeron nada.

Ella aún sentía la brisa del mar.

Uno, dos, tres, cuatro.

—Es tarde. Debería volver...

Ella asintió con su cabeza, con la mirada fijada en el suelo y miles de pensamientos rondando por su cabeza.

El chico se levantó de su asiento, y comenzó a caminar hacia el mismo callejón por el que había aparecido.

Pisadas fuertes, masculinas y sonoras. Recarga más peso en la pierna derecha que en la izquierda.

Se detuvo en seco. Unos pasos antes de fundirse con la oscuridad.

Giró la mitad de su cuerpo hacia ella.

Y habló.

—Hey, está bien dudar de tu lucha. Al igual que está bien temerle a la oscuridad.

Dio media vuelta y se fue.

Maya continuó allí, sentada en el umbral de su puerta, abrazando sus rodillas y pensando en las palabras de alguien con cabello de atardecer, piel de arena y ojos de mar.

—Está bien... —Se dijo a sí misma—. Está bien...

Se levantó lentamente, y dirigió la mirada a ese punto del cielo en donde brillaba un halo de luz con el símbolo imponente de un murciélago en su centro.

Maya le sacó el dedo medio a la señal, abrió la puerta y entró en su refugio, dispuesta a dormir y soñar...

O recordar.

Uno, dos, tres, cuatro.

Uno, dos, tres, cuatro.

Uno, dos, tres, cuatro...

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