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Capítulo 8.

Capítulo 8. Roto.

(Omar)

Roto. Justo así me encontraba desde que ella y yo ya no éramos amigos, la veía por los pasillos tonteando con los chicos de nuestra clase, pero cuando me miraba y notaba mi mirada sobre ella, perdía la sonrisa. Debía dejar de mirarla, me reprendía a mí mismo, al verla en ese estado.

Pronto llegaron las vacaciones de navidad, y ella se marcharía a Málaga.

- Odio esta situación – se quejaba María – odio que estéis enfadados – proseguía, mientras miraba como nuestra amiga recogía sus libros y se marchaba a casa - ¿por qué no lo arregláis? – no dije nada, no podía, llegados a ese punto... ¿qué podía decir? – Bueno... cambiando de tema... ¿te irás a pasar las vacaciones a Ceuta? De todas formas... ¿qué hacéis los musulmanes en navidad? – me reí al escuchar aquello, ella volvía a atacar con sus bromas.

- Lo celebramos, pero de otra forma – contesté, sin dar muchos detalles – aunque no somos creyentes.

- Pao también va a casa en estas vacaciones – me dijo, perdí la sonrisa en ese justo instante – te lo digo justo para eso, para que te preocupes y hagas algo – no dije nada, y seguí caminando con ella hacia casa, no vivíamos lejos el uno del otro, aunque ella vivía un poco más lejos que yo, era el mismo camino para ambos, al menos hasta que yo me quedaba en mi casa, y ella seguía un poco más, hacia delante – sé que hay algo entre vosotros – añadió, no dije nada, no podía – no voy a juzgarte ni nada, sabes que soy la menos indicada para hacer eso – insistía, asentí, ella era una buena tía, por eso éramos amigos – pero si no haces algo la vas a perder, tonto.

- Soy gay – respondí, como si aquello puede explicarlo todo. Ella rompió a reír - así que...

- Eso es lo mismo que ella me ha dicho esta mañana – aseguró, deteniéndose en cuanto llegamos a la tienda de mi tío, hice el amago de entrar cuando la escuché – su ex le ha dicho de volver – volví a mirar hacia ella, molesto con aquella noticia – ve a por ella, Omar.

Pensé en lo que María me dijo durante todo el día. Pero no hice nada, a pesar de que sabía que ella se iría al día siguiente, no podía hacer nada para que se quedase a mi lado, no cuando yo no tenía nada que ofrecerle. Mi situación era complicada, yo era gay, y ella era una mujer. No podía estar con ella, no cuando había luchado tanto por defender mis gustos ante mi familia.

No pude dormir nada esa noche, ni la noche siguiente, no podía dejar de verla en mi mente besando a ese tío. Me estaba matando no poder estar con ella, no poder demostrarle lo importante que era en mi vida.

Esa noche quedé con Raúl, para despedirme, pues me iría a Ceuta al día siguiente, justo pensaba en tirármelo, para olvidarme de la pesadez que sentía en mi interior al pensar en ella, pero terminé emborrachándome como un cerdo, y contándole mis penas. Él no daba crédito, pero, aun así, no me juzgó, me escuchó, como un buen amigo.

- Eres un idiota – espetó, cuando le conté que no podía ofrecerle nada - ¿no te has parado a pensar en ello? – insistió, me reí, era un verdadero gilipolla cuando me lo proponía, de eso no había ninguna duda – quizás lo que debas hacer es dejar de aferrarte a esa idea preconcebida que tienes sobre ti mismo.

- ¿A qué te refieres?

- Cambia la idea que tienes de ti mismo, tío – me dijo – si no puedes estar con ella porque eres gay, deja de pensar que lo eres.

- Me gustan los tíos – insistí.

- No. Te solían gustar los tíos, pero ahora te gusta ella, y puesto que es una mujer, se podría decir que ya no eres gay – le escuché, porque a veces sentía como si fuese la puta voz de la conciencia - ¿qué coño te pasa? Te has pillado por ella, y ni siquiera te das cuenta, joder.

- ¿qué? – eso sí que no me lo esperaba.

- En vez de estar aquí compadeciéndote de ti mismo, tendrías que estar allí, yendo a buscarla, porque María tiene razón, si sigues así vas a perderla – espetaba, molesto, como si yo tuviese la culpa de algo. Yo era la única víctima en todo aquello, ¿no? – cambia tu mundo, si no lo haces, ella no podrá entrar en él y te arrepentirás toda la vida – asentí, en señal de que tenía razón, debía cambiar eso, debía dejar de pensar que era un gay, porque ya no era eso, quizás fuese bisexual, o quizás sólo me enamorase de las personas, y no de su sexo, quizás era eso que ella me dijo una vez - ¿qué haces aquí, todavía? Vete de una vez.

- ¿A dónde se supone que tengo que ir? – me quejé.

- A buscarla, a Málaga, ¿dónde más? – sonreí, agradecido, asintiendo, porque él tenía razón, era justo allí donde tenía que estar y lo sabía.


(Paola)

Todo había terminado entre nosotros, así que tenía que dejarle atrás, quizás debía aceptar la propuesta de Jairo sobre volver, aunque en aquel momento no tenía ganas de pensar en eso, no cuando mi padre nos dio la noticia a todos de que le habían encontrado una manchita en el páncreas, y que lo estaban investigando, que podía ser un cáncer. Realmente estaba aterrada de perder a mi padre.

- ¿Qué te ocurre enana? – preguntó mi hermana mayor, negué con la cabeza, en señal de que no era nada, agarrando mi té calentito y mirando por la terraza, observando el paseo. Era precioso, me encantaba estar en casa, me relajaba mucho, pasear por mi calle Larios, el paseo marítimo, el parque, la plaza de la merced, la playa, ... añoraba mis raíces, no imagináis cuánto.

- ¿Crees que papá estará bien, nana? – la llamé, ella asintió con calma, para luego besar mi frente, abrazándome, justo cómo solía hacer de pequeña.

- Saldrá de esta, papá es un luchador, como nosotras – aseguraba, lo acepté y me aferré a su abrazo - ¿estás segura de que sólo es eso? – asentí, y me separé de ella, agarrando el teléfono, que no dejaba de sonar, como un loco, miré hacia la pantalla, no era el pesado de Omar, que se había pasado todo el día llamándome, cosa que agradecí, por el número parecía ser un fijo de la ciudad.

- ¿Si? – descolgué, durante un rato no escuché nada, estuve tentada a colgar cuando lo escuché al otro lado.

- Paola – me llamó. Me quedé sin palabras en ese justo instante. Miré hacia la pantalla del teléfono, sin lugar a dudas era un prefijo de la ciudad.

- ¿Qué estás haciendo aquí? – pregunté, aterrada, escuchándole al otro lado.

- Quería verte – me dijo. El miedo se expandió por cada poro de mi cuerpo, mezclado con excitación, al pensar en volver a verle – hay algo de lo que tenemos que hablar.

- Ya no tengo nada que decirte – le dije.

- Yo aún hay algo que necesito decirte – aseguró, negué con la cabeza, cómo si pudiese verme – he venido para que lo hablemos, a Málaga, y no me iré hasta haberlo hecho.

- Estás loco – me quejé, cansada de aquella conversación de mierda – deberías estar en Ceuta.

- Me iré, pero primero tenemos que hablar, Pao. Mira, nos vemos en la plaza de la Merced en media hora, ¿estás muy lejos?

- Omar...

- Sólo hazme caso por una vez – pidió – no volveré a molestarte después de hoy, por favor.

- Vale – acepté, sin saber cómo zafarme de aquello – te irás después de que hablemos, y nunca volverás a molestarme – insistí – quedamos mejor en el teatro romano, ¿sabes dónde está?

- ¿Por la puerta de atrás del Pimpi?

- Sí – acepté - ¿cómo lo sabes?

- ¿Crees que nunca he venido a Málaga? – se quejó – Bueno, te dejo que se me acaban las monedas, nos vemos ahora.

Colgó el teléfono, y no pude evitar dibujar una tonta sonrisa en mi rostro.

¡Qué idiota!

Tenía que dejar de hacer eso.

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