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Capítulo 7.

Capítulo 7. Sin pensar.

(Paola)

Volví a la pista, saludando a Raúl, para luego poner la copa sobre su mano e irme a bailar con María. Él probó aquello, y puso una cara de asco al instante, haciéndome reír.

- ¿Tan asqueroso está? – preguntó su amigo a su lado, mientras él le pasaba la bebida, la probó y lo corroboró. Él estalló a carcajadas – tío, ni se te ocurra dejarla preparar otro combinado – bromeó – Ten cuidado.

Dejó la copa llena sobre el borde del escenario, caminando hacia mí, agarrándome de la mano, dándome la vuelta, tirando de ella, apartándome de nuestros amigos, deteniéndose en la cocina de la mansión, para luego lanzarse a mis labios, metiendo un poco de lengua.

- Omar – le llamé, entre besos, sintiendo su mano metiéndose por debajo de mi vestido, aferrándose a mi nalga izquierda, mientras con la derecha se aferraba a mi nuca, apretándome contra su boca

Me colgué de su cuello, dejándome llevar, mientras él bajaba esa mano y la colocaba en mi otra nalga, apretándome contra él. Gemí sobre su boca, volviéndolo loco. Él era incluso peor que yo, más loco, en aquel momento ...

- Quédate conmigo – pedí, aterrada de perderle en algún momento. Sonrió, soltándome, bajando sus manos, observándome, con cautela – Omar...

- Deberíamos detener esto – me dijo, sorprendiéndome, porque no me había esperado algo así, no de él – Raúl tiene razón, pero... - levantó mi barbilla, obligándome a volver a mirarlo – pero no quiero hacerlo. Aunque sea una locura no quiero pararlo – insistió - ¿y tú? – negué con la cabeza – entonces dejemos de hablar de este tema – volví a asentir, y entonces sentí sus besos en mi boca, de nuevo.

- ¿Omar? – preguntó la voz de una chica, desde la puerta de la cocina, haciendo que él se separase de mí y mirase hacia ella, altamente sorprendido de encontrarla allí - ¿qué- qué...? – la niña no sabía ni siquiera cómo preguntar aquello sin que sonase patético. No debía tener más de veintitrés años. ¿quién era aquello? - Eres Omar Mahal, ¿verdad? – Insistió.

- Fátima – la llamó él, sin tan siquiera contestar - ¿qué haces tú aquí? – preguntó, pero su pregunta obtuvo respuesta en cuanto otro chico llegó allí, y él miró hacia él, aún más sorprendido.

- Queríamos darte una sorpresa – aseguró - fuimos a buscarte a casa del tío, pero no estabas ahí...

- ¿y las clases? – preguntaba él, sin dar crédito aún - ¿papá no sabe nada? – insistió. Supe en ese justo instante quién era aquella niña.

- Sólo va a ser el lunes y el martes, no pasa nada – dijo ella, mientras su hermano negaba con la cabeza, molesto, y luego reparaba en el chico.

- Pensé que serías un poco más responsable que ella, Beni – se quejó, mientras ella tiraba de su mano, obligándole a que volviese a mirar hacia ella.

- ¿qué hacías? – insistió, intentando encontrarle un sentido a lo que había visto – papá lo va a flipar cuando le cuente que...

- Sólo era una apuesta – mintió, sin tan siquiera mirarme. Me sentía como una imbécil, las palabras de mi amiga vinieron a mi mente en ese momento. Tenía que cortar toda aquella mierda si no quería hacerme daño después – no es nada, sigo siendo tan gay como siempre – la muchacha miró hacia mí, pero él agarró su mano y tiró de ella hacia el exterior, hacia el jardín, donde tenía lugar la fiesta. Yo me quedé allí, como una idiota.

Aquello no era correcto, no se sentía como si lo fuese. Debía cortar aquella mierda antes de que se formase una enorme bola, imposible de deshacer.


(Omar)

Sabía que negarla de esa manera había estado mal por mi parte, pero no podía aceptarlo, no frente a mi hermana favorita, no cuando mis padres podrían malinterpretar la situación. Todo el mundo podría malinterpretarla si se enteraban de que me gustaba ella, yo mismo no podía entenderlo, así que... ¿cómo podría explicárselo a los demás?

La vi dirigirse a nuestra amiga, decirse algo al oído, y marcharse sin más, me despedí de mi hermana un momento y la seguí, deteniéndola en la calle.

- Paola, lo siento – me disculpé, la había cagado, así que lo mínimo que podía hacer era pedir disculpas.

- No pasa nada – me dijo, sonriéndome sin ganas, bajando la cabeza con rapidez, como si tuviese miedo de mantenerla la mirada sobre la mía – me voy primero, creo que me ha sentado mal el último trago – se quejó, pero no solté su mano, al contrario, la aferré más a mí. Ella se soltó, como pudo – deberías mudarte, tu tío ya volvió, ¿no?

- Pao, no me arrepiento de esto – le dije, porque sentía que necesitaba saberlo – no quiero detenerlo.

- Lo sé, pero tenemos que hacerlo – me miró entonces, negué con la cabeza, y ella sonrió, algo triste – no sé en qué coño estaba pensando cuando acepté que liarme con mi mejor amigo gay era una buena idea.

- Pao – la llamé, pero ella no quería escucharme, sabía que era difícil para ella.

- Dejémoslo aquí, por favor – asentí, porque no podía hacer nada más, observando como ella se daba la vuelta y se marchaba sin más.

La había perdido, como tanto temí durante todo ese tiempo. Al final había sido ella la que me había apartado, la que lo había terminado, al final el miedo que ella siempre tuvo porque lo hiciese yo... fue para nada.

Ella sabía lo complicado que era todo aquello para mí, por eso no se atrevía a exigirme nada. Yo no podía aferrarme a ella, no cuando llevaba toda mi vida luchando por defender mi homosexualidad frente a mi familia, no podía simplemente reconocer frente a todos los demás, que ni siquiera yo estaba seguro de ser gay al cien por cien, pues... ¿cómo podría serlo cuando sentía lo que sentía por una mujer?

- ¡Joder! – me quejé, en voz alta, volviendo a la fiesta, encontrándome con mi hermana, que se preocupó al ver mi cara larga.

- ¿Pasa algo? – quiso saber, negué con la cabeza, fingiendo que todo estaba bien, sonriéndole, aunque aquello no podía engañarla, ella me conocía bien.

Me estuvo poniendo al día de lo ocurrido en casa, de que papá apenas les dejaba salir ni hacer nada divertido desde que me marché. Le prometí que los visitaría en navidad, quedaba tan sólo un mes para eso, para que nos dieran las vacaciones.

Los días siguientes fueron raros, fui a recoger mis cosas a su casa y ni siquiera me habló demasiado, lo respeté, no quería forzar nada, no con ella, y volví a casa de mi tío, en clase, las cosas no mejoraron, ella estaba distante, ni siquiera me miraba, y cuando rozaba si quiera mi mano con la suya, se apartaba con rapidez, incómoda. Lo había estropeado del todo, me parecía imposible recuperarla, y lo peor no era eso, podría haber vivido sin sus besos y sus gemidos, quizás... pero sin su amistad, eso no podía soportarlo, su ignorancia a mi persona me estaba matando.

Aquellas semanas fueron un maldito infierno, ni siquiera salía a fiestas, sólo íbamos María y yo, pero no hablábamos mucho del tema, sabía que se sentía incómoda con lo que había sucedido entre Paola y yo.

Por esa razón, y por muchas otras me encontraba aquella noche de domingo allí, en la puerta de su casa. Necesitaba arreglarlo de alguna manera, estaba dispuesto a suplicar, dios sabe que lo haría, pero ni siquiera había puesto un pie en el primer escalón cuando la vi, a lo lejos, caminando hacia la playa.

La observé desde la lejanía, mientras la seguía, sabía que estaba frustrada, porque no dejaba de repetir a cada rato la misma palabra "¡joder!". Se sacudió el cabello, molesta, para luego darse la vuelta y percatarse de mi presencia.

Ella ni siquiera preguntó sobre lo que hacía allí, creo que lo supo en cuanto me vio. Acorté las distancias entre nosotros, mientras ella daba un par de pasos hacia atrás, estaba aterrada.

- Te echo de menos – le dije, lo suficientemente alto para que ella lo escuchase – a mi amiga, Paola – asintió, con lágrimas en los ojos, permitiéndome que me acercase, al menos no retrocedió cuando lo hice – lo siento – dijimos ambos a la vez. La observé, sin comprender por qué me pedía disculpas.

- Por no ser un tío – negué con la cabeza, tentado a decirle que no era ella el problema, pero me detuve al verla llorar frente a mí, derramando todas aquellas lágrimas – Omar, lo siento – mi corazón se encogió en cuanto la vi de aquella manera, volví a negar con la cabeza, acariciando su mejilla con el dorso de la mano, limpiando sus lágrimas de ese lado – perdóname por no poder darte lo que necesitas.

- Nada de esto es tu culpa – le aseguré, bajando mi mano, totalmente destrozado, al darme cuenta de que no podía hacer nada para retenerla a mi lado, porque toda aquella mierda la estaba destruyendo, yo lo estaba haciendo, de alguna manera – no volveré a insistir con esta mierda – añadí, ella asintió, sonriéndome, tenuemente, para luego acercar sus labios a los míos, acariciándolos, dejándome altamente en shock. Apenas los rozó y se separó – podríamos volver a ser sólo amigos, si quieres...

- No puedo – se quejó, derramando un par de lágrimas más, rompiéndome el alma, porque yo era un maldito gilipollas por estar haciéndole daño a una de mis personas importantes en la vida. Acarició mi nariz con la suya, incapaz de separarse aún de mí – perdóname por esto – pidió, para luego lanzarse sobre mis labios, besándome con desesperación, mientras se aferraba a mi nuca, y yo la agarraba del pelo, con fuerza, aferrándome a ese beso como jamás me aferré a algo jamás – Te necesito – gimió, entre besos. Me aferré a su trasero con mi mano libre, y la apreté contra mí, haciendo que perdiese el equilibrio, cosa que aproveché para apoyarla sobre la arena, ella no me detuvo, quería aquello tanto como yo. Sus gemidos desesperados se escuchaban al igual que los míos, mientras me quitaba los pantalones con desesperación, y yo ladeaba sus bragas, propinándole la primera embestida, haciéndola estremecer.

Me apretó la cabeza con su frente, sin dejar de hacer aquello, nos miramos, durante todo el proceso, aterrados de que terminase, disfrutando del momento, como siempre, pero sin querer perder detalles del otro, queríamos recordar cada momento en nuestra mente. Ambos sabíamos que aquella sería la última vez en la que estaríamos de esa manera.

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