
Capítulo 6.
Capítulo 6. No te debí besar.
(Omar)
Si alguna vez me hubiesen dicho que follar con una mujer sería tan tremendamente placentero, es obvio que lo habría intentado alguna vez. Aunque tenía la sensación que no tenía nada que ver con eso, no era porque fuese una mujer, era por ella. Estaba seguro que, si me acostaba con otra mujer, no sería ni la mitad de lo que era con ella.
Así que... cómo os podéis imaginar, no dejamos de hacer otra cosa en todo el día. Me encantaba estar con ella, era incansable, ambos lo éramos. Y me encendía con tan sólo una mirada.
Cuando desperté, la abrazaba por detrás. Ella se despertó de sopetón, mirando hacia el móvil, preocupada, pegando un salto de la cama, en ese justo instante.
- Llegamos tarde – me dijo. Y era cierto.
Las clases fueron bien, como siempre, la vuelta a la universidad, el volver a ver a nuestra amiga. Todo era como antes, no... era incluso mejor que antes, sabía cómo tenerme bien loco por ella, lanzando la mirada exacta en el momento correcto.
- ¿qué tal fue el puente? – preguntó hacia nuestra amiga, la otra se encogió de hombros, tomándose el zumo - ¡no me lo creo! ¿te tiraste a tu ex? – sonreí, mientras María se quejaba.
- Tía, eres medio bruja, ¿cómo puedes saberlo, en qué me lo notas? Joder – estallé a carcajadas. Era cierto, ella era justo así, podía leer tu mente, aunque sólo entre nosotros – sí, me la tiré. ¿y por aquí que tal? ¿alguna novedad? – ella negó con la cabeza, sin contestar nada.
- Estuvimos en una fiesta – comenzó entonces – me follé a un tío – aseguró, sin soltar muchos detalles – y luego me bañé en la playa – se encogió de hombros hacia su amiga, y yo me di cuenta de que no estaba hablando de mí.
Las clases fueron un muermo después de ese momento, yo no podía dejar de mirarla, así que cuando llegaron las dos y salimos... no podía estar más feliz. Nos despedimos de María, que aún no sabía nada sobre que nosotros vivíamos juntos. Quizás debía volver a casa de mi tío, eso sería lo correcto, pero por qué no quería hacerlo.
- ¿nos vamos? – preguntó, dando un par de pasos, sin quitar su mirada de mí, la seguí hasta la parada del autobús, en silencio. Ni siquiera dije nada cuando nos montamos en él, ella aprovechó para responder a algunos mensajes, y yo... ¡joder! ¿por qué no podía dejar de mirarla? - ¿por qué tan callado? – quiso saber, cuando nos bajamos del bus, y caminamos a su casa.
La empujé contra la pared, cerca del estanco, haciendo que me mirase sin comprender, pero tan pronto como vio mi mirada sobre sus labios, lo comprendió. La besé, incapaz de esperar más, mientras ella, levantaba los brazos, entrelazándolos a mi cuello, dejándose llevar por aquello.
- ¿Ni siquiera puedes esperar a que lleguemos a casa? – quiso saber, apoyando su pulgar en mi labio inferior, tirando de este hacia abajo, mirando hacia ese punto – Omar... - suspiró, para luego apoyar su mano en mi pecho y echarme hacia atrás. La miré, sin comprender – esto es una locura. Intento no pensar, pero ... - su voz se quebró, ella no era así, lo estaba estropeando de alguna manera, lo sabía. La seguí hasta casa, subimos a la tercera planta, dejó las llaves sobre el frigorífico, para luego dejar la mochila sobre el escritorio y volver a mirar hacia mí - ¿qué va a pasar cuándo te aclares?
La besé, aterrado de perderla en algún momento, pues sabía que, si en algún momento ella dejaba de lucirme atractiva, eso sería el final, a pesar de que no quería perderla como amiga. Quizás nunca debí besarla, nunca debí dejar que esto se convirtiese en lo que era en aquel momento.
Subió mi camiseta, me terminé de quitar esta yo solo, mientras ella me observaba deseosa de hacer aquello conmigo. Le quité la camiseta, observando su sujetador, acercando mi boca a la suya, volviendo a besarla, esa vez con desesperación.
La cogí en brazos, tirándola sobre la cama, apoyándome sobre ella, escuchándola gemir cada vez que besaba su piel, metiéndome en sus pechos.
Le quité el botón del pantalón, mientras daba leves mordiscos por si piel, bajando más y más, hasta bajar los pantalones, mordisqueando sus labios, aún por encima de sus labios, escuchando sus quejidos constantes.
- Por ahora soy tuyo – le dije, bajándole las bragas, acariciando su sexo con la punta de mi nariz, mientras ella se apoyaba sobre los codos y me observaba allí, haciéndole aquello – y tú eres mía – concluí, para luego lamerlo, haciendo que se encogiese, echando la cabeza hacia atrás.
- Omar – me llamaba, entre gemidos. Su voz sexy, que me volvía loco, me ponía como una moto. Agarré sus manos con las mías y las apreté, para luego apoyarme sobre ella, volviendo a besarla, cada vez más desesperado, soltando sus manos para luego desabrocharme los pantalones, bajándolos con rapidez, dándole duro, volviendo a apretar sus manos, aprisionándola. Entrelazó sus piernas a mi espalda, apretándome contra sí, haciéndolo incluso más placentero – joder, así, sí, sí – gemía, mientras yo mordía su cuello, concentrándome en aquello, dándole cada vez más y más fuerte, llegando hasta lo más hondo, escuchándola una y otra vez. Estaba a punto, pero la esperaba, sabía que en cuanto lo hiciese me dejaría ir, no se hizo esperar. La besé.
Se enervó sentándose frente a mí, en la cama, con los pies entrelazados a la cintura del otro, sin dejar de mirarnos, con una sonrisa en el rostro. Acaricié su rostro, mientras ella cerraba los ojos y se dejaba llevar. Besé su frente, su nariz, sus ojos, su mejilla, su boca. Ella acarició mis labios, volviendo a besarlos, quedándose después allí, con su frente apoyada a la mía.
- Me gusta esto – admitió, asentí.
- A mí también – aseguré, calmándola. Apoyó su mano en mi pecho y fue subiéndolo, acariciándome, hasta llegar a mi nuca, para luego atraerme a su boca, volviendo a besarme apasionadamente, encendiéndome poco a poco, quería volver a hacerlo.
Su cuerpo se movió de forma correcta, introduciéndola de nuevo dentro de ella, mientras ambos gemíamos, nos retorcíamos de placer, y nos aferrábamos al otro.
(Paola)
Teníamos que dejar de hacer aquello, a pesar de que ambos éramos como una droga para el otro. Ambos sabíamos que al final yo sufriría con todo aquello, porque lo que teníamos podría crecer, y luego el golpe sería mayor, más que nada porque aquello no podía durar, sólo era una nueva experiencia para él, pero para mí... ¿qué era aquello para mí?
Él era gay, había una razón por la que lo era, le gustaban los hombres y lo que ellos podían darle, yo nunca sería suficiente del todo. Quizás de momento estaba bien, pero sabía también, que en algún momento echaría de menos lo que un hombre podía darle, frente a lo que le daba una mujer, yo.
Pero decidí no pensar en ello durante aquellos días, tan sólo me dejé llevar y disfruté del momento, porque me encantaba, nuestra conexión, nuestra complicidad dentro y fuera de la cama, era terriblemente bestial.
El resto de la semana fue una puta locura, las miradas cómplices en la universidad, seguido por nuestros momentos íntimos en mi casa. Podría haberme acostumbrado a aquello, lo prometo, pero tenía tanto miedo, a pesar de que no quería pensar en ello.
El sábado fuimos a aquella fiesta que celebraba un colega suyo, María venía con nosotros, lo que quería decir que sólo podíamos ser amigos, aunque podíamos jugar, justo como hacíamos siempre. Pensé que las cosas podían ser justo como hasta ese momento, ese quizás fue mi error.
Su amigo Raúl nos saludó, mientras le guiñaba un ojo, y él sonreía, lanzándole un beso. Me bebí cuatro combinados y me fui a bailar con María a la pista, terminé rodeada de cuatro tíos en un momento, era normal, me encantaba perrear cuando me ponían reguetón, siempre me volvía loca con ciertas canciones.
María comenzó a rapear y yo tiré de su mano, para bailar pegadas, sin dejar de reír, mientras ambas mirábamos hacia la barra donde Raúl y él miraban hacia nosotras.
Él nos trajo un par de copas, y se acercó, bailándome, mientras espantaba a un par, me bebí la copa de una vez, él siguió mis pasos, para luego apoyar estas en el borde de la tarima, agarrándome de la cintura, animándose a bailar conmigo aquel reguetón lento.
- ¿Esto siempre es así? – preguntó Raúl, divertido, mirando hacia nosotros, mientras María rompía a carcajadas.
- Son novios platónicos – bromeó ella, haciéndome reír
- Me encanta esta canción – admití, justo cuando empezaba mi canción favorita, mientras él, me sonreía. Le abracé, dejándome llevar por el ritmo de la canción, apoyando mis labios en su cuello, justo como solía hacer, mientras el apretaba los labios, para que no se le toase que se moría por hacer mucho más conmigo.
- Sin lugar a dudas, pareciese que se están calentando el uno al otro – insistió Raúl, mirándonos. Apoyé la frente sobre la suya, y acaricié sus mejillas, mordiéndome el labio, mientras él se quedaba mirando hacia ese puto punto. Pero me separé antes de que hubiese pasado nada, porque empezó una bachata, y María me separó de él, tirando de mí para bailar aquello que le había enseñado hacía poco. Me reí, divertida, cuando hizo un paso de forma exagerada. Él sólo nos miraba – tío, ¿qué coño te traes con ella? ¿te aclaraste?
- No – le escuché, justo detrás – estoy aún más confuso – se quejaba, sin quitarme los ojos de encima, al darse cuenta de que un par de babosos se nos acercaban a bailar – espera un momento – pidió a su amigo, para luego tirar de mi mano, y me robó de nuestra amiga, me reí ante aquello, escuchándole al oído – te necesito – me dijo, respirando con dificultad – tus besos, los necesito – pidió.
- Estás borracho – me quejé, dándome la vuelta, dispuesta a volver a bailar con mi amiga, pero sentí su mano aferrarse a la mía y miré hacia ese punto, volteándome despacio – estamos en una fiesta, junto a nuestros amigos, Omar – insistí, para que entendiese mi punto de vista, pero ni siquiera me dejó hablar, apretó su cintura a la mía, y acarició su nariz con la mía, entre abriendo su boca, echando su aliento sobre la mía – Omar – pedí, pero él había dejado la razón fuera de eso, lo supe en cuanto soltó mi mano, se aferró a mi cintura y me dio un inocente pico.
- ¿Eso también es normal? – decía Raúl detrás de nosotros, mientras él y María nos observaban, sorprendidos.
- Eso es nuevo – aseguró ella.
- Omar – le llamé, de nuevo, sintiendo sus labios sobre los míos, de nuevo, un nuevo beso, pero esta vez los abrió, encajándolos entre los míos, mi labio inferior entre los suyos y su inferior entre los míos. ¡Joder! Uno tras otro, entrelazándose de distintas formas, pero besos suaves, sin intención de meter lengua aún. Justo iba a morder mi labio superior cuando me eché hacia atrás, apoyando mi pulgar sobre su labio, observándole.
- ¿Qué es lo que hay entre ellos, exactamente? – quiso saber, Raúl, mientras María se encogía.
- No tengo ni idea.
- Omar – le llamé, apoyando mis manos, ambas en su rostro, intentando que me prestase atención – por favor.
- Lo siento – se disculpó, para luego besar mi frente, quedándose ahí por un momento, molesto con la situación. Me separé un poco de él, y me marché a por una copa, mientras él negaba con la cabeza, y se pasaba las manos por la cara.
- ¿A eso te referías cuando dijiste la otra vez que estabas confundido con ella? – quiso saber su amigo, mientras María se marchaba detrás de mí, en busca de explicaciones - ¡Joder tío! Que es una tía, a ti no te gustan las tías, ¿recuerdas?
- No – aseguró – no me gustan las mujeres, pero ella sí – le dijo, haciendo que este le mirase confuso – ni siquiera yo lo entiendo, pero es así.
- ¿Ahora eres bisexual o qué? – se enfadó el otro – Tío, no puedes cambiar de acera, así como así.
- Ya te he dicho que no es eso – me siguió con la mirada. Estaba en la barra, hablando con María.
- Tía, ¿qué coño ha sido eso? – se quejó ella, sin dar crédito aún, mientras yo mezclaba varios licores en la coctelera - ¿no crees que vuestros juegos ya están llegando demasiado lejos?
- Sólo es un juego – mentí, moviendo mi mano con ritmo, sin darle demasiada importancia, ella no se quedó satisfecha con eso, parecía conocerme bien.
- Tía, es gay – insistió, mientras yo echaba aquel mejunje raro en un vaso – deja este juego antes de que te pilles por él – me reí en su cara – él te gusta – me dijo, negué con la cabeza, y ella me agarró del brazo, atrayéndome hacia ella – llevas toda la semana mirándole de cierta forma sospechosa, no estoy ciega, Pao.
- No me gusta – insistí, aunque no había quién se lo creyese. Di un sorbo a la copa, y tal como lo metí en la boca lo escupí. ¡Por Dios! ¡Estaba asqueroso!
- Ten cuidado, Pao – me advirtió.
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