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Capítulo 3.

Capítulo 3. La zorra y el capullo.

(Paola)

Fuimos al bar de un colega suyo la noche siguiente, él insistía en que iba a gustarme, y tenía razón, el lugar era junto a la playa, un espectáculo de fuego, y estaba genial, no os penséis que no. Pero cuando miré hacia él, para comentar el último número me di cuenta de que estaba lanzándole una mirada ligona al chico que había junto a nosotros, y este hacía justo lo mismo.

No podía creérmelo.

¿Había ido hasta allí solo para estar de "sujeta velas"?

Eso era lo que me molestaba ¿vale?

No tenía nada que ver con celos.

Yo no podía estar celosa por mi amigo gay.

Fingí que no me di cuenta, que no ocurría nada, y dejé que aquellos dos se acercaran, ligaran un poco, y hasta bailasen juntos. Yo tan sólo me emborraché en la barra, espantando a todo el que se me acercase con mi mal humor.

¿Qué me ocurría? ¿no debería de estar pensando en tirarme a alguno en vez de estar allí, preocupada por mi amigo?

Cuando volví a mirar hacia la pista se estaba dando el lote con el moreno.

Tenía que dejar de mentirme a mí misma.

Me molestaba que me hubiese dejado tirada para irse con un tío. Esa era la única razón, os lo aseguro.

En algún momento de la noche perdí la cabeza, y terminé en la pista, liándome con dos tíos, a la vez, mientras me magreaban. Ellos querían mucho más, pero yo no, así que acabé apartándolos y corrí hacia los baños, pero había una larga cola en el de tías, así que terminé en el de los chicos.

Vomité, eché hasta la primera papilla, y luego me acerqué al espejo, mirándome en él. Tenía un aspecto horrible. Justo iba a marcharme cuando lo escuché, era la voz de Omar, como jamás pensé escucharla, gimiendo.

Me quedé muy quieta, sin atreverme a moverme, incluso me costaba respirar.

¡Oh Por Dios! Me encantaba el sonido que hacían sus cuerdas vocales al gemir, era como melódico, como quién escucha su canción favorita y tiene un orgasmo.

Estaba borracha, sola y caliente. No hay peor combinación en este momento para perder la cabeza y hacer locuras.

Cerré los ojos, y le vi, en mi mente, estaba allí, de espaldas, justo como pensaba que sería esta, follándose a un tipo, pero a medida que me acercaba, podía darme cuenta de que no era un hombre, al acercarme del todo me vi a mi misma, siendo domada por él.

Salí del baño en cuanto me di cuenta de eso, horrorizada, cabreada conmigo misma. Me detuve en la barra y me pedí dos chupitos de vodka que bebí de un trago. Necesitaba follarme a un tío, me daba igual quién fuese, pero necesitaba deshacerme de aquella sensación.

No fue difícil, estaba buena, así que no era complicado encontrar a uno que quisiese follarme, y lo hizo, detrás del escenario, tirándome del pelo, apoyándome sobre los sillones, mirando al mar, sin que pudiese mirar hacia la cara de aquel capullo, pero me daba igual, no lo necesitaba, en aquel momento sólo podía verle a él, como si estuviese allí, y sus gemidos, eran lo único que podía escuchar. Mi mente divagó durante un rato, hasta que el tipo sacó el condón y comenzó a darme cada vez más fuerte, era obvio que iba a irse pronto.

Ese tipo fue un verdadero fiasco, ni siquiera me dejó llevar al clímax, se subió los pantalones y desapareció, sin más.

Me subí las bragas, acomodé mi falda, agarré la cerveza que el tipo había olvidado, y me marché haciendo eses a la playa. Bebí un par de tragos, para luego esparcir el contenido en la orilla, percatándome de que mis zapatos se mojaban con las olas.

Sonreí. Acababa de tener una de esas ideas locas de las que me arrepentiría al día siguiente. Desde que Jairo me había dejado las tenía con mucha frecuencia.

Mi teléfono comenzó a sonar, pero lo ignoré, me quité las botas y el bolso, tirándolos a la arena, para luego caminar hacia el mar, más y más, hasta que me llegó por la cintura. Me sumergí entonces. Estaba tan fría que cortó mi respiración y me hizo olvidarme de golpe de las ganas que tenía por follarme a mi mejor amigo gay.

Lo necesitaba, era necesario olvidar que era una zorra mala cuando bebía. Incluso quería borrar de mi mente lo que escuché en ese baño. Tan sólo quería volver a ser yo misma, la amiga inocente de Omar Mahal.

Cuando volví a la fiesta estaba mojada, chorreando, incluso se me notaban los pliegues del sujetador, justo debajo. Y le vi entonces, junto a la barra, hablando con su amigo, pareció decirle que estaba allí, pues se giró y me observó, molesto.

- ¿Dónde coño estabas? – se quejó, en cuanto hube llegado a él, fingiendo que todo estaba bien. Por favor, todo tenía que estar bien – Te he estado buscando.

- Me estaba bañando en el mar, no te oí – respondí, intentando parecer calmada. Su amigo sonrió, divertido – tenía calor – me encogí de hombros, sin darle demasiada importancia al asunto.

- Está loca, me gusta – admitió el tipo, para luego mirar hacia él – quizás es lo que te haga falta, piénsalo.

- Deberíamos irnos ya, vas a coger una pulmonía – se quejó él, mirando hacia su amigo con cara de malas pulgas, para luego reparar en mí – gracias por el favor, Raul – agradeció, agarrando mi mano, tirando de mí hacia el exterior - ¿tú lo ves normal? ¿Bañarte en la playa con este tiempo? ¿En serio, Pao?

- ¿Y tú? ¿ves normal traerme a una fiesta y dejarme tirada, para irte a follarte a tu amigo? ¿eh, lo ves normal?

- ¿Qué más locuras has hecho, Pao? – quiso saber, mientras caminábamos hacia la parada de taxi. Le ignoré, por completo.

- Debiste haberme vigilado mejor.

- No soy tu maldita niñera – se quejó. Me detuve en el acto, empujándole, apartándole de mí. Me sentía demasiado molesta aún - ¿por qué te has bañado en la playa?

- Ya te lo he dicho, tenía calor – le dije, sin más, para luego levantar la mano, pues acababa de ver a un taxi aparecer. Este se detuvo, y ambos nos subimos, pero entonces el taxista se detuvo, mirando hacia nosotros.

- ¿Estás mojada? ¿te has subido a mi taxi mojada? – preguntó, sin dar crédito.

- No lo va a manchar – aseguró Omar, tirando de mi para subirme a sus piernas - ¿lo ve?

El hombre arrancó, poniendo rumbo hacia mi casa, yo me sentía incómoda, sentada sobre él. Como jamás pensé que me sentiría. Esos estúpidos gemidos que había escuchado en el baño lo habían estropeado todo entre nosotros.

Estuve rígida durante todo el trayecto, y ni siquiera se me pasó cuando llegamos a casa. Él lo notó, como era lógico, pero no dijo nada.

Me metí en el baño a cambiarme de ropa, me di una ducha, me puse el pijama y salí. Él estaba como siempre, con sus pantalones de pijama y nada en la parte de arriba, siempre dormía así, no era de extrañar, pero en aquel momento, tan sólo podía mirar hacia su pecho.

Me sentía mal, muy mal.

Dejó de prestar atención a su teléfono y se fijó en mí, que estaba de espaldas a él, agarrando el cepillo del primer cajón del escritorio.

- ¿Aún estás enfadada? – preguntó, a mis espaldas, acariciando mi mano izquierda con la yema de sus dedos, dejando en ellos una electricidad que me recorrió entera, volviendo a despertar en mí ese calor, esas mariposas en mi estómago – siento lo de antes, no me gusta discutir, Pao.

Me di la vuelta, con rapidez, dejando el cepillo sobre el escritorio, para luego observarle, algo sorprendido.

- Hagámoslo – pedí, mirando hacia sus labios, aterrada y deseosa al mismo tiempo – el experimento del otro día – asintió, sin decir nada más. Tragué saliva, estaba aterrada, así que apoyé mis brazos en sus hombros, para hacerlo más íntimo, quizás así, me calmaría, pero logró todo lo contrario. ¿Por qué tenía tanto miedo? Sólo era un beso. Jamás había tenido tanto miedo de besar a alguien. Sus labios se abrieron, y casi se apoyaron sobre los míos, mientras sus dientes rozaban el superior, como si hubiesen pretendido cazarlo. Le detuve, apretando mi frente contra su tabique nasal, para luego apoyar la mano en su mejilla, y tapar sus labios con mi pulgar. Él lo sabía, que estaba asustada, así que sólo me miró, mientras yo seguía con los ojos cerrados, incapaz de abrirlos, de reaccionar. Bajé el dedo, echando su labio inferior hacia abajo, mientras él echaba su aliento sobre mí.

- ¿De qué tienes miedo? – me preguntó, mientras yo bajaba la mano, apoyándola sobre su pecho, altamente nerviosa con su cercanía. Era mi mejor amigo, mi mejor amigo gay, era lo que me repetía una y otra vez.

- ¿Qué pasa si siento algo al besarte? – pregunté. Tragó saliva, y durante un rato no contestó - ¿qué pasa si me gusta?

- ¿y si a mí también me gusta? – preguntó, haciendo que abriese los ojos y me echase un poco hacia atrás, para tener una mejor visión de él. Le miré, extrañada, él no podía estar hablando en serio. Él era gay.

- Eres gay – insistí, él sonrió, y asintió – entonces es imposible que...

- No me suelen gustar las mujeres – me dijo – no. Nunca me he fijado en una mujer, no me suelen atraer.

- Por eso eres gay – insistí, él asentió.

- Por eso no entendí esto – le miré sin comprender, esperando a que se explicase – así que le pedí a Raúl un favor. Le pedí que se acostase conmigo, porque quería comprobar si todo estaba bien, si seguía siendo yo, si es que estaba confundido y ...

- No lo entiendo, lo que quieres decir.

- Me siento atraído por ti, Paola – declaró, dejándome a cuadros, tanto que tuve que abrir ligeramente la boca, sin dar crédito – pensé que esto – señaló a su pecho – se calmaría en cuanto me acostase con un tío, que todo volvería a estar bien entre tú y yo, que sólo estaba confundido porque es la primera vez en toda mi vida que me sentía conexionado con una mujer.

- Te gusto – me percaté, aún más asombrada de escucharlo en mis labios. Él asintió – pero... eres gay, ¿Cómo es posible que...?

- No tengo ni idea, no entiendo qué coño me pasa. Quería comprobarlo el otro día, si me gustaba besarte, si sólo era algo platónico, si...

- Pero yo te oí – me quejé – en el baño, con tu amigo y ...

- ¿Me oíste? – preguntó.

- Sí, justo fui a vomitar y ...

- ¿Por eso estabas tan rara? – quiso saber, bajé la cabeza, algo avergonzada. Él sonrió, sin decir nada, se dio la vuelta y caminó hacia el pequeño balcón, asomándose, dejándose caer sobre la barandilla, para luego mirar hacia el horizonte, justo se estaba haciendo de día.

- Lo siento – comencé, saliendo al balcón, deteniéndome junto a él, para colocarme en su misma posición – no debería ...

- ¿Por qué cambiaste de idea sobre el experimento? – quiso saber, mirando hacia mí, mientras yo bajaba la vista, volviendo a mirar hacia el horizonte.

- Creo que yo también me siento atraída por ti – le dije, él no dijo nada por un rato, y luego me dio la espalda, parecía como si se avergonzase – esto no tiene por qué cambiar lo que hay entre nosotros – me quejé, apoyando mi mano en su espalda, acariciándola, fijándome en el tatuaje que tenía en ella, era una media luna junto a unos símbolos que juntos formaban una "C" - ¿qué significa? – ladeó la cabeza, sólo la cabeza, para que pudiese escucharle mejor.

- Cada cosa significa algo. La media luna es del día que nací, el de la cruz invertida cuando me escapé de casa la primera vez y perdí la virginidad, el círculo cuando le confesé a mis padres que era gay, la estrella de seis puntas me recuerda que soy el mayor de seis hermanos y el triángulo invertido es el más reciente, me lo hice cuando dejé mi casa y me vine aquí, a estudiar este máster. Todo tiene un significado especial para mí – me aseguró, asentí, observando cómo se daba la vuelta y miraba hacia mí – inconscientemente dejé un espacio, como si aún me faltase algo más, algo que me hiciese completo, algo que aún debía sucederme.

- No lo entiendo... - sus labios acortaron la distancia entre nosotros, y me besó, dejándome altamente sorprendida, no esperé que él pudiese robarme un beso, jamás lo esperé, os lo aseguró.

Ambos nos dejamos llevar, aferrándonos a los labios del otro, pero sin llegar a ser desesperado, aunque había pasión, eso estaba claro, pero tampoco nos comíamos de esa manera tan insistente. Fueron un par de muerdos, quizás tres o cuatro, incluso metió lengua en el último.

Nuestros labios se separaron, pero él apoyó su frente sobre la mía, y su nariz rozaba la mía, sin separarse aún, sin abrir los ojos, si quiera.

- Me ha gustado – admití.

- A mí también – aceptó. Sonreí, al mismo tiempo que lo hacía él, ambos levantamos el rostro y nos miramos, sonriéndonos, sin más.

- ¿Qué significa? – pregunté - ¿ya no eres gay?

- No lo sé – se sentía igual de confuso que yo, incluso más – pero podemos ir descubriéndolo juntos, despacio – asentí, en señal de que estaría ahí si me necesitaba.

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