
Capítulo 21.
Capítulo 21. Hospital.
(Paola)
Cuando abrí los ojos él estaba allí, junto a mi cama, y había un gotero enchufado a mi vena. Odiaba los hospitales, ¿os lo he dicho alguna vez?
Cuando era niña estuve ingresada durante mucho tiempo, tenía problemas para respirar, y estuve enchufada a una máquina hasta que sané. La maldita alergia al polen tenía ese tipo de efectos en mí en aquella época. En aquel momento no era tan fuerte, gracias a las vacunas que me inyecté durante la mitad de mi niñez.
Por eso me daba miedo volver al hospital, siempre que pasaba por la puerta de uno sentía ese frío, que aún tenía metido en el alma.
Muy pocos saben sobre eso.
Sonrió, y me agarró de la mano, dándome fuerzas.
- ¿qué ha pasado? – pregunté, él se sentó sobre mi cama, y acarició mi mejilla.
- Ellos dicen que parece anemia, pero que también podrías estar embarazada – sonreí, calmada.
- Es anemia – contesté – soy estéril – aquello le sorprendió, de forma sobre natura – Jairo y yo lo intentamos, durante dos años – aseguré – nos hicimos las pruebas – él no dijo nada, yo tampoco. No le dije que lo era, no le dije que sólo era una suposición mía, porque no había podido tener un hijo, como luché por tener durante dos años completos. Quizás la razón era que no lo había tenido porque Jairo no era el indicado, quizás fuese fértil, quizás estuviese embarazada.
No quería pensar en eso en ese momento.
- ¿Cuándo podré irme? – pregunté.
- Cuando termines la bolsa de suero – me dijo, esperé, paciente, mirando hacia como caía, gota a gota.
- ¿Por qué va tan lento? - me quejé. Él sonrió.
- No te gustan mucho los hospitales ¿no? – negué.
- Estuve a punto de morir cuando era pequeña – reconocí, por primera vez en mi vida le hablaba de eso a alguien, ni siquiera lo hice con Jairo, la persona con la que me llevé ocho años de mi vida, con la que fingía que el hospital sólo era un sitio triste – la alergia al polen hizo que se me obstruyesen las vías respiratorias – declaré – mis padres pensaron que no lo conseguiría.
- Pero te aferraste a esta vida con uñas y dientes, ¿no es cierto? – terminó por mí – Eso es justo lo que tienes que seguir haciendo, jovencita – insistió, haciéndome sonreír – te alimentaré yo mismo si tengo que hacerlo.
Miré hacia la bolsita de suero, de nuevo, recordando algo, un pequeño flash que llegó a mi memoria, quitándome el aliento. La voz de Iván.
No dije nada durante un buen rato, hasta que el doctor volvió.
- ¿Ya está despierta? – preguntó hacia mi novio – te ha dado un buen susto ¿no? – él asintió – parece que sólo es anemia, pero por si las moscas hemos mandado una muestra al laboratorio, para descartar nada más – él asintió, incapaz de decirle al doctor nada – en cuanto termine la bolsa de suero puedes irte a casa, asegúrate de alimentarte bien.
- Me encargaré yo mismo – aseguró él.
Nos marchamos a casa, en autobús, parecía una locura que hubiese andado todo el camino hasta allí. Estaba loco.
Subimos hasta casa y se marchó al supermercado, quería comprar mucha comida para alimentarme. Sonreí.
Tenía que ser un malentendido. Él no podía haberme sido infiel. Él me quería.
Quizás se estaba refiriendo a otra cosa, quizás no era eso.
Cuando volvió me había quedado dormida. Y cuando yo desperté había oscurecido, y era él el que estaba dormido, en la cama, junto a mí.
Me senté en la cama, y acaricié su mejilla, con cuidado de no despertarlo. Mis tripas rugieron, así que me levanté y abrí el frigorífico, había comprado muchas cosas.
Saqué algunas cosas, corté un poco de cebolla, unas verduras, y puse a cocer un poco de arroz, él me sorprendió en ese justo instante, abrazándome por detrás.
- Deja, te preparo algo.
- Tengo anemia, pero no estoy manca – me quejé, él sonrió.
- En ese caso, prepara un poco también para mí, aún no he cenado – asentí, eché un poco más de arroz, y saqué algunos vegetales más de la nevera - ¿estás bien? Me has preocupado... - eché la cabeza hacia atrás, sintiéndole justo detrás, y me quedé allí por un rato, escuchando el agua en ebullición – sobre lo de ese tema delicado... no lo sabía, lo siento – me dijo – ahora entiendo tus ansias por ser madre.
- Las pruebas no decían que lo era – le dije, porque no quería que lo malinterpretase – pero yo lo di por echo.
- Ajá – aceptó - ¿y no te has parado a pensar que quizás no te quedaste embarazada porque él no era el apropiado? – hice un ruido, se estaba tan a gusto allí, con él, sosteniéndome, no quería siquiera seguir preparando la comida – quizás ahora lo estés – susurró en mi oído, con calma, yo no dije nada, no quería pensar en esa posibilidad – mis soldaditos son más fértiles que los de Jairo – rompí a carcajadas al escucharle decir aquello. Él era único para hacerme reír – vamos, tómatelo en serio, Paola – insistió, me di la vuelta, con dificultad, porque aquella cocina era minúscula, y miré hacia él – piensa en ello, es posible, tengo sangre árabe corriendo por mis venas – insistió, volví a sonreír, divertida - ¿no te preocupa estar embarazada?
- No, porque no es eso – insistí, me di la vuelta, bajando el fuego un poco, porque el agua estaba a punto de salirse de la olla. Él acarició mi oreja con su boca, despacio, haciéndome sentir bien.
- Un pequeño Omar podría estar creciendo aquí dentro – insistió, tocándome el vientre, sorprendiéndome con ello - ¿qué harías entonces, Paola? – quiso saber, me sorprendió su pregunta, sobre todo porque él estaba demasiado... ¿ansioso? – A mí no me disgustaría, ¿sabes?
- Omar – me quejé, dándome la vuelta, de nuevo, para mirarle – ni siquiera somos una pareja consolidada – me miró sin comprender – aún llevamos poco tiempo, ¿crees que es el mejor momento para hablar sobre tener hijos?
- Mis padres llevaban poco tiempo cuando me concibieron a mí – me dijo, sorprendiéndome con ello, nunca antes me lo había contado – y he salido tan normal – bromeó. Me reí, no pude evitarlo – deberíamos haber usado condón.
- No creo en el condón – le dije, volviendo a colocarme de espaldas a él, vigilando la comida. Él sonrió, volvió a abrazarme por detrás, y volvió a jugar con mi oreja.
- Pensé que las chicas eran pro condón – se quejó.
- Yo no. Confías plenamente en el condón, sin poner otro medio anticonceptivo, sin usar la marcha atrás, y entonces... el condón se rompe y tienes que ir a tomarte una maldita pastilla del día después a la farmacia – insistí. Él sonrió, entendía mi forma de verlo – no confío en el condón.
- ¿Fue con Jairo? – quiso saber.
- Fue con otro tío, en nuestra época de probar cosas nuevas – reconocí, él se sorprendió, no era para menos. Quería saber más.
- Así que... probar cosas nuevas, ¿no? – insistió, haciéndome cosquillas en el cuello - ¿qué cosas?
- Tríos, intercambio de parejas, esas cosas – le dije, con total normalidad, sorprendiéndole, de golpe – cuando amas a alguien, sueles hacer cualquier cosa que le haga feliz, incluso a veces, te tragas tus propios principios – entendió lo que quería decir en ese justo instante. No lo hice porque yo quisiese, si no arrastrada por Jairo.
- Yo no te obligaré a hacer algo así, nunca – prometió. No dijo nada durante un buen rato, y casi me quedé dormida, con sus caricias, su respiración en mi oído, sus besos en mi cuello y el olor a arroz hervido – no te habrás quedado dormida, ¿no?
- Casi – contesté, soñolienta.
- Vete a la cama si quieres, yo sigo preparando la comida, te llamo cuando esté – asentí, porque realmente estaba cansada. Me tumbé sobre la cama, y me quedé dormida, al menos veinte minutos más.
(Omar)
Puse la mesa, todo estaba listo para comer, pero me daba tanta pena despertarla. A mi preciosa de ojos marrones. Estaba preocupado por ella, ya fuese anemia o cualquier cosa, me preocupaba. Quería cuidarla, hacerle de comer, y cuidar de ella. Lo había pasado mal, a pesar de que nunca hablaba sobre ello, a ella no le gustaba hablar sobre cosas tristes, no quería hacer sentir mal a la gente que la rodeaba. En cierta forma la entendía, que ella fuese tan jodidamente así.
Acaricié su mejilla, despertándola. Abrió los ojos, despacio, y me sonrió.
- ¿ya está la comida? – preguntó, soñolienta. Asentí. Se levantó, y luego nos sentamos en la silla, los dos en la misma, pues no había nada más. Me senté primero, y luego ella sobre mí, y disfrutamos de aquel arroz salteado con verduras, entre bromas y besos. Y luego me marché a la cocina a recoger los platos, ella me siguió, para no hacer otra cosa más que abrazarme por detrás, parecíamos dos osos amorosos, pero me encantaba.
Apoyó su oreja en mi hombro, y se aferró a mi pecho, sabía que estaba muy a gusto de esa forma, que podría incluso llegar a quedarse dormida en esa posición. Dejé el plato y los vasos escurriéndose y metí mis dedos entre los suyos, aferrándome a ella.
- Quedemos así sólo un rato más – pidió. Me quedé quieto, pensando en su súplica. ¿Por qué sonaba como si lo que teníamos fuese frágil? ¿no se suponía que lo habíamos arreglado? Pensé que todo estaba bien.
Sus palabras de hace un rato vinieron a mi mente, esas que dijo cuando estaba medio desmayada, mientras la llevaba a urgencias.
"¿No podemos volver al principio, a cuando sólo éramos amigos y era fácil?"
Me di la vuelta en ese justo momento, la observé, ella sonrió, pero había algo oculto en ella, una sombra de ... ¿miedo?
Ella me abrazó, apoyando sus labios en mi cuello, y se quedó allí por un momento, sintiendo mi calor envolviéndola.
- Todo está bien, pequeña – la calmé, o al menos esa era mi única intención – no voy a ir a ninguna parte, voy a quedarme aquí a cuidar de mi persona favorita – insistí. Sus besos sobre mi cuello, su nariz oliendo mi perfume, y sus brazos aferrándose a mi cuerpo, eso era lo único que percibía en aquel momento – te quiero.
- Te quiero – susurró, echando la cabeza hacia atrás, observándome, de nuevo, para luego lanzarse a mis labios, rompiendo a reír después.
- Ven aquí – la llamé, mientras ella corría hacia la habitación y yo la seguía, agarrándola, lanzándola a la cama, para luego echarme sobre ella, haciendo que perdiese la sonrisa y se fijase sólo en mí. Me lancé sobre sus labios.
Caí hacia un lado, apoyando la cabeza en la almohada, mientras ella me observaba, sonriendo poco a poco, al mismo tiempo que lo hacía yo. Acortó las distancias entre nuestros rostros y volvió a besarme, y yo me dejé hacer.
Se subió sobre mí, y me observó, desde allá arriba, durante un momento. Desabrochó mis pantalones y metió la mano dentro, acariciándome la polla, despacio, despertándola, sin dejar de mirarme mientras lo hacía. Abrí la boca, porque llegado el momento, me costaba hasta respirar. Bajó mis pantalones, al igual que los calzoncillos, escurriéndose en la cama. Aproveché el momento y la agarré de la cintura, desabotoné sus pantalones y se los saqué también, mientras ella tan sólo me miraba.
Volvió a subirse sobre mí y me besó, uniendo nuestros labios, mientras metía las manos debajo de mi camiseta, acariciando mi piel desnuda, subiendo esta hasta haberla tirado al suelo.
Se fue sentando, despacio, apoyando su húmeda intimidad, sobre la mía, dura y caliente, haciendo que un gemido escapase de mi garganta. Se echó hacia atrás, mientras yo la miraba, contrariado, y levantó la camiseta, tirándola luego al suelo, fijándose luego en el sujetador, para que acabase en el mismo lugar.
Estaba desnuda, sobre mí, ¡joder! Tenía unas vistas excelentes.
Ella estaba muy excitada, sus pezones estaban duros, y su sexo... chorreaba, ¡joder!
Apoyó sus labios en los míos, y fue bajando despacio, llenando mi piel de besos húmedos, haciéndome estremecer. Se detuvo al llegar a mis pezones, mordiéndolos, lamiéndolos, provocándome. Agarré la puta almohada, apretándola, con fuerza, dejando escapar un par de quejidos, tersándome mucho más, cuando comenzó a bajar, mordiendo mi piel, lamiéndola, succionándola, deteniéndose en mi abdomen. Quería que llegase a ese lugar, no os podéis imaginar cuanto, pero ella lo evitaba, pasó por todos los lugares, incluso por mis piernas, pero nunca llegó a ese punto. Justo iba a desesperarme, a hablar, cuando sentí su lengua en la punta de mi pene, haciendo que un gemido sordo irrumpiese en la habitación.
¡Joder! ¿Qué coño me estaba haciendo?
Sus labios rodearon el contorno de mi miembro, introduciéndola en su boca, una y otra vez, mientras yo apretaba con más fuerza la almohada, bajando la mirada para observarla haciéndolo.
La sangre de todo mi cuerpo estaba concentrada en un punto fijo, ni siquiera podía regarme el cerebro, todo estaba allí, al igual que mi atención. Me tersé cuando sentí sus dedos irrumpiendo en mi ano, intensificando la sensación.
- ¡Joder! – grité. Estaba cerca de correrme, y ella pudo notarlo, por la forma en la que mis gemidos eran más constantes. Se detuvo, centrándose en mis huevos, lamiéndolos, despacio, poniendo luego la atención en mi muslo, mordiéndolo, con fuerza, hasta que me quejé.
Me senté sobre la cama, tirando de su cintura para atraerla hasta mí, acariciando su húmedo sexo con el pulgar, haciéndola estremecer. Ella lo hizo, meterla en su interior, mientras ambos sentíamos aquello, expandiéndonos, gimiendo sobre cogidos, una y otra vez, sin detenernos. Entraba sola, sin mucho esfuerzo, no os podéis ni imaginar lo húmeda que ella estaba.
Estaba a punto, justo iba a hacerlo, cuando ella lo hizo, gimiendo con una condenada, poniéndome incluso más. Me dejé ir entonces, llegando al puto universo, al puto clímax.
Se recostó en la cama, junto a mí, y ambos sonreímos, como dos idiotas
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro