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Capítulo 2.


Capítulo 2. Un experimento.

(Paola)

Nos despedimos de María en la estación de autobuses, con abrazos y besos, mientras esta decía una y otra vez "¿podeís parar ya? No me voy a la guerra". Ella lo pasaría bien, estábamos más que seguros de ello, y su madre no la dejaría ni un minuto sola, eso también era obvio.

Luego fuimos a su casa, esperé en la puerta de la tienda a que recogiese las cosas de la casa, que estaba justo arriba de esta, escuché gritos y portazos, y luego le vi aparecer con la mochila y una maleta, malhumorado.

Su tío salió a la puerta, dispuesto a terminar la discusión, pero se detuvo al verme allí. Miró hacia él, en busca de respuestas, pero él simplemente le ignoró.

Caminamos calle abajo, cogimos el autobús, y nos detuvimos en el lugar correcto, luego andamos durante diez minutos, en silencio, hasta llegar a mi casa.

Vivía en un tercero sin ascensor, frente al mar. No era un piso, era una casa con cuatro plantas, la dueña vivía en la planta inferior, y tenía el resto alquiladas al mejor postor. No estaba mal, el alquiler no era caro, así que me daba por satisfecha, el problema venía cuando teníamos que ducharnos, que, si la señora de abajo lo hacía al mismo tiempo que tú, te quedabas sin agua, literal. Por eso siempre solía ducharme de madrugada.

La señora nos vio subir, pero no dijo nada, ella sabía que yo era una buena chica, de las pocas que pagaba a tiempo.

Al entrar no había mucho, la cocina era lo primero que veías, que era minúscula, ni siquiera tenía vitro, tan solo un horno a gas, microondas y horno a la vez, y un pequeño mueble para meter los platos y también servía como despensa. El fregadero también era pequeño.

Luego, a la derecha de la puerta, estaba la habitación, con una cama grande a ras del suelo, dos cajas de madera como mesillas de noche, y un escritorio donde solía almorzar y estudiar, nunca al mismo tiempo.

No tenía tele, pero el ordenador sí, así que me daba el avío.

Había una pequeña terraza, minúscula en la habitación, lo que era todo un acierto.

No había salón, pero al menos tenía un cuarto de baño, donde también se encontraba la lavadora, vieja, pero daba lavar la ropa. La bañera era muy pequeña, también tenía un váter, un lavabo y una pequeña estantería de metal en el rincón, donde solía poner las toallas.

- ¿dónde guardas la ropa? – fue lo único que él preguntó, haciéndome sonreír. Tiré de él hacia el baño, y le mostré la maleta, la tenía allí, encima de la lavadora, y eso era lo que me servía de armario - ¿no se te arrugan las camisas? – me encogí de hombros - ¿y dónde voy a dormir yo? – se quejó, señalé hacia la cama - ¿contigo?

- No es cómo si vaya a pasar algo entre nosotros – me quejé, él sonrió, al darse cuenta de lo que quería decir – tampoco es como si fueses un extraño, Omar, somos amigos.

- No hace ni dos mes que nos conocemos – me dijo, asentí, porque era cierto – podría ser un violador, o un asesino en serie – me reí ante aquello, negué con la cabeza, para luego apoyar mi mano sobre su pecho, empujándole contra la pared del baño, me miró sin comprender.

- Me arriesgaré – le dije, para luego darme la vuelta, con la intención de volver a la habitación/salón. Agarró mi mano, después de soltar la maleta y mochila en el suelo, obligándome a darme la vuelta.

- ¿y si... - comenzó, soltando mi mano, apoyando la suya en mi cintura, atrayéndome hasta él, mientras yo me sorprendía - ... finjo ser gay sólo para acercarme a ti, para parecer inofensivo... - proseguía, acercando su rostro un poco más - ... y sí...?

- ¿Qué? – porfié - ¿vas a violarme? – insistí, él bajó su mano, divertido, sonriendo, en señal de que todo era una broma. Me eché sobre la pared, junto al lavabo, apoyé la playa del pie en ella, y me mordí el dedo, intentando parecer... ¿sexy? Sabía que no serviría de nada, él era gay – si me dejo no sería una violación – rompió a carcajadas en ese justo instante – Así podrían comprobar eso que dicen... - estiré la broma un poco más, mirando hacia su entre pierna, siempre me había parecido que tenía un buen aparato, pero nunca quise pensar demasiado en ello. ¡Por Dios! Éramos amigos.

- ¿Qué dicen? – quiso saber, apoyado en el otro lado, pero como el baño era tan pequeño, tampoco es que estuviese muy lejos, a unos cuatro pasos, para ser exactos.

- Omar, tengo muchas amigas que han estado con musulmanes – aseguré, bastante seria, él sonrió, como si estuviese incómodo de hablar aquello conmigo – yo nunca he estado con uno, pero ellas, todas, siguen diciéndome lo mismo.

- ¿y qué dicen? – volvió a insistir, sonreí, divertida, bajando la cabeza un momento, contestando entonces.

- Dicen que son unos dioses en la cama – me mordí el labio y fui levantando la vista, hasta toparme con la suya. Él estaba algo cohibido con mis palabras – aseguran que después de haber probado con uno... ya no se quiere otra cosa.

- ¿Tú quieres probar con uno? – preguntó, dejando de apoyarse en la pared, acercándose a mí, poco a poco – porque si es así podría presentarte a uno de mis primos – bromeó, me reí, durante un rato, hasta que él volvió a hablar – no te lo recomiendo, son todos unos infieles.

- También he oído que los chicos musulmanes no son fieles – aseguré

- ¿Sólo los chicos musulmanes? – arqueó una ceja – la mayoría de los tíos son así, Pao.

- Tú no eres así – le dije, sonrió, para luego abrir la boca, dispuesto a decir algo, pero se detuvo en cuanto apoyé la mano en su mejilla, y miré hacia sus labios. Apoyé el dedo pulgar en su labio inferior, entre abriendo el mío – es una pena que seas gay.

Tragué saliva.

¡Por Dios! Me había vuelto loca.

¿Cómo podía estar deseando besarle?

Era más que obvio que la ruptura con Jairo me estaba afectando.

Bajé la mano, y la cabeza, abochornada, y luego hice el amago de volver a la habitación, de nuevo, pero él me detuvo.

- Creo que las mierdas de María me están afectando – me dijo, le observé, sin comprender, mientras él me daba la vuelta por completo – no me gustan las mujeres – insistió, asentí, en señal de que ya lo sabía. Era gay – pero intentemos algo, un experimento – no entendí sus palabras, pero tan pronto miró a mis labios lo supe.

- ¿tampoco has besado nunca a una mujer? – quise saber.

- Eso sí, una vez, en una discoteca, se me abalanzó una chica y no pude pararla a tiempo – aseguró.

- Entonces... ¿qué es lo que quieres probar? – me quejé, soltándome, volviendo a la habitación, mientras él me seguía. – Me gusta como es ahora, nuestra amistad. Sería incómodo si nos besamos, Omar.

- Sólo es un juego – me calmó – como cuándo fingimos que éramos pareja en la fiesta, o cuando ...

- ¿Qué pretendes comprobar? – quise saber, él acortó las distancias entre ambos, de nuevo, yo no estaba muy segura con todo aquello – Omar – le llamé.

- A veces me siento raro cuando estamos juntos – me confesó, dejándome sorprendida al respecto. Me lamí el labio inferior, nerviosa – por eso sólo quiero comprobar que no es nada. Sólo me caes genial, sólo es esta puta complicidad que siento cuando estoy contigo, sólo...

- Para, para – pedí, apoyando las manos en su pecho, apartándole un poco de mí, algo asustada con todo aquello – me estás diciendo que... ¿me estás diciendo que quieres besarme para comprobar si sientes algo por mí? – él no dijo nada - ¿atracción? – más silencio – pero eres gay, Omar – insistí – no te atraen las mujeres – tragó saliva, como si no tuviese nada que decir – si estás comportándote así por lo que he dicho antes, olvídalo, no es una pena que seas gay – sonrió, divertido, mientras yo levantaba la vista para observarle, él me estaba mirando. Levanté los brazos, apoyándolos sobre sus hombros. Era él, mi Omar, ese que solía tranquilizarme cuando estaba preocupada por algo, no tenía nada que temer.

- Sólo era un experimento inocente, pero te has asustado – asentí, en señal de que así era, me había asustado – soy gay, muy gay – asentí, sintiendo entonces sus labios en mi mejilla – perdóname – negué, en señal de que estaba bien.



(Omar)

Unas horas antes...

Dormía, plácidamente en mi cama. Mi habitación no es que fuese una gran cosa, un colchón en el suelo, una tabla con un par de cajas de frutas como mesa de estudios, no tenía mucho más, excepto un armario de esos portátiles. Mi tío no estaba muy convencido de que me quedase aún allí, como de costumbre la mayoría de mi familia me odiaba, por el simple hecho de ser gay. Un musulmán gay no está muy bien visto, si estuviésemos en Marruecos, de seguro me habían apedreado, es un delito, no sé si lo sabéis.

Seamos sinceros, el árabe con el que me vivía tan sólo me dejaba quedarme porque solía ayudarle en la tienda por las tardes, si no ya me habría echado a patadas hacía mucho.

Dejemos de hablar de mis familiares, y centrémonos en aquella noche, en la que casi amanecía.

Me lo estaba pasando en grande en ese maldito sueño, estaba jodiendo a un tipo por detrás, como tanto me gustaba, escuchando un golpe seco, constante, cada vez que le propinaba una estocada.

¡Joder! Me estaba encantando follarme a ese cabrón, tanto que terminé corriéndome como un loco, por toda su espalda, pero en cuanto miré hacia abajo, perdí las ganas de todo.

No era un puto maromo, era una chica.

¿Perdona?

Pero... ¿qué coño?

En cuanto ella se dio la vuelta y vi su cara me desperté, mareado, sentándome sobre la cama, enfadado conmigo mismo por soñar esas mierdas.

Toqué mi polla, aún más preocupado por el asunto.

¿Desde cuándo me ponía cachondo follarme a mujeres?

¡Joder! Las putas mierdas de María me estaban afectando.

Meneé la cabeza, de un lado a otro, y me levanté de la cama, metiéndome después en el baño, necesitaba una puta ducha de agua fría para aclarar mis ideas.

Lo supe toda mi vida, desde pequeñito, que era gay, al igual que mi mejor amigo Iván, íbamos a todas partes, juntos, así que no fue raro, en lo absoluto, incluso perdimos la virginidad juntos, luego me separaron de él, pero ese es un tema de mierda del que no quiero hablar en este momento.

El caso, es que siempre fui gay, nunca tuve dudas, nunca me gustaron las mujeres, ni una sola vez. Entonces... ¿qué coño era todo aquello?

Entre la resaca y esa mierda de sueño, llegué a clase sin muchas ganas de enfrentarme al día, pero María tenía sus remedios caseros listos para repartir, así que no me negué. Caminamos juntos, y entonces la vi junto a la clase, hablando con un par de chicos sobre lo complicado que había sido el último ejercicio del manual sobre el cálculo del IBI.

Sonreí, como un maldito idiota al verla. Ella era la puta ostia, nunca había conocido a nadie tan loca como ella, y me encantaba, no sabéis hasta qué punto.

- La puta cabeza va a matarme, ¿tienes una de esas pastillas milagrosas? – preguntó hacia María, olvidándose de los chicos, incluso del moreno con ojos verdes que no le quitaba ojo de encima.

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