
Capítulo 12.
Capítulo 12. Sólo tú y yo.
(Paola)
Conducía hacia el hostal, eso pensé, porque cuando se detuvo junto a unas calles estrechas y dejó el auto ahí, me sorprendí, no recordaba que el hostal estuviese por ahí, yo misma vi la foto de la calle y no se parecía a esto.
- No me suena esto, el hostal...
- Vamos a mi casa – me dijo, sin más, me detuve en el acto, perdiendo todo el color de mis mejillas.
- ¿Qué? – fue lo único que pude atinar a decir, mientras tiraba de su brazo, intentando detenerle – No, no, no, no – supliqué, él rompió a reír, y yo volví a detenerme, pero él no me lo permitió – Omar...
- Necesito hacer esto ahora – me pidió, deteniéndose junto a una plazoleta, negué con la cabeza, no estaba preparada para conocer a sus padres – si no lo hago ahora... siento que ya no podré, Pao.
- No es un buen momento – me quejé – tengo que tener un aspecto horrible, he estado llorando y ...
- Estás preciosa – me cortó.
- No estoy preparada – me quejé. Él sonrió, me acercó a él, y me beso, apoyándome contra el muro. Levanté las manos y me apoyé ambas en su nuca, aferrándome a él. Disipó todos mis temores, los apartó de mí, y me hizo sentir a salvo. Volví a ser yo, positiva y con ganas de comerme el mundo. Él siempre me calmaba cuando estaba a punto de convertirme en alguien que no era, siempre me traía de vuelta a la realidad. Era mi medicina.
- ¿Mejor? – preguntó, separándose al fin, agarrando mis manos, para apartarlas de su nuca, pero sin soltarlas aún de sus manos. Asentí – vamos – tiró de mi mano, atravesando la plazoleta, metiéndose por unas calles estrellas, caminando calle arriba, hasta llegar a otra plazoleta, él miró hacia los hombres que había en una de las mesas, casi todos ancianos, y siguió avanzando, tirando de mí, sin detenerse.
Sus hermanos miraron hacia él, estaban sentados en unas hamacas junto a la puerta abierta, en una pequeña plazoleta.
- Ya ha vuelto Omar – decía el más pequeño, corriendo hacia él, descalzo. No debía tener más de seis años
- Faruq – le llamó el otro, que rondaba los diez, pero el pequeño no se detuvo, llegó a su hermano, este se agachó y lo cogió en brazos, besándole sonoramente en la mejilla, haciendo al otro reír. Se le veía bien con sus hermanos, como muy unido a ellos, a pesar de todo lo que él había luchado por ser aceptado.
Su madre se asomó a la puerta, al igual que aquella chica a la que vi una vez en una fiesta, esa tal Fátima, seguidas por dos niñas más, con el cabello rizado la primera y oscuro, y la segunda lo tenía ondulado, y castaño claro, justo como él.
Puso a su hermano en el suelo, y perdió la sonrisa, pero apreté su mano, para darle fuerzas.
Creo que su hermana lo supo en cuanto él me miró y yo le devolví la mirada, con una enorme sonrisa.
- ¿quién es? – preguntó Salma.
- Es una amiga – dijo su hermana Fátima, pues él me presentó así una vez, quizás seguía siendo eso mismo en aquel momento.
- No – cortó él, haciendo que madre se fijase mucho en él, sorprendiéndose por la complicidad con la que nos mirábamos. Giró la cabeza y miró hacia ella – es la persona que me hace feliz – fue lo único que él dijo. Su madre sonrió, asintiendo, como si lo comprendiese, y Fátima también lo hizo, mientras los demás le miraban sin comprender, pues su hermano nunca había traído una chica a casa, siempre pensaron que le gustaban los hombres.
- Pero pasad – comenzó la mujer, de nombre Azahara, su madre.
La casa era amplia, una de esas casas árabes, había colores vivos por allí por dónde mirabas, el rojo predominaba, y decoraciones con oro. Yo ni siquiera pude apreciarlo bien, porque después de que nos sentásemos en el sofá, frente a una mesa baja, a su lado, sentí su mirada sobre la mía, y sonreí, devolviéndosela.
Los pequeños, sus hermanos, me rodearon, parecía como un objeto luminoso que veían por primera vez. Él se rio, y yo me enamoré de ese sonido.
Su madre trajo té moruno, que sirvió en uno de esos típicos vasos árabes. Decidí dejar de mirarle y centrarme en su familia.
- ¿y la persona que te hace feliz, tiene nombre? – quiso saber, haciéndole reír, de nuevo.
- Paola – respondió él, mientras yo aceptaba el vaso con el té que me ofrecía.
- Gracias – acepté, mirándola con amabilidad, para luego observar como Fátima ponía una enorme fuente con dulces árabes sobre la mesa, ofreciéndomelos.
- Pruébalos – me dijo él, a mi lado – los de ajonjolí están ricos – aseguraba. Miré hacia ellos, intentando adivinar a cuál se refería. Él sonrió, agarró uno y me lo cedió. Sonreí, agarrándolo, y dándole un bocado, estaban buenos, eran blanditos por dentro y tenían cierto toque como de anís o algo así.
- Está bueno – aseguré, mirando entonces a su madre, que se sentaba en el sillón, mientras su hermana se sentaba en el suelo, junto a los pequeños, y miraba hacia nosotros, maravillada.
- Sabía que había algo diferente – comenzó su madre, hacia mí, con una sonrisa de oreja a oreja – cuando me dijo que lo que sentía por ti era especial – sonreí, sin saber qué decir. Él no dijo nada – pero bebé, mujer.
Estaba rico, tenía cierto toque a canela y miel, muy rico. Sabía que todos me estaban mirando, así que fue un poco incómodo, pero no me dejé achantar, sabía que él estaba feliz, sabía que aquello le hacía bien.
- Viene papá – dijo de pronto uno de sus hermanos, su madre se levantó, preocupada y salió a la puerta, y él se tersó.
- ¿Estás bien? – pregunté, mirando hacia él, entre susurros.
- Sí – aceptó, dedicándome una sonrisa de medio lado, su padre entró en la sala entonces, me levanté por inercia, y él también lo hizo, mirando hacia él. Todos miraban hacia el patriarca de la familia.
- ¿Qué está pasando aquí? – quiso saber, carraspeando su garganta, como si fuese su forma de decir que no estaba de acuerdo con algo - ¿quién es? – preguntó al reparar en mí. ¡Oh! Comprendí en ese justo instante por qué Omar le tenía tanto respeto a su padre, era uno de esos hombres que impartían miedo por allí por dónde iban, con sólo una mirada... me entró el pánico.
- Ha venido una amiga de Omar – dijo su madre, lo que me dio una idea más que aproximada de la case de hombre que era. No debían contarle nada que pudiese alterarlo, o ardería Troya. Él no contradijo a su madre, así que yo tampoco lo hice. El hombre volvió a carraspear, caminó hacia nosotros y se sentó en el otro sillón, todos se sentaron después de él, y yo también lo hice. Su madre trajo un nuevo vaso, y sirvió te para su esposo.
- ¿De dónde es? – quiso saber.
- De Málaga – contesté, antes de que ninguno lo dijese por mí. Pareció que mi comentario le molestó, porque volvió a carraspear. Me sentía fuera de lugar en aquel momento.
Tomó su té, pero pronto se percató de que estaba algo agrio. Se levantó para pedirle a su mujer un poco de canela, pues la mujer volvía a estar en la cocina.
- ¿estás bien? – me preguntó, agachándose para mirarme bien, apoyando sus codos en sus rodillas.
- Tenías razón, parece un ogro – le dije, entre susurros, poniendo una cara rara. Estalló a carcajadas, sin poder evitarlo, y se estuvo riendo por un rato. Su padre salió de la cocina junto a su mujer, y se quedó mirándolo, sorprendido.
- Se está riendo – dijo hacia su mujer, sin poder creer aquello.
- Sí, ella le hace bien – aceptó la mujer, encogiéndose de hombros, para luego sentarse en el otro sillón, su marido tardó un rato en llegar, sentándose al otro lado - ¿cómo os conocisteis? – quiso saber su madre, pero antes de poder contestar Faruq habló.
- Ala ¿qué es eso? – preguntó, señalando hacia mi pulsera, esa que me compré el verano pasado en el mercadillo de la plaza de la merced.
- Es cuarzo blanco – respondí – te protege y te da fuerza cuando lo necesitas – aseguré, pues mi padre se sabía todo sobre las piedras, ventajas de ser biólogo, supongo. El pequeño seguía mirando hacia ella, con atención. Me quité la pulsera, para luego colocarla en su muñeca, ante la atenta mirada de los demás – ahora es tuya, te protegerá y te dará fuerza cuando lo necesites – él pequeño sonrió, de oreja a oreja, enseñándole la mano con la pulsera a su mamá, y luego a sus hermanos. Fue inmensamente feliz con tan sólo eso, y yo no entendía por qué.
- ¿Te gustan los niños? – quiso saber su madre, olvidando la pregunta original. Asentí – Omar adora a sus hermanos, cuando era pequeño me ayudaba mucho – insistía, mirándole con cierto cariño.
- Nos conocimos en la universidad – contesté, a la pregunta que me hizo al principio, ella sonrió, agradecida – nos hicimos amigos en seguida, él es una persona muy divertida, siempre sonríe y me hace sentir bien
Su padre carraspeó, como si no estuviese de acuerdo, en lo absoluto.
- Él ya no sonríe tanto, aquí – contestó Fátima, haciendo que mirase hacia ella – de hecho, hacía mucho que no le veía reír así.
Él sonrió, agradecido con su hermana, y luego miró hacia mí.
- Ella es una de esas personas que irradia luz – le dijo hacia su familia, pero sabía que iba dirigido hacia su hermana – una de esas personas que siempre sonríe, que vive el día a día, llenándolo todo de pensamientos positivos. Uno no puede no reír a su lado – ensanché la sonrisa, me encantaba la forma en la que él me miraba, lo bonito que hablaba sobre mí
- Pensé que los tipos como tú no se fijaban en las mujeres – espetó su padre, buscando molestarlo, pero él no perdió la sonrisa, no quitó su mirada de mí.
- Fareq – llamó hacia él, su madre, para que dejase de buscarle las cosquillas a su hijo mayor
- ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? – preguntó Fátima.
- Tres días – admití – tengo que volver a casa a tiempo para fin de año, mis padres son muy familiares y ...
- Mi hijo dice que reservaste habitación en el hostal – se quejó su madre, asentí, y miré hacia ella – puedes quedarte aquí, no hacía falta que-
Los carraspeos del hombre de la casa, nos indicaron a todos que no le gustaba la idea. Omar salvó la situación.
- Ella estará más cómoda en el hostal, ¿verdad? – asentí, mirando hacia él.
(Omar)
¿Por qué me sentía en una puñetera montaña rusa cuando estaba con ella? No tenía miedo, ni siquiera al encontrarme allí, junto a ella, frente a mis padres. Sólo su mirada servía para llenarme de sueños, de esperanza, de fe. Ella era única para darme un chute de adrenalina, de felicidad. ¿Cómo no podía querer a una persona así? Ella me hacía bien, eso era todo.
Ni siquiera los carraspeos y comentarios de mi padre podían hacerme daño, no cuando ella estaba allí, no cuando lo irradiaba todo con su luz.
- Bueno – comenzó Fátima, haciéndome salir de mis pensamientos, volviéndome a la realidad - ¿vas a llevarla luego al mirador?
- Deberíamos irnos ya – comencé, mostrándole mi mano, la entrelazó con la suya, y ambos nos levantamos, había cierta complicidad entre nosotros, justo como siempre.
Caminé con ella hacia la salida, después de despedirnos de mamá y los demás, y caminé con ella por aquellas calles estrechas, hacia el coche, para recoger el equipaje.
- Puedes presentarme como tu amiga – me dijo, justo cuando abría el auto – para no tener que explicarle a todo el mundo porque ya no eres gay – me reí, ante aquello, y asentí, con una sonrisa en el rostro, agradecido, porque ella era increíble. No podía dejar de mirarla y sonreír, como un idiota, ella me hacía feliz, y no podía evitarlo – Me ha caído bien tu familia.
- ¿Mi padre también? – insistí, sonrió, sin decir nada. Cogí las maletas – El hostal no está lejos, vamos – Me siguió, nos metimos por un par de calles, a la derecha, a la izquierda y llegamos.
- Tenía una reserva – le dijo a Amira, la hermana de Iván. Se sorprendió al verme allí – a nombre de Paola Roldán.
- Sí, necesito que me des el dni y ...
- Te lo puede dar luego, ¿no? – pregunté hacia ella – esto pesa – me quejé, asintió, le dio la llave de la habitación y caminamos juntos.
Entramos, dejé la bolsa sobre el suelo, mientras ella inspeccionaba la habitación. No estaba mal, un baño, un ropero antiguo y una cama que parecía que iba a romperse en cualquier momento.
Se sentó en la cama, para probarla, sorprendiéndose al darse cuenta de que no iba a romperse ni nada, era sólida. Me senté junto a ella, y entonces me observó.
- Entonces... - estaba nerviosa, me encantaba ver esas partes de ella, cuando me mostraba que se ponía así a veces, que no era tan atrevida como aparentaba, me encantaba ver esas partes que nadie más podía - ... ¿he hecho bien en venir? – sonreí, asintiendo a su pregunta - ¿no lo he precipitado todo? – negué con la cabeza - ¿seguro?
- Te necesitaba – le dije, volviendo a entrelazar nuestras manos – necesitaba que me recordases quién soy – sonrió, calmándome, por completo – disipas todos mis miedos, Pao.
- Bueno... - comenzó, de nuevo estaba histérica, sabía que era por estar juntos en una habitación, caí entonces en la cuenta. No habíamos vuelto a acostarnos desde aquella vez en la playa. Sonreí, divertido, para luego echarla atrás sobre la cama, echándome sobre ella, sin previo aviso, aprisionándola bajo mi cuerpo. Ella intentó resistirse, pero yo era más fuerte – Omar – se quejó, mientras yo apoyaba mis labios en la piel de su cuello, y ella se quedaba quieta
- Te echo de menos – le dije, entre lametones, por su piel, haciéndola gemir – y sé que tú también a mí, aunque te hagas la inocente – me quejé.
Le quité el chaleco, dejándola en sujetador, y encerré mi boca entre sus pechos, haciéndola estremecer, pero se rehusaba aún a gemir, y eso era lo que yo necesitaba, escucharla de esa forma que me volvía loco.
Me puse de rodillas en la cama, agarré sus bragas y se las quité, despacio, sin que ella dejase de observarme, metiendo luego la boca en ese lugar.
La cama temblaba debajo de nosotros, así que terminé levantándome y mirándola, molesto, ella rompió a reír, no era para menos, La situación era cómica.
Se acercó a mí, acortando la distancia entre ambos y me besó, empotrándome contra la pared, mientras me bajaba los pantalones y se agachaba frente a mí. Sabía perfectamente lo que iba hacer, y me excitó de forma sobre natura cuando la vi hacerlo, aquello me puso bastante.
Fue una de las mejores mamadas que me han hecho en la vida, os lo aseguro, nunca pensé que me excitaría verla hacerme eso, pero lo hizo.
La agarré de la mano, justo cuando iba a hacer que me corriera, no quería hacerlo aún, tenía mucho que hacer antes de terminar.
La besé, con desesperación, para luego tirar de su brazo y colocarla a ella en la pared, sonrió, divertida, mientras apretaba su trasero y la empujaba hacia arriba. Entrelazó sus piernas a mis caderas, y aproveché el momento para colarme en su interior, que se contrajo en cuanto lo hice.
Sus gemidos desesperados salieron entonces, apoyando su frente en la mía, sin dejar de disfrutar, mientras yo le daba duro, como a ella tanto le gustaba, apretándola cada vez más contra la pared, haciendo cierto ruido seco, constante.
- Omar – me llamó, en medio de aquella puta locura, con quejidos que sólo conseguían ponerme aún más duro – no pares – suplicó, apretando mi nuca, conduciendo mi boca a la suya. Mordí su labio inferior, y le di más fuerte, volviéndola loca. Abrió la boca y se echó hacia atrás, dejándose ir, poco a poco, temblando y tersándose mientras lo hacía, yo me fui entonces, al ver su cara desencajada, mientras le hacía aquello.
Sonrió, era una de esas sonrisas que hacía que mi mundo cobrase sentido, así que ensanché la mía, y sin tan siquiera dejarla en el suelo, la conduje a la cama, dejándola sobre ella, acostándome a su lado.
La abracé, y ella se escondió en mi pecho, apoyando sus labios en él, mientras yo acariciaba su largo cabello. Tenía un pelo precioso, brillante y sedoso, me encantaba, y olía a jazmín.
- Pao – la llamé, ella hizo un ruidito afirmativo, en señal de que me escuchaba, yo sonreí, ella parecía demasiado cansada como para contestar si quiera – te quiero – declaré. Ensanchó la sonrisa, y se separó un poco de mí, observándome.
- Pensé que no me lo dirías – se quejó, haciéndome sonreír. Besé su nariz, y volví a abrazarla.
Ella no dijo nada, pero no necesitaba hacerlo, ya lo había dicho con anterioridad, y yo lo sabía, lo que ella sentía por mí, así que no era necesario. No quería que lo dijese por decir, sólo cuando ella realmente lo sintiese.
Nos quedamos dormidos en seguida, y ni siquiera me marché a casa, sólo quería estar con ella, no quería irme a ninguna parte.
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