9
Juan Cruz – 17 años
―Dale, no seas forro. ¿Podés irte de casa? ―Insisto a mi hermano Iñaki. El muy idiota puede que sea mayor de edad pero es un plomo cuando menos lo necesito que sea.
Mamá y papá se fueron de fin de semana largo a Pinamar y como crecimos y se dieron cuenta que ya no me treparía como mono a ningún árbol, nos dejaron la casa a cargo.
Bueno, en realidad a cargo del idiota de mi hermano, que no le basta con seguir viviendo acá a costa de mis padres, siendo un estudiante crónico de abogacía que rindió bien una de mil materias en todos estos años, sino que, además, me jode la vida en casos como estos.
Les dije a mis viejos que tenía ganas de hacer una fiesta en casa, algo tranquilo, con los más cercanos. Papá dijo que sí de toque, no corrí la misma suerte con mi mamá.
Siendo más difícil que un agente del FBI, me hizo quichicientas preguntas antes de aceptar.
No sé si lo hizo para torturarme o para quedarse tranquila.
Creo que ambas.
Ahora mismo, a una sola hora de que mis amigos y mi novia estén en casa, el estúpido de mi hermano todavía sigue paseándose en calzones y con un pote de pochoclos por el living.
Jamás pensé que tendría que a dar un golpe bajo para lograr mi cometido, apelar a mi arma secreta para que, finalmente, me deje la casa libre. No es que le falte refugio para pernoctar precisamente ya que todas las semanas se la pasa en una casa distinta, pero su compartimiento es el de un chico de 5 años.
―Iñaki, te lo pido por Dios, por Jehová, por Alá o por lo más sagrado para vos que es Racing, ¿te podés ir de casa? ―grito. Nunca soy de levantar la voz, pero esta vez, esta puta vez, me sacó de quicio.
Su sonrisa a medias me da ganas de partirle la jeta.
―¿Qué pasa? ¿Querés la casa para vos solito porque la vas a poner esta noche?
Su comentario desagradable me da vuelta el estómago. Sí, quizás las cosas hoy se pongan creativas, pero no voy a compartirlo con mi hermano. Él no es de fiar.
Sin embargo, desembucho mi coartada para que me deje en paz.
―No, idiota, pero lo que sí voy a hacer es llamar a mamá y a papá y decirles que su hijo esconde pipas y marihuana en una caja de zapatillas Topper al fondo del placar. Ah, y que la plantita esa de tu balcón no es un potus.
La mandíbula de mi hermano se desencaja.
Bien, lo sorprendí.
―¿Cómo sabes eso?
―Porque no soy un ganso como pensás.
Su boca se frunce hasta formar una "o" pequeña. Sus ojos se entrecierran y me miran maliciosamente.
―A las doce vuelvo. Y no me importa que estés en pleno garche.
―Dejá de ser tan imbécil. Y volvés a las tres de la madrugada.
―A la dos.
―Dos y media y, con suerte, te doy las cervezas que queden.
Lo piensa un segundo, o finge que lo hace y alarga su mano.
―Trato.
Aprieto su palma y sale corriendo hacia su habitación. Al cabo de un minuto está con un jean – gracias al cielo por eso –, zapatillas y las llaves de su moto en la mano. Ha sido su regalo de cumpleaños y lo envidio profundamente.
―Nos vemos, hermanito. Y si necesitás forros, hay en el cajón de mi mesa de luz ―me palmea la espalda antes de irse y me guiña su ojo. Pongo en blanco los míos y ruego por el rápido clic de la puerta.
Cuando se va y escucho el escape de su Zanella, mis hombros se aflojan. La empleada de limpieza se fue por la mañana, dejando todo reluciente. Repaso visualmente todo, dejo a mano los vasos y las gaseosas y espero porque el hermano mayor de Rodri nos haya hecho la gamba y haya ido a comprar bebidas alcohólicas al supermercado.
***
Hace varios meses que llevamos juntos. Y desde que nos besamos en mi cama la vez aquella en la que nos propusimos ser más que amigos, la ropa quema y las manitos se nos mueven más de prisa de lo que deberían.
Los besos entre Coni y yo han subido de clasificación. Mamá no nos deja quedarnos encerrados en mi habitación desde que descubrió que somos pareja, por lo que nuestro besuqueo se da, sobre todo, en su cuarto.
Josefina, su hermana, siempre está revoloteando por allí, razón por la cual tampoco podemos avanzar demasiado. Sin embargo, Coni tiene miedo de ir más allá y quiere esperar. Yo, por el contrario, soy una bomba a punto de explotar cada vez que me toca.
No quise reconocerlo ante Iñaki, pero he pensado en la posibilidad de que pase algo más esta noche. Tampoco se lo he dicho a mis amigos por temor a que me "quemen" delante de ella o me terminen cagando la maniobra.
La gente va llegando y la música asciende de volumen. No obstante, tengo que ser cuidadoso de no molestar a los vecinos; sus quejas pueden traerme grandes problemas y sé que la Sra. Paolovich no tendría inconvenientes en llamar a mi madre para decirle que su casa se ha transformado en un "antro de perdición".
"Backstreet Boys" suena y mis compañeros intentan hacer la coreo en el comedor. De los cinco, dos están en pedo. Descoordinados, se chocan entre sí y nos matamos de risa.
Las parejitas tampoco tardan en armarse y besuquearse en cuanto rincón solitario encuentran; no soy policía, pero las habitaciones del piso superior han sido vedadas.
Se me sonrojan las mejillas ante la posibilidad de siquiera sugerirle a Coni subir a mi cuarto. Hemos estado hablando mucho al respecto: faltan cuatro meses para sus 17 y parece que los 18 nos quedan muy lejos.
Cada uno está en sus propios asuntos para cuando noto que mi novia camina hacia el piso superior, supongo que en dirección al baño, ya que el de aquí abajo está ocupado. Milagrosamente, ella está sola. Naty y Lore la han tenido bajo su ala toda la noche y parece que recién ahora se pudo librar de ellas.
Miro por sobre mi hombro, buscándolas. En tanto que Lore está a los chupones con su novio en el sillón de la sala, junto a otras dos parejitas más, a Naty no la veo por ningún lado.
¿Me concentro en encontrar a su amiga o intercepto a Coni sin perder más tiempo?
La segunda es la mejor opción.
Subo de dos en dos los escalones disimuladamente. Mi corazón golpea en el interior de mi pecho desaforado. Para cuando llego al pasillo, escucho la descarga del inodoro del baño que está al final, justo al lado de mi dormitorio. Camino y me escondo junto a la puerta.
Coni sale y la agarro de la muñeca; gira a punto de gritar y le hago un "shhh", poniendo mi dedo en su boca. Su sonrisa ocupa toda la su cara.
La tomo entre mis brazos y le sujeto la cara con mis grandes manos.
―Quiero tenerte un ratito solo para mí, ¿está bien? ―le susurro, presionando mi cuerpo contra el suyo. Me encanta que se muera por sentir mi calor.
―Está perfecto. Tanta gente me sofoca ―sus manos se ajustan a mi espalda y no espero más.
Mi boca se alimenta de la suya, sin dejar espacio para el oxígeno. Nos besamos descaradamente, con hambre y lujuria.
Somos dos pendejos cachondos que no pueden apartarse uno del otro.
―Entremos a mi pieza...si querés...―mi voz sale más quebradiza de lo normal. La entrepierna de mi pantalón se siente en llamas.
―No deberíamos...ya lo hablamos. ―Se muerde el labio, indecisa.
―Solo unas caricias. Me da vergüenza que nos vean todos abajo ―Admito con falso pudor. Ella se sonroja y mira hacia atrás, vigilando que nadie aparezca.
Se toma unos segundos que parecen eternos hasta que murmura un delicado "sí". Le beso la sien derecha y saco las llaves de mis bolsillos.
―¿Cerraste con llave? ―pregunta mientras abro la puerta.
―Sí, no quiero que nadie use las camas de mi casa. Ese privilegio solo es para el que vive acá ―Nos metemos en mi cuarto y en un santiamén, volvemos a estar uno encima del otro.
A un beso jugoso le sigue un segundo, un tercero...un milésimo. Nuestras cabezas se balancean en sincronía, nuestras lenguas ya se conocen de memoria.
―Te amo tanto ―le digo. Nos hemos estado diciendo palabras como estas desde hace un par de semanas y se sienten muy bien, naturales. Predestinadas.
Antes de pedirle oficialmente que fuera mi novia, me jugaba la pierna hábil a que ella sentía un enamoramiento por Zeke. A pesar de que ya no estábamos juntos como antes, de que el tiempo y las obligaciones de cada uno nos puso en lados distintos de la vida, yo dudaba que no siguieran en contacto telefónico o que él la estuviera merodeando.
A pesar de que nunca me lo dijo, intuí que mi amigo estaba enamorado de ella. Leal a sus principios, creyendo que rompería nuestra juvenil promesa, estoy seguro de que se ha culpado cada segundo en que pensó que podía tenerla.
Yo no soy ni tan leal ni tan fiel a ese ñono juramento como él.
Coni ha sido dueña de cada uno de mis sueños desde que tengo doce años y fuimos de viaje de egresados. Había soñado con darle un beso en ese entonces pero no se dio. Ella estuvo escurridiza y fue cercana a Zeke.
Recuerdo estar celoso de la estrechez de sus lazos.
Cuando volvimos, la desgracia que supuso fracturarme me dio una inesperada recompensa: ella pasó mucho más tiempo conmigo, haciéndome compañía, mirando películas a mi lado y esperándome en el porche de mi casa después de cada sesión de kinesiología.
Esas actitudes de su parte me confirmaron que Coni era la chica que quería a mi lado, no solo como amiga.
Tardes haciendo tareas juntos, prácticas de fútbol teniéndola en la tribuna, alentándome, afirmaron mis intenciones. Y haberla besado en esta misma cama que ahora nos tiene jugueteando, fue el paraíso.
―Estás...duro ―me dice con la mano en mi bragueta, con un tinte de rubor que mezcla inocencia y ansiedad. Nunca fue tan osada y creo que ese pequeño vaso con Fernet fue suficiente por esta noche.
―Vos me ponés así ―mis manos viajan a sus pequeñas tetas, un camino que han aprendido a recorrer a escondidas, cuando su hermana no está en casa.
―Besáme. Besáme en el cuello que me gusta ―Jadea y aunque muero por dejarle un chupón, me mataría.
Paso mi lengua por la vena que recorre su piel y mordisqueo su oreja. Nuestras respiraciones de agitan, fundiéndose en la música de lejos que trepa por el piso y paredes.
Mis palmas tienen vida propia y levantan la falda de su vestido; agradezco tanto esta elección.
―Juani, deberíamos parar ahí.
―Serán solo caricias, te lo prometo.
―Es que...no sé si aguantaría caricias únicamente.
Apoyando su cuerpo en sus codos, me mira con indecisión.
―Hay mucha gente abajo y somos jóvenes todavía.
―Hay muchas parejas que se inician hasta edad. Sin embargo, es nuestra decisión. No tiene que importarnos el debut sexual de los otros ―Arrodillado frente al borde de la cama, con mis manos en sus muslos suaves, le llevo tranquilidad. Se ve que mis palabras surten efecto, ya que asiente.
―Tendría que ser rápido, ¿no? Por si sospechan...―se relame, endureciéndome más de lo anatómicamente posible.
―Va a ser rápido, no lo dudes ―Bromeo y me ligo un almohadonazo en la cara.
―No seas tonto. Yo...yo quiero recordar mi primera vez con una sonrisa en la cara. No quiero que sea algo apurado y bruto.
―Amor, primero que nada, jamás seria bruto con vos ―ella toma asiento en la cama. Mi mirada está casi a la altura de la suya. Acaricio su mandíbula, arrastro besitos suaves en el hueso de su mandíbula, llevándole seguridad ―. Jamás haría nada para lastimarte, ¿lo sabés?
―Es que el otro día vi una película en donde el chico lo hacía todo apurado y a ella no le gustaba, y le decía que parara y él le respondía que no podía porque estaba a mitad de camino y...
―Coni ―detengo su rollo inútil ―: Yo voy a estar atento a tus necesidades, te lo prometo. Si me decís que sea más suave, iré lento. Si me pedís que pare, lo voy a hacer. Yo quiero que nuestra primera vez sea especial, inolvidable. Para ambos, ¿sí? ―realmente quiero que se convenza de lo importante que esto es para mí también, que no todo se reduce a una explosión de calentura juvenil.
Acomoda su cabello suelto llevándoselo hacia atrás de sus hombros. Se quita la campera de jean que cubre su torso, quedándose con el solero amarillo con flores azules que estampan la tela. Tiene el pecho ligeramente cubierto por una capita de sudor.
Lentamente, baja los breteles de su vestido y de su corpiño con relleno. Ya me ha dicho, como si no lo hubiera advertido, que sus pechos son pequeños en comparación a los de las otras chicas del colegio. Cosa que no me importa en absoluto.
―Quiero que me des besos acá ―el escote de su vestido baja, regalándome la visión de las copas de su ropa interior superior cubriendo sus senos. Beso su piel cremosa, apenas decorada por unas pequitas traviesas.
Sus manos me despeinan y me gusta.
―¿Puedo? ―la miro pidiendo permiso para desabrocharle el corpiño.
―Ajá ―abro el broche sobre su espalda y libero su torso de ataduras. Libera un "ahhh" que me descoloca. Al instante, soy recompensado con la genial exhibición de sus tetas, dos gotas perfectas con pezones sonrosados y despiertos, puntiagudos y carnosos.
No pregunto si puedo besarlos; lo hago y ya.
Mi boca degusta su carne tierna, conociendo y trazando su piel.
Midiendo mi control, arrastro mi boca por ellos, por su cuello y termino en su boca. Para cuando tengo algo de conciencia, escucho el tac del botón de mis jeans abriéndose.
―¿Estás segura? ―repregunto. Se trata de ella, de que esté segura, de que quiera que yo sea el primero. De que este momento sea imborrable.
―Sí, hagámoslo antes de que lo siga pensado ―Esta versión de Coni me sorprende y me agrada.
Me pongo de pie y tambaleando, me quito las zapatillas por el talón mientras me bajo la bragueta del vaquero. Si esto tiene que ser rápido, lamentablemente no tendré tiempo de desnudarme como corresponde ni acariciarla toda la noche como pensé.
Arrastro mis pantalones hasta los tobillos y me lo saco de a una pierna por vez. Los dejo de lado y camino hacia la mesa de luz donde están los preservativos Prime que conseguí de la reserva de mi hermano.
Ella se quita la bombacha y la dobla prolijamente para que no la vea.
―¿Lista?
―Lista. ―Coni se arrastra hasta la línea de la almohada y yo clavo mis rodillas en el colchón después de haberme sacado el bóxer.
La risita que escapa de su boca no es alentadora.
―No te rías de mi amigo, es de la mala educación ―repongo entre risas. Abro el paquete plateado y me enfundo el pene. Está tan duro que podría martillar cien clavos de un golpe.
―No me estoy riendo de él, tonto. Es que estoy nerviosa. Además, nunca vi un pene en vivo y en directo.
―Más te vale que así haya sido ―frunzo mi ceño, divertido ―. Te lo presento: pene de Juani, Coni. Coni, este es mi pene.
―¡Qué tarado! ―que se ría me ayuda a alivianar su tensión.
―Bueno, basta de cháchara, creo que tenemos algo importante que hacer acá ―echándome sobre ella, sosteniendo mi peso con mis antebrazos, la enjaulo ―: Coni, me decís que no y paro. Me decís que salga y salgo, sin importar que esté a punto de acabar o muy emocionado. No quiero lastimarte y a pesar de que no se esté dando en las condiciones ideales, quiero esto, con vos. Nunca lo quise con nadie más que vos.
―Te amo, Juani ―su voz es tierna. Me toma por las mejillas y lleva mi boca a la suya―, y sé que nunca harías nada que me dañara.
La beso y oh, qué pedazo de beso. Como si no hubiera un mañana.
Cuando me despego de sus labios, me aparto un segundo, llevo mi mano hacia mi pene y busco su entrada resbaladiza.
Trago, haciendo equilibrio y pensando en cuán cuidadoso debo ser con ella; es su primera vez y calculo que sangrará. Sus músculos deberán expandirse para permitirme el acceso y no puedo ser rudo.
―Doblá un poquito las rodillas ―lo hace ―. Así ―planto un beso en sus labios y mi lengua enredándose con la suya se encarga de distraerla ante la primera intrusión. Sus ojos se contaren y la mueca de dolor es elocuente ―. Te duele, ¿no?¿Querés que salga?
―No, no, leí que es normal. Es solo cuestión de costumbre.
―Como quieras. Haber llegado hasta este punto ya es inolvidable para mí ―no quiero que sienta la presión de tener que continuar contra su voluntad.
―No, no dale. Vos seguí. ―tomando fuerza, empujo un poco más. A esa primera mueca le sigue otra y otra, hasta que descomprime su pecho una vez que me entierro hasta el final.
―¿Estás bien? ―le lleno la cara de pequeños besos.
―Un poco molesta, pero bien. Ahora creo que tendrías que moverte, ¿no? ―sonríe y sus deseos son órdenes.
Sorteando las molestias iniciales y disfrutando un poco más a medida que pasan los segundos, encuentro un ritmo que parece ir con el suyo y con la fricción que yo necesito para mi propio placer. Aumento la velocidad, deleitándome con conseguir algo que nos gusta a ambos. Resbalando en su interior, llenándola y diciéndole cuánto la amo, las cosquillas en la base de mi espalda me anticipan lo que vendrá.
―Coni, estoy por terminar ―Ella asiente frenéticamente, sin palabras.
Sus ojos encapuchados se abren y me miran fijo.
Sus manos se ajustan a mi nuca, llevando mi boca a la suya para besarme con torpeza y calor.
Mis jadeos salen entrecortados, mi voz no tiene fuerza al momento en que me descargo en su interior. Caigo desplomado segundos más tarde sobre mi espalda, a su lado, cuando mi cuerpo se siente saciado.
―Waw ―digo, recuperando el aire y viendo que mi pene se desinfla de a poco ―. ¿Cómo te sentís?
―Con un poco de ardor, incómoda ―dice entre sonrisas ―. ¡Genial! ―solo ella puede darme una palabra alentadora después de dos que no lo son en absoluto ―. Supongo que para la mujer es distinto en estos casos.
―Yo también leí eso; la gratificación se suele conseguir después de mucho tiempo de práctica y experimentación ―me siento, me quito el preservativo lleno y manchado de sangre. Lo anudo, recojo el envoltorio del piso y lo meto allí. Ya lo llevaré al cesto del baño. Busco mis bóxer y me los pongo.
Coni se incorpora y ve que entre sus piernas hay sangre. No se asusta ni se escandaliza; es evidente que sabía que sucedería.
―Pará que busco una toalla ―abro mi armario y recojo una toalla, ella extiende su brazo y la agarra. Se pone de pie y se limpia, de espaldas a mí. Sé que está avergonzada ―. Coni, ¿estás bien? ―Insisto sin temor a quedar como un pesado.
―Sí, sí. ―se coloca la bombacha con rapidez, sin mirarme todavía. Me pongo detrás de ella y la giro. La abrazo muy fuerte, tanto que duele.
―Sos hermosa y agradezco mucho el regalo que me diste ―me mira intrigada, con ojos llorosos.
―Lamento no haberlo disfrutado más ―Solloza con un puchero que me desarma.
―¿Me estás jodiendo? Coni, ya vas a ir acostumbrándote. Para mí es más fácil porque soy quien...bueno, mete y saca... ―me gano una cachetadita en el brazo, merecida.
―Ya lo sé...pero bueno...supongo que ya tendremos posibilidad de que esto mejore.
―Por supuesto, amor. Nos vamos a encargar de mejorar y mejorar y mejorar ―Baño su rostro de besos aterciopelados, hasta recalar en su boca ―. Terminemos de cambiarnos y bajemos.
―Todo el mundo va a saber lo que estuvimos haciendo acá arriba ―Entierra su cabeza en mi pecho, decepcionada.
―Estoy seguro de que todos están en lo mismo que nosotros, pero en el sillón o en la cocina.
Su carcajada me conmueve y serena. Alejándose unos centímetros, toma su corpiño, se lo pone y se acomoda sus pechos. Arregla su vestido, se coloca la campera y se peina con los dedos.
Termino de vestirme al mismo tiempo que ella y la tomo de la mano.
―¿Vamos? ―Ella toma aire exageradamente y asiente.
―Vamos.
Y así comenzamos con una nueva era.
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Forro: en este contexto, sin códigos.
De toque: sin pensarlo.
Pochoclos: palomitas de maíz.
Jeta: cara
Ponerla: tener relaciones
Garche: Polvo. Sexo sin sentimientos.
Forros: en este contexto, preservativos
Gaseosas: sodas de varios sabores.
Hacer la gamba: solidarizarse
En pedo: borracho.
Fernet: aperitivo.
Bombacha: bragas.
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