53
Paso las hojas tratando de identificar los estudios a los que fue sometido mi amigo. ¿Estaba enfermo y no lo dijo?¿Por ello se suicidó y no porque estaba deprimido por una lesión no resuelta o en crisis con su esposa?
Unos renglones perdidos en la inmensidad de valores me cachetean.
No sé de italiano más que algunas palabras sueltas que decía mi nonna Clementina, y ni así estoy preparado para leer la palabra "sterilitá".
―¿Qué caraj...? ―ya no sueno distendido ni despreocupado, sino enojado ―. ¿Juani se hizo un espermograma para saber si era estéril?¿Con qué propósito?
Coni se mete dos mechones de cabello detrás de sendas orejas. Lo tiene mucho más largo que de costumbre y sé que le molesta. Todavía no se lo ha cortado, desconozco el por qué.
―Juani tuvo una lesión mientras estaba en España. Él me dijo que era una pubalgia y que por eso no estaba jugando ―recita, monocorde. Recuerdo vagamente algún que otro mail en donde me contaba de sus tirones en la ingle ―. Eso no fue verdad o al menos no por completo: tuvo un traumatismo testicular que lo dejó estéril.
Mis párpados se abren y cierran en un movimiento nervioso, compulsivo.
―Antes de que lo preguntes, no. No supe nada sino hasta hace diez días atrás, cuando estaba sacando sus papeles de una caja que la empresa de mudanza guardó sin revisar, lógicamente ―aclara con firmeza ―. Él sabía que quedó estéril mientras militaba en el Zaragoza. En Italia, se repitió los estudios, con los mismos resultados ―no hay aturdimiento en su voz, tampoco crítica. Supongo que ya ha hecho las paces con su descubrimiento.
―Waw...esto es como ¡waw! ―mi boca está pastosa, como si estuviera comiendo aserrín con cola de carpintería ―. ¿Nunca te dijo nada?¿Nunca te dio una pista?
―No, Eze. Jamás hablamos de su imposibilidad de tener hijos ―me pareció que sus ojos verdes se ampliaron, como si eso fuera anatómicamente posible.
Su mirada intensa guarda un mensaje no dicho, un intrincado pensamiento que no soy capaz de resolver por mis propios medios.
Regreso mi mirada a los montones de resultados de Juani, sintiendo que en cierto modo, estoy intrusando su intimidad. ¿Su infertilidad cambia mi modo de pensar con respecto a él? Claro que no. Entonces, ¿por qué me está haciendo leer este choclo de números?
―Por tu falta de reacción supongo que aún no te diste cuenta.
―¿Darme cuenta?¿De qué? Vos misma me acabás de decir que Juani no podía tener hijos.
Juro que veo una sonrisa enmascarada en una repentina mordida de labio inferior.
―Ezequiel Martínez, tu amigo era estéril desde que tenía casi veinte años.
―¿Y? ―de no ser porque estamos hablando de mi amigo muerto, su esposo, me daría gracia este tonto ida y vuelta.
―Si mi hijo no es biológicamente de Juani porque él no pudo concebirlo y yo solo estuve con dos hombres en mi vida...entonces...¿de quién es? ―Formula la pregunta como un problema de lógica de colegio secundario.
Las ruedas de mi cabeza trabajan al tope de sus posibilidades y a pesar de la explicación tan sencilla, no caigo.
―Enzo es tu hijo, Ezequiel―Su labio inferior tiembla un poco, en contraposición a la sonrisita divertida que me mostró antes de tener que ser tan directa a causa de mi lentitud mental.
Mi corazón se salta un latido, un calor sofocante me cierra la garganta, dejándome sin aire. Mi mirada errante vaga por toda la habitación y por primera vez, entiendo a qué tipo de respuestas se refería Jose.
―¿Mi hi-hijo?¿Mío? O sea...¿de mi sangre? ―repregunto.
Sí, imbécil, me responde mi cerebro.
―Entiendo que esto signifique un shock para vos. No estaba en tus planes convertirte en el padre de un niño de cuatro años, mucho menos si ese chico fue criado por tu amigo y tu amante "barra" amiga. ―Sus palabras tropiezan en su boca y yo apenas las registro. A grandes zancadas llego a la ventana, con el estómago revuelto.
Toda clase de emociones me contraen los huesos.
Tengo un hijo.
Un hijo de 4 años con la mujer que amé toda mi vida.
Un hijo que me fue negado en un acto sumamente egoísta y arbitrario de un tipo que solo pensaba en no perder a su esposa.
"Son tuyos".
Busco mi teléfono en el bolsillo trasero de mis vaqueros y deslizo el dedo a toda velocidad entre mis conversaciones, hasta que encuentro el mensaje de texto que me envió Juani antes de morir.
"Son tuyos".
―Él lo sabía. ¡El hijo de puta siempre lo supo! ―gruño. Mis puños se estrellan en el antepecho de la ventana con furia e indignación ―. ¡El hijo de puta siempre lo supo y lo ocultó a propósito! ―Miro hacia arriba en un acto reflejo porque nunca podré obtener las respuestas que necesito.
―Te juro que yo no lo sabía.
Giro de golpe, encontrándola a Coni de pie, en medias, varios pasos por detrás de mí.
―Nunca sospeché que Enzo sería tuyo, Eze. Bueno, en realidad una vez se me cruzó por la cabeza y...
―¿¡Qué!?―toda mi cara se frunce. Me duele el estómago, el alma ―. ¿Alguna vez sospechaste que podía ser mi hijo? ―no tengo filtro y mi volumen debe haber llamado la atención de Jose, ya que entra sin golpear a la habitación.
―¿Está todo bien?―la otra pelirroja asoma la cabeza.
―Sí...está ...mmm...procesándolo ―Coni está cruzada de brazos, temerosa. Yo, en cambio, me mantengo envarado contra la ventana.
―Coni, cualquier cosa me llamás, ¿eh?
―No va a hacer falta. Jamás le haría daño. ―Le aseguro con mi mejor tono de mierda.
―Más te vale. ―Josefina me sostiene la mirada y aunque pesa la mitad de kilos que yo, ni loco me enfrentaría a ella.
Y desaparece.
―Explicáme eso que acabás de decir, por favor ―Ablando mis hombros, propiciándole el clima para hablar.
―En realidad nunca fue una certeza, cuando leí los análisis y me di cuenta de que eras el padre de Enzo comencé a hacer cuentas. Vine a la Argentina en un total arrebato para cuando debería haberme recambiado el parche. Nosotros no nos cuidamos todas las veces que tuvimos sexo y bueno...pasó.
―¿Entonces..?
―Ni siquiera lo consideré porque tuve relaciones con Juani apenas puse un pie en España. Sin ninguna protección ―Traga, avergonzada, escondiéndose de mí. Vuelve a su cama y pliega sus piernas hacia su torso.
¿Puedo culparla? Una mínima parte de mí lo quiere; tener a alguien para descargar esta bronca acumulada suena como una excelente idea, pero no sería más que un absurdo catalizador de mi rabia. Esto no es más que responsabilidad de Juan Cruz.
―¿Por qué no me lo dijiste en cuanto lo descubriste?
―Porque no sabía cómo hacerlo. Todos los caminos me llevaban a una discusión enorme y...yo...yo no quería...no quiero perderte ―sus lágrimas se hacen carne en mi cuerpo. Odio verla llorar, verla triste y abrumada como lo está en este momento―. Yo fui engañada por él, Ezequiel. Y me duele mucho no saber cómo hacértelo entender. Mi hijo también fue víctima de sus secretos. Él no sabe que Juani no es su papá y su cabecita apenas está procesando el duelo por su muerte. ¿Cómo le explico que a quien llamó papá durante estos años nos mintió conscientemente?
Entonces la comprensión viene a mi cabeza hueca.
Comprendo que si bien esta es una inesperada realidad, yo debo aprender a manejarla.
No soy un niño. Soy un adulto de más de 30 años, con una verdad dura e impensada que tengo digerir más temprano que tarde.
Enzo es el que lleva la peor parte: es un niño hermoso e inocente, atrapado en la red de mentiras urdida por el hombre que fingió ser su padre y que lo aceptó solo porque no quería perder a su esposa.
―No puedo perdonarlo...no puedo― El temblor en mi voz me ahoga.
―Yo todavía estoy tratando de entender por qué lo hizo. ―Regresa a la cama y toma asiento, acurrucándose contra sus rodillas ―. ¿Sabés? Empecé terapia la semana pasada. Hay muchas cosas que necesito procesar, entender, buscarles la vuelta...
Mi respiración se estabiliza y mi cuerpo regresa a la ventana, a las cortinas livianas y a la vista del patio con el pasto bien cortado y la bicicleta de Enzo tirada en el piso de cerámica.
―Tengo un hijo ―suspiro, sacudido. De envidiar el lazo eterno de Coni con Juani a través de ese niño, paso a tener que considerar que ese niño es mío.
Mío.
Mío y de la mujer de mi vida.
―Si querés hacerte un examen de ADN, estoy dispuesta a...
―¿Qué? De ninguna manera. No voy a dudar de tu palabra, Coni.―gruño, sabiendo que esto no es un engaño.
Ella respira hondo y larga el aire de a sorbitos.
―Perdón por haber tardado tanto en decírtelo. Perdón por seguir haciéndote daño. ―Me volteo velozmente, sucumbiendo a su llanto y a su pedido de disculpas. Recogiéndole las lágrimas espesas que ruedan por sobre sus mejillas húmedas, me siento en la cama y hundiendo el colchón junto a ella, la abrazo.
―No, no, Coni, no digas eso por favor. Esto es demasiado complicado como para juzgarte por un capricho ajeno.
―Debería haber interpretado sus señales. Él se mostró más que sorprendido cuando le di los test de embarazos y estuvo muy distante durante la gestación. Tampoco era muy efusivo cuando tenía a Enzo en brazos. Lo asocié a su inexperiencia, a los planes que había trazado antes de pensar en agrandar la familia. A que todavía no estaba preparado. Asumí, con dolor, que ese era el nuevo Juan Cruz. Frío, poco afectuoso. La muerte de Bernardo fue un detonante y la rescisión del contrato, el último clavo en su ataúd ―sus manos se aferran a las solapas de mi chaqueta y sus gemidos de dolor quedan ahogados en la estampa central de mi remera.
―Odio haberme perdido todos esos momentos con Enzo. Odio que me los haya arrebatado. ―Mis molares chocan entre sí con la impotencia de no tener la máquina del tiempo y darle una buena trompada en la jeta al forro de Juani.
―Yo también odio que te haya impedido vivir eso.
Durante algunos minutos el silencio se instala entre nosotros. Ya no hay un llanto desconsolado ni palabras de ira de por medio. Mi pulgar frota su espalda, sobre la línea de su columna vertebral y como un calmante que va en ambas direcciones, nos recomponemos.
―Tengo un hijo con vos...―la emoción me quiebra.
―Pensé que tendría que hacerte el diagrama de biología con el óvulo y el espermatozoide que la señorita Gauna les debe haber dibujado en la clase de Ciencias Naturales de quinto grado.
―Siempre tan inteligente vos, ¿no? ―Tras un largo rato nos apartamos; en un gesto que sale sin pensarlo, rozo su mejilla con mi pulgar, trazando las líneas que la remera arrugada dejó en su piel.
Una bella sonrisa se dibuja en su cara alejando los nubarrones de dolor e inseguridad que la acuciaron durante estos días. No tengo la más remota idea de cómo seguiremos de aquí en más, pero hay algo que me ha quedado muy en claro y se lo comparto.
―Quiero que Enzo sepa que soy el papá ―a punto de protestar, la corto con un chistido ―: No te estoy diciendo que lo hagamos ahora mismo. Entiendo que es un niño pequeño y que probablemente tengamos que pedir ayuda profesional para encarar el tema. Pero dame la posibilidad de decírselo.
Sus labios se despegan, dubitativos.
―Sí, quiero hacer las cosas bien. Por él. Por mí. Por vos. Por todos.
―¿Estás aceptando a Enzo como tu hijo?
―¿Por qué no lo haría? ―me sorprende su pregunta.
―Porque sos el rey del anti compromiso. Un hijo no es una lijadora, Eze.
Mis fosas nasales se abren con intensidad, buscando las palabras que mejor se adecuen a este momento sin soltar groserías. A cambio, trago, con el ceño fruncido y la sensatez en la punta de lengua.
―Me duele que pienses que soy un tipo irresponsable. Mucho más teniendo en cuenta que acabamos de coincidir en que si no estuve en la vida de Enzo, no fue porque no quise sino porque el imbécil de Juan Cruz se creyó con todo el derecho de apoderarse de su futuro.
Exhala, asintiendo repetidamente con la cabeza.
―Nunca creí en el matrimonio porque vi de primera mano que un papel y un anillo no garantizan el amor y el respeto mutuo. Mis padres se casaron y a mi mamá le importó poco y nada la familia que formó con mi papá. Nos dejó sin mirar atrás y solo regresó para extorsionarlo con mi tenencia ―se asombra ante mi información pero no me detengo en los detalles ―. Hasta entonces, nada ni nadie valió la pena para hacerme cambiar de opinión. Hasta ahora.
Coni toma distancia definitivamente de mis brazos para mirarme con una extraña mueca de disgusto.
―¡No te estoy obligando a que me pidas matrimonio! ―Chilla, ofendida.
―¡Yo tampoco te lo estoy pidiendo! ―Río y me revolea un almohadón que me da en mitad de la cara. De inmediato, le declaro la guerra y me arrojo encima suyo, casi aplastándola contra el colchón.
La temperatura entre nosotros rápidamente escala hacia lo más alto; nuestros cuerpos están pegados, lo suficientemente adheridos como para sentir sus pechos contra mi torso y mi erección creciendo en mis pantalones.
―Dejáme hablar, Coni ―se retuerce débilmente y mira de lado ―. Miráme. ¡Miráme, carajo! ―ordeno entre dientes, con mis manos sujetándole las muñecas y mi aliento enredándose en el suyo ―. Nunca me planteé casarme con nadie. Incluso dudé de que encontraría a la persona que hiciera trastabillar mis creencias. Pero siempre estabas vos. En mi cabeza, en mi alma, en mi corazón, y los "y si..." se multiplicaban sin cesar. Cuando hicimos el amor por primera vez, toqué el cielo con las manos. Cursi comparación, sí, pero es exactamente como me sentí ―Coni vaga sus ojos por los míos, por mi nariz, por mi boca. Mi peso cae sobre mis antebrazos para no aplastarla ―. Cuando te fuiste, mi corazón se resquebrajó. Pensé que jamás se compondría. Te fuiste. Y volviste. Y estuvimos juntos. Otra vez. Y otra vez te fuiste. Esa vez, mi corazón sí que se rompió.
―Por ser un hombre de pocas palabras, hoy te estás excediendo ―masculla, arrancándome una sonrisa.
―Ya termino, aguantá un poco más ―bufa y pone los ojos en blanco, bromista ―. El tema es que solo vos fuiste capaz de romperme el corazón tantas veces y arreglarlo. Me prometí no caer, pero cualquier juramento en tu presencia, es imposible de cumplir. Con esto quiero decir que sos la única mujer con la que me permití soñar con una eternidad, con una vida juntos. Una vida con colores llamativos y también grises, un futuro lleno de risas y llantos. Quise alejarme, quise alejarte, pero el destino se encarga de acercarnos una y otra vez.
―Eze, yo...
―Shhh...No te estoy pidiendo casamiento. Solo te pido la oportunidad de ser algo más que amigos. Quiero ser tu hombre, el padre de nuestro hijo. Quiero tener la chance de conocer a Enzo. Lo que perdí no hay modo de recuperarlo; no obstante, no estoy dispuesto a renunciar a lo que viene.
Mis brazos ya no pueden seguir sosteniendo mi peso por lo que tomo asiento en el extremo del colchón. Ella sigue en posición casi horizontal, sopesando mi discurso.
―Vas a tener que ayudarme ―pido ―, vas a tener que decirme qué le gusta, qué no. Quiero estar en su vida tanto como pueda. Y en la tuya. Si me lo permitís.
Algo transforma el rostro de Coni, relajándolo. Quizás fue mi férrea convicción de hacer las cosas bien, o de esperarlos, o de querer formar parte de su familia.
O de que sean parte de la mía.
Coni se arrodilla a mi lado, obligándome a reposicionarme. Dejo la pierna izquierda colgando de la cama mientras que la otra queda flexionada en el colchón, dándole toda mi atención.
Sus manos se aplanan en mi pecho y siento las chispas crecer nuevamente sobre y bajo la tela de mi remera.
―Sí.
―¿Sí?
―Sí a todo. A estar en la vida de Enzo y a estar en la mía ―susurra cerca de mi boca y percibo el deseo en su voz. Mi piel arde y a juzgar por la mirada encendida en sus ojos verdes, su libido ha crecido.
―Lo quiero todo, Coni. La voy a cagar muchas veces, pero prometo aprender.
―Yo la sigo cagando todavía ―el soplido de su risa acaricia mis labios secos y ansiosos por sus besos. Mi mirada se bizca cuando su boca generosa se frunce delante de la mía.
―Te amo desesperadamente. Y saber que Enzo es mi hijo, es...increíble― Le confieso sin vueltas.
―¿En serio? ―seguimos hablando en un susurro caliente.
―Por supuesto. Secretamente, he deseado que él sea mío desde que supe que estabas embarazada.
Ella sonríe liviana y sus manos abandonan mi torso para migrar hacia mi rostro, áspero con la capa de barba que siempre me persigue.
―Estoy dispuesta a amarte. Siempre lo hice, a mi manera, pero siempre lo hice.
―Lo sé. Entonces, ¿lo intentamos?
―Dale, sí, intentemos ser algo más.
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Jeta: cara.
Forro: en este contexto, mal tipo.
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