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―Diviértanse. Los odio ―Juan Cruz tose del otro lado de la línea. Coni y yo lo saludamos a través del teléfono de la casa de mi amiga y colgamos.
No puedo creer que justo esté con anginas y se pierda la excursión de la que tantas veces hablamos. Supongo que el plan de darse su primer beso en esta ocasión quedó pendiente.
Estaba tan animado con eso.
Hace una semana me dijo que quería hablar con Paula Orchi, la chica nueva de la otra división. Últimamente, estaba más pegado a Coni que nunca, por lo que no creí que siquiera fuese una opción.
Solía llamarla por teléfono todas las tardes después del colegio para hacer la tarea juntos, cuando por lo general yo era el que iba para su casa. También, comenzó a regalarle su alfajor preferido, el Tofi - Blanco y Negro, en cada recreo.
No sé si eran celos de amigo o de algo más. Desde primer grado él y yo fuimos inseparables y cuando pensé que Coni fortalecería nuestro vínculo, ahora mismo lo dudo.
Ella es genial. Linda. Un poco payasa. Le gusta hacer morisquetas raras y cantar fuerte. Desafinadamente fuerte. Y cuando necesité que estuviera a mi lado, lo estuvo.
Perder a mi abuela fue un golpe durísimo; papá trabajaba todo el día, así que yo llegaba a casa, cocinaba algo rápido para ambos y me ponía a estudiar.
O a dibujar, mi pasatiempo favorito.
Comencé dibujando paisajes, sobre todo con carbonilla y lápices de grafito. Después, partes del cuerpo como manos y pies, cosas tangibles y expresivas.
Hasta que la dulce carita de Coni invadió mis sentidos y no hice más que reproducir en mi mente y sobre el papel pedacitos de ella: su nariz con sus pecas dispersas, sus ojos con pestañas largas de un predominante color verde y chispitas marrones y su gran boca.
No quería reconocer que mis primeras erecciones fueron pensando en mi amiga. Me torturé negando lo que me pasaba y sentía. Me enojé conmigo mismo porque lo sentía como una traición.
Cuando subimos al micro que nos va a llevar de excusión escolar a un camping en San Pedro, todo es algarabía. Las chicas chillan de emoción y arrastran a Coni a sus asientos. Quería sentarme con ella, cosa imposible a estas alturas. Me tendré que conformar con hacerlo al lado de Julio.
"Y a rodar y a rodar y a rodar y a rodar mi vida..." cantamos a todo pulmón, "y a rodar y a rodar mi amooooooorrrrr."
El profesor de educación física musicalizó todo el viaje, convirtiendo a Fito Páez en el cantautor estrella de la mañana.
Al llegar, nos acomodamos de acuerdo con lo que habíamos estipulado. Yo llevaba la carpa de Juani, la cual insistió que cargáramos.
―Cuentan con esa carpa y no tienen la culpa de que me haya enfermado ―dijo cuando la pasé a buscar ayer por la tarde. Tenía la garganta como papel de lija y apenas podía tragar. Me quedé en la puerta, ya que Teresita que me dijo que su cuadro era contagioso.
Ahora mismo me hubiera gustado estar en la cama como él, tomando tecitos con miel y torta blanda hecha por su madre. No solo era la carpa más complicada de armar, sino que mis compañeros de equipo tampoco tenían mucha destreza en el tema.
Usando el sentido común, leí las instrucciones y repartí las tareas. Éramos tres integrantes, no podíamos rendirnos ante una simple carpita.
Mucho menos cuando varios de nuestros amigos ya las tenían levantadas.
Coni apareció masticando chicle, toda risueña, haciéndose la superada, con los brazos cruzados sobre su pecho.
―¿Necesitan ayuda de una chica? ―Desafiante, levanta su ceja derecha y aprieta su bíceps apenas ondulado como si practicara fisicoculturismo.
―Esta carpa es muy sofisticada ―me levanto la remera y me seco la transpiración de la frente. No fui consciente de ese movimiento hasta que vi que Coni abrió sus ojos más de lo posible y comenzó a toser ―. ¿Estás bien? ―le doy palmaditas en su espalda.
―El...chicle...pasó...otro...cañito ―Tose y tose, poniéndose colorada.
―¿Viste? La vida es un boomerang ―le respondo y me echo a reír para cuando se compone.
―¡Maldito! ―me golpea el brazo con fuerza, con algo de tos residual.
―¡Auch! Eso dolió.
―Jodéte por tarado ―Suelta y en una torpe maniobra cae de culo al piso.
Durante toda la semana había estado lloviendo, por lo que el suelo está blando y embarrado. No hace falta decir cómo terminó su pantalón, ¿no?
―Dale, no sigas acumulando razones para que me burle de vos ―Evito que las carcajadas broten de mi pecho y le extiendo mi mano en solidaridad.
Ella se aferra a mis dedos, pero la muy traicionera aprovecha la inestabilidad del terreno y mi poca anticipación para tironearme hacia abajo, haciéndome caer de rodillas. Como si fuera poco, toma una bola de barro frío y me la empasta en el pecho y en la cara.
―¡Hiciste trampa!¡Te aprovechaste de mi ayuda! ―Todos nos rodean, riéndose y disfrutando de nuestro tonto jueguito.
―Nunca subestimes mi poder femenino ―La muy tonta se cree la Mujer Maravilla.
Cuando nos ponemos de pie, el profesor de gimnasia y la maestra de ciencias naturales nos miran con resignación. No somos los alumnos más problemáticos del curso, pero esta vez, toda esa impopularidad nos pasa factura.
De repente, todos sabrán quiénes somos.
Genial, con lo que disfruto ser señalado.
―Creo que es un buen momento para mostrarles los baños ―dice la señorita Gauna.
―Seguro ―respondo, levantando los brazos y yendo en busca de una muda de ropa.
Caminamos hacia el bloque de sanitarios que nos señala la docente; este camping tiene muchas parcelas libres y cuenta con algunos tomacorrientes y las comodidades básicas para nuestro aseo. Si bien la idea de todos los padres no era gastar dinero en una aventura de este estilo ya que están pagando el viaje de egresados de fin de curso, los profesores consiguieron un buen precio por este fin de semana.
Papá me había hecho elegir entre ambas actividades. Por fortuna, contaba con algo de dinero ahorrado de mis changas, lo que me permitió costear las dos opciones.
―Mmmm, perdón por tirarte al barro. Está bastante fresco como para tener que bañarnos al aire libre.
―Todo bien, vamos a tener una anécdota para contarle a Juani cuando lleguemos el domingo a la noche.
―Pobre, le dolía mucho la garganta.
―Sí, un bajón.
Durante unos minutos nos quedamos mirándonos, frente a frente, ambos con un toallón en la mano y una jabonera sobre la pila de ropa que teníamos para cambiarnos.
―Bueno, me voy a bañar antes de que arranque la actividad.
―Sí, sí, claro ―respondo como idiota.
Me meto al cubículo de ducha cuando está el agua caliente y al cabo de cinco minutos ya estoy super limpio y con mi ropa embarrada metida en una bolsa. Coni aparece para cuando estoy por irme, con su cabello mojado tocando su cintura y su cara roja.
―Me froté tanto que creo que tengo la piel en carne viva ―Se para a mi lado y se desenreda el cabello.
―¿Hace cuánto no te lo cortás?
―Hace dos semanas me corté las puntas.
―No tenés miedo de...no sé...ensuciártelo cuando te sentás en el inodoro ―me mira con horror y creo que no fue un buen comentario de mi parte; sin embargo, explota de risa.
Nos miramos y reímos sin parar. Se siente muy bien, natural.
De inmediato recuerdo que prometí que la aparición de Coni no rompería mi amistad con Juan Cruz y me compongo. Lágrimas salen de sus ojos claros.
―Es mejor que vayas, yo tengo mil horas con este pelo.―me dice señalándose la cabeza con el cepillo.
―Sí, bueno, vení rápido.
***
Por la tarde-noche, cuando el sol está poniéndose detrás de los árboles, los profesores nos reúnen alrededor de un fogón. El profe de gimnasia con su guitarra criolla nos espera junto a la maestra. Ambos andaban por los treinta años y los rumores decían que estaban de novios.
Sí, se llevaban bien. Se sonreían y coordinaban las actividades sin problemas, pero no creí que se vieran más allá del colegio. Para el caso, es un chusmerío que no me interesa.
Algunas de las chicas suspiraban por el profesor; era un hombre musculoso, moreno y muy simpático. Siempre iba con sus pantalones de ejercicios y camisetas deportivas pegadas al pecho, delineando su físico.
Jugando con la linternas, nos iluminamos la cara.
Las apagamos y prendemos a pesar de los regaños de los profes. Formamos un círculo alrededor del fogón mientras él toca las cuerdas. Es octubre y aún tenemos algo de brisa fresca por las noches.
Estoy junto a los varones, escuchando hablar de los partidos de futbol del fin de semana mientras que las chicas se ubican justo frente a nosotros. También tontean; algunas están un poco maquilladas y peinadas por demás, como si esto fuera la matiné de un boliche de moda.
En el tumulto, veo de reojo a Coni. Lleva una alta cola de caballo y se ha puesto un rompevientos fucsia y violeta. Como un imán, su presencia me es magnética.
Me va a doler no verla todos los días; en dos semanas estaré rindiendo el examen de ingreso para trasladarme a una escuela de orientación técnica. El colegio al que vamos tiene nivel secundario, pero no me agrada la especialización en finanzas que ofrece.
Me sentiré más a gusto entre las herramientas, los bocetos en papel y la construcción en general que con la calculadora científica, los balances contables y una posible pasantía en un banco cuando vaya a cuarto año.
Nadie sabe que esa es mi meta para el próximo año; ni siquiera le dije a Juani que cambiarme de colegio es de mi interés.
―"No importa el lugar, el sol es siempre igual, no importa si es recuerdo o es algo que vendrá..." ―el profe comienza a tocar los acordes del tema de Los Enanitos Verdes, "Amigos". Es un hit que se escucha en todas las radios y nos sabemos de memoria.
El himno a la amistad.
No importa cuán desafinado haya sonado todo, pero nos unimos en un abrazo colectivo y nos balanceamos en grupo.
Inevitablemente, mis ojos siguen el balanceo de Coni, su pasión al cantar, su diversión al entonar a dúo con su amiga, Naty Hersch. Trago y meneo la cabeza.
"Ella es tu amiga, no te gusta para algo más. Olvidáte de ella, olvidáte de ella", me repito en un gruñido interno.
Las canciones se suceden y cantamos cada una de ellas. Solo paramos para comer el guiso – o el engrudo que hicimos – con los ingredientes de latas que cargamos en nuestras mochilas, las bolsas de papas y las cajas de salsa que nos dieron los profesores.
Cada grupo hizo su propia cena: con orgullo, puedo decir que nosotros fuimos votados como el mejor equipo. No se nos quemó en la cacerola que nos dieron y logramos un buen balance de sal, algo difícil al momento de cocinar.
Recibimos el aplauso colectivo y se me hincha el pecho; dejamos de ser, automáticamente, el grupo de los nabos que no supieron armar la carpa a tiempo sino el que hizo un plato comestible que compartiremos con todos.
Todavía no es medianoche para cuando los profesores nos convocan a una búsqueda del tesoro. El premio es un bolso de gimnasia marca "Nike" – supongo que una imitación - y una maceta con una bolsita de tierra y semillas de no sé qué flor. Es más que obvio cuál profesor aportó cada regalo.
Linterna en mano, debemos encontrar el mapa que nos llevará al punto exacto.
Cada equipo, recibió un papel con un acertijo que nos dará pie a acceder a la primera pista. Mi equipo, o el equipo del que formo parte ya que no soy la voz cantante, está formado por Coni, Julio Vázquez, Ana Riestra, Quiquito Puente y yo. En cuanto nos dieron las directivas, Coni corrió hacia mí.
Con nuestras linternas a cuestas, nos sumergimos en la oscuridad de la noche, el sonido de los grillos y el ulular de los búhos.
―¿Tenés miedo? ―susurro a mi mejor amiga al notar su agarre de muerte en mi brazo.
―Mmm, no a la noche.
―¿Entonces a qué?
―A alguna serpiente o culebra. O rata...no me gusta no ver lo que piso ―Chilla cuando nuestros compañeros hacen un "shhhhh" estridente. Coni les saca el dedo medio y guardo mi carcajada.
Julio, cual Sherlock Holmes, lidera la fila en tanto que Ana se adhiere a Enrique, más conocido como Quiquito. Odia que lo llamemos así, pero desde que en tercer grado su abuela fue a buscarlo al colegio y vociferó su apodo, fue imposible que no lo usemos en su contra.
Algunas hojas crujen a nuestro paso; a lo lejos se puede oír el festejo de algunos y el murmullo enojado de otros equipos. Cuando llegamos adonde se encuentra el objeto solución de nuestra adivinanza – todos tenemos pistas distintas pero que nos llevan a un mismo lugar - , hallamos un segundo acertijo. Lo leemos y no pasa un segundo que mi amiga da la respuesta.
―¡Tenemos que buscar un eucalipto! ―Festeja Coni, con razón. En ese momento, ponemos a prueba nuestro olfato.
Los eucaliptos son árboles fáciles de distinguir, aunque no recuerdo haber encontrado muchos por la zona; su inconfundible aroma nos guiará a la meta.
―Auch, mierda ―Coni se tapa rápidamente la boca cuando insulta. Su madre suele regañarla mucho, pero su sonrojo cuando lo hace es adorable.
―¿Qué pasa ahora? ―Julio, molesto, nos detiene a todos.
―Creo que me clavé una rama en la pierna.
―Ustedes adelántense que yo me quedo con ella y me fijo si necesita que llamemos a los profes ―le digo, como si fuera un doctor de urgencias.
Aun con la oscuridad en nuestras cabezas, noto la expresión risueña de mis compañeros.
―¿Qué pasa? ―soy el más alto del grupo y del grado, y me aprovecho de eso como si fuera a intimidarlos. Nunca más lejos.
―Nada, chabón. Tranquilo. Como quieran ―Julio pasa su linterna de una quejosa Coni y a mí ―. Vamos, ya nos alcanzarán ―levanta los hombros y el trío continúa sin nuestros pasos por detrás.
Cuando se alejan bastante, Coni se sienta contra el tronco de un árbol.
―¿Dónde te lastimaste? ―la poca iluminación en estos casos es un problema ―. ¿Querés que grite por ayuda así vienen con el botiquín?
―En realidad no me duele mucho, pero quería deshacerme de Julio y sus estúpidas exigencias de detective privado. ―me cuesta un segundo digerir cuán buena actriz ha sido.
―¿Inventaste el dolor?
―No, señor. Lo exageré. Es distinto. ―Presionando sus rodillas contra su pecho, exhala una larga respiración. Yo todavía estoy de pie, con los brazos en jarra y un tanto enojado porque nos alejó del grupo.
Finalmente, cedo y me siento a su lado.
―No tenés miedo que una culebra se enrede en el árbol y de repente...¡zas! te estrangule ―Le clavo el dedo en las costillas y consigo que se queje.
―¡Ayyyyy, idiota! ―Ríe agudamente y jugamos de manos por un momento. Nuestras linternas se voltean y se apagan.
―Jodéme que nos quedamos sin pilas ―protesto, sacudiéndolas. La luz de la luna es todo lo que nos ilumina y por un momento, también tengo miedo de algún bicho asqueroso.
―No, ¿en serio? ―ella las golpea contra su mano, como si desconfiara de mí. Las abre y le saca las baterías, desperdigándolas por el piso.
―¿Qué haces, nena?
―Tratando de que funcionen...
Tantea el piso y las vuelve a poner en ambas linternas.
―No, nada. ―se escucha el tiqui-tiqui de la perilla. Con el barro habrá empeorado la cuestión.
―Supongo que tendremos que confiar en nuestro instinto y ver por dónde van las otras luces― A punto de ponerme de pie, ella me sujeta de la muñeca y me tira hacia abajo.
Me es imposible distinguir si está ruborizada o el grado de nerviosismo que tiene, pero sí puedo confirmar sus ojos grandes mirando hacia mi boca y sus dientes superiores mordiéndose el labio inferior.
―Zeke...―suspira y sé que algo malo está por pasar.
―¿Sí? ―Mi corazón late a mil kilómetros por hora. Hemos tonteado miles de veces, nos hemos hecho cosquillas, he llorado en su hombro por la muerte de mi abuela y ella ha protestado sobre el mío más cantidad de veces de las que puedo contar.
Es mi mejor amiga. Inalcanzable. Intocable.
―Zeke...¿sabés? Todas las chicas ya tuvieron su primer beso ―la respiración se me atasca en el pecho. Tutum, tutum, tutum ―. Y yo no.
―Oh...pensé que sí...
―No, tonto. Te lo hubiera contado.
―Pensé que se lo habrías contado a Juani.
―No, Juani últimamente está hecho un abrojo conmigo y no me da contarle nada ―dice, confirmando que lo que vi no era fantasía.
―¿Y por qué yo? ―¿En serio hago esa pregunta tan estúpida? Tendría que estar agradecido porque me confíe sus secretos.
―No sé...vos nunca me juzgás...nunca me decís qué es lo correcto y que no. Me dejás...ser...―su explicación es más profunda de lo que esperaba. Yo estoy próximo a los trece años y ella acaba de cumplir doce. ¿Tan filosóficos podemos ser a esta edad?
Sé que debo volver al punto en cuestión: su beso nunca dado. Su primer beso. Un acontecimiento en sí mismo según los estándares románticos de Constanza Lebow.
―Supongo que vos ya tuviste tu primer beso ―curiosea en un susurro ―. Las chicas me dijeron que sí.
―¿Chicas?¿Quienes? ¡No! ―mi voz sale más aguda de lo normal ―. No, no. Nada que ver ―digo repetidamente, avergonzado de la fama que me han hecho y sobre todo, preocupado por lo que ella vaya a pensar.
―¿En serio?¿No te besaste con nadie? Pensé que Gaby o Yanina ya te habían...mmm...cómo decir...llevado por ese camino ―ahora mismo no está mirándome sino jugando con el borde inferior de su abrigo ―. Siempre dijiste que Gaby era linda.
―Sí, Gaby es linda, pero nunca me besé con ella.
―Bueno, te creo.
Algunos alaridos nos distraen por un instante; volvemos rápidamente a ser solo dos cuando esas voces se alejan.
―¿Quisieras darme mi primer beso, Zeke? Si no te molesta.
¿Molestarme?¿Cómo podría? Estuve fantaseando con esta oportunidad por más tiempo del indicado; soñé con ella más veces de lo que tendría que haberlo hecho. Sin embargo, la culpa por besarla a espaldas de Juani, quien estoy seguro también esperó por esta oportunidad, me consume.
―No, no me molesta...pero bueno...yo...Jua...―de repente, sus labios se aplastan contra los míos y mis ojos se abren enormemente. Miro los párpados bajos de Coni, siento su respiración bajita y tranquila y la presión de su fría boca en la mía.
Tendría que apartarla, decirle que no es correcto, que es mi amiga y la de Juan Cruz, pero mis músculos están entumecidos procesando este instante.
Cierro mis ojos y me entrego a nuestro primer beso.
Sus labios se entreabren inesperadamente. Soy torpe en el proceso y choco mis dientes con los suyos, provocándonos una sonrisita traviesa. Coni me agarra de los antebrazos y se aprieta más contra mi torso. No sé cuánto más debería profundizar el beso.
¿La lengua está permitida?
No, no y no.
―¡Vamos, por allá! ―Un grito cercano ocasiona que nuestros cuerpos se repelan, despegándose.
Ambos quedamos estudiando la reacción del otro, acalorados y agitados.
Coni traga y ansío que los perfectos hoyuelos que siempre tiene en sus cachetes aparezcan, que me muestre que todo estará bien de ahora en más y que ha valido la pena romper el juramento con mi amigo.
Lleva sus dedos a sus labios, romántica.
―Waw ―dice, poniéndose de pie. Yo también lo hago porque no sé qué hacer con toda esta ansiedad y esta maldita erección que me avergüenza.
―Fue bueno. Creo. ¿No? ―Sueno como un tonto. Me limpio la parte trasera de mis vaqueros con mis manos y giro, esquivando su mirada, buscando una distracción convincente y una razón para que mi testosterona baje a mis pies.
―Sí. Claro.
Rasco mi cabeza con la obligación de cortar cualquier posibilidad de que Juani se entere de lo que pasó.
―Che, Coni...yo preferiría que Juani no lo sepa.
Todos los músculos de su cara se contraen en una mueca de desconcierto. Sí, acabo de dar mi primer beso a la chica de mis sueños y un ataque de culpa me invade.
―¿Qué tiene que ver Juani con todo esto? Yo te pedí que me des el beso. ¿Qué importa lo que piense él? ―Sus manos son torpes y su voz asciende con el paso de las palabras.
―Él y yo somos amigos desde los seis años y cuando vos llegaste, bueno, empezamos a ser tres. Y como sos una chica...¿entendés? ―No soy muy ducho explicando sentimientos, pero no puedo confesar que juramos no meternos con ella.
―No, la verdad que no entiendo. ―¿Está dolida o enojada?¿Ambas? ―. ¿Sabes qué? No te hagas problema. ¡Nadie nunca, nunca, nuuuunca, va a saber que nos dimos un beso. ¡Idiota! ―Coni me empuja, haciéndome trastabillar, mientras se va hacia cualquier lado.
Quiero gritar su nombre, decirle que me acabo de arrepentir de lo que dije, pero mi lengua se anuda y mis hombros se desploman en plena resignación.
Acabo de cagar el momento más lindo de mi vida, pero después de todo, es justo: rompí mi acuerdo con mi mejor amigo.
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San Pedro: localidad del norte de la provincia de Buenos Aires, el cual se caracteriza por las enormes extensiones de campo y plantaciones de cítricos.
Bajón: decepción.
Boliche: discoteca.
Chabón: coloquialmente, chico/muchacho.
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