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41

Por dos horas, miro el techo de mi habitación.

Literalmente.

Las aspas del ventilador están inmóviles, como mi cuerpo.

La telaraña de la esquina se mantiene imperturbable. Debería pararme en una silla y limpiarla con el plumero pero ni siquiera esa tarea tan sencilla es capaz de motorizar mis extremidades.

Las preguntas no son distintas a las que hace tiempo vengo planteándome y aun así, no descubro las respuestas.

De las dos hermanas, siempre fui la más prudente, aunque mi naturaleza gritaba lo contrario. Eso forjó mi carácter; fui más paciente, menos "polvorita" y más cauta en mi toma de decisiones.

Tiendo a sobre analizar las cosas, a pensar en todos los pro y los contras antes de arriesgarme.

Eso no me eximió de quedar embarazada a una temprana edad, pero fue un error. Ya dejamos en claro cómo sucedió.

Años más tarde me sigo encontrando dividida por un debate que me ha tenido a maltraer, un debate que ni siquiera tendría que desvelarme.

¿Es posible amar a dos hombres?

Me siento sucia y tonta por planteármelo.

"Son amores distintos", me respondo, y de inmediato contrapongo a Ezequiel y a Juani como si fueran a enfrentarse a duelo o formaran partes de dos columnas en una planilla de Excel.

Giro sobre mi cuerpo y la lágrima atascada en mis ojo derecho se desliza por mi nariz y muere en la almohada. Sorbo mi nariz y no me es ajeno el sonido del teléfono, repetitivo y molesto.

Sé que es Eze el que intenta contactarme. Lo he visto en el identificador minutos atrás.

Le debo una respuesta, le debo explicaciones acerca de mi desaparición.

¿Pero qué le voy a decir? ¿Cómo lo voy a enfrentar?

Me siento en la cama, mirando el aparato que no deja de sonar y confirmándome quién es. Son las siete de la tarde y se suponía que nos volveríamos a ver por la noche.

Trago la bola de nervios y de disgusto que anuda mi garganta, arrastro las lágrimas que no dejaron de caer desde que Juani se marchó y limpio mis cuerdas vocales.

Merece explicaciones.

Merece a otra mujer.

Como Juani.

―Por Dios, Coni, estaba a punto de llamar a Interpol para que te ubique ―Argumenta Zeke apenas presiono "responder" a la llamada ―. Supuse que no sería buena idea cruzar a la casa de Josefina ―Celebro eso, hubiera sido una tragedia.

―Necesitaba...pensar...―Exhalo en un gemido.

―Ya lo creo que si ―detecto algo de pesar en su voz ―. ¿Qué pasó desde que te fuiste de casa hasta estas horas? ―Ninguno es ajeno al temor de perder lo que amamos en manos de la traición.

Cierro los ojos y pellizco el puente de mi nariz.

―Volvió Juani ―dos palabras bastan para derrumbarlo. No lo veo, lo presiento.

―¿Juani está acá?¿En Buenos Aires?

―En casa de sus padres, sí ― Suelto con una jaqueca que amenaza con destriparme.

El silencio del otro lado es indicativo de decepción, de una profunda incomodidad.

―Lo viste ―no lo pregunta, lo afirma.

―Sí. Vino poco después de mediodía ―no le miento. No vale la pena.

―...¿entonces?...

―Entonces...buena pregunta...―Me siento contra el respaldo de la cama.

La implicancia de lo sucedido este fin de semana me atropella y él no es ajeno a eso. Sus sentimientos, los cuales son claros y fueron puestos sobre la mesa no aceptan medias tintas. Soy responsable de parte de ellos, he alimentado sus ilusiones, sus esperanzas, a pesar de que ambos sabíamos que nada estaba claro en mi cabeza o en mi corazón.

―Coni, no te escondas. Ya no ―su tono acusatorio moviliza mi orgullo propio.

Sería tan fácil enojarme con él y cortar la comunicación. Serán tan fácil evitar responderle...

―Vino a pedirme otra oportunidad, a decirme que estaba trabajando en sí mismo para unir los pedazos de nuestra pareja...―gimo.

―...y supongo que le dijiste que tuvimos sexo este fin de semana, ¿o me equivoco? ―no se me escapa su ironía, el tono sarcástico con el que me pincha y su aguda intencionalidad. Muevo la cabeza negando, pero no me ve, lo que le da pie para proseguir ―. Lo imaginaba. ¿Querés que vaya y lo hablamos entre los tres? Es mejor hacerlo de frente, aclarar las cosas y...

―No ―lo corto ante su acelere ―, no.

―¿No?

―No, en todo caso soy yo la que tiene que darle explicaciones.

―Bu-bueno, sí, pero estoy tan implicado en este tema como vos.

―Vos no le debés nada a nadie. ―Mi tono se ha puesto firme y sale más duro de lo necesario.

―¿Me estás diciendo que mantenerme al margen?

―Por supuesto. Es mi matrimonio, mis reglas.

―Bueno, no parecía que te importara mucho tu matrimonio cuando te quedaste en mi cama y gritabas mi nombre ―Drena su veneno, inyectándolo en mis venas. Si lo tuviera frente a mí, le daría una cachetada furiosa.

Nuestras respiraciones al teléfono son pesadas. De inmediato se arrepiente, pero no le doy tiempo a profundizar sus disculpas. Zeke es acción y reacción en este instante, lo que entra en conflicto con mi necesidad de pensar con claridad.

―Quiere tener un hijo conmigo, tal y como le pedí. ―digo lo suficientemente alto como para tapar cualquier protesta.

―Oh...―eso se escurre fácilmente de sus labios y dentro de mi oreja.

―Fue...

―¿Convincente?¿Sincero? ―pregunta y sin darme espacio para responder, hace las preguntas del millón ―. ¿Le creíste?¿Le vas a decir que sí a sus propuestas de buen hombre?

El llanto se agolpa en mi garganta, amenazando mi cordura.

―No sé, Eze...no sé...

―¿No sabés si creerle o no sabés si querés quedarte conmigo?

―Ambas cosas ―Admito, hecha un mar de lágrimas y remordimientos.

La situación ha llegado a su punto límite. Ya no puedo huir, ya no puedo volver atrás.

Y lo digo en serio.

Ezequiel ya no esperará por mí pese a que lo aseguró, ni yo puedo aprovecharme de su enamoramiento para que lo haga. Juani está dispuesto a dármelo todo. O al menos a intentarlo.

Mi amigo, por su parte, nunca ha sido partidario del matrimonio. Su idea sobre la paternidad está nublada por su infancia difícil, por una madre que no dudó en abandonarlo a cambio de su propia realización personal.

¿Qué es lo que yo quiero?

Formar una familia, encontrarme a mí misma, tener un trabajo que me gratifique. Pero también, quiero sentirme amada y no mendigar amor. Ser libre y no escapar ante la menor sensación de asfixia.

Quiero ser feliz.

―Juani mañana regresa a España. Surgió una nueva oportunidad laboral en Milán tanto para él como para mí.

―Oh ―parece que es su interjección de cabecera y no lo culpo. Hablar de esto por teléfono es una mierda de proporciones siderales.

Toco mis mejillas, calientes. No ayuda sentirme afiebrada.

Por unos cuantos segundos, solo el sonido de nuestras respiraciones acompaña el silencio. Ni yo he sido concreta en lo que pretendo de mi futuro, ni él ha salido de su postura.

La tentación de escapar acapara mis músculos, porque después de todo, es lo que se me ha dado muy bien últimamente.

―Coni, no puedo ofrecerte lo que Juan Cruz: ni una casa en Milán, ni una posición económica más acomodada. Solo puedo ofrecerte mi corazón, mi amor. Sabés lo que pienso del matrimonio ―exhala pesadamente, abatido ― y con respecto a tener hijos...puedo imaginarme a un nene con tu pelo rojo y mi terquedad.

Miro hacia el techo y muerdo mi labio inferior, odiando la terrible confusión que apretuja mis vísceras. Hay dos hombres hermosos y dispuestos a complacerme, dispuestos a anteponer mis deseos por sobre los suyos.

Soy una mujer con suerte, lo sé. Aunque ahora mismo todo esto se siente miserable.

―Quedáte conmigo, Coni. ―ruega en carne viva, con la sinceridad a flor de piel. Nunca me ha pedido nada.

―No es tan fácil...

―Las cosas por las que vale la pena luchar, generalmente, no lo son. ―Derrama su palabrería sentimental y acertada.

En lugar de asumir que esta aventura fue un error, o mejor dicho, algo que no debería haber pasado, me muerdo el labio. Niego con la cabeza porque la realidad se materializa, arrinconándome.

―¿Sabías que él iba a venir a Buenos Aires?―Interrumpe.

―¡No!

―¿Estás segura?

Mis ojos se entrecierran, con todo el odio posible en ellos.

―¿Me estás cargando?¿Vos te pensás que de saber que él vendría me hubiera quedado en tu casa, cogiendo así como así? ―Soy brusca, quizás demasiado vehemente en mi defensa, pero no puedo comprender como es tan obtuso.

―No sé, ya no sé nada. ¡No entiendo nada! ―se lo escucha perdido.

―Zeke, ¡para mí también es difícil!

―Ya lo creo: tener que elegir entre dos tipos que te gustan. Sí, cómo no. Súper complicado ―su actitud agresivo-pasiva me indigna, pero entiendo que no debe ser agradable estar en sus zapatos. Abro la boca, pero como durante toda la conversación, sus disculpas me ganan de mano ―. Lo siento...no puedo controlarme. No me reconozco. Y no me está haciendo bien esta conversación.

―No era mi intención que pase esto.

El silencio otra vez se instala, pero algo me dice que no estamos lejos de terminar con esta charla. La duda se convierte en certeza cuando una última pregunta me pone contra las cuerdas.

―De no haber aparecido Juani, ¿hubieras vuelto esta noche a mi casa?

―Sí ―no dudo.

―Entiendo.

―¿Qué cosa entendés?

―Que mientras Juani esté cerca, nunca voy a tener lugar en tu vida.

―No, Eze...por favor...no digas eso...

―No dejes que lo piense.

―Es complicado...―es mi palabra recurrente para definir nuestra relación. Me odio por no tener la madurez mental suficiente para expresarme con un vocabulario un tanto más profuso.

Una respiración profunda y una exhalación larga después, pone en jaque mi futuro.

―Si hasta mañana al mediodía no tengo noticias tuyas, voy a dar por sentado que te vas con él. Y eso significa una sola cosa ―lloro con la anticipación agitando mi pecho, con la revelación ajustando mi garganta. Ni siquiera pregunto "qué significa eso", porque él se me adelanta ―: Que no me vas a llamar más. Que vas a eliminarme de tus contactos. Que no vamos a hablar por chat. Que ya no vamos a tener ningún contacto.

―Ezequiel, no nos hagas eso. Vos sabés que eso sería imposible de mantener.

―Yo pensé que sería imposible que mi corazón pudiera romperse más que al momento en que te casaste, y ¿sabés qué? Me equivoqué. Esta vez, es peor. Mil veces peor.

Y cuelga, con el ingrato sinsabor de saber que está hablando en serio.

Que si elijo a Juan Cruz, Ezequiel desaparecerá de mi futuro.

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