―¡Me encanta, me encanta, me encanta! ¿Te dije que me encanta? ―Coni salta como cuando tenía doce años. Su largo cabello rebota en la mitad de su espalda y su sonrisa no puede ser más amplia.
Durante dos días me negué a acompañarla a hacerse el tatuaje, pero insistió tanto que me ablandó. Y aquí estoy, detrás de ella y de su reflejo; retorcida frente al espejo, no deja de adular al perfil de la mujer con una margarita en la mano, cuyos pétalos vuelan ante la épica frase "me quiere, no me quiere". Son líneas sin relleno, apenas sombreadas. Un trabajo limpio que no llevó más que un puñado de minutos, ideal para una debutante como ella.
Sonrío de lado, evitando que la mirada se me vaya a algún trocito de piel extra que no debo examinar; estampado en la curva de su espalda baja, allí donde roza la cintura del pantalón, es un lugar solo reservado para la vista de su esposo o curiosos que compartirán un día de playa cuando se ponga bikini.
Cristian procede a darle todas las indicaciones con respecto al cuidado y la correcta hidratación de su piel mientras le pone el film protector.
Como en las nubes, Coni paga por el trabajo en la recepción y no deja de hablar de lo delicado y certero de mi creación. Es tan único y revelador, que me avergonzó cuando se lo mostré; por el contrario, ella se emocionó casi hasta las lágrimas y me dio un abrazo profundo cuando finalmente se lo entregué.
No esperó ver mi otros diseños, sino que me agarró de la mano, fue al gancho donde dejo las llaves de mi moto y me arrastró hacia la vereda. Me negué de lleno, alegando excesivo trabajo.
Por 48 horas inventé excusas, me escudé en la enorme cantidad de laburo que tenía pendiente y un blablá que soportó por un rato. Hoy a la mañana, apareció con facturas para todos los muchachos. ¿Su estrategia? "Comprar" a los chicos para que me reemplazaran por unas horas, las necesarias hasta que estuviéramos de regreso del local de Bengala.
De camino a casa, pasamos por la rotisería, ya que Coni insistió con invitarme a comer y agradecerme por el dibujo.
No puedo negar que el hecho de que en su piel hay algo que pensé exclusivamente para ella es erótico y temerario, un arma de doble filo.
Juani clavará sus dedos en el diseño, lo besará, lo manchará con su semen cuando reviente de éxtasis.
Será quien lo disfrute.
Insuflo aire aprovechando que Coni no me ve. Mastico rabia y dolor.
Minutos más tarde, estamos en el comedor de mi casa, engullendo la lasaña de verdura y carne con salsa mixta que pedimos en lo "de Dany".
―¿Eso fue un trueno? ―pregunta espantada. Se levanta de la mesa y corre las cortinas; las primeras gotas de lluvia se estampan en el vidrio y estos traquetean por el viento. Vivir en un primer piso tiene sus desventajas.
―Eso parece ―Paso el pan por mi plato, limpiándolo.
Coni permanece frente a la ventana, sin importarle la porción de comida que todavía tiene servida. Bebo hasta terminar el contenido de la lata de gaseosa y llevo los platos a la pileta de la cocina minutos después.
Al regresar, mi amiga continúa frente a la ventana, admirando la inclinación tempestuosa de los árboles y el silbido del viento a causa de los cables de electricidad que cuelgan de los postes.
Escucha mis pasos por detrás cuando me acerco. Mis manos permanecen en mis bolsillos en tanto que las suyas frotan sus propios brazos.
―No soy feliz, Zeke. Y lo más triste es que yo soy cómplice de eso. ―su voz es condenatoria. Quisiera decirle que eso no es cierto...pero lo es.
Mi palma pica por acariciar su bello y pesado cabello rojizo. El tiempo lo ha oscurecido en comparación con el color de su infancia, pese a que hay mechones que se niegan a olvidar su tono original. El mismo con el que la conocí.
Mi silencio le da espacio para continuar.
―Me convencí de que Juani era el mejor. Y lo amo. Te juro que lo hago ―se me cierra la garganta y no puedo respirar a la espera de lo que dirá ―, pero no puedo olvidarte. No puedo sacarte de mi cabeza, de mis pensamientos. No puedo olvidar cómo se entendieron nuestros cuerpos, el modo en que nuestras cabezas parecen estar conectadas ―Trago, con sus palabras impactándome de lleno en el pecho. Ella no me mira, avergonzada o simplemente temerosa ante el reconocimiento. No lo sé ―. No es justo que te lo diga, no es justo...esto...estar separados ―menea su cabeza mientras se arrastra bruscamente las lágrimas que resbalan por su mejilla sonrojada ―. Y sí, siempre tuviste razón: fui una mujer egoísta. Pensé solo en lo que quería o creí querer, sin medir cuánto estaba lastimándonos. A los tres. Porque ni vos, ni yo, mucho menos Juani puede salir indemne de esto.
―Coni―mi voz solo podía reproducir su nombre. ¿Qué pretendo decirle?
―Amo a Juani. Quiero querer estar con él. ¿Entendés el dilema? ―por primera vez me mira, transmitiéndome toda su angustia. Doy un paso hacia adelante, luego otro y tomo su bello y triste rostro entre mis manos. Los vidrios vibran a causa del viento fuerte; la lluvia golpea contra la cerámica del balcón, provocando un chasquido hipnótico.
―Mi vida es un constante dilema desde que apareciste.―Mis palabras se derraman entre los dos.
Ella desploma la mirada, pero no se lo permito. Subo su barbilla y mi boca se acerca peligrosamente a la suya. Nuevamente las líneas se desdibujan, los blancos y negros se vuelven grises y la tempestad no está fuera sino dentro de estas paredes con tanto significado para nosotros.
―Aun así, sabiéndome en desventaja, no cambiaría ni un solo día de mi vida. Porque los iluminás cada vez que me hablás. Los llenas de risas cada vez que venís a casa. Y sí, fue un puto tormento que estés lejos de mí. Fue un suplicio estar con otra persona mientras pensaba en vos. Que me condenen por eso, pero mi corazón es tuyo, pese a que el tuyo esté dividido.
Su labio inferior tiembla y sus ojos me aniquilan con su lamento.
―Para ninguno de los dos es agradable pasar por esto, soy consciente de ello. Vos estás casada con mi mejor amigo. Eso no puede ignorarse.
―Ahora estamos...separados...
―Semántica ―Su indecisión es palpable y que la balanza del destino esté inclinándose a mi favor, es demasiada responsabilidad por tomar por mí mismo. Como dice "Divididos" en una de sus canciones "el bien y el mal definen por penal" ―. Coni, te amo. Y ni siquiera Dios sabe cuánto te deseo ―sus párpados bajan y un gemido ahogado escapa de sus labios entreabiertos. No es una invitación, no puedo tomarla como una. Me cuesta horrores no sumergirme en ellos.
―¿Cuánto? ―Provoca, con voz ronca. Con la necesidad implícita en cada vocal.
Mi pulgar acaricia el punto sensible bajo sus lóbulos, mis palabras no salen menos rasposas.
―Lo que hicimos nuestra primera vez, empalidecería por completo al lado de lo que quiero hacerte ahora ― su respiración pesada arrastra un jadeo ―. No te dejaría salir de acá adentro por días. Te besaría cada poro, te haría mía de todas las maneras posibles e imposibles.
―¿Cómo es eso? ―no me da descanso. Mi verga puja contra la cremallera de mis vaqueros, muriendo por una liberación.
―Te marcaría toda. Arrastraría todo mi semen en toda tu piel. En tu culo. En tu vagina. Dentro y fuera. Te llenaría de besos duros, chupones de todos los tamaños. En tu cuello, en esos bonitos pechos con pezones tan dispuestos.
Sus manos se aferran a mis bíceps a tal punto que sus uñas se clavan en mi carne. Se sostiene, en cuerpo y alma.
―Hacélo. Lo quiero. Lo anhelo. ―Lo que dice es todo aquello que quise escuchar por años, aquello con lo cual me martiricé cada puto segundo de mi existencia.
―Quiero, pero no puedo, Coni. ―Estoy al borde de partirme.
―Por favor, Eze―Sus ojos se abren con fuego, con una pasión descarada.
―Constanza...―Su nombre suena a advertencia para cuando sus labios engullen los míos con fiereza; su lengua no se queda quieta, buscando la mía, reclamándola con autoridad.
Soy humano, tengo un corazón quebrado y un cuerpo de carne y hueso que muere por esto. No soy religioso, pero me encomiendo a Dios en el preciso momento en que sus manos empujan mi camisa a cuadros hacia el piso y sus uñas rastrillan mi pecho.
Me aparto de sus besos y observo a la mujer que ama al hombre que soy. Sé que lo hace y el debate interno no lo hace menos retorcido.
Por una vez, por una puñetera vez, pienso en mí. En volver a tenerla en mis brazos, en amarla como necesita y debe ser.
Mis palmas aterrizan en sus nalgas y viajan hasta sus muslos traseros, de donde la levanto. Giro a noventa grados y la subo a la mesa del comedor. Es robusta, yo mismo la he hecho y nunca imaginé que estaría tan complacido de darle el uso que mi cabeza pretende.
Trabajo quitándole los zapatitos de lentejuelas y me ahorra tiempo cuando veo que está tirando sus jeans hacia abajo. Tomo el mando cuando se los quito por completo; en menos de un milisegundo, entierro mi rostro en la cálida abertura entre sus piernas.
El delgado hilo de bombacha que se entromete en sus pliegues es un desastre mojado y un obstáculo a mis fines. Agradezco que sea de encaje, lo que me permite rasgarla con más facilidad que si fuera un resistente algodón.
―¡Ezequiel! ―Protesta con la cabeza latigueando hacia atrás.
―Shhh...
―¡Era de Victoria Secret! ―se queja.
―No era realmente buena si un simple rasguño la convirtió en ese harapo ―señalo el trozo de tela arrumbado en el piso ―. Ahora, ¿puedo seguir? ―la burla nace de mi boca y su asentimiento no da margen a dudas.
Se quita la ropa por la cabeza mientras la trabajo. Es inquieta por naturaleza y un resoplido cosquillea su carne trémula.
―Oh, mierda. ―Se detiene por un segundo y se apoya sobre sus codos.
Por los próximos minutos, me nutro de su aroma, de su sabor, de su crema.
Pierdo tiempo quitándole el corpiño, juego con sus pezones, pellizcándolos, cacheteándolos suavemente. Exijo la atención de su boca al morderle el labio inferior.
Me recompensa con un jadeo, con una sonrisa amplia y un lametazo en la mandíbula. Bajo, dispuesto a terminar lo que empecé y acto seguido, me doy un festín. Chupo, lamo, retuerzo un dedo primero y luego otro dentro de ella. Está tan mojada que resbalan con facilidad.
Sus gemidos son urgentes y mi nombre sale con repetida facilidad de su boca. Es evidente que le gusta mi intromisión, tanto como a mí me gusta que me jale del pelo. No me importa quedarme calvo si eso significa que ella llegó al mejor orgasmo de su vida. O al menos al mejor hasta ahora. Porque pretendo evolucionar.
―Eze, ahí...ahí...por favor...ahí...no pares...
Arrastrando su culo al borde de la madera, intensifico mi expedición, succionando y dándole golpecitos con la lengua a su sensible clítoris.
Sin embargo necesito estar dentro de ella y temo que cuando llegue a su éxtasis, me aleje, arrepentida.
Debo tenerla. Es un pensamiento troglodita, posesivo y egoísta.
Me pongo de pie, mis rodillas duelen un poco, nada que un ibuprofeno más tarde no resuelva. Hoy se trata de nosotros, de explorarnos y saciarnos una y otra vez.
―Qué...¿qué hacés?―Ella gime, lamentándose por mi abandono momentáneo.
―¿Me querés?¿Querés esto? ―mi pantalón se encuentra por la mitad de mis piernas mientras me acaricio mi verga gruesa y llena.
―Sí, sí, ya mismo―Su mano serpentea por mi muñeca, pero la alejo con intención.
―Me tocás y esto se acaba ―Rujo.
Ella se reacomoda en la mesa, con una incómoda y colorada marca en sus nalgas. No pienso en cuánto le debe doler o en el masaje que debería darle después. Actúo por instinto, por necesidad y me meto en ella de golpe. En su cálido y suave interior.
Mis palmas se ajustan a sus hombros, las suyas me toman de la nuca y nos unimos, además, a través de un beso enardecido.
La penetro fuerte, hasta el fondo, desafiando las limitaciones anatómicas de nuestros cuerpos. Mi lengua lame su oreja, sus palabras se esconden en la mía.
Un cúmulo de "más", "así", "más fuerte" y "dale, dale", me alientan. Empujo, no soy nada suave y cuando creo que la cosa no podría ir mejor, las contracciones de sus músculos provocan mi explosión.
―Ooooooohhhhh―Todo se canaliza por medio de una expresión de placer, en el estallido de mi cosmos corporal. Mis manos se ajustan a la mesa, soportando el peso que mis piernas flojas no son capaces de sostener.
Coni se refugia en mi torso. El calor de su ser envolviendo al mío y viceversa. Si no acabamos de ser uno solo ahora, ¿cuándo?
Mis latidos son erráticos, nunca sentí tanta emoción ni adrenalina.
Despacio, salgo de ella y ver mi viscosidad pegoteando sus pliegues y sus muslos, es una imagen demasiado erótica para ignorarla. Sus ojos vuelan hacia la escena y luego, silba.
―Waw, esto es muy caliente. ―expresa con un tironeo de labios hacia arriba.
Se siente genial poder reírme de su expresión.
Sin embargo, eso me pone frente a una realidad impensada.
―Coni...
―¿Mmm?―Ella está cerrando sus piernas con una felicidad que me atraviesa. Me maldigo por ser el culpable de tener que quitársela.
―Coni, no usé forro. Perdón, me dejé llevar... ―Parpadeo con mi miembro flojo, en pánico.
Coni levanta la vista, cayendo en la misma conclusión.
―Oh...bueno...igual tengo el parche...―Señala su método anticonceptivo pegado en su cadera.
Respiro, aunque la idea de formar una familia con ella no es para nada malo.
Dejando de lado la burbuja, troto hacia al baño, humedezco una toalla y vuelvo al comedor. Ella está amontonando su ropa en el sillón para cuando le ofrezco limpieza. La toma y sus mejillas no abandonan su rojez.
―No me mires así ―dice, mordiéndose el labio.
―¿Así como si fueras mi cena?
―¡Sí, así!
―Y qué si quiero que lo seas ―me arriesgo, tiro por la borda cualquier culpa y aprovecho que Coni aún está sumergida en esta ola de éxtasis.
No sé hasta cuando durará, pero me voy a encargar de que sea para siempre.
***
Durante todo el fin de semana llovió a mares. Ráfagas horribles de viento, lluvia que se hacía dura por las noches y se transformaba en más liviana por los días, hizo que la mayor parte de los clientes no tuviera problema en demorar la entrega de sus muebles.
Nada más beneficioso para mí y mis chicos, a quienes mandé a casa.
Nunca estuve más agradecido al dios del clima.
Coni y yo no perdimos tiempo.
La cama fue el lugar elegido por lejos a la hora de tener sexo, pero no se salvó el baño ni la cocina. Nunca volveré a mirar mi casa con la misma devoción.
Miré su tatuaje; hubo que remover el vendaje original y gracias a los que yo tenía en mi cuerpo, contaba con la crema y el tipo de película plástica necesaria para protegerlo.
Sin embargo, mientras le penetraba por detrás con mi dedo en su apretado anillo prohibido, me permití tener una primera plana de su culo, rebotando contra mi pelvis, y del dibujo que se imprimió en la piel.
A pesar del sexo increíble, no se trataba solo de una conexión física: tal como dijo ella, se trataba de un lazo mental, de algo sanguíneo. No eran dos cuerpos que se descubrían constantemente, sino de dos almas que estaban en la misma sintonía.
Ahora mismo, ella estaba acariciando mi pecho. Besaba mi tetilla a propósito, sabiendo que me daba cosquillas.
―Sos perversa.
―Nada que no supieras.
―Tenés razón ―le beso la frente. Me dolía todo el cuerpo y probablemente ella tuviera la vagina en llamas, pero todo quedaba de lado cuando nos mirábamos con la intensidad capaz que prender fuego la tundra antártica.
Las preguntas cuelgan de mi boca, el "y ahora qué" siendo una duda permanente en mi cabeza. Pero no quería presionarla, ansiaba y fantaseaba con todo mi ser que se diera cuenta lo bien que podíamos funcionar juntos.
Nada sería fácil si me elegía, claro que no.
Enfrentar a Juani sería el primer escollo. No estaría sola, de ningún modo. Yo la acompañaría, apoyándola y responsabilizándome por haber roto ese código de amigos que supe mantener a raya aun en desmedro de mis propios sentimientos.
Acaricio su cabello húmedo por la transpiración y giro para mirarla. Acaba de quedarse dormida sobre mi pecho, con la mejilla pegada al tatuaje de la calavera con las cuencas de sus ojos convertidas en rosas que me hice hace unos cinco años.
Esta vez, siento que estoy dispuesto a dar pelea. Ir hasta el final. No renunciar.
Aunque me costara una amistad de toda la vida.
********
*Qué ves?, tema de la banda argentina "Divididos": &ab_channel=divididosVEVO
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