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36

Por casi diez días supimos encontrar un punto sano y amable.

Después de comer el helado en casa, no volvimos a desnudar nuestros sentimientos. O a tratar cualquier tipo de desnudo para el caso.

Hubiera querido guardarme algo para mí, pero no pude; fueron años de secretos, de contenerlos bajo siete llaves. Puede que el cierto momento le haya hablado acerca de querer estar con ella, pero nada comparado con la confesión abierta y en crudo.

¿Cómo fue capaz de irse después de verme con Celeste aquella primera vez? Llámese destino, karma o puta mala suerte, ese evento cambió el transcurso de las cosas.

De haber tocado la puerta, Celeste se hubiera ido y quizás solo nos hubiéramos visto para la entrega de su bendita vitrina.

De haber entrado, hubiera marcado territorio y yo no hubiera tenido ojos para otra persona.

De haberme sido honesta, de haberme dicho que quería arriesgarse conmigo apenas hicimos el amor, todo, absolutamente todo, hubiera ido en otra dirección.

Ya es tarde.

Se ha casado hace casi dos años y medio, está inmersa en una horrible crisis matrimonial y su esposo no deja de hostigarme preguntándome por ella. Hace cinco días que me escribe a diario para que le informe - como si fuera su detective privado -, qué es de su vida.

Ignorando la confianza que nos une a Coni y a mí, ha suavizado los verdaderos motivos que los separó, enmarcándolos en una simple "discusión" y  en un intento de "limar asperezas".

Escuchar cuánto quiere Coni tener un bebé fue inesperado; el lamento en sus ojos ante la negativa de Juani, el dolor del anhelo propio que no responde al deseo ajeno la está quebrando.

Que tuviera un hijo con él, marca los límites más a fuego.

Mis respuestas a sus preguntas son vagas, escuetas, cosa que no le llama la atención ya que no soy un gran hablador, mucho menos en lo que se refiere a relaciones; sabe que estoy cargando con mi propia cruz, que soy un remolino de sensaciones y que Celeste es parte de la mezcla.

Celeste es una mujer excepcional con un plan muy claro en el que no encajo. No porque no quiera, sino que no los quiero con ella.

Llámenme caprichoso, iluso, caso perdido...pero mi amor por Coni es la peor y más dulce de las torturas.

Crujo mi mandíbula con la imagen de ella en mi sofá, desparramada bajo mi cuerpo, a punto de entregarme el suyo. Ese beso en mis costillas que debilitó mi rodillas y me hizo flaquear; supo qué significaba y de eso se trata la magia: todo responde a una conexión que no necesita de explicaciones.

―¡Zeke!¿Hola? ―Cierro los ojos y apago la caladora ante su grito. La voz de mi amiga a lo lejos me indica que ha llegado y la idea de ir al estudio de tatuajes de mi amigo, al que apodamos Bengala, - mote que se ganó porque es tan gruñón que decimos que explota de la nada - no se ha borrado de su cabeza.

Me quito la visera de protección y los guantes.

―¡Acá! ¡En el fondo! ―anuncio por sobre el bullicio de la clavadora que opera uno de los chicos y la música de Aerosmith. Tony me mira y arquea una ceja. No hay día en que ella no haya venido a pasar el rato desde que llegó a Buenos Aires y supongo que le resulta sospechoso.

Me desconcierta mucho el punto en el que estamos.

―Ummm...pensé que estarías listo ―me dice, vestida para salir. Yo, en cambio, luzco sudoroso y de seguro, maloliente.

―Se me pasó volando la hora. Me pego una ducha rápida y salimos, ¿te parece? ―camino hacia la escalera. No mediamos besos ―. ¿Subís o...? ―ella duda, probablemente un baño vaporoso y tenerla a ella tan cerca es una combinación pésima para mi sistema, pero me ahorra seguir pensando cuando decide que sí.

Devoro los escalones de dos en dos y le abro la puerta.

―Ya sabés donde está todo, por si querés prepararte un té o tomar algo fresco. Busco ropa, me baño en un toque y nos vamos.

―Dale, no te preocupes ―intento no distraerme con sus zapatitos bajos con lentejuelas, ni con el sweater de hilo azul que luce demasiado delicado para el look que Bengala le dio a su local.

Camino sobre mis pasos varias veces hasta que me enfoco. Voy hacia mi habitación, revuelvo cajones en busca de un bóxer sin agujeros, un par de medias presentables, jeans limpios y mi remera de mangas largas con la estampa de Led Zeppelin. Una camisa a cuadros completará mi vestuario.

El agua sale más caliente de lo que la suelo usar, pero esta ducha tiene el propósito de ser más funcional que regenerativa; trago acostumbrándome al súbito vapor, no me entretengo en graduar la temperatura tal como querría y me lavo lo más rápido que me dan las manos.

No ayuda saber que Coni está a pocos metros de mí, tampoco que mi cabeza no deje de funcionar pensando cualquier posible escenario de reencuentro sexual.

Desde el atraco en el sofá, atraco que quedó en la nada, no hemos hecho ninguna clase de avance. Es como si siguiéramos en una línea recta, sin bifurcaciones ni sobresaltos.

Técnicamente sigue casada.

Técnicamente, tengo que seguir pensando que estoy castrado frente a ella.

Esto no es algo que pueda lograr con facilidad, mucho menos cuando mi erección se yergue como un mástil; me doy golpecitos y le hablo como si tuviera vida propia. Aunque ahora, parece que jodidamente la tiene.

―No podemos hacer nada, ¿me entendés? ―susurro bajo el agua ―. Dale, no puedo salir con vos haciendo carpa en mis pantalones ―sonrío de lado, estoy perdiendo la cabeza.

Cierro las canillas y maldigo cuando me doy cuenta de que no me traje toallón. Insultando a la nada, sacudo la cabeza escurriéndome el agua. Miro la toalla en el toallero, es demasiado pequeña y no me servirá.

Aquí tampoco hay un mueble con ropa de baño, ¿qué hago entonces?

La única opción a mano grita "problemas" en voz alta. Sin embargo, la tomo.

―¡Coni!¿Estás por ahí? ¿Podés venir un segundo por favor?―lo único que se me ocurre es vestirme con los bóxer sucios y hacer un trotecito hacia la habitación. Lo considero viable y salgo de la ducha para cuando ella abre la puerta del baño intempestivamente.

Mis manos viajan a mi entrepierna más temprano que tarde y mi corazón me bombea a mil; mi cuerpo húmedo está expuesto ante su mirada desorbitada y aunque me gusta verla descolocada, el rojo asciende por mis mejillas como un púber.

―Oh, pensé...oh...escuché tu grito y creí que habías tenido un accidente o algo así.

―No, no. Me olvide de traer el toallón ―ocultando mi erección con una mano, tiro de la cortina y me cubro el resto del c.

Ella parpadea, saliendo de su trance.

―Bu-bueno...¿busco uno en tu habitación?

―Ahora que lo pienso mejor, creo que hay uno colgado en el tendedero abierto del balcón de la cocina. ¿Te fijás, por favor?

―Sí, claro, claro, tendedero. Cocina. Balcón. Colgado ―repite y sonrío a sus espaldas apenas se va.

Por un momento pensé en decirle que vaya a mi cuarto y busque uno dentro del armario pero hay demasiadas cosas que podría ver que me abruman; la caja con cartas y poemas que le escribí y nunca le di. Fotografías que le tomé en silencio y estupideces de adolescente que jamás superé ni tiré.

El suave toc-toc en la puerta me da un respiro.

―¡Voy a dejarlo sobre el inodoro!

―Dale, pasá, sigo cubierto.

―Mejor así porque no quiero encontrarme con tu kraken de vuelta.

―¿Mi qué?

―Ya sabés, el kraken ―frunzo el ceño y mi carcajada rebota en todo el baño cuando lo asocio a la figura mitológica nórdica. Me alegra que al menos nos riamos de la absurda situación que acabamos de vivir.

―Sos exagerada. Apenas tengo un cornalito ―respondo cuando sus manos se asoman. Como se da cuenta que no llega al inodoro, da un paso hacia adelante, manteniendo los ojos cerrados. A tientas, baja la tapa del inodoro y apoya el toallón arriba desprolijamente.

―No busques cumplidos. Estás bien consciente de lo que tenés entre las piernas. ―me da la espalda y se choca contra la puerta. Da un ligero "auch" que de seguro la sonrojó.

―No busco nada, pero gracias, alimenta mi ego.

―Idiota ―murmura entre dientes mientras se va, dejándome con una reconfortante sensación en el pecho y una incredulidad a prueba de balas.

Tardo cinco minutos en secarme y vestirme. Tener el pelo más corto me ahorra tiempo en secado y dinero en crema de enjuague.

Sí, mi cabello largo lucia sedoso gracias a los productos de belleza que me preocupaba por usar.

Un chico también tiene sus trucos.

El único, en mi caso.

Dejo mi camisa abierta, descuelgo mi campera de cuero del respaldo de la silla del comedor y agarro las llaves del cuenco de cerámica que aún conservo de mi viaje a Bariloche. Concentrado en mi acelerado ritmo, no me doy cuenta de que Coni no está en la misma sintonía.

―Coni, ¿vamos? ―pregunto a una meditabunda Constanza parada frente a mi estrecha biblioteca. Gira con un libro en la mano y una media sonrisa estampada en su cara.

―¿En serio? ¿Ana Karenina? ―Abre el ejemplar en dos, señalando las marcas de resaltador fluorescente que no hice hace tanto.

Elevo mis palmas.

―Me gusta la literatura clásica.

―Siempre supe que eras un romántico. No pensé que tanto ―dice, regresándolo a la pila que no responde a ningún orden en particular. Toma su abrigo y lo dobla en el pliegue de su codo.

―Es parte de mi encanto, tontita ―le rozo la punta de la nariz y ella me busca en un abrazo pendiente desde que la llevé a su casa, en plena madrugada gélida de mayo, diez días atrás.

Inspiro su perfume floral y me acaricio la mejilla con su cabello suave. Me nutro de cada respiración acompasada que fluye de su nariz y la disfruto. Mi mano acaricia su espalda, subiendo y bajando, rozando la lana de su sweater.

―Perdonáme, por todo. Nunca quise lastimarte ―murmura contra mi remera.

Mis dedos ásperos acarician su mejilla suave y con pequitas. Nuestras miradas se entrelazan en una danza tan peligrosa como tentadora. Estamos a diez centímetros de distancia; si avanzo, la besaría para no detenerme.

Conteniéndonos, caminando sobre la cornisa, ella es la que toma la iniciativa y se aparta. Toma el picaporte, gira la llave y abre la puerta.

Yo, por detrás, tomo una bocanada de necesario aire y bajo a poco distancia de sus pies, inmerso en el bucle de lamentaciones al que ya me acostumbré.

***

La tienda de tatuajes de Raúl, alias Bengala, está más ordenada que la última vez que la visité, cuando me tatué las fechas de nacimiento y muerte de mi viejo. Las lámparas son modernas esferas de mimbre, las carpetas con trabajos hechos se encolumnan en unos estantes con luces led y hay cuadros con sus mejores diseños colgados detrás del mostrador de recepción.

―¡Me encanta este lugar! ―Coni irradia un entusiasmo sorprendente.

―No te tenía como una chica de tatuajes.

―Nah ―chasquea su lengua ―que me guste la buena vibra del lugar no significa que no me vaya a cagar en las patas en cuanto escuche el zumbido de la aguja ―Aclara, absorbiendo cada detalle del lugar.

―Hola chicos, ¿cómo va? ―Karina nos intercepta en la recepción. Cuando nos ve, noto algo de recelo en su mirada; ha intentado que salga con ella en varias oportunidades, obteniendo solo negativas de mi parte. Supongo que verme acompañado no estaba en sus planes.

Coni voltea rápidamente, regalándole una hermosa sonrisa y una mirada apreciativa.

―Waw, sos como Harley Quinn ―menciona a la novia del Guasón y no puedo contener mi sonrisa.

―La Harley Quinn de cabotaje ―bromea Karina y me mira de lado, con una sonrisa pícara. Karina es una rubia preciosa, de grandes ojos azules y una figura que te deja knock out. Sin embargo, prefiero a mi amiga pelirroja, de cuerpo delgado, poquito busto y con un culo hermoso ―. Díganme en qué los puedo ayudar.

―Estoy queriendo hacerme un tatuaje, pero todavía no me defino. Ah, y cambiar mi piercing ―señala su barriga, donde hay un pequeño pendiente brillante que he tenido la satisfacción de lamer.

Karina esquiva el mostrador luciendo sus largas piernas envueltas en medias de red, en dirección a la estantería con todas las carpetas de diseños.

―De acá hasta acá ―señala ―hay flores, hadas y frases. De acá para acá ―muestra una segunda pila ―hay dragones, escudos, diseños más varoniles, digamos. Ponéte cómoda y elegí tranquila.

―Perfecto, gracias. ―Coni toma la primera carpeta y se sienta en el sobrio sofá de cuero negro y tachas que va muy bien con el lugar.

Recostado en el mostrador, no pretendo interrumpir la elección de mi amiga y, por otro lado, pretendo tomar algo de distancia. Karina me toca el brazo con el mismo fuego en sus ojos que siempre.

―Y vos ¿no vas a retocarte la tinta?

―No, todo está perfecto. ¿Está Bengala atendiendo? Así lo paso a saludar.

―No, viene a la tarde. Ahora está Cristian.

Asiento con la cabeza y miro la vitrina con todo el muestrario de piercings.

―¿No te decidís por ninguno?

―No me gustan las perforaciones.

―Y sin embargo tenés un montón de tatuajes.

―Las agujas no me perforan.

―Para el caso, también provocan algo de dolor.

Levanto los hombros, dejando pasar el comentario. Después de todo, soy especialista en dolor, pero de los que atañen al corazón.

Después de lo que parece una eternidad, Coni resopla. Frunzo el ceño y me acerco; cierra la carpeta y se deja caer en el respaldo del sofá.

―Hay un montón de esos que me gustan, pero no sé...se sienten impersonales...como que ninguno es para mí. ¿Eso es tan descabellado?

―No, en absoluto, y precisamente por eso es por lo que hay tanto material de consulta en estas carpetas: cada uno fue hecho para un cliente en particular. Puede que haya una temática en común, pero es raro que dos personas terminen haciéndose el mismo dibujo ―responde Karina mientras que mi amiga lleva las manos a su pecho, más tranquila.

―Entonces no soy una rarita.

―No, en absoluto ―Ríe la rubia.

―Creo que hoy, paso de tatuarme. Quiero que mi primer tatuaje sea único y significativo ―se levanta de su asiento con la energía de la vieja Constanza Lebow.

―Dale, me fijo si Cristian está disponible y le aviso lo de tu piercing. Mientras tanto, elegí cuál otro querés ponerte ―Karina le señala el mostrador con innumerable cantidad de modelos.

Este tipo de elecciones tampoco escapa a su indecisión.

―Vos te la chapaste, ¿no? ―La curiosidad sale de su boca apenas Karina desaparece del salón. Elevo las cejas casi hasta la línea de nacimiento de cabello.

―¿Perdón? ―pregunto, recostado sobre la vitrina, prácticamente rozándole el codo. Ella, sin embargo, no me ha mirado desde antes de hacerme ese tonto cuestionamiento.

―Vi el modo en que te miraba. Y está bien, sos libre, ella...no sé...pero bueno. Vi que hay historia.

―¿Todo eso viste con unos minutos de lenguaje corporal?

―No tenés idea la cantidad de cosas que se pueden deducir a través del lenguaje corporal de la gente. ―me molesta y reconforta su escenita de celos. ¿Pero qué derecho tiene? No le respondo y, por el contrario, decido sacar a relucir lo que vomitamos en mi casa, días atrás.

―Por ser una gran lectora de cuerpos, no supiste leer las intenciones en el mío. Cuánto me interesabas, cuánto te deseaba en mi cama, cuánto te amaba en silencio...―mi susurro en su oído la estremece. Lo sé porque su respiración se interrumpe por un segundo. 

Lo sé porque sus labios se entreabren y su parpadeo se intensifica. Lo sé porque los vellos de su nuca se erizan.

―Eso es porque no necesitaba leerte. Eras lo suficientemente transparente...o eso pensé ―Endereza su espalda, todavía ignorándome. La tomo del codo y encapucha los ojos, cansada o resignada, no lo sé.

―¿Y ahora?¿Podrías ser capaz de leerme? ―mi aliento roza el pabellón de su oreja. Sus fosas nasales se dilatan y se muerde el labio.

Deseo con todas mis fuerzas que me responda, desenmarañar de una vez por todas lo que ha sucedido entre nosotros, pero el destino tiene planes menos retorcidos: Karina aparece desde detrás de la tienda, con su sonrisa y hoyuelos con piercings.

Nunca menos bienvenida.

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De cabotaje: de segunda categoría

Chapar: besar a alguien.

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