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33

Quisiera decir que después de estos años en España me he acostumbrado a la vida aquí. En absoluto.

Por suerte Ezequiel está del otro lado del océano y es mi cable a tierra.

Sí, también están mi hermana, mi mamá y mis amigas, pero con Ezequiel todo es distinto.

Para variar.

Después de haberme respondido los mensajes que le dejé por la pérdida de su padre, volvimos a forjar un vínculo que nos encuentra hablando, como mínimo, día de por medio.

Al principio, se lo oculté a Juani. Luego, cuando me descubrió una noche en la que se despertó de malhumor y yo no pude dejar de teclear, le confesé que las conversaciones con Zeke me mantenían cuerda.

―Yo soy el que tiene que mantenerte cuerda. Él es el pasado. ―dijo, cansado y molesto por mi verdad.

―Es nuestro amigo de toda la vida, ¡de ningún modo es pasado!

Su mandíbula se contrajo y me recordé que él nunca supo acerca del límite desdibujado que cruzamos Zeke y yo. Sin embargo, cedió cuando le dije que extrañaba mucho Buenos Aires, a mi mamá y a mi hermana. Jose está embarazada de su segundo hijo y ni siquiera habíamos podido ir a verlos durante las fiestas de fin de año.

Asistiendo a algunos almuerzos organizados por compañeros del club donde milita Juani, eso era lo único que me conectaba con la vida misma. Hacía yoga, salía a caminar por el barrio e incluso me puse a ver algunos departamentos más cerca del centro con la esperanza de cambiar de rumbo, pero nada me satisfacía. Sin trabajo, con escasa salida social, esto no se asemejaba a la vida de "botinera" que muestran en las noticias o en las revistas de chimentos.

Yo no era yo. Sigo sin serlo.

Pero cuando hablo con Zeke vuelvo a ser esa Coni risueña y ridícula, de dialogo fácil y alegre.

La mayor parte del día estoy sola. Limpiando, ordenando y repasando lo que limpié el día anterior. Este departamento es un poco más chico que el de Zaragoza, el cual fue puesto en alquiler para pagar la cuota de la hipoteca que sacó Juani. Unos cheques en concepto de premios le permitieron adelantar unas cuotas; aun así, ¿cómo se le ocurrió meterse en un crédito bancario apenas empezó a jugar?

Barcelona es una ciudad interesante y arquitectónicamente rica. Agradezco tener un balcón donde poner plantitas. Las cuido como a un bebé, las protejo de las plagas y les quito las hojitas mustias.

Un bebé.

Hace unos cuantos meses que la idea de ser madre da vueltas en mi cabeza, no como un proyecto que llene este vacío existencial que siento hoy por hoy, sino porque estoy plena físicamente y me seduce el hecho de embarazarme y ser mamá.

Tener un bebito para consentir, amar y cuidar.

Los últimos estudios de sangre me dieron mejor que bien. Mi dieta es saludable y lo complemento con ejercicio. Tenemos un buen pasar económico, un departamento bonito que podemos cambiar sin problemas y yo no estoy trabajando.

La llamada telefónica con Jose ayer por la noche terminó por convencerme de mis deseos; puede que ella esté loca con Milo y su nuevo embarazo, pero es feliz con ellos, con la vida que tiene y construye junto a Facu.

Después de una larga búsqueda laboral, no he encontrado nada que me interese, lo cual es frustrante. He probado con la atención al público en una tienda de ropa para adultos, pero un recorte presupuestario me tuvo fuera a los pocos meses. Fui la última en incorporarme y la primera en volar.

No sirvo en la cocina y Juani no quiere que me postule como camarera, piensa que habrá muchos hombres que me querrán tirar los perros. Yo pienso que más allá de sus tontos celos, cree que no haré un papel digno.

Cosa estúpida, teniendo en cuenta que trabajé mucho tiempo en el restaurante de la hermana de Fidel y aprendí a hacer muchos tragos copados.

―...¿te parece bien? ―la voz de Irene Fuentes, la esposa del número 7 del equipo, pregunta. Me avergüenza no haberle prestado ni un mínimo de atención. Es una buena mujer aunque un pelín superflua, está casada hace más de cinco años y cada vez que la veo solo habla de sus últimas adquisiciones materiales: que los zapatos de "Manolo", que la ropa de "Versace", que su casa de vacaciones en Marbella...

―Lo siento, estaba...distraída.―digo, jugueteando con las hojas de lechuga. Estamos preparando una ensalada; ella es de Valencia pero su marido es de Córdoba, Argentina, como yo, el único punto en común con su estirpe, supongo.

Junto a otros tres matrimonios a los que vemos habitualmente, hemos sido invitados a su casa.

Hasta donde sé, Irene proviene de una familia muy acomodada de Ruzafa a la cual no les resultó nada simpático que un "sudaca" morocho y futbolista le "arrebatara" a su hija rubia y fifí de los brazos.

Con el tiempo se acostumbraron y a la fuerza, aceptaron que se amaban y querían casarse.

―Estaba preguntando si te parece bien la rodaja así...no soy muy buena en la cocina ―sus uñas larguísimas, esculpidas y nada prácticas, no parecen llevarse bien con el tomate y el cuchillo. Tomo ambas cosas con cuidado y sonrío.

―Dejá, vos mejor buscá los condimentos.

―Vale ―responde y abre alacenas sin parar. Evidentemente, ni siquiera es la que guarda los alimentos en la alacena.

―¿Y ustedes para cuando tenéis pensado encargar niños? ―Penélope, la esposa de uno de los chicos, me pregunta. Janet y Luz esperan mi respuesta: soy la única, además de Irene, que no tiene hijos.

―Depende mucho de Juan Cruz, a mi me gustaría pronto...―me muerdo el labio inferior. No es que tenga mucha confianza con ellas, pero son las únicas mujeres a las que veo con frecuencia. Ninguna es mi amiga, pese a que se han esforzado por serlo. He ido a sábados de karaoke en boliches muy exclusivos, incluso, acompañé a Juani los domingos de campo en sus días libres, pero nunca llegué a conectar como lo hice con Lorena o Juli.

Juani, en cambio, no es de los que prefiere socializar y mostrarse demasiado. El departamento ha sido nuestra guarida.

El tema hijos es un tema sensible; lo entiendo, nuestra nefasta experiencia adolescente nos marcó, pero han pasado casi diez años de aquel suceso. Ahora somos una pareja sólida, afianzada económicamente y casada ante Dios. ¿Por qué pensarlo tanto?

―A Christian ni se le pasaba por la cabeza tener hijos ―resopla Luz ―, hasta que me quedé embarazada de Chenoa y ahí lo tienes ―señala con la cabeza hacia atrás, donde está el parque de la casa ―hecho puras babas a causa de la pequeña.

―En mi caso ―acota Janet ―yo quería terminar mis estudios ―es cirujana, nunca se cansa de repetirlo ―y Fernán lo entendió. Estuvimos bien con eso hasta que me gradué y ya no tuve excusas ―se larga a reír y todas la secundamos a pesar de que no me causa tanta gracia ―. Comenzamos a buscar embarazarnos en primavera y para el otoño siguiente ya teníamos al pequeño Imanol. ―El niño de rizos rubios corre sin parar alrededor de la piscina cercada. Janet no parece intranquila y su esposo tampoco...teniendo en cuenta que está tomando cervezas sin siquiera prestarle atención. A mi me daría pánico.

―A nosotros, los niños nos han caído de sorpresa ―reconoce "Penny" ―. Lucía vino apenas pusimos fecha de casamiento y Jesús fue concebido en cuanto regresamos de la luna de miel. No hemos descansado entre uno y otro ―Todas ríen, felices con sus destinos, despreocupadas.

―¿Le molestan los niños? ―me cuestiona Luz María, poniéndome en el centro del debate.

―No, pero él tampoco es un gran fan de la paternidad ahora mismo ―respondo entre sonrisitas nerviosas, porque ¿qué les voy a decir? ―. Juan Cruz cree que todavía tenemos mucho tiempo por delante antes de agrandar la familia. Quiere que disfrutemos en soledad, ya que pasamos mucho tiempo separados antes de casarnos ―Espero sonar convincente. Es una de las razones por las cuales tener un hijo no está en su agenda inmediata.

―Oh, sí, claro ―Oigo que las cuatro mujeres, tras un pesado silencio, dicen a coro.

Por fortuna, salimos de la cocina y pasamos a otro tema rápidamente.

O al menos eso creo hasta que los dueños de casa anuncian que esta reunión no solo era con propósitos amistosos sino con fines comunicativos también.

―¡Estamos embarazados de mellizos! ―Largan a dúo, dejándonos de una pieza a todos los presentes.

Sumidos en una vibrante algarabía, saludamos a los futuros padres con una gran emoción.

―Te lo tenías bien guardado ―Luz le toca la inexistente barriga a Irene.

―¡Qué hermosa noticia! ―acota Janet.

―¡Vaya atacante, clavaste dos goles de un tiro! ―Christian Quiroz bromea al respecto en tanto que los otros palmean a su colega en la espalda.

Abrazo a Irene en un intento por no parecer maleducada; aún estoy en shock. Oficialmente, seré la única en no tener niños por un buen rato y estas mujeres no dejarán que esté en paz con eso.

En tanto que la euforia cede, mi malestar se acrecienta. Juani juega un rato a las cartas con los chicos, en tanto que las mujeres dan consejos a la futura mamá. Tan aislada como me siento, me pongo de pie y camino alrededor del parque. Los pequeños están en el playroom y los grandes, divirtiéndose.

Yo, en cambio, me lamento, frustrada.

A lo largo de los meses pensé que me acomodaría a la lejanía y a la soledad, a que haría las paces con mis propias indecisiones y lograría conocerme. Para Juani, yo era su mundo, además del fútbol.

Y eso es tan lindo como agobiante.

Continuábamos siendo amigos y mientras que él me contaba con lujo de detalles su día a día, yo me cerraba en mí misma, sin nada por compartir.

Su única conversación era el fútbol y el mío era mi hermana. Sus nuevos diseños de joyas, su barriga de embarazo, las últimas travesuras de mi sobrino. Sus peleas con Facundo. ¿Con mi madre? Hablaba del clima, del vecino, de Fidel y sus partidos de golf.

Nada nuevo sobre mí.

El viaje de regreso en el auto es un martirio, el silencio es tan denso como el petróleo. Mirando por la ventanilla me replanteo si realmente ha sido la mejor opción venir hasta aquí, dejarlo todo y hacer borrón y cuenta nueva.

No me arrepiento de haberme casado con Juani, pero la distancia a casa se hace cada vez más larga.

Si tuviera un hijo, ¿también estaría sola todo el día?

―¿Qué pasa? ―Su voz no es nada amistosa.

―Estoy cansada, fue un día largo.

―Cansada y de mal humor. ¿Por qué? ―gruñe, como lo viene haciendo cada vez que no respondo como quiere.

―Por nada...―Mi excusa es tan vaga como difícil de creer.

Llegamos al departamento inmersos en una tensa calma, con las palabras no dichas cayendo como ladrillos sobre nuestros hombros. Cuando entramos, él arroja las llaves del coche en la mesa.

Yo, en cambio, cuelgo mi abrigo en el perchero y me quito los zapatos con total parsimonia, en piloto automático. Descalza, me desplomo en el sofá y me echo a llorar contra mi voluntad. Cubro mi molestia con ambas manos; Juani se mantiene lejos, mirando la escena como si no perteneciera a ella.

―No quiero estar acá. ―Exhalo.

―No querés ―su tono es afirmativo y rígido.

―No me siento libre.

―Pfff, si tenés todo el día para hacer lo que quieras, ¿de qué libertad me estás hablando?

Lo miro, dándome cuenta cuán poco me entiende y cuánto de verdad tenían las palabras que Ezequiel me dijo una vez: libre también es estar con alguien que te ayude a volar. Si afino mi memoria, también es algo similar a lo que mamá sugirió.

―Libertad no significa solo tener tiempo libre, Juani. Estoy sola. Sin trabajo, boyando de un lado al otro buscando mi lugar aquí.

―¿Querés que busquemos un nuevo lugar para vivir? ―pregunta y acto seguido, su pecho se descomprime ―. Coni, no te lo dije todavía porque faltaban delinear detalles menores, pero hay una oferta de uno de los dos clubes más grandes de Milán.

―¿Qué?

―Sí, el equipo puso sobre la mesa un buen dinero por mi pase y nos pareció una oferta demasiado tentadora. Es buena guita, hay muchas regalías por marketing... ―Cuando pluraliza no es porque me incluya, sino que habla de su padre y representante. Yo soy la última con la que consulta acerca de su futuro y esto me suena a deja vu.

―¿Y no te pareció que tenías que hablarlo conmigo también?

―No creí que necesitara discusión. Es más plata, en una ciudad hermosa. El club se haría cargo del hospedaje, ¿qué mejor? ―Da por sentado que todo es perfecto, ignorando mis sentimientos. Eso me revuelve el estómago.

―¿Que, qué mejor? ¿Te preguntaste por un minuto qué es lo que yo quería?

―Ahora mismo, diciendo que no tenés tu lugar acá, me lo estás confirmando. ―Su mueca es imperturbable como siempre; solo asumiendo cosas por mi sin siquiera participarme.

La bronca brota de mis entrañas, las lágrimas son reemplazadas por furia y mis manos se cierran en dos violentos puños.

―¡Somos un matrimonio!¡Un equipo de dos! ¿Cuándo pensás en mí?¿En lo que quiero y deseo?

―Evaluar mejores opciones de trabajo es pensar en vos. No tenés hijos de los que ocuparte o un trabajo que te arrastre fuera de casa todo el día. Mi misión es que vos estés bien, que seas todo lo libre que quieras y no tengas que preocuparte por nada ―sus manos en jarra y su postura superadora me asquean.

―¿Quién te dijo que no quiero un hijo por el que velar?¿O un trabajo que me mantenga ocupada buena parte del día?

Ante este desplante, se frustra. Frota el puente de su nariz y se acerca al sofá que me tiene atrapada. Arrodillado, pretende convencerme de que todo lo que hace es por mi bien y lo mejor para la pareja. Está tan enfrascado en sus propias necesidades que ignora mis pensamientos.

―Coni, ya hablamos de tener un hijo. Imagináte que empiece en un colegio y al año tener que cambiarlo porque me transfieren. Y después volver a cambiarlo. Y así cada dos o tres años.

―¿Estás diciéndome que solo cuando te retires y nos afiancemos definitivamente en un lugar podríamos pensar en tener un hijo? O sea, dentro de...no sé...¿siete u ocho años más? ―La idea no me entusiasma en absoluto. Para entonces, habríamos superado los treinta por unos cuantos años.

―Puede ser, sí.

―¿Cómo...cómo es que no ves lo que yo quiero?

―¿Perdón?

Por primera vez veo que Juani no lo está haciendo adrede, sino que simplemente, no lo ve. Su confusión es sincera, casi infantil para un hombre de 28 años.

―Juani...yo...yo quiero ser mamá. Sé que no es un proceso instantáneo y con las ganas no bastan, pero...intentémoslo. No me importa si es acá o en una casa nueva.

―Ser madre se convirtió en una obsesión para vos, ¿por qué no lo podés dejar ir?¿Es porque tu hermana está embarazada?¿Porque las esposas de los chicos están esperando bebés? Explicáme porque no entiendo cuál es la prisa en torno a ese tema.

―¿Qué es lo que no entendés, Juani? ―No tengo fuerzas de explicarlo por vigésima vez, pero estoy dispuesta a hacer otro intento.

―Nunca fuiste una gran fan de la maternidad. Siempre pensamos en nosotros, en viajar, en pasarla bien como pareja. Ser solo dos y disfrutarnos así.

―Cuando quedamos embarazados a los diecisiete el panorama no era en absoluto alentador, pero ahora es distinto. Llevamos bastante tiempo de casados, tenemos un buen pasar, ¿por qué no crecer? ¿Por qué no tener un bebé, lo mejor de los dos, con tus ojos, con mi pelo? ―lo acaricio, buscando consenso.

Sin embargo, su semblante continúa igual de intransigente que hace un rato.

―Tener un hijo no es tan sencillo, Coni. No es un bebé de juguete como a los que seguramente les dabas de comer cuando tenías cinco años. Hay que levantarse de madrugada para darle la leche, cambiarle los pañales cada dos horas, estar alertas a cualquier peste que se les pegue...eso, sin considerar que un chico insume un fangote de guita. Además, ¿tu hermana no se vive quejando de los destrozos que hace Milo o de sus pies hinchados y gases a toda hora? Disculpáme si no lo veo como una panacea.

Abro la boca ante su ironía, esbozando una futura protesta, para cuando me interrumpe con su derrotero de negativas.

―Yo tengo que levantarme a entrenar temprano, estar concentrado cada fin de semana, no puedo estar pensando en que el bebé lloró toda la noche a causa de los cólicos o que le está saliendo un diente y no le baja la fiebre. Mi carrera depende de mi concentración, de darlo todo. Entregarme al 100%, sin distracciones.

Me pongo de pie como un resorte, desestabilizándolo y haciéndolo caer de culo en el piso.

―¿En serio estás poniéndote en primer lugar? ―Lo que escucho es inaudito.

―Yo soy el proveedor. Si tenemos un hijo, alguien tiene que salir a trabajar, ¿no?

Me froto la cara, sintiendo que estamos en un laberinto sin salida.

Pataleo con fuerza en el piso y probablemente los vecinos de abajo mañana mismo se estén quejando por el ruido o con suerte, piensen que estoy bailando malambo. Quiero gritar a todo pulmón, quiero revolear las sillas y estamparlas contra la pared...pero sé que haciendo eso nada se solucionaría.

Golpeada anímicamente, camino hacia la habitación y agarro la valija. Comienzo a cargarla con ropa, sin importar si es de verano o invierno. Abro cajones, los vacío y tomo los ahorros que tengo guardados en un sobre en el fondo del armario. Juani no ha sido un derroche de efectivo, pero siempre me las apañé para tener algo de dinero para solventar "mis gastos", tal como él los llamaba.

―¿Qué hacés? ―Tironea de mi valija y yo la jalo en la dirección opuesta.

―¡Irme!

―¿Adónde?

―A mi casa.

―¡Esta es tu casa!

―¡No! Quiero irme a un lugar donde sea feliz y acá, no lo soy ―Escupo con total claridad.

Juani afloja los brazos liberándose del peso del equipaje, haciéndome trastabillar. Lo poco que cargué cae al piso.

―Coni...no...no te vayas, por favor ―La expresión de terror de Juani me desconsuela. Me muerdo el labio inferior y me arrastro las lágrimas con el dorso de la mano, en vano, ya que unas nuevas las reemplazan.

―Juani, nos convertimos en dos perfectos desconocidos. Yo no soy feliz acá. ¿No lo entendés?

―¿Tener un hijo es todo lo que te haría feliz?¿Solo eso?

Mis hombros se desploman y niego con la cabeza.

―No, sí. A ver...―me tropiezo con las palabras, formando un pensamiento coherente en medio de este dramón ―. Un niño me haría super feliz, pero no es solo el hecho de tener un bebé. Es tenernos como pareja. Volver a estar enamorados, unidos, con proyectos en común ―La realidad cae como un balde de agua helada entre nosotros. Tenía miedo de mencionarlo, tenía pavura de reconocer que durante este tiempo nos comportamos como dos personas que compartían cama y nada más.

―Waw, ¿me estás diciendo que no estás enamorada de mí? ―Traga con fuerza y retrocede hasta chocar con las puertas abiertas del ropero, a sus espaldas.

―Juani, reconozcamos que ya nos somos los mismos.

―Obvio que no. Maduramos. Crecimos. Ya no somos adolescentes cachondos. Somos marido y mujer, compañeros de vida.

―Eso no significa que tengamos que sacrificar salidas al cine o noches románticas. Ni siquiera estamos viajando de vacaciones a algún lado fuera de España. Vos mismo lo estás diciendo: ya no somos pendejos, tenemos espalda para avanzar.

―No estás enamorada de mí...―no me mira y sé que se ha encerrado en sí mismo como una ostra. Ruedo los ojos, exasperada.

―¿Eso es lo único que sacaste en limpio? Ni siquiera es lo que quise decir. ―me cubro el rostro con la revelación. Sus ojos azules son pétreos, inanimados.

―¿Zeke te llenó la cabeza?¿O lo hizo la hippie de tu hermana?

―¿Qué decís?

―Vivís diciéndome que ellos "te conectan" con Buenos Aires―exagera las comillas en el aire. Si fuera un perro, estaría echando espuma por la boca ―, que ellos son "tu cable a tierra". Tengo las de perder con eso porque no quiero volver a Argentina en un largo, larguísimo, tiempo.

―No digas eso ―me acerco, pero se aleja.

―¿No tengo razón? Ellos nunca quisieron que te vengas para acá. Pusieron palos en la rueda, te decían que lo pienses mejor, que esperaras a que yo tuviera una oferta mejor de Argentina. 

―¡Eso es mentira!

―Dale, Coni. Tu hermana nunca me aceptó, ella siempre fue del "equipo Ezequiel".

―Esa es una idiotez ―No le doy la razón aunque la tenga.

―No importa, para el caso, no tiene sentido seguir discutiendo ―Mueve las manos en torno a su cabeza. Gira, evitando que mire su cara ―. Creo...creo que nos tenemos que tomar un tiempo. Tenés razón.

Las famosas palabras "tomarnos un tiempo" suenan tan duras como ciertas.

―Un tiempo. ―Confirmo, esperando no haber escuchado mal. Después de todo, saqué el bolso con ese propósito.

―Sí, hasta que vos sepas qué querés.

―Qué yo, ¿qué?

―No estás conforme con este lugar, con todo lo que te doy, con lo que somos. Es obvio que necesitás aclarar tu cabeza.

―¿En serio crees que únicamente soy yo la que no sabe qué es lo que quiere?

―¿En serio tenés que preguntarlo?

Nos quedamos por un eterno minuto mirándonos fijo, intentando dilucidar en qué personas nos hemos convertido y qué es lo que pensábamos que seríamos después de estos años de casados.

―Juani, no pretendas endilgarme toda la responsabilidad de este mal momento de pareja solo a mi ―No titubeo.

―Siempre hice lo mejor para los dos: busqué un hogar, un mejor club que me diera más margen de ganancia. Sacrifico fines de semana trabajando para que estemos mejor, para que vos no pases necesidades. Para que tengas la vida linda que te mereces ―un dejo de ternura colorea su fantasía de que la plata hará mi felicidad. Creo que este tiempo distanciados nos hará bien a los dos, porque él no ve más allá de sus narices.

―No me importa la plata si no podemos disfrutarla juntos, hacer planes que nos incluyan a los dos.

―No quiero un hijo ahora, destruiría todo mi esfuerzo por llegar adonde quiero estar ―me toma de las manos y en su mirada encuentro determinación. Habíamos hablado de tener hijos, pero nunca pensé que fuera un tema tan delicado al momento de concretarlo. Evidentemente, una cosa era hablar y otra, llegar al punto de "encargarlos".

―Juani...yo...

―Hagamos una cosa: ¿vos querés ir a Buenos Aires?¿Querés visitar a tu familia?¿ Tomar una Coca Cola con Ezequiel? Andá. Tomémonos un tiempo, distancia. Yo voy a terminar de arreglar mi pase, prepararé la mudanza y cuando todo esté listo, te llamo. Vamos a tomar un café y decidiremos qué hacer de ahí en adelante, ¿te parece? ―Conciliador, el Juani que tantos suspiros me arrancó y que me hizo tan feliz, asoma la cabeza. Sin embargo, creo que a pesar de las palabras lindas y de que son exactamente las que quiero escuchar, continúa pensando que soy la única que debería reformular sus anhelos y prioridades.

Es una tregua y la acepto.

―Está bien. Voy a quedarme en casa de mamá, supongo. Josefina está con la llegada del nuevo bebé y no es justo que le sume estrés con esto.

Juani me besa la frente en un gesto inesperado; me contiene la cara con sus manos grandes y suaves y me mira profundamente.

―Te amo, Coni. Sos mi vida, mi corazón, pero si no sos feliz, entonces yo tampoco lo soy. ―¿Cómo hago para no ponerme a llorar de vuelta?¿Cómo ignoro que a pesar de estar en sintonía distintas , lo amo?

―Yo también te amo...pero necesito algo más...

―Algo que yo no puedo darte.

―Algo que no quiero esperar a que me des, suponiendo que me lo darás algún día.

Juani baja la mirada a sus pies y creo que por un momento va a cambiar de postura o al menos, me va a decir que peleemos un poco más por llegar a un entendimiento.

Sin embargo, se aleja.

―Me voy a tomar algo a la casa de Alex. No quiero ver cuando te vayas. Me va a romper el corazón ―Camina hacia el comedor. Escucho el ruido de las llaves arañando la mesa y el momento exacto en que la puerta principal se abre y se cierra.

Caigo sentada en la cama, haciendo rebotar el bollo de ropa que salió de mi valija en el tironeo.

Un tiempo.

Un tiempo lejos.

Miro mi alianza de casamiento, la hago rodar sobre mi dedo y pienso en nuestra boda, en nuestra luna de miel en Miami, en cada domingo en el que fui a alentar a mi esposo desde una butaca en la cancha del Espanyol.

Por un momento, sopeso quedarme, pedir disculpas por no responder a todo su esfuerzo por complacerme económicamente, pero eso no sería lo que quiero. No sería yo, una mujer alegre y segura de sí misma.

Ni siquiera mantenemos el calor en el dormitorio; la pasión se ha sometido a noches de polvos rápidos, a caricias medidas y charlas intrascendentes.

Juan Cruz tiene razón. Necesitamos extrañarnos, volver a conectarnos con el otro, a sentirnos felices en nuestra propia piel y en compañía mutua.

Arrastro las lágrimas saladas que quedaron sobre mi labio superior, levanto la valija del piso y la abro sobre la cama; de a poco, la lleno con más criterio de selección. No la arrebato de pijamas ni de remeras con poco uso, tampoco con los vestidos de fiesta que compré para los eventos a los que concurrí con Juani.

No.

Quiero creer que volveré junto a mi marido, que este viaje solo tiene el propósito de mejorar mi relación de pareja y que este es un simple "hasta luego".

Me rehúso a pensar que es un adiós.

Juani no bajaría los brazos tan rápido. 

Yo, tampoco.

¿O ahora tengo el motivo perfecto para hacerlo?

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FifÍ: Estirada.

Fangote: mucha.

Malambo: danza folklórica argentina, que se caracteriza por el impacto de los pies (pataleo, sobre todo de talones) sobre una superficie reducida.

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