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32

 Las semanas pasan entre mucho trabajo y el entumecimiento mental que me provoca el alcohol. Nunca fui adepto a las borracheras, sobre todo teniendo en cuenta las terribles resacas que vienen después.

Sin embargo, después del casamiento de mis amigos, nada me importa menos que subir después de un largo día de trabajo a mi casa y ahogarme en cerveza hasta caer dormido en el sillón.

En oportunidades, unas pocas latas ayudan; en otras, hacen falta más de seis botellas para aniquilar los pensamientos que aun azotan mi cabeza.

Han pasado cuatro meses de la boda.

Es el cumpleaños de Coni, el primero lejos de casa.

Lejos de mí.

De chicos, sobre todo durante el secundario, no era tan fácil comunicarse; sin embargo, nunca dejé de saludarla. Pasaba por la puerta de su colegio y le regalaba un chocolate. Me daba un abrazo rápido y regresaba a su grupo de amistades de inmediato.

Dudo que siquiera lo recuerde.

Hoy, no la tengo para darle un chocolate ni un anillo de madera tallada.

Tampoco sé qué en qué lugar de su vida he quedado relegado.

Muero por enviarle un texto sin importar que quizás le llegue al día siguiente. Las conexiones han mejorado, pero mi equipo telefónico no es el más moderno ni el de mayor carga monetaria del mundo.

¿Y si le envío un mail?¿Un mensaje por MSN?

Camino a la computadora y me alegra saber que no me desmayé en el proceso. Evidentemente algo de claridad tengo y me felicito internamente.

Abro sesión y tildo en su nickname. Figura como "ausente", pero dejo mis palabras de todos modos.

ZekeMZ: Feliz cumpleaños.

Envío el texto. No es el mensaje más brillante ni más original, incluso suena básico y nada cariñoso a juzgar la relación que hemos sabido construir, pero me abro paso con el deseo más trillado de la historia de los mensajes de cumpleaños.

Pasa un minuto. Dos. Cinco. Diez.

Ella continúa ausente, su fotografía junto a Juani, con su vestido de bodas inmaculado y su risa aún más fantástica alimentan, inconscientemente, mi miseria.

¿Por qué me torturo de este modo?¿Por qué me clavo el puñal una y otra vez? Vacío de toda emoción, reconociendo que con veinticinco años me siento en la ruina romántica, apago la computadora y voy al baño.

Vomito. Mucho. Demasiado. Días de alcohol, de insomnio y de lamerme las heridas. Días de trabajar en piloto automático, días de desidia y desazón.

Enjuago mi boca y abro la ducha. El vapor del agua empaña el espejo del botiquín y con el puño, barro la capa de condensación que me impide ver mi aspecto.

Tomo una máquina de afeitar y dejo que el aire caliente abra mis poros. Cuando termino, parezco más presentable. Me propongo ir a lo de Cacho, el peluquero de la esquina, para hacerme un corte de pelo.

En la ducha, froto mis brazos, mis piernas, mi abdomen. Barro mi mala energía, mi pesadumbre, mi vieja piel. Al salir, me seco y me visto con un par de jeans limpios y una remera de manga larga. He estado tan preocupado por hundirme en mi mierda mental que ni siquiera sentía el frío que estaba haciendo en mi departamento. Este invierno es más crudo que cualquiera que recuerdo, por lo que prendo las estufas del comedor. Agrego un buzo a mi vestuario y el sonido de la PC me avisa de un mensaje entrante.

En la habitación chequeo mi MSN.

GypsyRed: Te extraño.

Enfoco la vista y por un momento creo que la ducha me ha jugado una mala pasada y que en realidad estoy muerto en la bañera y no despierto mirando como un idiota las dos palabras que ha escrito Coni.

Me acomodo en la silla y tecleo una respuesta frenética. Sin embargo, la borro de inmediato.

Hace unos instantes me prometí en silencio no volver a ser el mismo idiota cobarde que no luchó por la única mujer que alguna vez quise; me juré salir del agujero de autocompasión en el que me hundí y no me importaba salir.

Mis dedos se mueven sobre las teclas, articulando posibles respuestas que no me convencen.

―No, no voy a responder. De todos modos, ¿qué carajo significa eso? ―Frunzo el ceño.

Mi corazón roto quiere suponer que me extraña del mismo modo pasional que yo, pero mi mente racional y la realidad misma, solo me dicen que extraña a su hombro, a su paño de lágrimas, al amigo que nunca la juzgaba y vivía pendiente de sus pasos.

Quisiera volver a ser ese amigo incondicional, pero dado el transcurso de las cosas y mis sentimientos, lo mejor será tomar distancia. Alejarme. Preservarme.

Me cuesta mucho, pero lo hago: apago la computadora y dejo que el mensaje se pierda en el éter informático que nos vincula. Tal vez, nunca más me escriba.

Quizás, haciendo esto, pueda olvidarla.

***

Noche tras noche me pican los dedos por contestar ese mensaje ambiguo que quedó en el chat, suspendido entre los dos y sin respuesta de mi parte.

La veo conectada y ni así construye una conversación que me permita destripar esas dos malditas palabras que me consumen vivo.

―Bien, es lo que buscabas, ¿no? ―me pregunto cada vez que me siento frente a la pantalla como un imbécil inmaduro.

Durante tres largos meses me mantuve en eje. Bebí menos y me propuse ignorar el celular. Después de todo, ella estaba lejos y los mensajes de texto solían perderse. Al menos eso es lo que dicen los expertos en telefonía.

Trabajo a destajo y vuelvo al ruedo en lo que a salidas se refiere. Los chicos festejan verme en el bar de Jonás y me alegra no ser invisible para ellos.

―Ahora solo falta que empieces a tirotear por ahí. A ver si todavía se te cae eso que tenés entre las piernas ―Bromean mientras me invitan a jugar una ronda de pool. Rio con ellos porque tienen razón. Después de Celeste, mi historial de citas fue inexistente.

Añoro tener sexo, claro, pero añoro mucho más una conversación adulta después de un duro día o comer en compañía de una buena mujer.

Celeste ha sido una gran compañera y la cagué por mis estúpidos caprichos, por amar a quien no correspondía.

―La rubia esa está dele mirar hacia acá. ¿Por qué no te la encarás? ―Julito (de vuelta en el club de los solteros) me codea poco disimuladamente. Miro a la chica, es bonita, de cabello largo y buena delantera.

Inspiro profundo y me mando. Necesito volver a sentirme vivo.

Me acerco a la barra donde está tomando un trago con otras dos chicas.

―Hola, ¿cómo estás? ―Utilizo líneas casuales y comunes.

―Hola ―sonríe con timidez ―. Estoy bien. ¿Vos?

―Bien, aunque ahora, viéndote, mucho mejor.

Y vaya que la noche mejora.

Dos horas más tarde, estoy cogiéndola con fuerza en el hotel de la vuelta del bar. No es el Four Seasons, pero es un telo decente con camas limpias. Lo único y lo mínimo que espero de un polvo rápido y enérgico.

Georgina tiene unas tetas buenísimas, hechas por bisturí, pero igual de eficientes que unas dadas por la naturaleza; me aferro a ellas y le pellizco los pezones mientras entro una y otra vez en su rosada vagina.

Sus gemidos me encienden, su voz me arenga a seguir. Es justo lo que necesitaba para ahogar recuerdos y emociones ingratas.

―Más, más ―Jadea en voz alta, a coro con los gritos feroces de la habitación de al lado.

Concentrado, no pierdo el ritmo y le doy lo que pide. Escabullo mi pulgar entre nuestros cuerpos, le froto el punto eyector de placer y la rubia se rompe en un aullido agudo al mismo tiempo que sus músculos internos me succionan hasta el final.

Buscaba sexo casual, sentir que no estaba muerto. Sentir que era capaz de conectar con alguien.

¿Saben qué? Me siento igual de vacío que antes, aunque aliviado físicamente.

Y eso es fatal, porque no tengo nada más para ofrecer a esta chica que a toda costa quiere pasarme su teléfono una vez que acabamos.

―Perdonáme, pero no busco nada más que esto ―Señalo la habitación con espejos en el techo.

Ella se cubre las tetas, recatada, como si no se las hubiera estado chupando hace diez minutos.

―Oh, bueno. Sí, yo quiero lo mismo ―no le creo una palabra y me parece que es una maniobra para ocultar su decepción.

―Genial entonces. Mmm...yo...me cambio y me voy en taxi.

―Sí, obvio ―Lógicamente, no está en sus planes llevarme a mi casa en su Twingo aguamarina.

Me visto tan rápido como puedo y antes de irme, la miro. Georgina está peinándose con los dedos, evitándome.

―Gracias.

―¿Perdón? ―la sorprendí.

―Gracias.

―¿Por qué? No creo que te haga falta alguien dispuesta a encamarse con vos―Su afirmación es filosa.

―Porque hoy necesitaba esto. Y me lo diste.

―Oh. ―Sigue analizando entre líneas.

Buena suerte con eso.

―No importa que no me entiendas. Gracias, sos muy linda y me gustó pasar este momento con vos.

Ella no responde a mis elogios y ni siquiera me acerco a saludarla, comportándome como un imbécil bueno para nada, sin modales y poco caballeroso.

Camino unas cuantas cuadras alejándome del hotel, mientras fumo un pucho en soledad. Está fresco por ser una noche de primavera y aunque no estoy muy abrigado, no lo siento.

Desde que Coni eligió a Juani, vivo adormecido, sin registrar el clima, sin registrar mi entorno. Y aunque me prometí cambiar, ser un nuevo Ezequiel, no puedo quitármela de la cabeza.

Cuando llego a casa, paso por lo de mi viejo antes de subir las escaleras y meterme en mi cama fría. Entro en el silencio de la noche y abro la puerta de su cuarto.

Está durmiendo de lado, con almohadas entre sus piernas, en una pose que alivia sus dolores de espalda. Bien sabemos que eso es un placebo.

Acerco mi silla a su cama, entrelazo mis dedos e inclino mi cuerpo hacia adelante, apoyando mis antebrazos en los muslos.

―Tenías razón papá, tendría que habérmela jugado ―Susurro en medio de la oscuridad ―. Tendría que haberle dicho que la amaba y que lo haría toda la vida. Ahora ya es tarde. No como, no vivo, no duermo pensando en ella y en mi tonto complejo de inferioridad. Nunca fui suficiente para que mamá se quedara conmigo, ¿por qué sería suficiente para Constanza? Juani no tendrá estudios universitarios, pero tiene una familia en buena posición, consolidada y una carrera deportiva en Europa. Incluso, el otro día salió un artículo suyo en el Olé. Lo recorté, ¿sabés? Lo recorté con orgullo. "Este es mi amigo", le dije a Jorge, el diarero de la otra cuadra. Él no sabe quién es Juani porque es nuevo en el barrio, pero que yo haya compartido parte de mi vida con él me infla el pecho ―no pretendo despertarlo, sino confesarme ―. No sé cómo seguir adelante, ¿cómo lo hiciste vos, viejo? ―gimoteo y descubro que las lágrimas no tardan más que un segundo en caer por mi cara. Me las limpio bruscamente.

Papá sigue respirando acompasadamente, sereno. Yo inspiro profundo, acomodo la silla contra la pared y a punto de irme, su voz entrecortada me sorprende.

―Yo te tenía a vos, hijo. Por y para vos es que salí adelante.

―Perdón, no quería cortarte el sueño. ―Él se gira despacio, quedando boca arriba. Luego, se sienta contra el respaldo de su cama, quejidos mediante.

―Hijo, nunca te creas menos. Lo aprendí por experiencia ―me consta ―. Y sé que para vos soy un tonto romántico, pero es difícil encontrar a tu alma gemela. Tu madre era la mía, aunque yo no era la de ella. A pesar de eso, yo podría haber intentado emparejarme con alguien y no lo hice. Esa fue mi elección. ¿La tuya? Puede ser distinta. Sos joven, un pibe pintón y honrado. Estoy seguro de que cualquier mujer tendría suerte de encontrarte; no prives a una buena chica de hacerlo solo porque tu corazón esté comprometido con otra.

―No sería justo estar con una mujer mientras ame a otra.

―Entonces, ¿es justo que estés solo el resto de tu vida? Ezequiel, no estoy diciendo que te cases con la primera que veas en la calle, estoy diciendo que salgas al mundo y vivas. Hijo, lo mío con tu madre fue diferente: ella nos dejó. Se fue con otro tipo. Nunca me amó. ¿Lo tuyo con Coni? Nunca fueron honestos por completo, ni vos con ella ni ella con vos. No tenés que cargarte con toda la responsabilidad.

―Ahora ya es tarde.

―Nadie lo sabe tampoco ―tose un poco y carga sus pulmones para decir algo más ―: Vos sos el único artífice de lo que suceda ahora en más. Si estás solo, que sea porque querés. ¿Querés estar acompañado? No temas abrirte a una relación. ¿Querés luchar por Coni? Hacélo, consciente del gran lío en el que te meterías.

Me acerco a su cuerpo y me fundo con él en un abrazo, en ese tipo de abrazo que suena a despedida. No quiero soltarlo y las lágrimas ruedan nuevamente sobre mis mejillas.

―Sos lo mejor que me pasó en la vida y puede que tu madre no se haya portado bien con nosotros, pero me dejó a cargo lo más importante del mundo, ¿podés ver eso? ―A través de la noche veo sus ojos titilando de emoción. Su piel cenicienta se adhiere a sus pómulos y su voz lo traiciona ―. Andá a dormir un poco, lo necesitás.

Retrocedo en dirección a la puerta y me detengo antes de abrir.

―¿Papá?

―¿Mmm?

―Te amo. Y también me alegra que mamá me haya dejado con vos.

***

¿Quién diría que una semana después estaría en una sala velatoria saludando a todos los vecinos que vinieron a darme el pésame? Durante muchos meses imaginé que llegaría este momento, en la decisión que tomaría con respecto a sus restos.

Sin embargo, nada me preparó lo suficiente para afrontar su pérdida definitiva.

Estoy solo en este mundo.

Tal vez mi mamá esté viva en algún lugar del planeta y puede que cuente con el apoyo de mi tía paterna, pero ya no tengo a mi viejo. El hombre más noble que conocí en mi vida.

Cuando avisé al médico que lo encontré en su habitación sin vida, sus palabras no fueron de lo más confortables. "Es una bendición que haya vivido tanto", me dijo.

No me consoló en absoluto; su cáncer estaba avanzado, pero parecía que los tratamientos estaban ayudándolo.

Tuvo algunos años de gracia.

Tuve la suerte de tener una última charla a solas, a corazón abierto.

Tuve la suerte de que sea mi papá.

La gente de la funeraria me informa que es el momento del último adiós, que ya colocarán la tapa al cajón. No será enterrado porque opté por una cremación. Luego, arrojaré las cenizas en el río, allí donde papá amaba ir a pescar.

Sus amigos están destrozados. Son tipos que llegan a los sesenta, algunos en mejores condiciones de salud que otros, pero enteros. Papá es el primero en irse del grupo y todos están conmocionados.

Pasan de a uno a saludarlo hasta que quedo con mi tía, aferrado de la mano, mirando la paz que transmite el rostro de mi papá. Ella llora a destajo. Yo cierro los ojos y le prometo ser un buen hombre, tal como me enseñó.

Al velatorio le sigue el viaje a la casa crematoria.

El lamento es igual de desgarrador.

***

Cuando a la semana ya tengo sus cenizas en una urna de madera y su nombre tallado en una chapa de bronce, cumplo mi promesa de arrojar sus cenizas al agua.

César, Gerardo y Omar, sus amigos, me acompañaron en este viaje y apoyaron mi decisión. La tarde transcurre entre anécdotas de mi papá, chistes viejos y "verdes" y risas cómplices.

Ese fin de semana me permite conectarme a mi papá de un modo distinto y cuando sus amigos me dejan en casa, me agradecen haberles permitido formar parte de esa ceremonia.

Subo con los zapatos embarrados y prometo no preocuparme hasta el día siguiente, cuando abra el taller y pase un trapo mojado. Me saco la ropa y la dejo a los pies de la puerta de entrada; en calzones, camino por toda la casa, me ducho rápidamente y lloro.

Me permito sentir dolor, me permito sufrir.

Envuelto en una toalla minutos más tarde, me siento frente a la computadora después de una semana de no hacerlo.

Una pestaña con mensajes parpadea reclamando mi atención.

GypsyRed: Lo siento mucho, mucho, Eze. En serio. Me hubiera gustado estar ahí, con vos. Agarrándote de la mano y dándote un abrazo caliente.

GypsyRed: Eze, estoy tratando de llamarte, pero no consigo comunicarme. ¿Cambiaste el número de teléfono?¿Tenés crédito?

GypsyRed: Cuando quieras, hablemos. Sabés que contás conmigo para lo que sea.

GypsyRed: Cuando dije que te extraño, es así. Tal cual. Acá no tengo muchos amigos, mucho menos, de los que te entienden con solo mirarte. Juani se la pasa entrenando y cansado. A veces está de muy mal humor porque no lo ponen de titular o ni siquiera va al banco de suplentes. Estar acá más difícil de lo que pensé y solo soy capaz de decírtelo a vos porque sé que me vas a entender.

GypsyRed: Te quiero. No me olvides.

Leo con cuidado sus líneas, intentando no quebrarme. Es tan difícil no sobredimensionar sus palabras, no sobre analizarlas, no ilusionarme con ellas...

Más compuesto que hace unos días, respondo sin saber cuándo me contestará, ya que su estado actual es "ausente".

ZekeMZ: Gracias por el pésame. Estuve perdido y no respondí mensajes de nadie, no es nada personal. Tu hermana pasó un rato por el velatorio y tu mamá lo hizo junto a Fidel. Me dieron tus saludos. También lo hicieron los papás de Juani.

ZekeMZ: Yo también te extraño. De muchas maneras. Sí, de "esa" también. Y sé que quizás no sea justo lanzártelo ahora mismo, pero prometí a papá ser valiente, así que lo estoy siendo ahora y de este modo impersonal: te extraño. Muchísimo. Extraño nuestras largas charlas, hablar de todo y de nada. Ver películas con vos, tirarnos pochoclos y tratar de adivinar cuántos M&M de cada color vienen por paquete. Nada es lo mismo sin vos. Ni siquiera mi cama. No hay día en que no vea las sábanas y me pregunte por qué mierda no estás acá.

Termino de escribir esta retahíla de mensajes...y la edito.

No es momento. No es el modo.

Y, en cambio, le pongo:

ZekeMZ: Yo también te extraño. Extraño nuestras largas charlas, hablar de todo y de nada. Ver películas con vos, tirarnos pochoclos y tratar de adivinar cuántos M&M de cada color vienen por paquete. Nada es lo mismo sin vos.

Eso sin duda es menos comprometedor.

Ella está casada. Con mi amigo. Y eso debería haber sido un mensaje más que claro de universo.

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Pucho: cigarrillo.

Olé: diario deportivo.

Chistes verdes: bromas subidas de tono.

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