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31

Me cruzo la corbata frente al espejo y me frustro al ver que fallo miserablemente una y otra vez cuando trato de que me queden los lazos parejos y el nudo bien hecho.

Tironeo hacia abajo y vuelvo a empezar en un bufido constante.

―Nadie sospecharía que no tenés ganas de ir ―La voz de papá y su reflejo en el espejo del placard me arrancan una sonrisa forzada.

―¿Viniste a leerme la mente o qué? ―Bromeo con él. Papá ha mejorado bastante durante estos últimos meses, sobre todo, después de una droga experimental que su doctor de cabecera le aconsejó.

Perdido por perdido...

Obligándose a caminar con el bastón y mi ayuda, toma asiento en el extremo de la cama. Se limpia el sudor de su frente y tose en su pañuelo de tela.

―Vengo a ver si vas a ponerte los pantalones de hombre o vas a seguir jugando a ser un boludo. ―Acusa, sin medias tintas.

―Gracias por tu inyección de buena onda, es justo lo que necesito en este momento ―le palmeo el muslo y continúo luchando con el lazo negro que pretendo que se transforme en una corbata por arte de magia.

―¿Por qué no te dejás de joder y le decís que la amás? ―Larga, como si fuera fácil.

Mis hombros bajan y mi intento número mil de anudar el lazo vuelve a quedar trunco. Mi papá no está ayudando a calmar mis nervios.

Muerdo mi labio en actitud derrotada. Honestamente, es justo como me siento. Derrotado, sin alma, perdido.

El jueves no fui al casamiento por civil; me escudé en que tenía mucho trabajo y presión para entregarlo. Si bien no era mentira, tampoco una verdad exclusiva; podría haber ajustado mis horarios para estar presente – al menos – para arrojarles arroz por la cabeza y posar para alguna que otra foto.

No lo hice, por supuesto.

¿Hoy? Hoy no puedo zafar de asistir a la fiesta, mucho menos cuando ya evité ir a la iglesia, anteponiendo mi poca adhesión a las cuestiones religiosas.

―Voy a decirle a Julia que deje de ponerte las novelas de la tarde. No se usa eso de abrir las puertas de la iglesia e interrumpir en las bodas. Además, ya se casaron por civil y por iglesia. Yo solo estoy yendo a chupar y a comer gratis. ―Julia es la enfermera que está cuidándolo a medio tiempo, una mujer parlanchina y eficiente al 100%.

―Vas a verla bailar el vals, sonreír a su esposo, cortar la torta juntos, arrojar el ramo y el tonto ritual de la liga. 

―De eso se trata una fiesta de casamiento ,¿no?

―¿Por qué nunca fuiste claro con respecto a lo que sentías?

Esa pregunta no me es esquiva; se ha instalado en mi cerebro durante años y siempre caí en la misma respuesta, la que no le oculto.

―Porque no soy digno de una mujer como ella.

Pfff, idioteces. ¿Y me decís cursi a mí?

―Basta, papá. En serio. Es historia vieja. Ella y Juani se casaron y si Dios quiere, tendrán muchos hijos. Fin del asunto.

Él entrecierra sus ojos, desmenuzando mi rápida conclusión. Calla, no por mucho tiempo.

―¿Vas a estar bien con eso?

―¿Podés ser más específico?

―¿Vas a estar bien viéndola feliz con otro tipo que no fue, ni más ni menos, que tu mejor amigo? ―Ruedo los ojos exageradamente.

―Voy a estar bien con lo que la haga feliz.

―¿Aunque no sea con vos?

―De eso se trata el amor a veces, ¿no? Abnegación. Sacrificio. Dejar de lado el egoísmo. Juan Cruz y Coni están hechos a medida. Yo no fui más que una distracción pasajera ―Consigo hacer el bendito nudo y festejo en silencio. Me siento patético por eso.

―Si vos lo decís...―Murmura enojado conmigo y agradezco su sinceridad, ya que es su modo de demostrarme cariño y afecto.

Cuando se pone de pie, lo abrazo fuerte. Está delgado, casi transparente como un papel, pero es a lo máximo que puede aspirar. Bendigo cada minuto que paso a su lado, como este, en el cual no divaga y se comporta como el papá genial que dice las cosas sin vueltas y me aconseja desde el fondo de su corazón.

―Confiá en que hay segundas oportunidades.

―Eso equivaldría a que a Coni le vaya mal. Y a Juani también. Y no es lo que quiero. Son mis amigos y les deseo lo mejor.

―Sos demasiado bueno.

―O demasiado lento.

―No lo niego ni lo confirmo ―Eleva sus manos, con una sonrisa plena que me llena el alma.

Nos despedimos, me ofrece sus felicitaciones a la pareja y se marcha.

Miro mi reflejo en el espejo y me disgusta ver la sombra en la que me convertí.

***

No es mi intención emborracharme ni hacer un papelón, pero es indiscutible que quiera sumergirme en litros y litros de alcohol para entumecer mi cuerpo y olvidar lo que estoy viviendo.

Coni en su vestido blanco es más de lo que mi alma puede soportar. Etérea, angelical, sensual y atrevida, es poco decir.

Me rehusé a bailar el vals con ella, alegando que me había dado un tirón en la pierna hoy por la mañana después de dejar un mueble en un noveno piso por escalera.

Mentiroso.

Josefina no se creyó mi mentira, pero no me acusó de impostor. Sus ojos agudos no me dejaron ni a sol ni a sombra; ¿acaso ponerme en su mesa es el castigo porque falté a ambas ceremonias de unión o hay un motivo ulterior: el de vigilarme de cerca y sobre analizar cada una de mis acciones?

No es como si fuera a agarrar mi copa y brindar por el increíble sexo con mi mejor amiga. Ha pasado mucho tiempo desde aquel mediodía en que el universo conspiró a mi favor.

La música de "Los Auténticos Decadentes" levantan hasta al más holgazán de los bailarines y me cuesta asumir que no soy la excepción; como no sería de otro modo, Josefina deja al bebé con su esposo y me tironea de las manos.

―Dale, no seas aburrido.

―Me duele la pierna...mmm...no puedo.

―Dejáte de joder y vení conmigo ―No hay nada que quisiera menos que divertirme, bailar para olvidar y beber para anestesiar todas y cada una de las emociones que me embargan.

Sin embargo, ver que la parejita feliz no pierde su sonrisa ni su ánimo, no me ayuda.

Finalmente cedo y llego con mi vecina a la mitad de la pista, donde Juani me recibe con un abrazo sofocado. Febrero es caluroso por naturaleza y dentro de este salón e incluso con los miles de ventiladores que hay aquí dentro, estamos todos sudando con solo respirar. Salto junto a los amigos que ha hecho a lo largo del tiempo, alguno de los cuales ya conozco y trato de pasarla bien.

Ni fenomenal, ni grandioso. Sino tan solo "bien".

Hacemos una ronda envolviendo a la novia, a una Coni algo borrachita cuyos brazos en alto se mueven sin parar y su risa es capaz de derretir la Antártida. Imágenes compaginadas por mi mente en las cuales ella camina tomada de mi mano, se ríe sin parar de alguna de mis tontas bromas y come helado de mi cuchara, me mortifican.

La realidad se impone rápidamente cuando Juani se aleja del círculo masculino para ir en busca de su esposa, a quien estampa un beso posesivo que no deja lugar a dudas de quién está con ella.

Los gritos y vitoreos tapan la música del DJ y elijo ese instante para apartarme, tanto de la felicidad ajena como de los brazos amistosos.

Camino a los tumbos hacia el parque exterior; la quinta en Maschwitz que alquilaron los padres de Juani es íntima y amplia, con sus mil hectáreas y arbustos altos y densos. No hay vecinos en los inmediaciones y se nota cuánto dinero se invirtió en este casamiento.

Imagino a Coni protestando por el costo; ella no hubiera elegido esta pompa, aunque no me cabe duda de que la está disfrutando. Como debe ser.

Agradezco tener dos cigarrillos en la caja, tomo uno y lo enciendo a espaldas de la suave brisa de la madrugada. Aprovecho a refrescarme; la camisa húmeda por la transpiración golpea en mi cuerpo y me reconforta.

―¿Pensaste que te ibas a escapar tan fácil? ―la voz de Josefina es la de mi conciencia.

―¿De vos? Jamás osaría a intentarlo siquiera ―La hermana de mi amiga ha sido muy cercana en estos últimos meses. A menudo, cuando ella no está con mucho trabajo y mis maquinarias están en silencio, cruza a tomar unos mates y a hacerme compañía junto al pequeño en su cochecito.

―¿Cómo la llevás? ―no hace falta que le mienta, tampoco que entre en detalles.

―La llevo. ―No la miro por miedo a que me lea. Ha desarrollado ese don conmigo.

―Supongo que eso explica por qué no vino Celeste con vos.

Touche ―respondo y la miro por sobre mi hombro.

En efecto, Celeste y yo tuvimos una dura pelea hace una semana que nos valió la separación.

En mi casa, después de un sinfín de idas y vueltas en nuestra relación, le dije por qué esta fiesta me estaba poniendo de mal humor.

―Es el casamiento de tus amigos, tendrías que estar un poco más entusiasmado ―me recriminó mientras peinaba su cabello en el baño, antes de irnos a dormir. Lo cierto es que tenía toda la razón del mundo; mi mal humor no solo estaba perjudicando mi atención en el trabajo sino que mi hermetismo iba en aumento para con ella.

Mucho menos expresivo que de costumbre, sin apetito sexual, sin ganas de nada, la frustración dominaba mis días.

Era una mujer inteligente, mordaz y sexi. Era intrépida y nos gustábamos mutuamente, una combinación que no tendría por qué llevarme al aburrimiento ni al desgano. Sin embargo, nunca había podido encontrar las chispa que nos consumiera vivos, esa conexión extrasensorial que te quema la piel con un solo toque.

Yo, desde la cama y con la sábana cubriéndome solo la parte baja del cuerpo, miraba su figura frente al espejo.

Inexpresivo, sin alma, me sentía un despojo.

―¿Ezequiel? Grrr....―gruñó, cambiando su tono―, ¡estoy harta de que me dejes afuera de lo que te pasa!¡De que me excluyas!¿Me podés decir qué carajos te pasa? No me hablás, no querés coger, ni siquiera me besás con ganas ―Enfurruñada conmigo agitó el cepillo bajo el marco de la puerta del baño. No sé cómo es que no me lo arrojó a la cara.

Tragué, bajando el nudo que oprimía mis cuerdas vocales.

Pude haber mentido y adjudicarle la culpa al cansancio.

Pude haberle dicho que era por un mal cliente, una excusa trillada y gastada en los últimos tiempos.

Podría haberle dicho que no sabía qué me pasaba.

En cambio, decidí decirle la verdad.

―Amo a Coni. La amo desde que la vi bajar del auto de su mamá delante del camión de mudanzas. La amo de un modo que ni siquiera es explicable.

Ella empalideció, indicándome cuán buen actor fui durante este tiempo en que nos mantuvimos como pareja.

―La...amás...―lo afirmó con desconfianza.

―Como nunca amaré a nadie.

―Oh...y...ella...no te corresponde...supongo...―sus palabras fueron nerviosas, inestables. Pasó el peso de su cuerpo de una pierna a la otra y a pesar de que nos mantuvimos a la misma distancia que antes, sentimentalmente, nos separaba un mundo.

―No, pero...nos acostamos. Una vez. Y fue suficiente para blindar mi corazón al resto de las mujeres.

Celeste parpadeó y aunque quiso evitar llorar, no pudo. Corrí las sábanas de mis piernas y me puse de pie. Me acerqué a ella, siendo rechazado con convicción, pero sin violencia.

―No me toques.

―Cecé...yo te quiero, un montón. Pero...este casamiento me tiene mal.

―¿Hace cuánto se acostaron? ¿Fue cuando eran pendejos, hace dos años, diez...cuándo fue?

―¿En qué cambia que lo sepas?

―Respondéme. Creo que lo merezco ―Estoica, tomó asiento en la punta del colchón.

Me arrodillé ante ella y esa vez no me alejó, sus ojos disparaban dagas de fuego directo a mi cráneo.

―La semana en que viniste al taller a increparme por la vitrina.

―O sea...hace...

―No me hagas hacer cuentas. ―No tiene sentido decirle con exactitud la fecha que jamás se irá de mi cabeza.

―¿Fui tu rebote? ¿Me usaste para olvidarla? ―chilló y aunque quise decirle que no, que en ella no buscaba todo lo que significaba mi mejor amiga para mí, no me salió la voz ―. Sí, me usaste. Hijo de...―Mordió su puño parándose de golpe.

Con frenesí, vació los dos cajones que ha ocupado sin que le diera permiso. Un día trajo una cosa, al otro día otra, y no le negué espacio.

―No lo hice apropósito.

―¿Ah, no? Entonces decime, juráme que mientras cogíamos no pensabas en ella. Juráme que nunca se te cruzó por la mente decir su nombre mientras estás cogiéndome.

―Cecé, no seas injusta.

―¡Ja, injusta!¿Yo? En nuestra cama hubo un fantasma durante todo este tiempo y me tildás de injusta ¡a mí!.

―Te quiero, sos una mina genial, pero no podemos seguir adelante.

―¡Obvio que no! ¡No! Ya pasé por esto una vez, pero sinceramente, creí que con vos era distinto. Sí, eras mucho más chico que yo, pero parecías más maduro que otros. Me prometí que no me enamoraría de vos, pero resultó inevitable. ¿Y sabés que es lo más triste? ―preguntó y negué con la cabeza como un idiota ―: Que no hiciste nada para detener este choque de trenes. Te sentaste a ver cómo seguía haciéndome ilusiones, cómo seguía trazando planes con vos.

―Pensé que...pensé que podría olvidarme de ella.

Su pecho subió y baó con fuerz mientras sus músculos faciales se transfiguraron. Me odiaba por dañarla de este modo.

―¿Qué pasó después de que cogieron?

―¿Eh?

―¿Por qué no intentaron ser una pareja común y corriente? ―su mirada escudriñó mis gestos y no se trató una pregunta al pasar sino una cargada de mala intención. En fondo yo sospechaba que sabía la respuesta y solo buscaba lo dijera en voz alta solo para torturarme.

―Ella decidió que Juan Cruz era a quien quería.

―O sea que determinó que vos no eras suficiente para ella ―La estocada dolió, enterrándose profundo en mi carne.

―Supongo.

Celeste se mordió el labio, con un pensamiento que la hizo dudar.

―Si ella, hoy mismo, hubiera venido a decirte que no se casaba, estoy segura de que me hubieras dejado sin más. No sos más que un cachorro abandonado que busca cariño en el lado equivocado. ―La furia cayó como gordas gotas de veneno.

Bajé la mirada a mis pies, avergonzado de mí mismo. Era de poco hombre y de cobarde no asumir abiertamente que estar con Coni es lo único que anhelaba, a lo único a lo que aspiraba.

―Cecé, por favor, quiero que me perdones. No fui bueno con vos, lo sé, pero no fue apropósito. Soy un tonto, un blando. Enamorarme de mi amiga comprometida, no es de buen tipo.

Ella rebuznó por la nariz, metiendo en su mochila algo de ropa. Quedaba mucho colgado todavía en mi armario; ¿cómo es que dejé que esto avanzara tanto?

Ladeó la cabeza en un momento de análisis. Inesperadamente me acarició la mandíbula.

―Ni siquiera puedo odiarte, imbécil. Son tan...bueno...que...¿cómo puedo culparte? Sos un cliché andante.

―¿Gracias? ―No supe si reírme o llorar.

Celeste inspiró y se acercó hasta quedar a pocos centímetros de mi barbilla, adonde llegaba la línea de sus ojos.

―Ezequiel, no sos ningún tonto ni mal hombre. La tonta es ella que no sabe cuán bueno sos.

Mis labios le dieron un beso en la frente, suave, ligero. Ella retrocedió un paso y se puso sus jeans y su camisa en tiempo récord.

―Perdonáme. ―repetí.

―Necesito pensar.

―No quise lastimarte.

―Más te vale. No soy buena mina cuando estoy del lado de los enemigos ―Celeste pareció aflojar, aligerándome la carga. No me hizo sentir mejor, sin embargo.

La mano de Josefina en mi hombro me trae al presente, arrancándome de ese triste momento con Celeste. 

Le beso la palma y le acaricio el rostro.

―Ella siempre va a ser el amor de mi vida. No importa quién venga después, ni que ella forme una familia con Juani. Esa es la pura verdad.

―Zeke, ¿por qué nunca fuiste claro con ella?¿Por qué no le mostraste que eras tan merecedor de su amor como Juani?

―¿Para qué? Yo siempre supe de antemano que no era el hombre que quiere. Soy bruto en mis modales, sin educación universitaria, con apenas un título secundario de maestro mayor de obras, dueño de un taller de carpintería que apenas sale a flote...

―Juani no es el príncipe azul, no te equivoques ―no pretendo que cargue sus tintas en defenestrar a mi amigo en pos de destacar mis virtudes.

―Jose, fue su elección y tu hermana está bien con eso.

―¿Cómo estás seguro de que decidió  por lo correcto ante la vista de todos y no lo que realmente quería? ―Sé lo que hace: está empecinada en darme esperanzas, esperanzas que murieron cuando entré en esta fiesta y los vi más felices y unidos que nunca.

Apoyo mis manos en sus hombros desnudos y a pesar de que es alta para ser una mujer y usa tacos altos, tengo que agachar un poquito la vista para equipar la línea de sus ojos.

―Agradezco tu voto de confianza, pero respeto la decisión que tomó. Cuáles fueron sus argumentos o qué fue lo que prevaleció en su mente para pensar que aceptar la propuesta de Juani en lugar de jugársela conmigo, no es lo que importa ahora. ¿Ves eso? ―señalo hacia el interior del salón, donde la fiesta sigue en auge ―. Ella es feliz. Y eso es suficiente para mí.

Jose traga y distingo su conmoción; no es habitual que sea tan sensible. A no ser por su hijo, no hay nada que la doblegue.

―Ojalá encuentres a la mujer que merecés. Sos un amor.

―Y si no la encuentro, estaré bien con eso también.

Se pone en puntas de pie, me besa la mejilla y camina de regreso a nuestra mesa, próxima al enorme ventanal acristalado con vistas hacia este jardín.

Aplasto la colilla del cigarrillo con mi zapato y decido que es momento de irme a casa.

Ya he cumplido con mi cometido: meterme en la cabeza que hoy, oficialmente, he perdido cualquier chance de huir con la novia.

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Ingeniero Maschwitz: localidad del norte del conurbano bonaerense, el cual se caracteriza por lotes de gran tamaño y casas imponentes.

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