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3

Cuando llegué a casa después de tomar la chocolatada con vainillas, toda mi emoción hizo ¡plop! ya que Josefina y mamá estaban gritándose, discutiendo como en un día normal.

Odiaba que se gritaran.

―¡Conque ahí estás! ―Mamá me agarró del brazo y me arrastró por el comedor. Me tropecé varias veces con mis propios pies.

―¡Auch!¡Soltáme! Me duele ―las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. Porque las uñas de mamá se clavaban en mi carne.

―¿Dónde estabas, nena? Me comí un sermón horrible por tu culpa ―Genial, a la agresión de mamá se sumaba la protesta de mi hermana.

―Estaba enfrente, en la casa de mi nuevo amigo.

―¿Otro amigo?

―Sí, Juani. Es amigo de Ezequiel, el chico que vino ayer.

Me froté el brazo, con las marcas rojas de los dedos de mamá.

―¿Y no se te ocurrió avisarme? ―me pregunta, furiosa.

―Les dije, pero ninguna me escuchó.

―¿No se te ocurrió decírmelo en la cara si viste que no respondimos? ―Mamá estaba desbordada. Nunca se caracterizó por tener mucha paciencia, pero supongo que haber sido engañada por papá no resulta fácil. Criar dos chicas por su cuenta, tampoco.

―No ―siento que las mejillas se me ponen rojas.

―Estás castigada.

―¿Qué?¡No! ―mi quejido casi rompe las ventanas.

―Lo que escuchaste. ¡Te vas ya mismo a la habitación! ―la severidad en la voz de mamá me asustó. Bajé la cabeza, limpié mis lágrimas y me fui a la cama. Me hundí en la almohada, preguntándome cómo era posible que un día tan bueno se convirtiera en uno de los peores.

***

Los días pasaron y los chicos me invitaron cada tarde en que jugaban juntos. A nuestra pandilla, como me gustaba llamarnos, se le sumaban los nietos de una de nuestras vecinas, completando el grupo.

Durante estas vacaciones descubrí que Juan Cruz juega muy bien al fútbol y que quedó en un club que está cerca de la cancha de River. Bueno, no tan cerca, pero de a poco me voy ubicando en el mapa de Buenos Aires.

Por suerte encontré mi malla y me sumé a Juani y Zeke en la pileta.

También conocí al papá de ambos; mientras que Bernardo Veraglia es un tipo alto, serio y muy pintón, siempre de traje y bien arreglado, el padre de Zeke no se le parece en nada. Es alto, grandote, con una barba de papá Noel que me asusta un poco y que viste pantalones caqui con bolsillos a los costados y remeras descoloridas.

Cuando pregunté a Ezequiel por su mamá no me quiso hablar mucho, solo que se había ido hace casi un año y no la volvió a ver.

Ese día lo abracé fuerte. Muy fuerte.

Él se sorprendió, era evidente que no era de los que abraza.

―¿Qué fue eso? ―me preguntó, confirmando mis sospechas.

―En Córdoba se le llama abrazo ―lo dije entre risas.

―Qué tonta que sos, ¡acá también! Me refería a qué significa. ¿Por qué lo hiciste?

―No me gusta verte triste. Sos mi amigo. Y te quiero.

―¿Me...querés? ―sus ojos color caramelo se abrieron, como si le hablara en chino.

―Sí, los mejores amigos se quieren. Y yo te quiero. Y no me gusta verte mal.

Él no supo qué decir, para variar. Ezequiel era muy introvertido, un paso más allá de tímido, pero no solo conmigo, sino con todos los chicos del curso.

Y así como comenzamos siendo amigos del barrio, también lo fuimos en el aula. "Los tres mosqueteros" nos llamaron y los tres estábamos orgullosos de pertenecer a esta mini burbuja.

Aparte de andar por todos lados con ellos en bici, me hice amiga de una chica llamada Lorena y de otra más, de nombre Natalia. Ellas eran vecinas entre sí y vivían a diez cuadras de mi casa. Mil veces rogué a mamá para que me dejara invitarlas a casa, pero me decía que no teníamos comida para tantas personas ni que contaba con tiempo de limpiar para que todo luciera impecable.

Mi cumpleaños, en el mes de junio, pasó sin más. Ella preparó un bizcochuelo de caja de sabor chocolate, lo cortó a la mitad, le puso dulce de leche y le clavó unas velitas. Solo vinieron Ezequiel y Juani. No me dejó invitar a nadie más de mi grado.

A excepción de Lucas, el nuevo amigovio de mi hermana, compañero de su curso, que cayó sin ser invitado.

Jose ya me había dicho que no eran más que amigos, pero yo, una vez, los vi toqueteándose en el patio de casa, contra la pared que da a la casa de la vecina. Obviamente me escapé de ahí porque no quería que me descubrieran.

También quise anotarme con Natalia a clases de ballet, pero mamá sostuvo que no teníamos plata, que papá no enviaba la cuota alimentaria que indicó el juez, por lo cual ella iba a tener que empezar a trabajar.

"Ya no tengo más ahorros", confesó, molesta.

Y así fue que de un día para el otro, salió con el suplemento de clasificados abajo del brazo; mamá tenía estudios secundarios, un título de perito mercantil. Se entrevistó con un hombre que era dueño de una agencia de seguros para autos y casas y la contrató de inmediato.

A partir de entonces, ella fue un poco más feliz.

Todas las mañanas, esperaba que pasara el micro escolar a buscarme y luego se iba a la oficina con su auto. Nunca entendí por qué no me quería llevar al colegio ella misma y me hacía levantar media hora antes que todo el mundo para no perderlo.

Por suerte, viajaba con Ezequiel. Nos sentábamos uno al lado del otro, lo que fue motivo de burlas y canciones tontas. Como que éramos novios y esas cosas.

Yo no tenía novio. Era muy chica para eso. Además, tanto Ezequiel como Juan Cruz eran mis amigos y no podría elegir a ninguno de los dos para ocupar ese lugar.

Los amigos no pueden ser novios.

¿O sí?

Bueno, para mi hermana, esa línea es muy confusa y no creo que me la supiera diferenciar.

Esta tarde en particular hace mucho frío. Estamos a finales de julio, a un día exacto de terminar las vacaciones de invierno. Ezequiel nos invitó a Juani y a mí a tomar la leche, lo cual es todo un acontecimiento.

Juan Cruz y yo solemos ir a su casa para preguntarle si quiere jugar, pero nunca nos habíamos quedado dentro por mucho tiempo. Su abuela Clementina es un poco rara, una mujer mayor que me da un poco de miedo. Solo ve de un ojo y lleva un parche como una pirata.

Cada tanto, habla sola, mirando hacia el techo. Y reta mucho a Ezequiel.

Y no me gusta que lo haga, porque él es muy bueno y callado.

Juan Cruz y yo vamos en bicicleta a la casa de Ezequiel, aunque a sus padres no les gusta mucho la idea: dicen que el barrio donde vive Zeke es un poco peligroso, pero a mí no me parece así.

Es cierto, las casas no son muy lindas e incluso, algunas están incompletas o a medio construir, pero la gente de la zona nunca nos hizo daño.

Cuando llegamos al taller del señor Patricio, golpeamos la puerta de chapa para avisar que estamos afuera. La casa se encuentra a una puerta de distancia, justo al lado.

―¡Vinieron! ―a Ezequiel se lo ve contento y eso me agrada. Por lo general tiene una expresión de tristeza y cansancio que no permite que veamos cuán generoso y lindo es ―. ¡Papá!¡Vamos para el fondo! ―le grita por sobre el ruido de unas máquinas. El señor asiente con la mano en alto, nos saluda a lo lejos y pasamos de una puerta a la otra.

Ezequiel nos abre y atravesamos un largo pasillo con nuestras bicicletas hasta que nos topamos con un patio abierto donde las apoyamos en un árbol. Su casa no es tan bonita como la de Juani, aunque cuando entramos, huele muy bien.

A esencia de vainilla o algo parecido.

―Hice torta. ―exclama nuestro amigo, contento de sí mismo.

―¿En serio cocinaste vos? ―pregunta Juani ―. Mamá y Carmela no me dejan tocar las hornallas ―Carmela es la señora que ayuda en su casa, así como Hilda lo hacía en la mía.

La extraño mucho. Desde que mamá comenzó a trabajar, Josefina y yo nos encargamos de limpiar la casa, ordenar y sacar la basura por las noches. A veces, incluso nos cocinamos algo rápido que no siempre tiene buen aspecto o buen sabor.

Mi hermana es más hábil con la cocina. Yo prefiero poner la mesa y secar los platos.

―Sí, no es gran cosa, mi abuela me dijo qué poner y en qué orden batir la mezcla.

De inmediato, pone el plato en el centro de la mesa y me gusta lo que veo: una esponjosa y dorada torta casera.

―Mmmm, eso me dio hambre ―me froto las manos y corto tres pedazos sin esperarlos.

Durante la siguiente hora, merendamos y vemos "El inspector Gadget". Nos reímos, disfrutando de estar juntos. Más tarde, pasamos a su habitación. Es grande, simple y tiene algunas manchas de humedad en el techo, aunque está cálida gracias a la estufita que tiene enchufada.

Hay algunos posters de bandas de música pegados en la puerta de madera y fotos con chinches sobre una plancha de corcho en la pared. Hay algunos boletos capicúa de colectivo, envoltorios de golosinas y unos dibujos que él mismo hace y esconde del mundo.

Zeke es increíble dibujando, pero no se convence de ello.

―¿Sale Super Mario? ―pregunta, y Juani y yo automáticamente levantamos nuestros puños. Nadie puede negarse a un torneo mano a mano.

***

Se hace de noche temprano porque estamos en invierno. La luz a las ocho es casi inexistente y tenemos que prepararnos para ir al colegio mañana por la mañana.

El papá de Juani nos pasa a buscar con su super auto, prometiendo que después tendríamos tiempo de recoger nuestras bicis de la casa de Ezequiel.

Chocamos los cinco y nos subimos al coche; adentro ya están Teresita e Iñaki.

No me gusta mucho el hermano de Juani. Siempre me está mirando raro y tiene olor a cigarrillo. Sé que es chico para estar fumando, pero apuesto a que lo hace a escondidas.

Bajo en la puerta de mi casa y saludo a mi amigo hasta el día siguiente.

Sinceramente, no sé qué haría si tanto Juani como Zeke no estuvieran en mi vida.

***

La primavera se acerca y extrañamente, mamá me deja volver caminando con Ezequiel desde el colegio. Venimos hablando de la prueba de matemática del lunes siguiente, para cuando veo un auto estacionado en la puerta de casa.

―¿Y ese cochazo? ―pregunta Zeke señalando el Mercedes Benz plateado que tanto conozco.

Me congelo en el lugar.

―Es de mi papá ―le digo con una sonrisa que no me cabe en la cara.

Salgo corriendo, ignorando a mi amigo, dejándolo atrás y esperando por ver a mi papá.

―¡Papi, papi! ―Entro como un tren a toda velocidad y lo encuentro.

No está solo. Está con una mujer, sentada frente a mi mamá.

―¡Coni, hija mía! ―Abre sus brazos, pero no se muestra tan alegre como esperaba.

Mi entusiasmo decae y lo rodeo, blanda, casi llorando.

―¿Quién es ella? ―le pregunto.

Josefina está junto a mamá, con cara de traste y las cejas en alto.

―Es la nueva. ―Gruñe Jose.

―Josefina, te pido por favor que la respetes. ―El ambiente se siente feo. Todos tienen cara de enojados y están con la boca fruncida.

―Tu padre vino a traerme los papeles de divorcio. ―Mamá no deja de mirar a "la nueva".

―Hola Coni, yo soy Sandra, la novia de tu papá. ―La mujer es muy bella y muy joven, como una de las muñecas Barbies que papá Noel me traía para navidad. Tiene cabello rubio, casi blanco, y grandes ojos azules.

―Hola. ―No puedo decir nada más. Me siento enferma, a punto de vomitar.

―Tu papá quiere casarse con ella y para eso necesita deshacerse de nosotras primero.

―Isabel...―Papá la amonesta mamá.

―¿Qué? Estoy diciéndole las cosas como son. En diciembre se va a cumplir un año de que nos mudamos y nunca, ¡nunca! Apareciste por acá a ver a tus hijas ―la voz de mamá se quiebra y unas lágrimas de tristeza caen de sus ojos. Instintivamente me acerco y la abrazo a ella, uniéndome a sus palabras.

Tiene razón.

Durante las primeras semanas en Buenos Aires soñé, rogué y prometí mil cosas con tal de que papá volviera por nosotras. Él nunca vino. Nunca llamó al teléfono fijo ni nos mandó una carta.

Ahora, está acá porque tiene otros planes, una nueva vida que no puede empezar sin que mi mamá firme esos benditos papeles.

―Estuve trabajando mucho, ellas lo saben. ¿No chicas? ―Papá tiene algunas canas más, supongo que a causa de lo que la gente adulta llama "estrés".

―No, ni me importa ―Dispara mi hermana y por primera vez estoy orgullosa de que no se calle la boca.

―Más respeto, por favor. Sigo siendo tu padre ―Impone mi papá, el hombre al que amé incondicionalmente y me está defraudando por completo.

―¿Padre? Desde que nos dejaste solas con mamá que ya no lo sos. No me extrañaría que pronto nos dijeras que estás apurando el divorcio porque querés tener hijitos con ella ―señala Jose para cuando la tos de Sandra interrumpe sin querer.

Mamá lleva sus ojos de "la nueva" a papá. Jose cubre su boca y yo no entiendo nada.

―¿Ella está...? ―La cara de mi mamá se desencaja por completo. Parece un dibujito animado con los ojos grandes y saltones.

―No pensábamos anunciarlo aún. No llega a los tres meses. ―mi hermana acertó en su pronóstico. ¿Es bruja o qué? Josefina se va hacia nuestra habitación y da un portazo que me hace cerrar los ojos.

―Ya me parecía que no dabas puntada sin hilo...―Mamá susurra. Yo soy la que sigue sin entender y sé que no me van a explicar ahora por más que lo pregunte. ¿Qué tiene que ver la costura en esta historia?

Ella se pone de pie, liberándose de mi agarre y camina hacia la puerta como un soldado, clavando los pies en el piso y con una rigidez pasmosa.

―Voy a conseguirme un abogado y él te estará llamando cuando firme todo. ―dice, sujetando el picaporte, esperando. Papá y su novia se levantan lentamente y van hacia la salida. No me saludan, no se preocupan por mí, mucho menos por mi hermana ―. Pero que te quede claro, Oscar, que te voy a desplumar

―Isabel...

―Usá ese tonito de mierda con tu noviecita. A mí ya no me amedrentás más.

Papá traga, sus labios son finitos bajo su espeso bigote.

―Vámonos de acá, Sandra. ―dice, no sin antes mirarme y dedicarme una sonrisa tibia que me resulta poca cosa.

Cuando se marchan, mamá se desploma en el sillón y empieza a llorar. Alto, casi a los gritos. Me acerco, me abraza muy pero muy fuerte y me besa la cabeza.

―Todo va a estar bien...todo va a estar bien...―dice para mí y para ella.

Quiero creer que así será.


Pintón: apuesto.

Perito mercantil: título secundario con orientación administrativo-contable.

Micro: ómnibus. Escolar o para viajes de corta, media y larga distancia.

Boletos capicúa: anteriormente, los tickets de colectivos tenían una numeración. Que fuera capicúa (que se leyera igual del derecho que al revés) se suponía que era "de buena suerte".

Traste: trasero.

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