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27

―¡Pará, boludo!¡Pará! ―A grandes zancadas logro alcanzar a Juani, perdido a mitad de cuadra. Sus orejas están rojas y la tensión endurece sus rasgos.

―Para ¿qué? Quedé como un imbécil, ahí arrodillado. Dando lástima como un idiota.

―No seas tan duro con vos mismo, la agarraste desprevenida ―no quería decir las benditas palabras "yo te lo dije", pero...Yo se lo dije.

Cuando la semana pasada se contactó para contarme cuál era su plan, perdí la cabeza. En silencio, peleando conmigo mismo, me prometí darle mi consejo como amigo e ignorar mis propios sentimientos.

Dejé de lado mi amor por Coni. Mi cariño por Juani. Toda una historia de amistad podía quebrarse frente a mis ojos y en mis manos estaba la posibilidad de que eso no suceda.

¿Qué hice entonces? Abrir mi corazón, o al menos el casillero que no tenía a su novia como protagonista.

―Es muy prematuro pensar en un casamiento, Juani. ¿Estás seguro? ―pregunté. Cuando me contó que le compró un anillo, me quedé mudo. Debió repetir varias veces mi nombre para devolverme a la realidad. Por suerte, a través del MSN no podía ver mi cara de culo ni las astillas de mi corazón resquebrajado. Si Coni aceptaba, nuestro futuro estaría sentenciado.

―La amo. Sé que quiero estar con ella eternamente. ¿Qué me importa si tenemos 23, 30 o 70 años? ―Había dicho, golpeándome de nuevo como a una bolsa de boxeo.

En ese momento comprendí su urgencia; yo también la tendría si no fuera porque aún pensaba que el matrimonio era un papel inútil. Mis padres, casados ante Dios y con el sello de la ley, no habían funcionado. Habían estado unidos por la fuerza de una institución más tiempo del necesario. De no haber existido la famosa libreta roja, se hubieran ahorrado años de desdicha y reproches.

Sinceramente, no creí que Coni reaccionara del modo en que lo hizo, pero su cara de horror fue suficiente muestra de asombro...y negación.

De haber apostado por su fácil "sí", hubiera perdido como un campeón; me jugaba la cabeza que estaría nerviosa, pero no que pondría en duda su propia decisión.

―Estaba aterrorizada, ¿no la viste? ―Se queja. Su voz nunca fue tan aguda como ahora. Estamos a unas casas del dúplex de Coni y no conozco tanto la zona como para fiarme de que no nos vayan a afanar; Juani empilcha de primera, tiene un celular más moderno que el de cualquiera de nosotros y no da para exponernos a estas horas.

―Sí, bueno, creo que sí. ―le doy una palmada en la espalda ―. Ahora, volvamos. Sentémonos en el porche aunque sea.

Juani me mira y asiente, recordando que esto es el conurbano bonaerense y no España.

Ver así de despedazado a mi amigo me duele; se vino en un vuelo relámpago para acompañar a su novia en este momento y no recibió la mejor de las bienvenidas.

Nos sentamos en los dos escalones de entrada; de seguro, todos los invitados están pegados a la mirilla esperando por el desarrollo de toda esta historia.

―¿Qué hice mal? Hace millones de años que somos novios, quedamos en que yo me comprometería con la pareja. Vine para su cumpleaños, me arriesgué a caer acá aun sin saber si había rendido bien y ¿qué recibo a cambio? Una duda espantosa en su cara. Como si yo le diera asco o algo así ―Gimotea, derrotado.

Le doy un golpecito en su muslo en señal de apoyo, componiendo al más leal de los personajes.

―Te repito, ella se asustó. No solo llegaste de sorpresa sino que de golpe se encuentra con que estás arrodillado pidiéndole casamiento.

―¡No le pedí que mañana mismo fuéramos al registro civil!

―No importa, estás pidiéndole que avancen más en su relación. A ver ―inspiro profundo preparando mi discurso ―: Este último tiempo, aunque siguieron saliendo a la distancia, ella fue libre. Fue y vino adonde quiso, alquiló este lugar con su amiga para tener independencia y está debatiéndose qué carajos hacer con un título en este país con tan pocas oportunidades. No es algo personal, Juani. Coni está cagada con cualquier decisión que esté fuera de su zona de confort ―quizás suene a psicología barata, pero no quiero verlo mal.

En el fondo, me duelen las tripas, sabiendo que mientras él proyectaba comprometerse con su novia, yo cogí con ella en mi departamento, dándome alas que me vi en la obligación de cortar de raíz.

Trago duro, con las imágenes de su desnudez derramándose sobre mis sábanas y la luz del sol de la tarde haciendo brillar su piel de alabastro.

Mis manos forman puños, mi cuerpo se rigidiza de solo pensar en el aliento que, como amigo, le debo a este hombre abatido.

―Juani, ¿querés venir a pasar la noche a casa? Mañana te puedo llevar al aeropuerto.

―¿En serio? ―Sus ojos se ven húmedos, tristes.

―Obvio. Por la mañana tengo algo de trabajo pendiente, pero puedo hacerme un hueco para ir a Ezeiza.

―Me harías un gran favor, Zeke. Mis viejos no saben que vine. Mi vieja me hubiera cortado las pelotas si se entera de este circo y que ni siquiera pasé por su casa.

―¿No terminan de convencerse de que ella es la ideal? ―el juicio de los padres de Juani se ha contaminado bastante desde quedó embarazada hace más de cinco años y parece no tener retorno.

―Ya no sé qué es lo que piensan de ella ―sus hombros caen, resignados. Se frota las sienes, cansado, con el desfasaje horario pasándole factura ―, pero las cosas se volvieron más hostiles desde...bueno...ya sabés.

Asiento con pesar; la madre de Juani se volvió loca, soltándole un montón de mierda cuando supo que Coni esperaba un bebé. Teresita se disculpó después del aborto, pero la relación se quebró.

La puerta se abre detrás de nosotros y ambos giramos la cabeza al mismo tiempo. Coni está de pie, mirándonos.

Nos ponemos de pie en silencio, como dos condenados que esperan el veredicto de un juez.

―Juani, ¿podemos hablar un minuto? ―Ella juguetea con sus dedos, visiblemente nerviosa.

―Sí, claro ―él entra primero que yo. Coni me mira fijo, con la pregunta implícita en sus ojos. Niego con la cabeza y su cuerpo se relaja.

Este momento es una mierda.

En tanto que mis amigos suben las escaleras a la primera planta, yo me quedo con el resto de los presentes. Levanto mis hombros y me siento.

Cualquier cosa puede pasar a partir de ahora.

***

Juani sigue mis pasos por la escalera. Después de entrar en casa de Coni, hablaron. Se pidieron disculpas mutuamente: ella, por la rotunda negativa y él, por caer en ese viejo patrón de ansiedad e impulsividad que signó las decisiones más recientes de tu vida.

―Es muy lindo esto, que hayas venido y me quieras para siempre en tu vida ―le dijo ella, según palabras de Juani.

―¿Pero no soy suficiente?

―¿Ahora mismo? Sos demasiado ―sentenció.

Mi amigo no entró en detalles aunque yo quería preguntarle hasta el mínimo gesto.

―Che, te quedó re copado el bulo ―Lo mira todo: desde la cocina abierta al comedor, con la barra de madera como elemento divisorio, hasta el juego de comedor a medio hacer por mis manos.

―Nunca tengo tiempo de terminarlo ―señalo ―, pero va a quedar joya ―apoya las manos en el sofá, entero pero discordante en diseño con respecto al resto ―. ¿Cómo es tu depto?

―No tiene mucho. Una mesa y sillas de caño, un sillón medio choto flotando contra una pared. Una tele grande que ocupa la mitad de la sala y una cama tranca. Nada tiene mi sello. Podría ser de cualquiera. ¿Esto? Esto grita Zeke por todos lados.

―Gracias.

―No, en serio, sos un groso con las manos.

―Bueno, vos lo sos con los pies ―Mi amigo sonríe.

―Eso nos deja empatados ―se saca la campera y la cuelga del respaldo de la silla.

Voy hacia la heladera y le ofrezco una Quilmes bien fría.

―No será como las que vos tomás, pero...

―Una Quilmes es una Quilmes ―el pshhhh de la apertura de la lata lo dice todo.

Convivimos en un cómodo silencio durante unos cuantos minutos; luego, pregunta por mi padre y se compadece de su delicada salud. Lo cierto es que nadie sabe cuánto hilo más queda en su carretel.

Ya no sale, nada lo motiva para seguir adelante y eso me consume por dentro.

Como hijo, como un muchacho de casi 24 años lleno de energía, no concibo verlo derrotado. Él, que me crio contando las monedas, haciendo de su trabajo un símbolo de progreso. Él, que le hizo frente a una mujer como mi madre, egoísta y superflua en cuanto esta quiso extorsionarlo si no le daba el divorcio.

Él, mi ejemplo. Con sus errores y virtudes, con su carácter osco y sabios consejos, se me está apagando. Y eso me duele demasiado.

―La verdad es que no esperaba tener que pasar la noche acá ―se sincera con ese dejo de tonada española y sonrío de lado. Podría decir que me siento contento con que no pase la noche con Coni, pero sé que es cuestión de tiempo. Ella recapacitará y se irá con él apenas se dé cuenta que Juani lo es todo en su vida.

Además, son mis amigos y sé que ambos se sienten muy mal por este malentendido.

―Dale un poco de aire y espacio. Son muchas emociones por procesar. ―Acuso desde la habitación mientras busco un toallón y una frazada para taparme en el sofá.

―Sí...―se frota la cara varias veces ―, ¡no sabés lo que me frustra esto! ―lo entiendo, aunque no he vivido ni una pizca de su vida: padres que durante toda su vida lo mimaron y le dieron todos los gustos, incluso, renunciaron a sus propias ganas de que cursara una carrera universitaria. Una infancia sin penurias económicas, una juventud feliz ganándose a la chica bonita del curso. Una adultez que comienza con un contrato en el exterior...esto, sin dudas, es una cachetada.

―Tratá de dormir un poco, ¿dale? Tipo 7 yo ya estoy levantado con el mate en la mano.

―Si no te molesta, prefiero levantarme e ir al aeropuerto derecho. No quiero ni siquiera tener tiempo de pensar en esta noche ―se calza la mochila en el hombro, marcha directo al baño y lo que me dice después me deja de una pieza ―: Espero que esta chica Celeste te merezca. Vos sí que sos un buen tipo, Zeke ―Abre la puerta, comenzando con su rutina de ducha.

Mi cabeza cae sobre la pared contigua al baño, diciéndome que no hay nada más lejano a la realidad.

***

Llevo a Juan Cruz al aeropuerto de Ezeiza y el viaje en la F-100 que está restaurándome Ariel no se caracteriza por ser el más alegre o charlado del mundo. La radio fue una buena compañía y al menos, el silencio no se sintió tan mal.

Su estado de ánimo no había mejorado con el paso de las horas; cuando lo vi a las 7.15 a.m. rondando por la cocina, supe que no había podido pegar un ojo en toda la noche. Las grandes manchas oscuras bajo sus ojos, su humor de perros y sus bufidos constantes, me dieron las pistas necesarias.

No tocó las tostadas. A duras penas bebió un poco de café fuerte y se metió en mi habitación a los pocos minutos. Salió vestido a la hora necesaria como para no llegar tarde a su vuelo.

―Gracias, amigo. Sos un grande ―nos estrechamos en un gran abrazo cuando un "Juani, Juani, ¡esperá!" se escucha a lo lejos como en una novela romántica.

Mi corazón palpita con prisa y me niego a mirar lo que se desarrolla frente a mí: una chica que trepa al cuerpo de su novio, quien la agarra con fuerza y hunde su nariz en su cuello.

―Perdóname, perdonáme ―ella lo llena de besos, ignorando que todo el mundo está viéndolos ―. ¿Me vas a perdonar?

―Sí, obvio, tontita―Él la abraza fuerte, tanto, que creo que la va a quebrar.

―Quiero casarme con vos, te lo juro, pero antes...

―Shhh―Juani le sella los labios con el dedo índice ―, el que se equivocó fui yo al apresurar las cosas ―sus voces son un murmullo y me siento un intruso en este momento, un voyeur de primera clase ―. Ayer se trataba de vos, de tu vida profesional. No de nosotros como pareja. La cagué, en serio, la cagué.

Coni se sostiene de su nuca y le solloza en la oreja mientras que él le frota la espalda, calmándola.

―Ya está, tranquila. Hagamos borrón y cuenta nueva, ¿te parece?

Ella se sorbe la nariz y asiente enfáticamente.

―Tengo que subir a ese avión ahora mismo.

―Avisáme cuando llegues.

―Por supuesto.

―¿Estamos bien? ―la desesperación en la voz de ella es evidente.

―Siempre ―él la besa con ternura y me obligo a mirar de lado. Por suerte ya hay poca gente chusmeando cómo se desarrolla la trama de esta historia. Me faltan los pochoclos.

―¿Te veo en navidad?

―Sabés que sí. ―Un pegajoso beso sella este capítulo para ellos; Juani se voltea, volvemos a despedirnos y lo vemos irse con su mochila y el anillo de compromiso en su bolsillo.

***

Coni se queda unos minutos más de los necesarios en el asiento del acompañante dentro de mi camioneta.

En el aeropuerto, cuando la figura de Juani ya no estaba a la vista, le ofrecí traerla a su casa. Ella lo agradeció, ya que se tomó un taxi que la "desplumó" y no pensó que se quedaría sin dinero para el regreso.

―Soy una forra, ¿no? ―pregunta, de la nada. Sin embargo, no me sorprende su planteo.

―¿Por qué? ¿Por querer tomarte tu tiempo para pensar?¿Por ponerte en primer lugar?¿Por haber sido sorprendida? No, no lo creo ―lo que le digo es crudo y áspero.

―Bueno, viéndolo así...

―Coni ―exhalo y extiendo mi brazo sobre el cabezal de su asiento ―, Juani me contó que tenía planeado pedirte casamiento hace un par de días ―ella queda boquiabierta ―. Le dije que a mi criterio estaba siendo un mandado bárbaro. Que ya tendrían tiempo de hablar al respecto.

―Es evidente que no te escuchó. ―resopla.

―Lo hizo, pero siguió su instinto y a su corazón. ¿Podés culparlo por eso? ―no se me da bien ser abogado de Dios y del Diablo. Me duele el corazón y el alma, consciente de que cada día que pasa, la pierdo un poquito más.

―Supongo que no.

―Juani entendió que se mandó un moco gigante, lo que no significa que para navidad no vuelva a la carga ―me río a desgano, contagiándola. Muero por tocar su piel, moteada por traviesa pecas, por delinear sus labios gruesos y sofisticados ―. Él está solo allá y te ama con locura. Es obvio que va a querer que estés a su lado para y por siempre. Cualquiera que te ame como él no se conformaría con menos. ―Mostrar mis cartas no es seguro, menos ahora que ella está confundida.

Coni se muerde el labio, con una pregunta acechándola.

―¿Todo bien con Celeste? ―No me mira y en su lugar entrelaza los dedos sobre sus rodillas.

―Sí, qué se yo...

―¿Cómo qué se yo?

―Con algunas idas y vueltas; horarios poco compatibles. Tiempos de vida incompatibles...

―¿Ella quiere algo más? ―Cuestiona.

―¿Por qué pensás que es ella la que busca afianzarse y no yo? ―Me ofendo ficticiamente, ya que es Celeste la que busca ponerse un poco más serios y yo me escapo de la formalidad. No es justo aventurarme a una relación con todas las letras mientras Coni siga revoloteando dentro de mi cabeza.

―No sos de los que se ata a alguien, precisamente ―replica en tono burlón.

―Para amar a alguien no hace falta tener ganas de atarse a alguien; significa caminar a la par, compartir cosas, ser complementarios. Atar es lo contrario de liberar. Y yo no quiero estar con quien no me deje ser libre.

―¿Querés ser libre para poder hacer lo que quieras? ―se muestra asombrada, pensando en la infidelidad como pilar de mi razonamiento. Nada que ver.

―No, libre para ser yo mismo, para ser una persona que no esconde sus emociones. Cuando ame, no seré infiel. Te lo aseguro.

―¿Y no amás ahora? A ella, digo―la pregunta es simple. La respuesta, también.

―No, todavía no.

Coni asiente, procesando la conversación. Se toma un largo instante hasta que jala de la manija que abre la puerta y salta al piso. La carcasa de la camioneta traquetea porque está en pleno proceso de arreglo, pero el motor es el de un toro.

Coni entra a su dúplex y saluda tímidamente desde la puerta.

No hay esperanzas para mí.

El tiempo no se puede volver atrás.

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Afanar: robar.

Empilchar: vestir

Bulo: habitación o casa.

Quedar joya: quedar bien.

Choto: barato.

Tranca: tranquila.

Quilmes: marca de cerveza

Desplumar: sacar todo.

Mandado: impetuoso, sin medir las consecuencias.

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