
26
Despido a Juan Cruz en Ezeiza con un nudo en el estómago. Las dos semanas se pasaron volando y me prometí no llorar más. Sus padres siguen en su mundo, hablando de las compras del supermercado, del viaje de Iñaki – instalado en Sídney hace cinco meses haciendo qué, no lo sé – y de sus próximas vacaciones en la Patagonia.
Yo sigo perdida, sin rumbo, sabiendo que tendré que esperar otros seis meses para que mi novio vuelva a Buenos Aires.
Mis ahorros se han reducido sustancialmente a causa de mi independencia; vivir sola, pagar por mi sustento y alimento, es una experiencia única y agotadora. Ojo, no la cambiaría por nada, aunque no me vendría nada mal ganar la lotería.
Si al menos jugara.
Comprar un pasaje a España es un proyecto lejano, demasiado, y pedir un préstamo a mamá no se ve bien. Sobre todo porque está destinando su sueldo a remodelar la casa que ahora ha quedado vacía.
De hecho, creo que ya ha intervenido nuestro cuarto con sus lonas de yoga y pelotas de pilates.
Miro el anillo de madera tan sutil y personal que Zeke me obsequió y se me estruja el corazón; fue algo hecho con sus manos, único y particular, con las letras "AXS" tallada en el frente
"Amigos por siempre", tal como nos prometimos en nuestra infancia y nuestra adultez, un recordatorio constante de las líneas que borramos con el codo y reescribimos cada día con la mano.
En mi otra mano descansa el celular que Juani me trajo de Europa, un lindo modelo con tapita, lo último en tecnología y que acá cuesta un ojo de la cara.
"Es para estar más comunicados", dijo después de la maratón de sexo que tuvimos en mi casa el primer día que pisó Bueno Aires.
Juani y Zeke son tan parecidos y tan distintos.
―¿Estás bien con que te dejemos en la siguiente parada de colectivo? Tenemos que irnos para otro lado, perdón ―Bernardo me sorprende con esa pregunta. Entiendo que tengan sus planes, pero dejarme a mitad de camino para no gastar un poquito más de nafta y de tiempo, es de tacaño. Aunque no les guste, soy su nuera.
―Oh, sí, no hay problema. Está bien. ―no les daré el gusto de mostrarles mi malestar. Desde que su hijo menor se fue a España he sido el blanco de sus críticas. ¿Qué pensarían si deslizo que estoy sopesando la posibilidad de irme a vivir con Juani?
Bernardo estaciona junto al cordón, a media cuadra de la parada de colectivos. Agradezco saber moverme en transporte público y tener mi guía T en mi bolso.
¿Qué haría sin ella en casos como este en los que estoy en la mitad de una avenida en un barrio que desconozco?
―Gracias. Nos vemos ―Saludo sin compromiso real con mis palabras.
Teresita y Bernardo agitan sus manos, y con la suave bocina del auto despidiéndose, me dejan aquí en compañía de otras ocho personas de camino a zona norte.
***
Los siguientes fueron meses tensos, aunque "tensa" ni siquiera se asemeja a cómo me siento. Estoy histérica, nerviosa, descalibrada mentalmente. Un polvorín a punto de explotar.
Mi último final es hoy.
El último examen, el que dirá que esta carrera ha llegado al final.
El examen que signará un futuro incierto.
Porque así me siento también. Confundida, desamparada. Con ganas de irme y de quedarme.
La única capaz de entenderme es Josefina y quien sabe acerca de mis dudas e indecisiones. Me ha dado mucho aliento y esperanza, aunque su "hacé lo que te diga tu instinto" a veces no resulta de mucha ayuda.
¿Perseguir el sueño de un muchacho al que he amado toda la vida, dejando en suspenso lo que sea que yo pueda ser? Ni siquiera tengo un sueño propio. Claro que me gusta lo que estudié, pero no sé cuán lejos podría llegar con eso.
―Te va a ir re bien, dejá de temblar, tonta ―Carla, una de las chicas con la que me he reunido a estudiar estas semanas y está en mi misma posición, arroja un manto de tranquilidad.
―¿Cómo es que no estas saltando por las paredes?
―Me fumé un buen porro antes de venir ―me dice con los hombros en alto y estallo de risa. Es tan franca que me asusta ―. Puedo ofrecerte uno, estás a tiempo.
―No, gracias.
―Te relajaría.
―De nuevo, no, gracias ―Insiste, bromeando, sabiendo que no me gusta fumar nada y que tampoco juzgo sus métodos de relajación. Prefiero yoga. O algo de estiramiento muscular.
Me concentro en las últimas páginas del resumen que me sé de memoria y releo el mensaje que Zeke me envió bien temprano. Ha cargado crédito especialmente para gastarlo en mensajes de aliento para mí.
Juani, sin embargo, está en medio de una práctica importante o al menos eso me dijo ayer por la tarde; no quiero desmoralizarme al respecto y supongo que después de rendir este examen hablaremos.
Cinco minutos más tarde, el profesor titular y el adjunto entregan los enunciados del examen y me hundo en el texto.
La suerte está echada.
***
Mi sonrisa no cabe más en mi cara y es porque, oficialmente, me recibí de Diseñadora Gráfica. Si bien por delante me espera el interminable proceso de tramitar el título que oficialice mis estudios, ya no habrá más horarios locos, rutinas raras de estudio, gastos en materiales inéditos y noches sin dormir.
¡Adiós Ciudad Universitaria!
La yema de huevo cae sobre mi ojo y en otro momento hubiera gritado de asco; esta vez, nada detiene mi festejo.
Compañeras de cursada como Carla y Mariana, Julieta (mi "roomate"), mi mamá, Fidel, una Jose barrigona a punto de parir y Zeke, me arrojan toda clase de comestibles, los más pegajosos y secos de la industria alimenticia.
―¡Basta, basta por favor! No voy a poder sacarme esto ni en cinco años ―Reclamo, feliz.
Todos ignoran mi súplica, por supuesto.
Cuando la locura acaba, camino hacia mis amigas dispuesta a vengarme. El único al que no le importa ensuciarse es a Zeke, quien me espera de brazos abiertos junto a su moto antes de que yo suba al auto de mamá, cuyo tapizado ha cubierto con un toallón.
―Felicitaciones, ¡lo lograste campeona! ―su susurro es dulce, cálido, y como si no fuera una extraña mezcla de kétchup, mayonesa, huevo, yerba y harina, me fundo en sus brazos ―. Estoy muy orgulloso de vos ―su voz se quiebra ligeramente e inspiro, nutriéndome de su perfume a anhelo prohibido y tempestad.
Levanto mi cabeza y encuentro sus ojos acuosos, contentos y a una sonrisa enorme plasmada en su cara. Es tan hermoso que me licúa los huesos.
―Gracias por estar en este momento tan importante de mi vida. ―Tambaleo verbalmente. Me acaricia el pelo sucio como si estuviera lacio y limpio.
―Para eso estamos los amigos, ¿no? ―y me besa la frente, relegándome al último lugar en el que querría estar.
***
En el auto no dejo de hablar de mi examen, de mi desempeño y de mi digna calificación: un 6. Nunca me importó ser la alumna perfecta ni estelar; distinguiéndome más por mis habilidades intelectuales que manuales, hoy se trata de una meta cumplida, de un objetivo consolidado.
No sé qué me depara el destino a partir de este punto; he estado elaborando mi CV en torno a mi graduación, a las habilidades adquiridas hasta entonces.
Entramos al dúplex con Juli y me emociona ver el gran cartel que han dispuesto en la entrada. Se que ha sido su obra; quiero estrecharla en un abrazo, pero mis condiciones de higiene no son las mejores.
―En lo posible, date con la esponja de metal ―lo primero que hace es tomar un repasador, lo moja y queda atenta a mis pasos en la escalera. Si bien me quité el calzado, hasta mis medias están llenas de mugre.
Después de una larga ducha, descubro que un día no es suficiente para quitarme el pegote; aunque me siento como una persona devuelta a la vida, una tiempo más bajo el agua no me vendría nada mal.
Me siento feliz de que esta gente se haya congregado aquí, en mi honor, y me contenta la presencia de Eze.
No estaba equivocada cuando le dije que Celeste se había sacado un gran premio al tenerlo como novio. Es gentil, sacrificado, trabajador y atento. Eso, descontando cuán agradable a los ojos es.
Peinándome frente al espejo otra vez me pregunto qué hubiera pasado si no los hubiera encontrado en el escritorio de Zeke, coqueteándose abiertamente. Qué hubiera sucedido si estaba solo. De haber cerrado la puerta, ¿hubiéramos tenido sexo salvaje y atrevido en su oficina o me hubiera arrastrado hacia su departamento? ¿O nos hubiéramos desecho en disculpas, dando por terminada la aventura?
Aprieto los párpados con fuerza pujando por alejar los pensamientos calientes que acosan mi mente. ¿Por qué no lo dejo ir?¿Por qué sigo recreando cómo se sentían sus manos en mi piel, sus besos en mis labios inferiores, su pene metido hasta el fondo dentro de mí?
Los pezones se me endurecen bajo el corpiño con push up. Gracias al cielo que se ocultan.
La crema de enjuague ha hecho un buen trabajo, permitiéndome desenredar con mayor facilidad el nido de pájaros que era mi pelo. Ya no dudo en cortármelo el próximo mes.
La promesa fue dejármelo por la cintura hasta graduarme. Creo que unos cuantos centímetros menos me quedarán mejor y permitirá que me crezca con más con fuerza.
Oliendo bien y luciendo mucho mejor, bajo las escaleras y el murmullo es elocuente. No borro la sonrisa que me tironea los músculos faciales; estoy extasiada, liviana.
La salsa de tomate se filtra en mi nariz y sé que han pedido pizza al nuevo local de acá a la esquina; se me abre el apetito de inmediato y espero que por su bien, hayan comprado suficientes.
―¡Pizzzzza! ―Exclamo a todo volumen, llegando a pasos rápidos a la mesa.
La algarabía nunca se detiene durante un largo rato. Comemos y hablamos de temas intrascendentes: algo de fútbol, chismes del barrio, chismes de la TV, hasta que el tema de mi futuro laboral y personal opaca un poco mi voz.
―Estuve enviando un par de CV a agencias de publicidad. Está todo bastante difícil. ―Reconozco y me meto una gran porción de masa para no tener que seguir dando detalles.
―Y mientras tanto, ¿vas a seguir en el bar? Ahora que no tenés que estudiar más quizás puedas tomar los turnos de la mañana y la tarde en lugar de los de la noche ―Mamá no pierde la manía de organizarme la vida. Es un don que la caracteriza.
Por suerte, Jose se me adelanta.
―Mamá, que disfrute un poco. Dejála dormir hasta el mediodía o acostarse a cualquier hora por un tiempo ―resopla frotándose la barriga. Eructa y se cubre la boca ―. Perdón. Este chico no tiene modales ―reímos junto a ella para cuando suena el timbre.
―¿El timbre?¿A esta hora? ―Frunzo el ceño y me pongo de pie, ya que Juli se fue al baño. Nadie amaga a levantarse ni tampoco critican que es casi de medianoche.
Entrecierro los ojos, dubitativa. Miro a Zeke, pero él está hundido en su vaso de cerveza.
―¿Qué están planeando? ―¿Es el delivery de helado, un vecino pidiendo una taza de azúcar, un remis perdido en busca de una dirección que no encuentra?
Me pongo en puntas de pie y espío por la mirilla; se me descuelga la mandíbula cuando veo a Juani allí parado con una mochila colgada al hombro.
Abro las dos cerraduras, corro el pasador de seguridad adicional y me arrojo a los brazos de mi novio.
Juani me agarra fuerte; mis piernas comprimen sus caderas como una boa constrictora.
―¡Felicitaciones, mi amor! ―dice y me besa. Sus grandes manos se aferran a mis muslos inferiores y no se me escapa que su entrepierna comienza a hincharse por la fricción involuntaria de mi sexo contra su cremallera ―. Bajáte despacio y cubríme al entrar, por favor ―murmura a mi oído y me deslizo suavemente por el frente de su cuerpo, entendiendo los motivos de su solicitud.
―¿Cómo viniste? ¿Qué haces acá? ―le lleno la cara de besos.
―Vine en avión y lo hice por vos, no es algo difícil de creer.
Tal como pidió, entro en primer lugar.
―¿¡Por qué no me dijeron nada!? ―Aúllo, contenta.
―Porque no hubiera sido una sorpresa, tonta ―responde mi compañera de casa con toda la tranquilidad del mundo.
Juani se saca el abrigo y lo cuelga en el respaldo de una silla libre; todos parecen haberse corrido un asiento para sumar un nuevo lugar.
―No puedo creer que viniste especialmente. ¿Cuándo te vas?
―Eh, che, recién llegó ―Vocifera mi hermana entre risas.
―Lamentablemente conseguí permiso solo hasta mañana. Tengo vuelo programado para el mediodía.
―Ufa, eso es muy poco tiempo. ―Hago puchero.
―Peor es nada. ―Apoya sus palabras con un casto besito en mis labios.
La noche se extiende por un rato más; Juani come un par de porciones de pizza, bebe cerveza y nos perdemos rápidamente en la charla fácil.
Junto los platos y los llevo a la cocina sin imaginar que de regreso al comedor, hay una escena poco digerible a mis pies. O mejor dicho, el que está a mis pies es Juani, sobre una de sus rodillas, con sus manos extendidas exhibiendo un anillo de compromiso.
―¿Qué mierd...? ―El corazón me palpita descontroladamente.
Todos están rodeando la mesa. Mi instinto es mirar hacia Zeke: de brazos cruzados sobre su remera manchada por mi contacto, tenso, muy serio, no forma parte del círculo de testigos inmediatos. Mi madre, en cambio, no deja de sonreír.
Jose está en blanco, inexpresiva, lo cual es extraño.
―Coni, en estos meses alejado de vos, no serví para nada. Te extrañé mucho, demasiado. Cuando volví para tu cumpleaños me di cuenta de que esto es lo que quería: estar con vos para siempre. Sé que somos jóvenes, pero nuestra historia de amor lleva muchos años cocinándose ―un "ay, qué lindo" se escapa de los labios de mi amiga―. ¿Querés casarte conmigo? Algún día, en algún lugar. Pero me gustaría que lo hagamos.
Las manos me tiemblan y no a causa de una agradable sensación por la propuesta de ensueño. Ha venido a Buenos Aires por menos de 24 horas solo para felicitarme y pedirme matrimonio.
Un año atrás, hubiera dicho que sí sin siquiera dudarlo. Me hubiera arrojado a sus brazos y lo hubiera subido a mi cuarto para perdernos el uno en el otro sin importar que entre los invitados estuviera mi familia.
Hoy, las cosas son distintas. Lo amo, sin dudas, pero no puedo quitarme de la cabeza al hombre que está de pie a pocos metros de él.
―¿Y?¿Qué decís? ―Juani pregunta nervioso.
―Juani...yo...no creo que este sea el momento adecuado...―respondo, vacilante, en un balbuceo asustado.
Mi novio cierra la cajita y se pone de pie. Me acerco con la intención de calmarlo, pero se viste de ira y sale corriendo por la puerta de entrada como si lo llevara el diablo.
―Juani, ¡Juani! ―grito, consternada, atornillada en el piso y aferrándome a la silla desocupada
―Quedáte acá. Yo voy ―Zeke intercede y cruza la sala ante la vista de todos los presentes.
No hay uno que no me mire con intriga, preguntándose cómo es que dejé escapar esta propuesta. Mi mamá es la mayor decepcionada y la entiendo; Juani es un excelente candidato, vive en Europa hace años y forjó una carrera como jugador de fútbol que cobra en otra moneda.
Es perfecto ante sus ojos y los de la mayoría de los que están aquí.
Además, nos conocemos de toda la vida y siempre me trató fenomenal.
Entonces, ¿qué mierda pasa conmigo?¿Por qué no puedo decir simplemente que sí sin que me suden las palmas de la mano y se me atraganten las palabras?
No sé si quiero averiguarlo.
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Guia T o Guia Filcar: Guías con mapas y recorridos de medios de transporte.
Mugre: suciedad.
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