23
Después de la interesante tarde de sábado, le siguió la del domingo, también en su casa. Esta vez, usamos la cama que armamos la noche en que se mudó y llevé más forros.
La ayudé a abrir cajas y acomodar cosas según sus indicaciones. La radio sonó de fondo durante todo el encuentro y fue entretenido conocer a alguien con otras aficiones e historia personal.
―Sin el tipo indicado, no quiero ser madre. De todos modos, no me desvela en este momento ―su confesión me descoloca un poco ―. ¿Y a vos? Ya sé que sos muy joven, pero ¿te gustan los chicos?
―No he tenido contacto con muchos. Es decir, en mi familia no hay ninguno y no tengo amigos que ya hayan sido padres. Supongo que con el paso del tiempo lo analizaré mejor ―soy vago en mi respuesta aunque tengo formada una idea.
Lo cierto es que en el fondo de mi ser, a pesar de odiar el matrimonio, pienso en echar raíces y tener una casita lejos de Buenos Aires para pasar el fin de semana o el ahorro necesario para pasar unas regias vacaciones con mi familia. Preferiblemente cerca de las montañas o de un río.
Celeste resulta ser muy abierta en sus comentarios; me habla de su ex pareja, dándome una buena idea de por qué a su hermano él no le caía muy bien.
―Por lo que me comentás, era un idiota de campeonato.
―Y yo le dejé serlo, así que era un tema de ambos ―responde. Por el modo en que habla de él, ella le había dado el oro y el moro y en cuanto lo necesitó su lado, el flaco la ignoró.
La sala se llena de silencio, no incómodo sino contemplativo. A la copa de cristal número cien a la que le quito el papel de diario, suspiro.
―¿Cuántas de estas heredaste?
―Muchas, ¿no? ―se echa a reír de lo más graciosa ―. Mi abuela tenía un anticuario. Antes de vender el negocio se deshizo de unas cuantas cosas, pero yo siempre le tuve afecto a las copas y a la porcelana que guardaba en su exhibidor. Me rompió el corazón cuando supe que el mueble lo había vendido. Valía mucho y le sirvió para cubrir las deudas del local ―explica y comprendo cuánto significa el mueble que le hice.
A medida que Celeste me hablaba de varios aspectos de su vida – como demasiados y muy pronto a mi criterio -, yo brindaba solo algunos detalles de la mía. No tenía cosas muy interesantes por contar, más que el abandono de mi mamá, la enfermedad de mi papá y el negocio que dejó a mi cargo.
―¿Tenés muchos amigos? ―pregunta mientras juntamos los platos que usamos para comer pizza frente a la TV. Son cerca de las 9 de la noche y es hora de volver a mi casa. Por la mañana, debo ayudar a Damián a cargar un pedido en la camioneta que me había prestado.
―No sé a partir de qué cantidad se supone que se traza la línea de muchos, pero podría contar...mmm...―abro la mano y nombré en voz alta ―: Quiquito, Julio, Ariel, Damián y Coni. Ah, y quizás pueda sumar a Juani.
―¿Cómo es eso?¿O son amigos o no lo son? ―Curiosa, indaga.
―De chicos fuimos carne y uña. Yo me cambié de colegio y nos alejamos un poco. A finales del secundario volvimos a conectar, pero él se fue a jugar al fútbol a España.
―¡Waw! ¿Es Messi o alguno de esos mega famosos?
―No, no es Messi ni se fue al Barcelona. Se fue al Zaragoza, solo.
―Debe haber sido difícil dejar a su familia acá. Una cosa soy yo, mudándome desde Chascomús, con casi tres horas de viaje hasta acá y otra es tener tantos kilómetros de por medio.
Pensar en que no solo dejó a sus padres aquí me recuerda lo triste que se había puesto Coni.
―Sí, y estaba como muy de novio con Coni.
―¿Coni?¿La misma que mencionaste como tu amiga?
―La misma. Ella se nos unió antes de terminar el primario. Se mudó a una casa frente a la suya y fuimos inseparables por un tiempo. Empezaron a salir después del festejo de 15 de ella y tuvieron una pelea fuerte cuando Juani voló a España. Se arreglaron y cortaron por unas semanas. Van y vienen.
―Es raro mantener un noviazgo a la distancia. Bah, eso creo ―dice, despreocupada, ignorando -claramente- todo lo concerniente al triángulo amoroso con mis amigos.
***
La semana se escurre velozmente.
No tengo nuevos pedidos lo cual me da tiempo para ocuparme de los pendientes y hablar con papá del potencial reemplazo de Dardo. Él se ha definido, casi sin dudas, por Ricardo – "Ricky" - un hombre de unos 40 años que trabajó en un taller de barcos en San Fernando y se quedó sin trabajo después de la gran devaluación económica del 2001. Puede que no tenga demasiada experiencia con mobiliario, pero las tareas no son muy diferentes a las que pudo haber realizado para navíos.
El viernes al mediodía estoy concentrado con una hoja de lija en la mano cuando escucho unos aplausos que vienen desde adelante. Yergo la espalda, estiro el cuello y veo a Coni agitando una bandera blanca.
Ridículamente adorable.
Evito reír a carcajadas, sobre todo al notar que ha improvisado una remera atada a una rama como señal de tregua.
Dejo la lija de lado, me quito los guantes y sacudo mis jeans, sin lograr que se vean sofisticados o de última moda. Soy un carpintero que suele estar sudado todo el día, con aserrín hasta en la raja del culo y las antiparras adheridas al contorno de mis ojos.
―¡Hey! ―la saludo, rompiendo su absurdo movimiento.
Abandona su ofrenda de paz y camina hacia mí con una caja de pizza en la mano.
―Por vos y solo por vos, hoy como a los cuatro quesos ―Detesta el roquefort y sin embargo aquí esta, sacrificándose.
―¿Y eso a qué viene? ―Señalo el palo con la tela que ha dejado en una mesa cercana con un sinfín de formones en ella.
―A que no me gusta estar peleada con vos. No quiero que nos volvamos a perder. Necesito a mi amigo.
Amigo.
Amigo.
Amigo.
La palabra hace eco en mi cabeza como en un puto tubo vacío.
Lucho porque ningún músculo de mi cara demuestre la decepción que me recorre; puede que esté divirtiéndome con otra chica, pero Coni siempre tendrá mi corazón y no hace más que acuchillarlo con su indiferencia.
Amigo.
Amigo.
Amigo.
―Aparte, tengo motivos para festejar ―de su mochila saca dos latitas de Coca.
―Oh, derrochaste todo tu sueldo ―Camino hacia la oficina como un condenado a muerte, arrastrando los pies con cada paso que doy. Ella debe haber notado que no solo no estamos subiendo a mi casa, sino que dejo la puerta abierta de par en par, ya que se queda estática por unos segundos al pie de la escalera interna que nos conduce a mi depto.
Se despabila ante el cambio de escenario y entra. Deja las gaseosas sobre el escritorio mientras que yo apoyo la caja de pizza en el escritorio. Voy a la cocinita de lado, mojo un repasador y limpio la superficie del mueble, donde vuelvo a dejar la comida.
―Voilá, como en un restaurante de cinco estrellas. ―No es mi mejor día, pero lo intento.
Agarro un rollo de cocina y corto algunos paños. Le doy uno a ella, uno lo pongo a mi lado y un puñado lo apilo de costado.
―Y bueno, ¿qué se festeja hoy? ―Puede que la respuesta no sea la que espero. Prefiero que la bala entre y ya.
―¡Que firmé contrato de alquiler por dos años para vivir con mi amiga Juli! ―Salta sobre la silla y aplaude como un canguro.
―¡Qué bueno! ¡Esa sí que es una buena noticia! Brindemos ―elevo mi lata de Coca y choco la suya enmascarando el dolor que presupone que ya no estará cerca de mí; no podrá pasar a saludarme antes de ir a la facu, tampoco me llamará a cualquier hora ni la pasaré a buscar por la estación de tren.
Como contrapunto, un contrato por dos años implica que probablemente sus planes de irse de Argentina no son firmes. ¿Acaso es que podré tener una oportunidad?
Amigo.
Amigo.
Amigo.
―¿Y cuando te mudás? ―bebo un sorbo largo, congelándome las cuerdas vocales ―. Grrr...¡sí que esta fría!
―Como debe ser ...ahhhhhh―le gusta helada tanto como a mí ―. El próximo sábado.
―Ah, no queda nada.
―Exacto. No quería esperar mucho más y tampoco es que tengo gran cantidad de bártulos. La verdad es que estoy podrida de perder tanto tiempo para ir a Ciudad Universitaria y al trabajo.
―¿Seguís pensando que trabajar en el bar de la hermana de Fidel es la mejor opción por ahora?
―Ajam ―se mete una porción de pizza en la boca con gran destreza, haciendo que el hilo de queso se le enrede en la lengua de un modo criminal para mis pelotas ―. De momento ―dice, con la boca llena ―me da la guita que necesito para cubrir los gastos mínimos.
―¿El alquiler también?
―Sí. Tengo algún que otro canuto que me va a servir para el depósito y después viviré contando monedas. Todo sea por tener mi espacio.
―Eso es invaluable. ¿Y cómo es el depto?
―No es gran cosa pero funciona; living-comedor y cocina en planta baja. Un baño completo y dos dormitorios en la parte de arriba. Es un dúplex. Tiene un patiecito de dos por dos para poner un tendedero y una soga con ropa y salir a tomar una cerveza en verano con los pies en una palangana. Ya tendrás tiempo de conocerlo el sábado.
―¿El sábado?
―¿No te dije que me ibas a ayudar con la mudanza? ―Sonríe de lado, yendo por la segunda porción.
―No recuerdo siquiera haber aceptado ―protesto con gracia porque en mi interior, me contenta ayudarla ―. Si no me queda otra...―Muerdo un segundo triángulo de masa caliente y crujiente y bajo mis párpados, con el queso fundiéndose en mi paladar. Gimo con placer y al abrir mis ojos, noto el sonrojo en las mejillas de Coni.
Resisto el impulso de preguntarle a qué se debe la angurria de su mirada o la respiración alterada de su pecho, pero ya he aprendido y no de la mejor manera, que esta historia entre nosotros nunca llegó para quedarse.
***
El dúplex de las chicas es bastante lindo. Es luminoso pese a estar entre medianeras y para dos chicas que trabajan y estudian todo el día, es un buen refugio para el descanso.
Julieta se ha mudado antes que Coni, lo cual es un alivio, ya que ahora solo es cuestión de entrar cajas y apilarlas junto a la puerta de entrada.
―¿En serio no querés que te las suba? ―Sería un corto trayecto hasta la planta superior.
―Nah, no son tan pesadas.
Elevo las cejas, rechazando su visión.
―¿Me estás jodiendo? Decí que te conozco; otro en mi lugar pensaría que llevás un cuerpo mutilado ahí adentro.
―¡Ay no, Zeke! Es un asco. ¡Fúchili!―Juli simula arcadas.
―Bueno, está bien, dale. Ayudáme. ―Sube delante de mí y me distraigo en las cajas que llevo en brazos y no en los jeans que se ajustan a su culo.
Dios, ten piedad de mí.
Los cuartos son gemelos, espejados por el sanitario. Caminamos hasta la puerta de la izquierda, cuya ventana da al patio. La luz me inunda la vista rápidamente y asiento, en señal de aprobación.
―Ella dice que prefiere la iluminación de la calle por la noche. ―Sube su hombro, confiando en que se ha quedado con la mejor de las dos habitaciones.
―Esta está buena, tenés un pedacito de verde al que mirar.
―Y también, a las terrazas de los vecinos ―se ríe, traviesa.
―¡Si serás chusma!
―Y a mucha honra, che. ―Estoy de pie espiando las casas aledañas; no hay altas torres ni edificios colmados de gente. La zona es residencial y está a dos calles de la estación de tren, lo que la hace una casa perfecta para dos chicas solas e independientes como ellas.
No me doy cuenta de que Coni está a mi lado hasta que su perfume característico llena mis fosas nasales con cada inhalación.
―Gracias por la ayuda. Pensé que después de lo que pasó...ya sabés...nos íbamos a alejar para siempre. No quiero perderte ―Repite con una clemencia desmedida.
Miro hacia mis pies, con las manos dentro de mis bolsillos. Giro mi cuerpo, enfrentando el suyo.
Por sobre su hombro miro la cama de una plaza y media sin hacer, el colchón limpio puesto arriba del esqueleto de madera. El cabecero es de hierro, bonito y femenino, y dado que no lo trajimos en el flete y está atornillado a la pared, puede que ya viniera con la casa.
―No voy a negar que yo también pensé que después de nuestra discusión no nos íbamos a hablar por un buen rato, así que agradezco que hayas venido enarbolando la bandera de la paz ―contengo una sonrisa.
―¿Amigos pase lo que pase? ―Extiende su mano en busca un pacto que nunca me convencerá.
―Dale, amigos para siempre ―somos adultos y este juramento no es muy diferente al que llevamos adelante con Juani. Al menos en lo que respecta al acto en sí; con Coni, estamos jurándonos una amistad después de haber tenido sexo.
Vaya barrera rota.
―Hey, no vale estrenar la cama antes que yo, ¿eh? ―la entrometida voz de Julieta se cuela en la habitación, haciendo que nuestras manos se repelan como si fuéramos portadores de la peste.
Coni se mete un mechón de pelo nerviosamente detrás de la oreja y yo frunzo el ceño.
―Ups, perdón por la broma. ―dice su amiga y se va tan pronto como vino.
―Tengo que irme. ―digo dando grandes pasos sobre el piso de madera.
―¿No querés quedarte a almorzar? Hay una rotisería acá a la vuelta y parece que tiene cosas caseras, ricas.
―No, quedé con...alguien ―suelto sin pensar.
―Oh, bueno...sí...entonces no quiero ocupar más de tu tiempo ―sus dichos son nerviosos, muy agudos si soy meticuloso.
―Coni, puedo llegar un rato más tarde, no me están controlando con un látigo.
Ella no se ríe ante lo que se supone que es una broma y las ansias por explayarme me consumen.
―Quedé a almorzar con una amiga.
―¿Una amiga? Pensé que yo era la única amiga que tenías ―su tono es celoso pero lo disimula con una sonrisita. Bajamos las escaleras sin mirarnos y la necesidad de aclarar la importancia de mi cita me consume.
―Nos hicimos amigos hace poco.
―Mmm, sí...seguro. "Amigos" ―flexiona sus dedos exageradamente cuando hace las comillas.
Ruedo los ojos, entrando en este tonto jueguito que no conducirá a ningún lado.
―Bueno, amigos con beneficios. ¿Ahora te suena mejor? ―reconozco un tanto avergonzado. No hace ni un mes que estuvimos juntos que ya le admito que conocí a otra chica con la que me acuesto.
No se me escapa su asombro, aunque es buena actriz y se recompone de inmediato.
―Oh, vos sí que te movés rápido, ¿eh? ―su barbilla se alza en señal de batalla y sus ojos son desafiantes.
¿En serio vamos a jugar con artillería pesada?
―No sos la más indicada para hablar de moverse rápido. ―Doy el golpe bajo y me arrepiento al instante.
Su mandíbula se endurece y recoge el guante al quedar en silencio, con la mirada en alto y los dientes crujiendo.
―Bien, está bueno que nos hayamos sacado las caretas.
―Coni, pará...en serio...
―En serio, ¿qué? ―su labio inferior tiembla y es mi perdición.
―Me dijiste que ibas a volver con Juani y que lo que pasó entre nosotros no significó nada. ¿Qué querés que hiciera? ¿Qué me quedara de brazos cruzados?
―No es lo mismo.
―Ah, ¿no?
―Juani fue mi novio por siglos, tenemos una historia. Vos conocés a alguien, y ¡pum! Ya está. Palo y a la bolsa. La llevás a tu casa y te la cogés.
Esta conversación se me está yendo de las manos, para variar.
No hay rastros de su amiga, lo cual me alegra. No quiero que ventilemos nuestras intimidades frente a desconocidos. Aunque dudo que la chica no sepa quién soy en la vida de Coni.
¿O solo me conoce como el "amigo" entrometido?
―Las cosas sucedieron, no las busqué. ―Insisto, como si hiciera una verdadera diferencia.
Ella entrecierra los ojos, como cuando miramos una película que necesita desmenuzar de punta a punta, tal como pasó con "12 monos". La tuvimos que ver tres veces en un mismo día para que la entendiera y no le quedaran cabos sueltos en la trama.
―Está bien, no hay nada que explicar ―Traga ―. Tratemos de que ahora en más las cosas no resulten tan extrañas. Prometámonos que vamos a dejar de juzgar la vida sentimental del otro y a aceptar las decisiones que tomemos en consecuencia.
―Dale, creo que es lo mejor.
Mis hombros se desploman, sin el resultado que yo quería.
―Ahora decime, ¿la conozco? ―la incomodidad se disipa por un segundo. Vamos hacia la cocina y despega un imán de la heladera. Agarra el teléfono inalámbrico y espera por mi respuesta.
―No, es una cliente. Me hizo un encargo y justo necesitaba alguien que le dé una mano con la mudanza.
―Así que el chico de la mudanza. Suena a peli porno. ―su comentario me arranca una carcajada inesperada que prontamente se convierte en una risa de esas que provocan calambres estomacales y lágrimas en los ojos.
―Bueno, hoy de hecho también estoy ayudándote con una.
El aire se espesa en un santiamén, haciéndose insoportable.
―Me voy. Tengo que ducharme y devolverle la camioneta a Damián.
Ella asiente y me acompaña hasta la puerta.
―¿Vive lejos? De tu casa, digo. Tu amiga.
―No mucho. Además trabaja cerca; es pediatra en la clínica que está sobre la avenida ―menciono, sabiendo que no va a tardar demasiado en localizarla.
―Qué conveniente; yo me voy del barrio y justo encontrás a otra chica que te va a llevar el almuerzo ―su celo es más bien una expresión de tristeza.
―No creo que alguna vez aparezca con una remera haciendo de bandera ―sonríe y me reconforta que eso aligere el dolor en su mirada. ¿Qué pretende de mí?¿Absoluta devoción y celibato?
No entiendo a las mujeres. Mucho menos a Constanza Lebow.
―Seguro que no.
Nos mantenemos de pie, mirándonos sin vernos, inquietos. Ella, del lado de adentro de su nueva casa. Yo, con los pies en la vereda.
―¿Chateamos más tarde? ―Hace seña de teclado.
―Obvio ―le doy un beso rápido en la mejilla, sin compromiso.
Ella cierra la puerta cuando me subo a la camioneta de Damián y agita su mano; mi corazón sigue rompiéndose y no sé cómo hacer para que no quede hecho polvo.
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Canuto: ahorro.
Palangana: Recipiente circular, ancho y poco profundo, usado especialmente para lavarse.
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