22
Durante las horas que le siguieron a mi infructuoso encuentro con Coni me encierro a trabajar en la vitrina que encargó Celeste hace más de un mes. Cada vez que recuerdo la encerrona de Dardo hiervo de bronca. El mismo día en que Celeste vino con el reclamo, caminé hasta su casa y le dije que no se molestara en regresar al taller. Que nuestra contadora se iba a encargar de indemnizarlo, aunque me costara un riñón.
Él sonrió, socarrón.
"No vas a encontrar a nadie que te labure bien y por dos mangos como yo".
Deseé que se equivocara; sabía que él cobraba menos de lo que cualquier otro con menos experiencia cobraría, pero estaba dispuesto a correr el riesgo.
Puse un aviso en una página de búsqueda de trabajo y me llegaron cuatro CV que papá analizó minuciosamente. A partir del lunes próximo, él mismo se ocupará de las entrevistas.
No estuvo de acuerdo con la dimisión de Dardo, mucho menos con mi anuncio de despido, pero entendió mis motivos. Formar parte del proceso de selección de personal le dio una inyección extra que me satisfizo porque de ese modo, se sentiría útil y operativo para su negocio.
Además, a mí no me gustaba lidiar con la gente.
Papá tenía buen olfato a pesar del imbécil que acabo de despedir.
"No era tan idiota cuando arranqué con esta carpintería", dijo. Y no lo dudaba.
Por la noche, caigo exhausto pero feliz por el resultado: he terminado una pieza única, con una reminiscencia antigua de principios de siglo XX. Pensar en mi clienta me arranca una sonrisa a desgano.
Celeste parecía una chica copada. Nos habíamos pasado las direcciones de MSN y habíamos estado hablando un poco por las tardes, fuera de su turno y cuando yo estaba en un descanso en la carpintería.
Sería hipócrita no reconocer que la distancia con Coni me animó a responder a los mensajes de Celeste e incluso, a ser más atrevido con ella. No estaba muy seguro de estar haciendo lo correcto, pero por primera vez, intenté, por Dios lo juro, que intenté con todas mis fuerzas que los pensamientos en torno a ella no condicionaran mis decisiones.
Salí con muchas mujeres desde mi adolescencia, pero tuve sexo con muchas menos de las que los chicos creen. No por falta de apetito sexual, sino porque a último momento la chispa se consumía o bien, porque la imagen de mí con alguien que no fuera Coni me angustiaba.
Tan marica como eso.
No buscaba tener un récord ni tachar nombres al azar, tampoco ir "sacándole punta al lápiz" porque sí. Era joven, fachero según el espejo y los cumplidos de las chicas y muy trabajador. No era universitario, ni poseía un departamento en Miami. Tampoco provenía de una familia modelo o tenía un look de "chico bien".
Era honesto, y a mi juicio, eso sumaba mucho en una persona.
A pesar de ver a Coni conectada a la página de mensajería, no le hablé. Estaba desesperado por un zumbido que me alertara de su contacto, y a pesar de pasar minutos mirando su avatar – una imagen suya de pie en el puente del Jardín Japonés – no me arrojé al vacío.
No aguantaría otro rechazo más.
Esta vez parecía mucho más entusiasmada con ver a Juani. Le creía, confiaba en sus promesas y para ser sincero, yo también le creí cuando me dijo que haría todo lo posible por recuperarla.
No podía culparlo, tener a Coni era maravilloso.
Yo la había tenido en mis brazos por muy poco tiempo, pero se había sentido eterno mientras duró.
***
El sábado por la mañana envío un mensaje a través de MSN a Celeste avisándole que en pocos minutos estaré llevándole el mueble. Damián, el chico que contrato para el traslado de muebles más pesados, me ayuda a cargar la vitrina en su Ford F-100.
El mueble que le hice especialmente es de pino laqueado y vidrio. Celeste estaba muy entusiasmada cuando me lo pidió ya que heredó la colección de vajilla de porcelana y copas de cristal de su abuela fallecida y quería un buen aparador para exhibirlo.
No podía darse el lujo de comprar uno antiquísimo; sin embargo, y dado que tuve que hacer el mueble de cero, le sugerí algunos cambios con respecto al modelo que me mostró de una revista. Agregando un trabajo de repujado extra a sus patas y una moldura saliente en la parte superior, una forma única en los tiradores de las puertas y un doble biselado a los cristales, le dimos un toque extra de elegancia que le vendría bien a su colección antigua.
Cuando llego a su edificio, respiro tranquilo de que solo haya que subir tres pisos por escalera; ya me advirtió que el encargado avisó al consorcio que hoy estaría de mudanza, lo cual es un alivio.
Lo peor que hay es un grupo de vecinos enojados por el ruido y el traslado de trastos viejos.
Aguardando por la mudancera que traerá sus cosas y por el Corsa que me dijo que maneja su hermano, me quedo dentro de la Ford de mi amigo. Al ver por el espejo retrovisor que ambos vehículos se acercan, me bajo de la camioneta de Damián para que vean que no soy impuntual.
―Pensé que te arrepentirías ―Celeste está vestida con unas calzas negras que marcan sus curvas y por un momento pienso en cómo carajos me iba a resistir a tocarlas. Es una reacción instintiva de mi cuerpo y lo entiendo, pero la simpatía que irradia me atrae aún más.
Y eso es tan bueno como malo.
Bueno porque tal vez podría encontrar en ella una compañera, una chica con la cual pasar el día y compartir más que una cama. Celeste es una mujer, no una chica que se arrepintiera a los dos minutos de lo que acababa de hacer. Me lleva casi cinco años y según me contó, hace algunos meses que terminó con una larga relación.
Lo malo, de sucumbir a liarme con ella, es que Coni iría desapareciendo con el correr del tiempo y me negaba a dejarla ir.
Hace unos años, la vida nos había separado. Éramos jóvenes, sin tanta libertad de acción, persiguiendo directivas de nuestros mayores y respondiendo a lo que la sociedad esperaba de nosotros.
Ahora éramos adultos responsables de nuestros actos, capaz de ir y venir y decir lo que quisiéramos.
Y no sé cuán preparado podía estar para alejarme de Coni definitivamente.
―Te prometí que lo haría ―le digo besándole la mejilla e inspirando su colonia afrutada. No la había visto desde que vino a reclamar por su mueble; es aún más bonita de lo que la recordaba con sus ojos oscuros y profundos y su cabello grueso colgando sobre su espalda.
Su camiseta grande cae de un hombro, dejando a la vista el bretel de un corpiño rojo.
―Ezequiel, él es José María, mi hermano mayor por dos minutos y Osky, su amigo ―Saludo a los dos hombres con un apretón de manos. Por suerte, sus brazos lucían fuertes y vigorosos. Les presento a Damián, tres pasos por detrás de mí, y nos ponemos en acción.
Durante las tres horas restantes, subimos y bajamos bolsas de consorcio llenas de ropa, cajas con la leyenda "frágil" y otras tantas con un sinfín de electrodomésticos. Parecía que durante este tiempo en el que había vivido sola se había nutrido de una buena cantidad de cosas.
El departamento que alquiló es un bonito dos ambientes al final de un pasillo, con su propio balcón trasero. El comedor es bastante cómodo y la habitación tiene un tamaño decente.
Las persianas estaban en lo alto cuando hice mi segundo viaje con el lavarropas de tambor. Rio jurándome que este año lo cambiaría. Yo había conseguido comprar uno semi automático y fue toda una hazaña aprender a usarlo.
Limpiando mi sudor con la parte baja de mi remera, poco importó el decoro o que el frío de mayo congelara mis arterias. Estaba sofocado de tanto subir y bajar por las escaleras.
―¿Querés agua fresca? ―Celeste me ofrece una botella. Inteligente, trajo una conservadora de camping con algunas bebidas y algo de fiambre para almorzar unos sándwiches. Es inteligente hacer una pausa para comer.
En esos minutos me enteré de que José María era policía en Chascomús, lugar de origen de los hermanos y que Osky era un amigo de la infancia. También, que ella había tenido una pareja estable por cinco años y que hacía tres meses, estaba separada. La historia más significativa de su vida.
Su ex se había quedado con todo lo material y ella, con los apuntes de medicina y algunas ropas.
―Fue una separación civilizada, sin embargo.
―El imbécil se quedó con todo. Sacaste las de perder ―La amonesta su hermano mellizo.
―Gané en salud mental y eso es aún más valioso ―Eleva su agua mineral, me guiña el ojo y bebe un trago largo.
Una hora más tarde, tanto Damián como su hermano y amigo se van. Yo, en cambio, me quedo apilando las cajas según las indicaciones de Celeste.
―La vitrina va a quedar hermosa ahí. No veo la hora de llenarla con las chucherías de la abuela Nilda ―Aplaude, feliz.
―Me alegra que haya cumplido con las exigencias del caso. Y lamento nuevamente el mal momento.
―No digas eso. Después de todo, de no haber sido por tu empleado, no nos hubiéramos conocido.
―O sí.
―O sí, pero ni siquiera me hubiera animado a darte mi número. ―Sonríe, seductora y sonrosada, y no por el desgaste de estar ordenando cosas, sino por el del pleno coqueteo.
Ladeo mi cabeza y la miro fijo, con la evidente atracción recíproca.
Nunca me había enredado con una clienta; por lo general, mis encargos eran hechos por casas de ventas de muebles asentadas en el Puerto de Frutos, vecinos que quería restaurar antigüedades que pertenecían a generaciones anteriores o encargos ocasionales que, como este, surgía por el solo deseo de la persona de tener algo distinto, con clase y más económico.
No dudo y avanzo, poniéndome frente a ella. El aire se corta con un cuchillo.
La tensión sexual es insostenible.
Su cabeza me llega a los hombros y la diferencias de alturas es mayor que la que le llevo a Coni.
¿Qué demonios hace Coni apareciendo en mi cabeza en este momento?
―Soy una mina de relaciones; sin embargo, no me niego a los encuentros fugaces ―Amparada en su experiencia y edad, instruye.
Entrecierro los ojos, enfocado en su boca de labios gruesos. Durante las últimas horas había soñado con probarlos y probarme a mí mismo que era un humano con necesidades que iban más allá de Coni.
―Soy chico de una sola noche, pero me adapto a pasar unas cuantas más. ―Bromeo y el aliento de su sonrisa acaricia la mía.
Dos de mis dedos levantan su barbilla. La cercanía permite que mapee su rostro con mayor detalle; la pequeña jorobita de su nariz, la espesura del color marrón alrededor de sus pupilas, el pequeño lunar que se esconde bajo su ojo derecho, como el de Agustina Cherry. De hecho, es muy parecida a ella ahora que lo pienso.
Cuando resulta demasiado agotador seguir fingiendo, la beso. Primero suave, sin invadirla. Recibo una bienvenida cálida de su parte, mucho más al notar el tejido de sus dedos en el cabello detrás de mi nuca.
Un gemidito se escabulle de su boca. La inercia y las ganas hacen de las suyas segundos más tarde, cuando las lenguas se involucran y apresuramos el contacto.
Para entonces, mis manos se deslizan sobre su remera de cuello irregular y llegan hasta su culo. A grandes pasos, llegamos al sofá. Le habíamos sacado el nylon para sentarnos a comer hacía un par de horas y su ubicación resulta providencial.
Giro para tomar asiento en él, dejándole la iniciativa de la posición.
Celeste se para entre mis piernas y se quita la remera, dejando a la vista sus gloriosas tetas cubiertas por un corpiño de encaje rojo. Mis palmas amasan su carne sin pedir permiso; sus chicas son pesadas, tiene un 100 de copa si me aventuro a encasillarlas en un talle.
Ella no duda de lo que quiere y me parece bien. Me excita una mujer decidida, convencida de sus actos. A horcajadas, se ubica sobre mi regazo, dispuesta a moler la fina tela de sus calzas contra la dura cremallera de mis vaqueros.
Los besos acrecientan su ritmo. Son duros y placenteros. Prepotentes.
Mis manos se desplazan hacia su espalda y ella la encorva, facilitándome el trabajo de abrir los ganchos de su ropa íntima.
Exhala un "ahhh" cuando las copas de su corpiño caen hacia adelante y sus pechos bambolean delante de mi cara. Alimentándome con ellos, besándolos, frotándomelos contra el rostro y pellizcándole los pezones, me entretengo. Celeste latiguea su cuello hacia atrás, dándome acceso, disfrutando de este momento tan inesperado como gozoso.
Sus dedos buscan la salida de mi remera a poco de aumentar la velocidad. La ayudo, arrojando la prenda junto al sofá.
―Tatuajes, más sexy imposible ―Ronronea y lame mi cuello.
Sumergido en mi propio éxtasis mental, bajo mis párpados para cuando me baja los pantalones y me arrastra los bóxer hacia los tobillos.
―En mi bolsillo trasero está la billetera. Hay un forro adentro ―Advierto con voz lobuna.
―¿Siempre listo?
―¿Honestamente? De casualidad que tengo uno, no pensaba que este día fuera así de bueno ―lo había dejado allí desde la última vez que fui a la facultad a buscar a Coni, esperando que nuestro encuentro terminara en un hotel.
Toco la base de mi miembro, prolongando mi erección. Celeste no se detiene a mirar la foto de mi carnet de conducir o las boludeces que tengo dentro de la billetera, sino que va directo al grano y se hace del sobre plateado. Lo deja sobre mi muslo y para cuando me enfundo, ella ya está desnuda en toda su gloria, revelando solo una pequeña tirita de vello púbico negro.
―Tenía esperanzas, no me critiques por eso ―dice al notar mi expresión de deseo al ver que está rasurada prolijamente. Se había preparado a propósito. Añado una sonrisa de lado a mi gesto de aceptación.
No tarda mucho en montarme. Mucho menos, en absorber cada puto centímetro de mi carne rígida.
―Sos grueso, nene. Te lo deben decir mucho. ―Suelta con los ojos cerrados, concentrada en su descenso.
―Alguna que otra vez, pero lo importante es saber usarlo.
―Entonces, basta de charla y pasemos a la acción.
Y así lo hicimos por un buen rato.
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Mangos en este contexto, pesos.
Sacarle punta al lápiz: expresión que denota mantener muchas relaciones sexuales.
Fachero: apuesto.
Agustina Cherry: Actriz argentina, conocida por trabajos como "Chiquititas".
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