21
Espero inquietamente en mi moto, rogando no haberme equivocado. El calendario imantado en mi heladera decía que los martes ella cursaba por la tarde y salía a las 5.
Había tomado todo de mí darle tiempo y espacio para pensar en nosotros. Qué buscaba, qué quería, qué sensaciones había experimentado. La mala suerte hizo que mi padre tuviera que ser internado y diagnosticado con la peor de las mierdas.
No hubo desde entonces mensajes con dobles intenciones ni intentos por retomar las cosas desde punto a partir del cual lo dejamos. Mucho menos nos atrevimos a calificar el hecho consumado en sí: ¿fue bueno, mediocre, real, esperanzador?
¿En serio dije esperanzador?
Pfff, estoy quemadísimo.
Lo único que me había levantado el ánimo fuera de esta ensalada de situaciones, fue lo que pasó el viernes pasado en el taller. Una chica llamada Celeste vino a mi trabajo a exigir la entrega de un producto que me encargó hace un mes, y que según ella "yo no había cumplido con mi parte".
Entró como una tromba al taller y me recordó mucho a la forma de ser de Coni: explosiva, impetuosa, sin vueltas. Claro, no era parecida a ella en absoluto; en donde mi amiga era delgada, de altura promedio, pelirroja y de ojos verdes, Celeste Grohölms era de largo cabello negro, ojos oscuros en los que apenas se distinguía sus iris de las pupilas y con curvas generosas.
Preocupado por semejante olvido, la llevé a mi oficina. Molesto conmigo mismo, por perder la cabeza y la sensatez, busqué el remito por varios minutos mientras que ella permanecía cruzada de brazos.
Parecía enfermera o doctora, alguien que se dedicaba a la salud, ya que vestía su traje de trabajo color celeste. Nervioso, revolví todas las carpetas de la estantería hasta que di con el papel correcto.
Con el ceño fruncido, miré la fecha posible de entrega.
―Perdón, pero este es un siete. No un uno.
La chica revolvió dentro de su mochila en busca de su comprobante.
―Llevo muchas cosas cuando hago turnos de 24hs. ¿Puedo apoyar acá? ―preguntó con una suavidad que se contraponía a la batalladora que casi me muerde la yugular.
―Por supuesto. ―respondí, y de repente, la mesa se llenó de porquerías: un tupper con olor a comida casera, un par de paquetes – todos abiertos – de pañuelos descartables, una bolsita de toallitas femeninas, un bolso pequeño transparente que dejaba a la vista una máscara para pestañas y labiales. También puso sobre la montaña de objetos, un quitaesmalte y un tubito de esmalte rojo. El mismo rojo que llevaban sus uñas.
―¿Tiene fondo ese bolso o es como la bolsita de los magos?
Ella me miró fijo. Sus largas pestañas envolviendo unos ojos preciosos y expresivos se batieron. Pero eso no fue lo mejor sino la divertida sonrisa que reveló unos dientes blancos y apenas irregulares, pero igual de preciosos que si tuviera una ortodoncia hecha a medida.
―Cuando me pongo nerviosa soy de lo peor y tardo más de la cuenta. Te juro que tenía el papel por acá...¿Dónde está? ¡Acá, lo encontré! ―Era un bollo, por cierto.
Extendió la mano y lo agarré mientras ella trató de encajar sus quichicientas cosas en su bolso. Desplegando su factura, la miré de arriba hacia abajo. Todo daba a entender que la clienta tenía la razón; la vitrina que encargó aun no estaba ni cerca de ser preparada.
―No puedo creer que se nos haya pasado este pedido. No nos caracterizamos por la informalidad ni la impuntualidad. Te lo aseguro ―la vergüenza tiñó mi voz. Jamás me había pasado algo así y si mi papá se enteraba, me iba a matar.
Sin embargo, recapitulé al analizar la letra. Me quedé de pie, duro, hasta que volví a la fecha de emisión de la factura.
―¿Por casualidad te atendió un tipo grandote, con barba larga, pelado a cero y mameluco azul?
―Sí, creo que sí.
No quería asustarla y me contuve de impactar mi puño en la mesa; el muy hijo de puta de Dardo no me había avisado del encargo y su nueva estrategia parecía ser la de dejarme mal parado frente a la clientela.
―¿Qué paso? ―la chica preguntó, afligida.
―No debería excusarme, pero lo voy a hacer: hace un tiempo vengo lidiando con un empleado muy mala leche y creo que se ha tomado venganza haciendo esta chiquilinada. Nunca me dijo que alguien había venido con un encargo y, evidentemente, se quedó con la seña.
―¡Qué desastre! ―exclamó y con razón.
Debía actuar rápido y guardar la evidencia para utilizarla como prueba para pedirle que se vaya de una puta vez de mi taller.
―Decime una cosa ―esperaba que la chica comprendiera que fue un malentendido y que el trabajo sería entregado más temprano que tarde ―: ¿Para cuándo necesitás esto?¿Cuál es tu fecha límite?
―Para dentro de una semana; me mudo el sábado y quería tenerlo listo.
Hice rápidas cuentas mentales. Si dejaba pendientes algunos trabajos, podía llegar a tiempo con el mueble de Celeste.
―Así no tenga que dormir, prometo que este mueble va a ser entregado la fecha que se te prometió.
―Oh, no, no. Entiendo que no tuviste nada que ver.
―Celeste, este es mi trabajo y me lo tomo muy en serio. La opinión de los clientes es fundamental para que esta pequeña empresa familiar siga sosteniéndose ―me acerqué y le hablé suavemente. No intenté conquistarla, al menos no en el sentido literal de la palabra, sino calmarla y darle confianza plena de que somos responsables ―. Te aseguro que ese sábado va a estar lista y en la dirección que nos diste ―miré la boleta. Eso es a veinte cuadras de acá.
―Bueno, gracias. Es amable de tu parte tratar de subsanar el error.
―Es más: si necesitás que te ayude en tu mudanza, también podría hacerlo ―bueno, sí, fui un poco más coqueto de lo que debería, pero era inevitable querer enmendar el mocazo que se había mandado el imbécil de Dardo.
No quería llevarle más disgustos a papá, pero su empleado me tenía las bolas llenas.
―No me vendría mal una mano extra; mi hermano viene especialmente de Chascomús con un amigo para ayudarme. No tengo muchas cosas, pero hay que subir todo a un tercer piso por escalera ―de inmediato me arrepentí. Odiaba la carga de muebles por edificios sin ascensor, generalmente viejos y con escaleras compensadas que tenían giros imposibles de dominar cuando los muebles eran grandes y rectos.
―Hecho.
―Podría pasarte mi número. Digo, por cualquier otro contratiempo ―Parpadeé ante el bonito color rosado de sus pómulos. Es evidente que no está acostumbrada a este ida y vuelta de teléfonos.
Dado que estaba en una nebulosa con respecto a Coni, acepté el número de teléfono fijo que Celeste escribió al dorso de la copia de su boleta sin chistar. No es que fuera a tomarlo como algo especial, pero es útil que de buenas referencias de mi negocio sobre todo después de haberme dejado ridículamente expuesto gracias al idiota de mi empleado.
―Bueno, mejor me voy. No quiero llegar tarde a mi turno.
―¿Trabajás cerca de acá? ―pregunté, acompañándola a la salida.
―En la clínica que está sobre la avenida principal. Soy pediatra.
―Oh, pensé qué ibas a una fiesta de disfraces. ―le dije, en mi intento por ser chistoso.
Celeste se miró y se echó a reír.
―Vos también podrías ir a una de esas. ―Señaló para ese entonces.
―¿Yo? ―miré mis pantalones llenos de viruta, desgastados del uso y mi remera de Nirvana sin mangas. El tatuaje en mi brazo no decía nada especial.
―Digo, por el traje de payaso. ―me guiñó el ojo y se fue, meneando la cabeza y haciendo que su espesa cabellera negra brille bajo la resolana.
En cuanto regreso de mi viaje mental, me pongo recto al ver la horda de personas que baja por la ancha escalinata del tercer pabellón de Ciudad Universitaria. Siempre me ubico en el mismo lugar, al lado del mismo poste lleno de los mismos panfletos que ofrecen ayuda a estudiantes para sus entregas.
Coni corretea por los escalones mientras habla con dos chicos, uno a cada lado. Reparte su atención entre ellos y veo un ligero paralelismo con su vida en general: cuando era chica, Juani y yo ocupábamos sus días y ella procuraba que ninguno se sintiera celoso de no recibir su afecto.
En cuanto me regañaba por hacer mal la tarea, después me traía un paquete de Chocolinas. Cuando Juani era a quien le prodigaba algún reto, se lo compensaba jugando al fútbol en la vereda por un buen rato, poniéndose los guantes de arquero para atajar penales.
Apenas me ve, se congela. Saluda a sus amistades con un insulso beso en la mejilla y se acerca a mi moto.
―Hey, ¿qué haces acá?
―Vine a buscarte.
―¿Por qué?
―Porque es algo que hice muchas veces.
―¿No tenés trabajo en el taller?
―Sí, pero eso no quita que me haga un tiempo para vos ―Ignoro decirle que la vitrina de Celeste me ha sacado buena cantidad de insultos en estos días y me ha tenido como un maniático lijando y puliendo madera como si estuviéramos cerca del apocalipsis zombi y ese mueble nos garantizaría refugio.
Rodeo mi moto y me debato si besarla en la boca. ¿La tarde del lunes nos convirtió en amantes, novios?¿En qué? Muero porque se hunda en mis brazos y que las respuestas lleguen a mí sin siquiera formularlas, pero permanece tan rígida frente a mí que dudo que eso suceda.
―Te invito a una merienda. ―No la veo entusiasmada.
―Ya tomé un café con una medialuna en el bar.
―Eso lo tomaste para almorzar, te conozco.
―Bueno, sirve para ambas cosas. No tengo hambre si vamos al caso.
Quiero tirarme de los pelos. ¿Por qué se está mostrando tan inflexible?¿Qué pasó en este puñado de días?
―Coni, ¿querés que vayamos a un café a hablar? Yo no tomé nada caliente, está haciendo un poco de frío y podés mirarme. ―Quiero, no, NECESITO, que toquemos el tema de nuestro encuentro sexual.
―No tenemos nada de qué hablar. Ya decidí que voy a volver con Juani ―susurra al viento, ignorando mis ojos. Sus cabellos se enredan en torno a su perfil, perdido en el ruido de los colectivos y en el trajín de los alumnos.
―¿Perdón? ―mi corazón galopa al punto del síncope.
―Apenas volví a casa el lunes pasado me quedé pensando ―se abraza a sí misma y hablar de este tema, en medio de la muchedumbre, donde cualquiera pasa y escucha, no es de mi agrado. A punto de repetir mi sugerencia de tomar un café en otro sitio, continúa hablando ―: Los dos nos convenimos como amigos. Vos allá y yo acá. Pasamos la línea, sí, pero prefiero tenerte como amigo.
―¿Así que según vos nos convenimos como amigos? ―¡Una mierda!
―Vos no sos un chico con madera para relaciones estables y duraderas y yo...yo estuve hablando con Juani, de todo lo que trabajó en sí mismo durante estos meses. Me dijo que se mudó, que vos lo sabías. No me lo dijiste ―sus ojos lucen desilusionados cuando se dirigen a los míos.
―Él mismo me pidió que no lo hiciera.
¡No, no, no! Juani lanzó el anzuelo nuevamente y parece que ella picó.
―Sí, eso también me lo dijo―mira sus All Stars negras, pisando un envoltorio de Bonobom que se arremolina en el escalón―. Hablamos mucho sobre sus prioridades, sobre lo mucho que quiere que lo intentemos. Esta dispuesto a viajar más, a esforzarse por reflotar lo nuestro.
No es saliva lo que trago sino una decepción del tamaño de un conteiner del puerto de Retiro. Todos mis sueños se diluyen como arena entre mis dedos. Evidentemente, para Coni no fui más que un desafío; ella necesitaba desbloquear su cuerpo en alguien de confianza para saber si realmente estaba o no enamorada de Juani.
No fui más que un medio para un fin, un "sacarnos las ganas".
Para mí, en cambio, estar con ella me permitió concretar mis fantasías, mis anhelos de antaño.
―Entonces, ¿van a volver a estar juntos?
―Lo intentaremos, sí.
Las tan temidas palabras se materializan en su boca y caen como una bomba en mi sistema.
"Lo intentaremos".
No conmigo, no después de lo que compartimos porque entiende que yo no soy lo suficientemente maduro o dispuesto a tener una relación real.
Lo que ella no entiende es que si hasta este entonces nunca tuve una razón de peso para aferrarme a alguien, es porque ninguna mujer se le parecía. No eran divertidas, ni lindas, ni...ella.
―Bueno, supongo que no debería sorprenderme.
―Zeke, vos y yo no íbamos a funcionar de otro modo. ―No soy "Eze" sino que volví a ser "Zeke" y la decisión en su tono me perturba. Se aferra a su mochila, colgando del hombro. El tubo de láminas sobresale del cierre.
―¿Acaso tenés la bola de cristal?
―No, tonto ―se enoja y no veo por qué. Después de todo ella es la que me está rompiendo el corazón, tratándome de poca cosa en vista de sus intereses ―, lo sé porque...porque yo amo a Juani y a vos te quiero como amigo ―como si hubiera sido parte de uno de los textos que engulle para su parciales, suelta las palabras sin una pizca de emoción.
Nunca fui atropellado, gracias a Dios, pero en este mismo instante siento como si el colectivo de la línea 42 que acababa de pegar la vuelta en la esquina próxima a nosotros, me hubiera pasado por arriba.
―Sí, bueno, pienso lo mismo. Creo que no hubieran sido más que un par de polvos. ―Soy brusco apropósito y lo siente. Lo siente tanto que abre la boca, sorprendida.
―No era necesario que fueras tan grosero ―chilla y enhorabuena que el tumulto de la gente y los colectivos llegando a sus plataformas absorben su voz.
―¿Vos podés decir lo que te pasa por la cabeza y yo no? ―No vine con intenciones de discutir, todo lo contrario. En mi mundo paralelo pensé que hoy quizás era el comienzo de algo nuevo y distinto entre nosotros, por demás lindo y bienintencionado.
Nunca estuve tan equivocado.
―Me voy. No tengo más ganas de hablar con vos ―Resuelta y enfadada, gira y empuja mi codo al pasar. Cruza la extensa calle y corre el colectivo que debe tomar rumbo a su casa.
Yo me quedó allí, de pie, junto a mi moto, como un espectro.
Este día resultó ser una cagada de colección.
************************************************
Estar quemado: estar arruinado.
Mala leche: sin códigos. Con malas intenciones.
Ciudad Universitaria: establecimiento dependiente de la UBA en la que se estudian varias carreras; en el tercer pabellón, se dictan asignaturas de Arquitectura, Diseño y Urbanismo.
Chocolinas: galletitas de chocolate.
Bonobom: marca de bombones de chocolate con relleno de pasta de maní.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro