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18

El último mes fue una locura: los pedidos para construir cunas infantiles se duplicaron, las consultas médicas de papá se reprogramaron súbitamente y las llamadas de Juani me estuvieron fastidiando.

Enhorabuena por el trabajo; el mes pasado contratamos a un chico nuevo, muy dispuesto a aprender y con empuje. Papá de una beba de seis meses, admitió estar en la lona y no pude negarme a darle una mano.

De momento, responde perfectamente a mis órdenes. No sucede lo mismo con Dardo, quien ha estado bajo la tutela de mi padre desde que comenzó el negocio y creyó- erróneamente- que algún día se quedaría con él.

Hemos discutido más de lo que hablamos como personas civilizadas. Como si fuera poco, me amenazó con demandarme. Lo cierto es que no quiero que papá sepa que el idiota de su viejo empleado está llegando tarde todos los días, alegando que "hace lo que quiere porque sin él, el negocio no funciona".

Forro de mierda.

Evito confrontarlo a pesar de que me saque de las casillas, pero cada vez, lo logro menos. Coni me ha estado insistiendo conque contrate a alguien en su lugar, pero el maldito es genial en su trabajo.

En cuanto a la salud de mi padre, está cada vez más frágil. Sin ir más lejos, mañana tiene cita con un oncólogo. La sospecha de un cáncer irreversible nos tiene a ambos de mal humor; aun así, trato de que él solo vea mi positivismo, pese a la sospecha de su poco tiempo de vida recayendo sobre mis hombros.

Con respecto a Juani...¡Ay, Juani!

Ha estado hostigándome para que hable por teléfono con él. Me ha dejado infinidad de mensajes en el buzón de voz pidiendo que interceda en su relación con Coni. No solo no quiero porque creo que debería ser lo suficientemente adulto y hacerse cargo de sus mocos, sino porque desde que se separaron, veo a Coni más sonriente, sin estar pendiente del teléfono de su casa o sin deprimirse porque no le escribe.

Entretenida con los preparativos del casamiento de su hermana, la encuentro feliz. Le diseñó las invitaciones, las tarjetas para las mesas, otras etiquetas para los souvenirs y no sé cuántas cosas más.

Luce radiante. Liviana. Entusiasmada.

No desestimo que extrañe a Juani, ya que han estado muchos años juntos. Tampoco que se haya olvidado de él y sea capaz de verme con otros ojos.

De aquella vieja noche navideña no se ha vuelto a hablar; los comentarios sexuales tratan de evitarse y a pesar de la tensión que circula a nuestro alrededor cada vez que estamos solos, ninguno avanza.

Hoy me toca acompañarla a ver un vestido y si bien me alegra compartir momentos con ella, esto no es lo que imaginé cuando me pidió un favor.

―Te prometo que esta es la última tienda a la que entro. ¡Por fis, por fis! ―prácticamente me arrastra hacia este local. Hemos recorrido todo el shopping al menos dos veces y no encontró nada que la convenza.

―Ya viste esta vidriera y dijiste que nada te gustó.

―No se puede juzgar a una tienda por su vidriera, ¿no?

―Mmm...creo que es "a un libro por su portada".

―Aplica. Lo entendiste, ¿no?

Me sumerjo en el negocio y debo reconocer que el exterior no concuerda con la recargada entrada. Hay varias líneas de percheros con ropas, pero no hay nada caótico ni fuera de lugar.

―Hola, ¿en qué puedo ayudarte? ―dice la vendedora, casual y fresca.

―Estoy buscando un vestido de fiesta, pero no demasiado formal.

―Bueno, ¿tenés un modelo en la cabeza?¿Color?¿Largo o corto? ―pregunta, resolutiva.

―Mmm...―en cuanto Coni duda, replico un "no, no y ni idea" que hace reír a la chica de la tienda y a mi amiga.

***

No miro el reloj de pared para no bostezar. Lo he hecho diez veces en los últimos cinco minutos. Este sábado ha sido el más largo de mi vida; Coni me ha secuestrado y no de la mejor manera.

―¿Estás ahí? ―Asoma su cabeza por detrás de la cortina de paño rojo.

―No, me fui. ―Más quisiera.

Me saca la lengua.

―Creo que te vas a morir muerto cuando te muestre este ―es la primera vez en todo el día que la veo tan alegre. Pido, no, ruego, porque sea el indicado.

―Si no me morí con todo lo que caminamos, no creo que lo haga por verte en un vestido.

Cierra la cortina bruscamente y cuando la abre nuevamente, debo evaluar lo que acabo de decir: el vestido verde esmeralda que elige es caliente como el infierno. Su escote tiene un encaje en el medio que une los dos paños de tela que se ajustan a sus tetas, levantándolas milagrosamente. Coni no es una chica que tenga mucho busto, tampoco tiene poco. Lo normal. O eso es lo que pude ver antes de este vestido fantabulósico.

Este vestido la hace ver gloriosa, femenina, adulta y sexy.

La parte de la falda cae acampanada hasta sus tobillos; es simple y brillosa sin ser vulgar, con un ligero vuelo y elegante.

Sin embargo, cuando se da vuelta, su espalda desnuda es la frutilla del postre: el vestido se abrocha a la altura de su nuca, dejando a la imaginación cómo se sostienen sus pechos.

Las imágenes que vienen a mi mente me tienen jadeando y al palo. El jean negro, por fortuna, disimula buena parte de mi erección.

―¿Y?¿No me vas a decir nada?

―Es...¿lindo?―Tengo seca la boca y toda clase de perversidades arrinconan mis buenos modales.

―¿Solo lindo? ―pregunta, decepcionada.

―No sé nada de vestidos ―me justifico, pero al ver sus ojitos de perrito de refugio y sus labios haciendo un puchero gordo, me doblega. La muy canalla me conoce y me tortura ―. Bueno, prometo esforzarme ―limpio mi garganta e invento cosas sobre la marcha ―: Creo que es un poco largo para vos, quizás si lo cortás a la altura de la pantorrilla muestre más piel y no te hace ver tan petisa. El escote...bueno...bien...lo rellenás...y la espalda es un poco... descubierta.

―La idea es que se luzca la espalda, tontis. ¡Obvio que va a ser descubierta!

―Me pediste mi opinión y la tenés. No me la bardees.

La vendedora llega al escuchar nuestro breve altercado y sonríe.

―Te queda precioso, pero creo que tu novio tiene razón.

―Oh, no, es mi amigo, no novio ―Coni no duda un segundo en corregirla y me agrieta el corazón ―. Es mi amigo gay ―suma en un susurro que escucho perfectamente bien. Parpadeo en su dirección y no sé por qué me guiña el ojo. ¿Tiene un tic nuevo?

―Bueno, tu amigo tiene razón. Te quedaría mejor si lo acortamos un poco. ¿Puedo? ―pregunta y se agacha. Toma un par de alfileres en una cajita que guarda en su chaqueta y procede a acortarlo velozmente.

El cambio es notable.

―Waw, con las sandalias plateadas va a quedar súper ―Coni se mira al espejo, deleitándose con el resultado.

―En diez días podés venir a retirarlo con las mejoras.

―Eso sería perfecto. ¿Cuánto saldría este con los arreglos?

―En la caja hacemos las cuentas, ¿dale?

La vendedora se va y Coni aletea de la emoción.

―Viste, ¡es el elegido! ―¿Lo dice por el vestido o por Juani?

―Sí. Y lo encontraste donde menos lo esperabas... ―murmuro entre dientes en cuanto corre la cortina para vestirse. Cualquier paralelismo con la realidad es pura coincidencia.

Con disimulo, arreglo mi incómoda entrepierna.

***

Bailando aparatosamente en el casamiento de Josefina, nos reímos hasta que nuestros estómagos duelen. No hemos bebido tanto; ella estuvo mal del estómago a causa de una intoxicación que también padecieron su madre y su hermana en tanto que yo pretendo mantenerme en la línea del buen comportamiento como cada vez que estoy a su lado.

Quisiera decir que Juani es cosa del pasado y sin embargo, no puedo. Coni me dijo que ha vuelto a escribirle pidiéndole disculpas, confesándole que ese tiempo sin contacto le sirvió para pensar en cuánto la extrañaba, cuánto la necesitaba.

Entretanto, Juani y yo habíamos compartidos algunos mails livianos, enfocados en su arduo trabajo y en mi expansión en el taller. Le adjunté fotos de mi nueva casa y él, de la pensión que compartía con otros dos chicos. Le hablé de los problemas de mi padre y él, de cuánto extrañaba nuestras charlas en persona.

Mientras hablábamos de todo y de nada, sentí culpa. Culpa y vergüenza por los sentimientos que albergaba en mi cuerpo y no podía descartar como si nada. Coni era parte de mi vida, de mi sangre, de mi cuerpo. Alejarme de ella sería como arrancarme una pierna, el brazo, el corazón mismo.

Cuando me comentó que estaba planeando solicitar una hipoteca de un departamento con ayuda de sus padres -un tanto viejo, pero a un gran precio - supe que la propuesta de que Coni se mudara con él estaba más cerca que nunca. Puede que estuvieran en una pausa, pero el amor entre ellos era inigualable.

Con mi sentimientos amorosos bien archivados, me contenté con ser la pareja de aventuras de Coni, con ser su amigo y compinche. Su manto de lágrimas. Y vaya si dolía ser condenando a ese lugar de amigos que me había ganado en buena ley y que también odiaba con toda mi alma.

Fue una tortura verla enfundada en ese vestido verde, meneando las caderas toda la noche y exhibiendo su espalda desnuda. Su largo cabello caía en una intrincada trenza con florcitas diminutas y con brillos y la visión del personaje de Uma Thurman como "Hiedra venenosa" parecía cobrar vida cada vez que se movía.

Alrededor de la cinco de la madrugada, recojo el saco que hace juego con mi único traje -comprado especialmente para esta ocasión- y me despido del reciente matrimonio. Hago lo propio con Isabel y Fidel y en cuanto busco a mi amiga, no la hallo.

El salón posee una extensa superficie de parque. Hay una fuente, una glorieta y muchos bancos dispersos en el parque exterior. Recorro cada lugar, sin encontrarla. Preocupado, entro nuevamente al salón y la veo con un primo del novio, hablando animadamente junto a la barra. Ella se ríe de algo que él le susurra al oído y no puedo seguir mirando sin temor a derrumbarme.

Trago duro, miro hacia abajo y me alejo, al menos físicamente.

Esto está siendo más difícil de lo que alguna vez pensé.

***

Dos días más tarde Coni aparece en el taller, cantarina y feliz.

Yo, sin embargo, estoy con un humor de perros. Empecé mi día mandando a la mierda a Dardo y como la beba de Tony se enfermó, le di el día libre para que la lleve al hospital.

Para colmo de males, el chico del flete no llegó a tiempo para hacer los repartos a horario, lo cual me hace tener a los clientes un tanto impacientes por recibir sus pedidos.

―Mirá lo que traje, ¡pollo al spiedo de Dany! ―Coni sonríe de oreja a oreja, mostrando la típica bolsa de papel de nuestra rotisería favorita con el pollo caliente dentro y la bandeja de papas fritas cortadas a mano.

―No tengo tiempo para almorzar. Gracias de todos modos. ―Ni siquiera despego mi vista de la pila de remitos y la calculadora que tengo al lado.

Soy grosero y lo sé, pero hoy no estoy con ganas de que juegue conmigo.

Todavía estoy muy cabreado desde que la vi con ese flaco en el casamiento de su hermana y me estuve rompiendo la cabeza durante todo el domingo pensando en qué habrá terminado esa conversación.

¿Intercambiaron números?¿La invitó a salir?¿Ella le dijo que tiene novio?

Arrastra la silla junto a la mesa y toma asiento con la comida entre manos.

―Ezequiel Patricio Martínez, mejor que dejes de hacer lo que estás haciendo y subas conmigo a almorzar. No nos vemos hace dos días, tengo mucho para contarte y tenés que comer en algún momento. ―su tono está lejos de intimidarme, pero la conozco y sé que este es el primer paso hacia una insistencia pegajosa y hostil ―. ¿Me escuchaste, nene? ¡Dejá de trabajar y dame bola! ―Exige.

Ofuscado, mis puños impactan contra la mesa, provocándole un miedo que jamás vi en sus ojos.

―No-me-rompas-las-pelotas, ¿estamos? ―Hiervo de furia, de celos, de hambre y de ganas de hacerle el amor hasta volarle los sesos.

Coni abre la boca y la cierra varias veces...hasta que el labio inferior le tiembla en un puchero que debilita mis rodillas.

―Está...bien...sí...te escuché...―Como un fino cristal, su voz se quiebra.

Tropieza con la pata de la silla en su intento por escapar de mi oficina y a punto de caerse al piso con la comida, me interpongo y no me importa quemarme con el aceite que ha humedecido la bolsa.

―Perdón, perdón, perdón...es que estoy...con muchas cosas en la cabeza...―me deshago en disculpas porque ella no tiene por qué ser la destinataria de todas mis desdichas. Ella es acaso, el único rayo de sol en mis días de mierda.

Sí, aunque me cuente que cogió con el pibe del casamiento, su sonrisa vale la pena.

―Yo solo...pensé que tendrías hambre. Y nos gusta el pollo de Dany ―gimotea y me enoja haber puesto esa tristeza en su cara.

Tomo la bolsa caliente y mojada, la apoyo en el único lugar del escritorio que encuentro libre y le tomo el rostro con ambas manos.

―Miráme ―ella niega con énfasis ―. Dale, miráme. Por favor.

―Así está mejor ―susurra con una débil sonrisa tironeando de sus labios.

―Hagamos una cosa: te doy mis llaves, subí y poné la mesa. Llamáme cuando esté todo listo. No tengo mucho tiempo, pero en serio, valoro este gesto. Mientras como, vos podes hablarme y contarme lo que viniste a decir, ¿trato hecho?

Sus ojos verdes tienen el brillo que tanto me gusta. Le beso la punta de la nariz, tomándola por sorpresa y aunque no se queja, sé que es más de lo que me permitiría en cualquier ocasión.

Toma la bolsa, las llaves que saqué de mi bolsillo y no pasa mucho tiempo que escucho sus pasos en los peldaños metálicos de la escalera que va hacia mi departamentito. Sonrío al ver que en el apuro, se lleva por delante un escalón y al grito "estoy bien y el almuerzo también", continúa. Escucho la puerta cerrándose sobre el taller y caigo desplomado en la silla. Froto mi cara y cuestiono mi cordura.

Escuchar detalles sobre un presunto encuentro con otro tipo no es la manera en la que pretendía seguir con mi día.

Merezco un monolito junto al Obelisco.

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Estar en la lona: con pocos recursos.

Al palo: excitado.

Bardear: cargar, molestar.

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