17
Después de aquella noche de año nuevo en que dormí en casa de Zeke, una nueva vida comenzó. Al otro día, confronté con Juan Cruz. Acepté sus disculpas y nos propusimos intentar lo de la relación a distancia.
Ninguno tenía asegurado cómo resultaría todo, pero nos prometimos esforzarnos. Servicio de Messenger mediante, mails a cualquier hora del día y alguna que otra llamada programada, sobrevivimos el primer año.
Sí, Juani fue contratado por media temporada más, lo que significó un año sin vernos cara a cara.
Cuando viajó a Buenos Aires para Navidad, descubrimos cuánto nos habíamos extrañado. No hubo lugar para terceros mientras estuvo acá y fuimos inseparables. Esa semana entre fiestas fue demasiado corta; el Zaragoza lo seguía esperando con otro contrato mejor en puerta y las promesas de ser comprado por un equipo de primera división siempre estaban latentes.
Su sueño de ser un reconocido jugador de fútbol se iba materializando en proporción a la disolución de los míos.
¿Qué quería para mi vida? Él estaba tan seguro de sus metas que yo me sentía presionada por determinar las mías propias.
Pasé otro año más ansiando porque llegaran las noches en las que chateábamos, conformándome con ver las fotos de alto voltaje que me enviaba por mail y desesperada escuchar su voz en el teléfono.
Ese año, tampoco pudo viajar para mi cumpleaños.
En cambio, a mi lado tuve a Ezequiel.
Un amigo con el que compartía cenas a última hora en McDonald's después de una larga jornada en Ciudad Universitaria. Noches en vela mientras él me ayudaba pintando, cortando y ultimando láminas para entregar al profesor.
Yo sabía que no le gustaba que me bajara en la estación de tren tan tarde y sola. Francamente, a mí tampoco me simpatizaba, pero era el único modo que tenía para viajar hasta mi casa: colectivo y tren.
Lo encontré esperándome en varias oportunidades y la sonrisa que brotaba de mi boca era incontrolable.
Hacia el mes de octubre, la noticia del casamiento de mi hermana nos sorprendió; ella nos mostró su anillo de compromiso, asegurándonos además, que no estaba embarazada. Iba a casarse en el mes de marzo, con el verano despidiéndose, lejos del calor horrible de diciembre y el frío polar de julio. No organizaría una boda fastuosa, sino un compromiso sencillo y lindo, sobre todo porque Facundo ya se había casado una vez.
Una nueva navidad me tuvo ansiosa por la llegada de Juan Cruz. Los días de diciembre pasaron entre correos electrónicos y preguntas que enmascaraban mis sentimientos. Estaba cansada de que me dijera que "deje de presionarlo" con su regreso. En cambio, prefería cerrar la boca y seguir con otro tema, disfrutando de las conversaciones paralelas.
Lo que comenzó con entusiasmo y esperanza, cayó en un ritmo monótono y melancólico.
Todo giraba en torno a sus prácticas, a los chisporroteos entre sus compañeros y a su veta competitiva. Su obsesión por llegar a ser imprescindible en la plantilla de titulares era exasperante, lo estaba consumiendo y quitando del foco, que era jugar bien.
La tarde del 20 de diciembre tuve mi respuesta a mi tan ansiada pregunta.
―¿Vas a venir? ―mi voz me traicionó. Lo extrañaba, aunque creo que lo que extrañaba era al viejo Juani, con el que nos reíamos mucho mirando películas de acción, con el que compartíamos una intimidad sin precedentes y no al malhumorado y exitista Juan Cruz Veraglia, número 17 del Zaragoza.
―No. ―Su negativa no dejó margen a falsos entendimientos. A pesar de estar preparada, escucharlo me golpeó fuerte. Un año atrás, moríamos porque llegara el momento de su viaje. Tachábamos los días como dos condenados a muerte y el encuentro en Ezeiza era la "zanahoria" a la que aspirábamos.
―Está bien. ―me comí mi dolor ― ¿Tus papás cómo lo tomaron?
―Ellos viajan mañana temprano para acá.
Eso sí que me cayó como un balde de agua helada y más considerando que cada vez que me cruzaba con Teresita le preguntaba sobre los planes de Juani. De hecho, la había visto hacía tres días.
Estaba desesperada por una respuesta, anhelante por su atención, a la que ella sonreía socarronamente e ignoraba mis solicitudes bajo frases tales como "él no nos dice mucho", "está super concentrado en el juego" o la clásica "está trabajando para ser el mejor".
Ahora entiendo por qué nunca me decía la verdad. No quería que supiera que él no regresaría ni que ellos volarían para reencontrarse con su adorado hijo menor.
―Ah, bueno.
―Estoy lesionado. Hace una semana me lastimé en un entrenamiento.
―¿Por qué no me lo dijiste? ―Esto se sumaba a su creciente lista de secretos que de a poco, se convertía en una bola gigante.
―No quería preocuparte. ―Ya no sé si creerle.
Inspiro y me concentro en su problema.
―¿Te sentís bien?¿De qué tipo de lesión se trata?
―Nada grave, una pubalgia.
―¿Y ello conlleva mucha recuperación?
―Mmm, es una lesión incómoda; puede que un día me duela todo y otro juegue lo más bien ―su explicación debería conformarme ya que no entiendo de medicina deportiva y creo que no mentiría al respecto. Sin embargo, no lo hace.
―Entiendo...―me lamento en un suspiro.
―Coni, fueron semanas difíciles. Meses...complicados...―su voz ronca no provoca el mismo temblor al que estaba acostumbrada. Miro el tubo de teléfono, como si estuviera hablando con otra persona ―. No es un grupo muy unido, hay mucha competencia por el liderazgo y encima me lesiono...
―¿Por qué no viajaste a Buenos Aires?¿Por qué no venir a ver a tu familia, a estar conmigo?
―¡Constanza! ¿Podés dejar de ser una nena egoísta? Grrr, creo que en el fondo estás disfrutando que yo no esté bien y vas a aprovechar cualquier ocasión para recalcarme que voy a estar mejor allá que acá ―mi mandíbula se desencaja. ¿En serio dijo todo lo que escuché? ―. ¿Esta es una retorcida venganza porque festejé que no hubiéramos sido padres? ―Esa inesperada cachetada verbal me deja grogui.
Una bola de lágrimas se atasca en mi garganta, haciendo que la respiración se me dificulte y mis mejillas se enrojezcan de la furia.
Miro al techo, buscando suavizar la retahíla de palabras dolorosas que podría tirarle encima.
―Espero que medites bien lo que acabás de decirme, Juani, porque vamos a estar en serios problemas si lo que estás sugiriendo va en serio.
―¿En problemas? ―resopla, casi en tono gracioso ―. ¿Separarnos sería un problema? Es lo que quisiste desde que te enteraste de mi viaje hace dos años.
A una puñalada le sigue otra, más dolorosa que la anterior. La mano me tiembla y aunque intento dar una respuesta coherente, nada sale de mi boca. En su lugar, presiono el botón de cortar pese a que las llamadas son difíciles de concretar y cuestan una fortuna.
Agradezco que sea él quien paga la factura.
***
Al día siguiente, pego mi máscara de "todo está bien" para atender en el bar de la hermana de Fidel, preguntándome qué es lo que quiero tanto afectiva como laboralmente.
Uno de los profesores de Morfología me sugirió ser ayudante de cátedra. Sería más que un orgullo acompañarlo en sus clases y hacer experiencia académica, pero como ese tipo de prácticas no es rentada, no puedo darme el lujo de renunciar aunque quisiera. Mi objetivo es mudarme más cerca de la facultad y ahorrar para un pasaje a España, aunque mi futuro con Juani es incierto.
No ha intentado comunicarse conmigo desde la llamada trunca de ayer. Tampoco cedí.
Por suerte el sábado pasa rápido porque hay mucha gente; esta semana entre fiestas y las dos primeras semanas de enero el bar estará cerrado y por ende, llegan mis vacaciones. No es el primer año que estoy alejada de Juani, pero sí el primero en el que mi relación con él está definida con un signo de pregunta.
Hace tantos años que estamos juntos que algo de espacio personal me permitirá pensar con claridad. Sigamos o no adelante, necesito pensar en mí, en lo que quiero de mi vida.
La incertidumbre acerca de mis sentimientos por Zeke me perturba. Desde esa conversación en su sofá acerca de mis idas y vueltas con Juani hace tanto tiempo, los posibles escenarios junto a mi otro amigo, no dejan de pasar frente a mí como en una película.
Ezequiel y yo hemos vuelto a tener la sinergia de nuestros primeros años de juventud. Adultos, cambiados, con otras problemáticas a cuestas, pero seguimos funcionando como un equipo de dos.
Hablando del diablo...
―Hey, ¿cómo va? ―se sienta en una de las banquetas libres frente a la barra que estoy limpiando. El bar está que explota, con la excusa de festejar fin de año y entregas finales como leitmotiv.
―Bien ―no le dije de mi pelea con Juani, pero a juzgar por el detector de mentiras incrustado en alguna parte de su cerebro, supongo que no faltará mucho para que averigüe la verdad.
―¿Qué pasó esta vez con Juani? ―No me digan que no se los dije.
―¿Por qué tuvo que haber pasado algo con él? ―Intento que mi voz no flaquee, fracasando.
―Porque tenés una ojeras espantosas y la mandíbula tensa. No estás sonriendo como lo hacés siempre, lo que me hace suponer que él no viaja para las fiestas y que por eso se pelearon. ¿Acerté? ―Ojalá no tuviera razón, ojalá pudiera refutar sus dichos.
―Seeee ―respondo, desinflada ―. Se lesionó la semana pasada y no me dijo nada. Tampoco mencionó que sus padres viajaban para allá. Eso es todo. ―Hago puchero mientras froto la lustrosa madera.
―¿En serio se lesionó?
―Sí. Y no me lo dijo sino hasta hoy. ¿A vos te parece?
―¡Qué pelotudo que es, por Dios!
―Nos peleamos feo. Le corté. Y no volvió a llamarme. ―Resumo, cansada.
Mi compañera de trabajo, Juana, lo saluda con un beso en la mejilla más que persistente; Zeke, coqueto, no se queja.
―¿Cómo estás? ―dice la belleza de metro setenta y sonrisa Odol.
―Bien, tomando algo ―señala la botella de Heineken que acabo de ponerle frente a él.
―Un día de estos podríamos salir a tomar algo. ¿Qué te parece? ―ella es puro ronroneo y quiero vomitar. ¿No se da cuenta de que acaba de interrumpir una conversación privada?
Me hago la distraída mientras acomodo unos billetes en la caja.
―No sé qué piensa Coni ―de repente, dos pares de ojos me miran, expectantes por una respuesta.
―¿Perdón? ¿Y yo que tengo que ver con eso? Estás bastante grandecito. ―me admiro de mi capacidad de evadir el "no" rotundo que mi boca quiere escupir en la bonita cara de Juana.
No me malinterpreten, adoro a mi compañera. Me ha cubierto infinidad de veces cuando el tren se demora y me ha ploteado láminas en secreto antes de comenzar mi turno, pero en este momento, todo este pavoneo me asquea.
―¿Eso es un sí? ―pregunta la rubia.
―¿Qué diría tu novio de que invites otro chico a tomar cerveza? ―la provoco, poniéndola en un apuro. Sin embargo, me atoro con mi propia saliva cuando escucho su respuesta.
―Quizás pueda convencerlo de hacer un trío.
Zeke se queda con los ojos abiertos como el dos de oro de la baraja española. No es que sea puritano ni un santo, todo lo contrario, tiene su buena cuota de mujeres en su haber con sus recién estrenados veintitrés años.
―Eso es...cómo decirlo... interesante ―responde él, entre risas.
―Bueno, ya sabés dónde encontrarme ―Juana le guiña el ojo y le palmea la espalda. Él gira en su banqueta mirándole el culo sin disimulo.
―¿Harías un trío? ―pregunto, casi escandalizada. Agradezco que la música y el bullicio de la gente cubra mi grito.
―Nah. Soy demasiado egoísta para compartir ―por un momento pienso en mí, en mi status de novia de su amigo y me sonrojo. Le doy la espalda, tomando una gaseosa que me acaban de pedir, lo cual me sirve para escaparme de su escrutinio. Tomo aire y sigo adelante.
―¿Ni siquiera con dos mujeres? En ese caso, vos serías la estrella ―Reprimo una sonrisita entre nerviosa y traviesa.
―No, me gusta darle atención exclusiva a quien llevo a mi cama. ―Sus confesiones me calientan la sangre. Hemos hablado de muchas cosas durante estos años, pero desde que Juani se fue a Europa, nada ha tenido connotación sexual.
Recurriendo a la autopreservación o como quiera que se llame, evité hacerle preguntas sobre las chicas que pasaban por su vida, así como él no preguntó acerca del contenido de mis charlas con mi novio.
Por dos horas, soy testigo de la cantidad de mujeres que intentan llamar la atención de Zeke; le rozan el brazo fingiendo que fue un accidente, otras le preguntan la hora, mientras que las más directas encaran una conversación que las tiene decepcionadas dos minutos más tarde.
―¿Hoy no te vas con ninguna? ―El bar está por cerrar y la mayoría de la gente ya se ha ido.
―Sí, con una.
―Oh, ¿y se puede saber quién es la afortunada? Nadie duró más de dos minutos al lado tuyo.
―¿Los cronometraste?
―En absoluto, estimación visual simplemente.
Su endiablada sonrisa asoma y se pone de pie. Abre la billetera y me deja mucho más dinero de lo que ha consumido.
―Zeke, ¡no! ―Odio que se patine tanta guita en las propinas. Sé cuánto le cuesta ganar dinero como para que me deje esta cantidad obscena de plata.
―Shhh, ya será tu turno de invitarme a algún lado.
―¡Si nunca me dejás pagar cuando salimos! ―Apunto.
―Ya llegará ese día ―Aclara y se pone la campera de cuero a juego con su aspecto de hombre melancólico y motoquero que es un imán para las chicas.
Inclina su cabeza en mi dirección y saluda agitando su mano a mi compañera. Ella le arroja un beso que él simula capturar en su palma y se lo guarda en el bolsillo. Es un tonto que me arranca una mueca simpática.
Juana avanza levantando vasos, los deja en la cocina y se para a mi lado, detrás de la barra vacía.
―Está loco por vos, ¿lo sabés?
―Dejá de hablar pavadas. Somos amigos desde hace más de una década y es el mejor amigo de Juani desde que tienen seis años.
―Una cosa no quita la otra.
―No pasa nada. Es un mujeriego consumado.
―Puede que un hombre tenga muchas en su cama, pero solo una en su corazón.
―¿Te tragaste un libro de Paulo Coelho o qué? ―El trapo en mi mano en un bollo apretado contra mi palma.
―Soy muy observadora.
―Me hacés reír, Juanius. Zeke y yo jamás podríamos estar juntos. Somos como el agua y el aceite.
―Seguís sin darme crédito, querida ―se quita el delantal y lo pone en la barra limpia ―, pero te aseguro una cosa: si no fuera porque tu novio está en el medio, él ya hubiera pegado el zarpazo.
Chasqueo la lengua, desmintiendo cualquier posible acercamiento, aunque no está demasiado lejos de la realidad alternativa que mi cabeza diseñó en tantas oportunidades.
No cuesta mucho admitir que Ezequiel me gusta; es alguien imposible y quiero conservarlo como amigo. Lo necesito como tal, siempre ayudándome, dándome su palabra de aliento. Incluso, cuando lanzo señales confusas sobre lo que siento por él y por Juani.
Media hora después, saludo a mi supervisora y a Juana. También a Gabo, el chico que está en la cocina. Antes de salir cuento las monedas para el primer colectivo que debo tomarme y me las guardo en el bolsillo para tenerlas a mano.
Me cuelgo la mochila en el hombro y apenas traspaso la puerta alguien chista.
No me doy la vuelta; esta zona suele llenarse de pibes borrachos y algún que otro vagabundo. Apresuro mi marcha pero el chisteo persiste.
―No me hagas correr que no me gusta el deporte ―la voz de Zeke me hace tambalear.
―¿Por qué me asustás?―lo acuso antes de cruzar la avenida, con el latir de mi pecho en descenso.
―Quería saber si le prestabas atención a cualquier boludo que se te acerca.
―¿Y cuál fue tu veredicto?
―Que hiciste bien en no dar bola ―arroja las llaves de su moto hacia arriba y las captura al menos tres veces en el aire ―. Vamos, te llevo.
―¿No era que te ibas con alguien? ―mi lado celoso salpica mis palabras.
―Sí, claro, con vos.
―Yo no te dije que me iría con vos ―Jugueteo, en vano. No solo me ahorraría el viaje, sino que me encanta agarrarme de su cintura y sentir la vibración del cacharro ese entre mis piernas.
Zeke se aproxima cansinamente. Me extiende su mano y niego dársela. Los primeros rayos de sol van quebrando el horizonte bien temprano, recordándonos que es el primer día de verano.
―¿Querría venir conmigo, señorita Lebow? ―Junta sus manos en un ruego y hace ojitos de perrito mojado.
―Si vas despacito, sí. ―Abre sus brazos y me arrojo a su pecho, cálido y tierno. El mismo que tantas veces me abrigó, el mismo que nunca me defraudó.
Levanto la cabeza y me centro en el brillo de sus ojos color caramelo. El reflejo del sol los hace parece ambarinos, casi felinos. La brisa despeina su pelo, el que lleva a la altura de sus hombros.
Quisiera decir muchas cosas ahora mismo, la gran mayoría fuera de lugar.
―Vamos, tenés que descansar.
―Sí, dale.
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Odol: marca de pasta dental.
Plotear: imprimir en un plotter. Plotter: impresora de gran tamaño en la que se imprimen planos.
Patinar: gastar
Guita: en lunfardo, dinero.
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