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Coni – 19 años - Mes de Julio

―Uf, listo. ―Exhalo y guardo mi birome cuando siento que terminé mi examen. "¡Bienvenidas vacaciones de invierno!" Grito interiormente y me crujo el cuello.

Entrego mis hojas a la profesora de Medios Expresivos II y salgo en busca de Julieta, mi compañera de estudios y con quien he hecho buenas migas desde que nos conocimos en el CBC de Diseño Gráfico de la UBA. Me decanté por la universidad pública y no por  la carrera de Publicidad en una privada. Esta tiene más prestigio, aunque el programa de estudios es más largo y exigente.

―¿Cómo te fue? ―le pregunto, pero a juzgar por su cara creo que no muy bien

―Para el ojete. Pero bueno, trataré de darla en septiembre.

―¿Tan mal?

―No tuve mucho tiempo de estudiar; la entrega de Diseño me mató ―esta semana ha sido una locura de exámenes y entregas de trabajos prácticos. Siendo prudente, no me anoté en todas las asignaturas que debería.

A principio de año, cuando entregué mi CV a Fidel, no pensé que su hermana me llamaría para trabajar en su restaurante-librería. Quedaba en Núñez, a algunos minutos de tren a mi casa y era una oportunidad perfecta.

Claro, hubiera preferido estar descansando o preparando trabajos para la facu el fin de semana, pero trabajar en su restaurante de diseño, en el que la mayoría de los chicos se reunían para clases extras por la tarde y se quedaban tomando algo por la noche, era ideal.

Tenía mesas largas como las de la facultad, asientos altos e impresoras de gran tamaño. Del otro lado, estaba la barra y algunos platos básicos que acompañaban una buena juntada con alumnos y amigos.

Las propinas eran buenas. Y la paga también. Por ser mi primer trabajo, era bueno, me ayudaba a comprar materiales para mis estudios y pagar por alguna salida al cine con Juani. Y los ploteos eran gratuitos.

Las cosas con mi novio andaban bastante bien. No nos veíamos muy a menudo porque él estaba a full con sus entrenamientos y jugaba los viernes o sábados, dejándonos con el domingo libre para disfrutarnos.

Odiaba cuando jugaba los domingos, porque le daban el lunes libre pero a mí ya me complicaba: era día laborable y estudiantil. Sin embargo, nos la arreglábamos para quedar a tomar algo y darnos una buena sesión de besitos.

Esa pasión adolescente que nos llevó a un embarazo no deseado revivió, pero con las precauciones del caso: doble método y una eventual pastilla del día después si algo fallaba.

Ambos habíamos hablado del tema y estábamos seguros de no repetir la historia. Estábamos mejor que nunca y no queríamos que cambiara la mano.

Contenta por las novedades de que Juani sería convocado para jugar entre los titulares, llamo a Zeke. Sí, desde mi embarazo fallido él había estado más cerca de nosotros. Bueno, más cerca de mí ya que Juani aun le tenía celos. Estoy cansada de aclararle que no pasa nada y que deberíamos volver a ser los Tres Mosqueteros.

―Waw, debe estar contento. Al fin se le está por cumplir su sueño.

―No lo puede creer. No habla de otra cosa.

―Me imagino, el fútbol fue su vida desde que tengo uso de razón. ―Afirma y me consta. Desde que lo conocí que su mundo gira en torno a la pelota; su padre ha tratado de convencerlo de seguir sus pasos o bien, de que se anote en alguna carrera universitaria que le dé un respaldo ante cualquier eventualidad. Juani trató de complacerlo: se apuntó en Administración de Empresas. Fracasó al primer cuatrimestre; no soportó el ritmo y nunca le "nació" el bichito del estudio.

Bernardo dejó de insistir y entendió que la determinación era fundamental en el carácter de su hijo menor.

―Mañana queremos salir a bailar. Es mi sábado libre y el suyo también. Venite.

―¿Eh? Yo no bailo.

―Sí, lo sé. Él tampoco. Pero es la excusa perfecta para vernos y divertirnos un rato.

―Prefiero jugar al pool en el bar de Jonás.

―No, no voy a pisar ese antro mi único sábado libre del mes. ¡Dale, no seas ortiva!

Escucho el suspiro del otro lado de la línea. Estoy logrando aflojarlo.

―Esto te va a costar caro, Constanza Lebow.

―No esperaba menos. ―Sé lo ingenioso que puede ser para cobrarse un favor.

No hace mucho, me hizo conseguirle una resma de papel importado para sus diseños de muebles más exclusivos. Quiere armarse un catálogo y como su arte es su fuerte, supone que un buen soporte realzará su talento.

Gracias a mis estudios, sé que hay un nuevo programa llamado AutoCad en el que introducís datos y trazás líneas rectas, curvas y te da un sinfín de opciones de dibujo. Es difícil conseguirlo por el momento y solo los chicos más afortunados tienen una versión con licencia, pero estoy tratando de gestionarlo a través de la librería en la que trabajo, donde está instalado.

Zeke ha estado ahorrando para comprarse una computadora y aunque quisiera ayudarlo a alcanzar su objetivo, no puedo, ya que estoy atrás de la misma herramienta.

Me alegra mucho que su escritorio de trabajo está organizado. Desde que se ha hecho cargo del negocio de su padre, consiguió más clientes y que las finanzas no sean un caos.

Lo he ayudado ordenando las facturas más nuevas y tirando las más viejas. Al parecer, su padre no quería deshacerse de nada y él no es muy ducho con la contabilidad.

Una tonelada de papel menos y una mesa más apropiada después, Zeke consiguió hacer de ese espacio algo vivible, como el departamento que quedó libre después de que el estudiante eterno de filosofía que lo alquiló por años se fue.

El piso original de madera fue pulido y plastificado, sacándole un brillo hermoso en la zona del comedor. Los muebles de la pequeña cocina fueron hechos de cero. Cambió la heladera por una usada en buen estado que le dejó a un buen precio mi padrastro e hizo la estructura de su nueva cama.

Lo acompañé a comprar el colchón y me enojé al imaginar con quién podría estrenarlo. Eso me valió una buena ducha fría y una sacudida mental por tener esos pensamientos desubicados.

―¿A qué hora los paso a buscar? ―Él era el único de los tres que tenía auto. Un Peugeot negro con algunos detalles estéticos, pero que según Ariel -su amigo mecánico y un mujeriego empedernido- estaba perfecto de motor. Un cliente se lo ofreció como parte de pago que él aceptó.

―A las diez.

***

Zeke y Juani conversan sobre la última incorporación de un club rival de Platense y no hay nada que me aburra menos. Debo darle crédito a nuestro amigo carpintero: desde que volvimos a pasar tiempo juntos, se ha interesado por conocer acerca del "mercado de pases" y algunos que otros datos estadísticos con tal de encajar.

Pese a no poder introducir información relevante a su charla, me alegra que estos dos hayan vuelto a conectar. Una amistad como la suya debería ser inquebrantable.

Y es que aunque no quiera, las palabras de Teresita aun calan en mí: "vos llegaste para separarlos".

Fue espantoso oírlas. Mucho más, aceptar que algo de razón contenían.

Cruzo mis piernas y fuerzo a que la falda del vestido que me puse cubra más de lo que actualmente tapa. Al verme, Juani puso el grito en el cielo, pero era demasiado tarde para buscar otra cosa. Además, me gustaba mucho este vestido negro ceñido.

No sé cuánta movilidad me permitirá, pero es nuevo, bonito y me queda bien.

La campera de jean completa el look; las botas sobre mis tobillos de gamuza negra las tomé prestadas de Josefina sin que supiera.

No se lo digan, por favor.

Voy un poco más maquillada que lo habitual; no es que salga mucho y puede que haya exagerado con el delineado y la sombra oscura en esta oportunidad. Para el caso, enmarcan dramáticamente mis ojos verdes.

Ignoro pensar en que Zeke me miró de arriba abajo sin decir nada antes de subir a su auto. Automáticamente saludó a Juani y se perdieron en su charla de chicos.

Cuando llegamos al boliche, Lorena y Julieta nos esperan en la puerta junto a Tati, la hermana de Juli y otra amiga de ambas que no conozco. Hacemos las presentaciones de rigor, nos ponemos en la fila y cuchicheamos de cosas sin sentido.

Juani y Zeke siguen en su propio mundo.

―¿No sabés si está de novio? ―la pregunta de Julieta me saca de cualquier tema sobre el que estemos dialogando ―. Ella ―señala a su hermana ―tiene vergüenza de preguntar ―Tatiana se pone del color de la remolacha. Eleva las manos y se declara culpable.

―No sé...al menos no me dijo nada...―Quiero disimular mi molestia enmascarándola con una sonrisa tensa.

―Sos la mejor amiga, ¿no sabés si está de novio o se está viendo con alguien? ―Lorena se muerde los labios, y detrás de ese simple acto hay una opinión que se reserva.

―Él siempre fue muy reservado. No va a cambiar ahora. ―Elevo los hombros, dando por obvio algo que, ciertamente, no lo es.

Un griterío por detrás nos obliga a girar nuestras cabezas y parlotear al respecto.

Agradezco por eso.

***

Como Zeke es el conductor designado y Juani no puede zarparse de alcohol, las chicas somos las únicas que no nos preocupamos por los tragos y teniendo en cuenta que los daiquiris pasan por mi sistema sin grandes consecuencias, intercalo entre los de frutilla y los de ananá.

Lore está coqueteando con un chico muy alto que le susurró algo al oído que le hace reír. Se alejan hacia un rincón más oscuro, por ende, más privado. Juli baila con su amiga Valeria en tanto que Tati, se menea contra Zeke sin pudor.

El alcohol, evidentemente, le ha dado el coraje que no tenía al momento de entrar.

Ezequiel la mira y disfruta de tener su atención. ¡Es un hombre heterosexual, por Dios Santo! ¿Cómo podría no ceder a la fricción de una chica dispuesta?

Apuñalo la pajita dentro de mi gran vaso afrutado y miro la escena. La tacho de mi posible lista de invitados a un futuro cumpleaños.

―Hey, ¿qué pasa? ―las manos de Juani sobre mi vientre me calientan. Mis ojos se encapuchan, disfrutándolas.

―No pensé que la hermana de Juli fuera tan puta. ―¿En serio la llamé así? Mi yo interno se cubre la boca horrorizada.

―¿Por qué decís eso? Zeke está soltero y ella no tiene novio según nos dijo. Es evidente que se gustan. ¿Cuál es el problema?

―A Zeke no le gustan las regaladas ―respondo como si esa fuera una verdad universal.

―¿Y desde cuando sabés eso? ―me arranca el vaso y bebe un sorbo. No escupe pero retuerce cada músculo de su bonita cara ―. Esto es re dulce.

―Como vos, por eso me gustás tanto ―nos distraigo de la conversación sobre Zeke y sus potenciales polvos, y me cuelgo de su nuca. Apoya mi vaso sobre la barra y no pasa ni un minuto que su boca devora la mía.

Por no sé cuántos segundos, me pierdo en su lengua hábil y en sus manos cuando buscan mis glúteos. Los amasa y no me avergüenza estar rodeada de tantos desconocidos que nos empujan.

―Estuve toda la noche imaginando como sería cogerte en el baño ―me dice al oído y sus palabras me ponen la piel de gallina. Mi correcto novio se está volviendo un poquito loco y me gusta.

―No podemos ―ronroneo, roja como tomate y encantada con la idea de ir a pesar de la negativa.

―Vamos a un telo. Mis viejos van a estar desde temprano dando vueltas en casa y no da para ir a tu habitación.

―Bueno, pero vamos a tener que avisarle a Zeke que no volvemos con él.

―No creo que a Zeke le interese mucho que no vayamos en su auto ―Hace un ademán con su cabeza para que mire por sobre mi hombro.

Efectivamente, nuestro amigo está a puro beso caliente con la hermana de mi amiga de facultad. Mi mandíbula se desencaja y mis tripas se cuecen a fuego lento.

―No me gusta para él ―digo las palabras sin siquiera meditarlas.

―Conita, nadie dijo que se fueran a casar. Van a tener sexo. ¿Qué importa si es la ideal para él o no?

Juani retoma el beso que abandonamos, pero ya no se siente del mismo modo. La imagen de Ezequiel contra la barra, con sus manos abiertas acariciándole la espalda a Tatiana mientras ella se le frotaba contra la pierna como un perro a un árbol, me provoca incomodidad.

―Vámonos, yo tampoco puedo esperar a ponerte las manos encima ―en parte, es verdad. Quiero tener sexo con mi atractivo y atlético novio, pero también quiero alejarme de la parejita que se acaba de armar.

Me acerco a mis amigas, bailando cerca de una columna gigante y les informo acerca de mis planes. Me dan atronador "uuuuhhhhhhhhhh" y agarro mi carterita del sofá del reservado adonde están nuestras cosas.

Busco a Juani en la multitud y lo encuentro hablando con Zeke. Nuestro amigo asiente, se saludan y a punto de quitarles la vista de encima, noto que Ezequiel me está perforando el cráneo con su intensa mirada color caramelo.

Es imposible que lea desde aquí y con esta poca iluminación qué es lo que le provoca que nos marchemos, pero su boca fruncida y la ligera contracción de su mandíbula es un indicio.

¿De qué?

Su mirada me quema. Me asfixia. Tironeo de mi vestido por instinto y avanzo en dirección a Juani para cortar con esta extraña conexión. Cuando me acerco a la barra, mi novio me agarra la mano, la besa y me ordena salir de acá. Acepto e inclino mi cuerpo hacia Zeke; un frío y distante Zeke que solo pone su mejilla fingiendo que no se da cuenta que lo quiero saludar.

Tomamos un taxi hacia un albergue transitorio que parece bastante lindo por fuera. No es que tenga un catálogo de hoteles alojamiento en la cabeza, pero hemos ido a unos cuantos con Juani, sobre todo teniendo en cuenta que aun vivimos con nuestros padres y él me acusa de gritona.

Todavía no me acostumbro a estos lugares, razón por la cual sigo ocultando mi cara bajo mi manto de cabello o me escondo detrás de la espalda de mi novio en cuanto paga el turno de cuatro horas.

Caminamos por el pasillo de la primera planta entre murmullos y cosquillas. Juani ha tomado un poco de más y suele ponerse bastante cargoso con sus besos.

―Pará, che, ya vamos a tener tiempo en la habitación ―le digo a mitad de camino.

―¿Por qué no puedo besarte desde ahora? No es que nos vayan a cobrar si nos metemos manos acá afuera ―acusa con lógica cuando me aparto de sus mordisqueos en la mandíbula.

―Me da un poco de cosita.

―¿Cosita? ―Frenamos delante de nuestra puerta, la número 14 ―. ¿A esta altura del partido te sigue dando cosita? En el boliche te metí mano y no te dio ninguna cosita ―Arremete con otro beso ardiente.

―Dale, entremos, tonto. No quiero esperar más. ―lo animo a que ponga la tarjeta en la ranura y ni siquiera chista.

***

Por más de tres horas disfrutamos de la ducha escocesa, de los chorros de agua golpeándonos en todo el cuerpo y de mucho sexo. Tener un bol lleno de preservativos es un aliciente y un recordatorio en nuestro caso.

Con un poquito de alcohol en sangre Juani se enciende. Es más potente, más salvaje. Mas descuidado. Tuve que recordarle que mis pastillas no son suficiente anticonceptivo.

―Lo sé, pero muero por sentirte a pelo...―Muerde mi oreja en pleno acto sexual; me penetra duro, enfatizando el punto.

Quiero olvidar las precauciones tan extremas, confiar en que mis píldoras solo fallaron en presencia de un antibiótico y no por otra cosa, pero no puedo. No al menos por ahora.

―Así, más fuerte...más fuerte ―Clavo mis uñas en sus omóplatos, incitándolo. Su pene parece hincharse más con mis palabras.

Sus jadeos en mi oreja son entrecortados, incesantes.

Me ajusta las muñecas con sus manos sobre mi cabeza y se hunde hasta el fondo. Sus bolas chocan contra mi inexplorado ano y en dos embates más, él está pulsando dentro de mí.

No he llegado a mi punto de quiebre, generalmente necesito de una ayudita manual. Sin embargo, no me quejo. He conseguido dos orgasmos en la ducha; uno con su boca y otro mientras apoyaba mis palmas abiertas contra el mosaico azul del cubículo.

―Ufff...estoy que me muero ―Cae desplomado a mi lado. Se quita el preservativo, lo anuda y suspira aliviado.

Bien.

―Creo que vamos a tener que bañarnos de vuelta ―Sugiero, pero en su lugar, él se sube nuevamente a la cama y me da vuelta para ponernos en posición de cucharita.

―No me parece. Puede que por la mañana nos volvamos a ensuciar. ―Su susurro caliente me sube la temperatura.

No hay dudas, un Juani cachondo es lo que me recetó el médico.


CBC (Ciclo Básico Común): en la universidad de Buenos Aires, ciclo introductorio con materias comunes para todas las carreras de la universidad.


UBA: Universidad de Bs As


Ojete: culo.


Ploteos: impresiones de gran tamaño.


Ortiva: mala onda.


Zarparse: sobrepasarse.


Telo: modo vulgar del llamar al hotel alojamiento.

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