13
Las clases de educación física no son de mis favoritas y hoy estoy más cansada de lo habitual. Han pasado cuatro días desde la cena nefasta en casa de Juani y no tuve noticias suyas.
No me animo a llamarlo a la casa, claro que no. Y que haya faltado a clase estos días me da la pauta de que el conflicto familiar no ha terminado cuando me fui.
Ayer le dije a mis amigas que estoy embarazada. Obviamente no supieron qué decirme, hasta que explotaron en gritos y me abrazaron muy fuerte. Me desplomé entre sus brazos, agradeciendo su apoyo aunque toda la situación fuera un desastre.
Precalentando para nuestro próximo juego de handball, siento un calambre en la zona de mis ovarios. Me freno de golpe, provocando que las chicas que vienen por detrás me choquen sin intención.
Me doblo por mi cintura y me arrodillo. De inmediato la profesora Islas detiene el ejercicio y se pone frente a mí.
―¿Estás bien? ―me toma por los brazos y me examina. Natalia y Lore están a mi lado en tanto que el resto me ha rodeado haciendo un anillo ruidoso.
―No, me duele...―Llego a decir antes de que la profesora me susurre al oído algo que no pensaba escuchar.
―¿Estás menstruando? ―su pregunta es suficiente para encender mis alarmas. De inmediato llevo la vista a mis pantalones de jogging gris y noto la mancha de sangre.
Pánico. Dolor. Nerviosismo.
―N-no ―balbuceo para cuando ella me toma del brazo y me lleva a uno de los baños. Ordena a mis amigas que me vigilen mientras se va a Preceptoría, probablemente, a llamar a mi mamá.
Presa de un ataque de llanto, las chicas me consuelan.
―Todo va a estar bien ―susurra Naty, la más sensible.
En tanto que algunas chicas se agrupan para cuchichear a mis espaldas, otras siguen corriendo y elongando como si nada hubiera pasado. Ojalá fuera todo tan fácil.
La profesora Islas llega después de lo que se sintió un año y se arrodilla frente al inodoro, donde estoy sentada. La mancha que empapa mi pantalón es cada vez más grande y las puntadas se sienten horribles.
―Quedáte tranquila que tu mamá está en camino y el servicio médico del colegio, también. Ahora decime, qué está pasando acá. ―Respiro agradeciendo que sin haber dicho una palabra, la profesora haya intuido la situación.
―Estoy...embarazada...de unas ocho semanas más o menos ―no soy precisa. Lo correcto sería decirle "ocho semanas y cuatro días", pero los detalles son irrelevantes ahora mismo.
―¿Por qué no me lo dijiste? ―se siente culpable y es mi deber sacarla de ese lugar.
―Porque mi ginecóloga me dijo que continuara normalmente con mi vida. Que estoy embarazada, no enferma ―recuerdo sus palabras textuales, imprimiéndole un poco de rigor de madre. Supongo que pensó que me echaría en la cama por nueve meses, tejiendo escarpines al crochet.
―¿No te hizo ninguna sugerencia? ¿Tu control dio bien?
―Lo único que apuntó es que mientras no tuviera cólicos abdominales invalidantes o sangrados importantes, todo estaría bien. ―tengo la pregunta en la punta de la lengua y aunque me avergüence, tengo que hacerla ―. ¿Esto es un aborto? ―en tanto que Naty se tapa la boca con la mano en plena conmoción, Lorena se presiona el puente de la nariz.
―No soy doctora, claramente, pero parece ser mucha sangre y de un rojo muy brillante. Una ecografía lo sabrá decir mejor. Lo siento, linda, realmente espero que todo salga bien. ―Ella me toma de las manos y las besa. Miro hacia el techo y asiento con la cabeza.
***
Durante las siguientes horas mi vida pasa en piloto automático.
Mamá me acompañó en la ambulancia hacia la clínica más cercana, entré por la zona de guardia y una doctora me confirmó lo que sospechaba: tuve un aborto espontáneo, algo más habitual de lo que se cree aunque no menos doloroso.
Una ecografía transvaginal me mostró el útero vacío. No latidos, no saquito amniótico. No bebé. Nada.
En la camilla de la sala de guardia lloré mucho. Mamá me abrazó y cuando llegó Jose, también lo hizo ella.
―Sé que te habías hecho ilusiones, Coni. Pero tenés que aprender que por algo pasan las cosas ―mamá me susurró sobre el cabello. No era consuelo, sino que entendí que era su modo de decir – sin que sonara espantoso – que ahora podría tener la vida que quisiera, sin estar atada a una criatura.
La doctora de guardia me dio una orden médica para que volviera en 48 horas a verificar que hubiera eliminado la totalidad de tejido que continuaba en mi útero. Según ella, había sido una expulsión limpia que no me acarrearía más que un par de días de pérdidas y reposo.
Y que si levanto fiebre, fuera corriendo a emergencias.
También, agregó que mi período debería llegar en tiempo y forma y que a partir de entonces, mi vida volvería a la normalidad.
Vaya paradoja.
Había deseado tener una vida normal durante muchos meses y ahora que me había hecho a la idea de un bebé de Juani y mío, la naturaleza me lo arrancaba.
En casa, tomé un baño apenas llegué. Naty y Lore vinieron por la noche a saludarme. Me reí un rato con ellas y me comentaron que el resto de la clase me envió saludos. Todas estaban al tanto de lo que sucedió. No fue tan raro como pensé que sería.
Después de cenar, alguien golpeó la puerta de mi habitación. Excepto porque pensaran que estaba dormida, no veía razón para hacerlo. Jose se había ido a estudiar a casa de unas compañeras y mamá solía asomar la cabeza y entrar sin pedir permiso.
―Pase. ―digo, formal.
El corazón me dejó de latir cuando Ezequiel apareció allí, en mi cuarto.
―¿Zeke? ―como el desastre hormonal que soy, me largo a llorar.
Él me cobija entre sus brazos inmediatamente y me besa la cabeza. Mi llanto es compulsivo, me retuerzo en su pecho.
―Mi linda Coni...―susurra contra mi cuero cabelludo ―lo siento mucho.
―Todos me dicen que fue lo mejor. Que soy demasiado joven, que no significaba nada todavía―repito algunas de las frases que oí durante toda la tarde, la mayoría proveniente de los médicos y de mi mamá.
―Nadie lo sabe y no deberías pensar demasiado en eso.
―Es inevitable pensar en que quizás es un castigo por todo el rechazo que recibió: el de Juani, el de sus padres, el de mi mamá...
―No voy a permitir que pienses eso; vos lo protegiste con tu cuerpo, vos lo quisiste desde el minuto cero.
―Sí, tenés razón. ¿Y de qué sirvió?
La punta de mi nariz toca los botones de su camisa a cuadros. Huele a chocolate. También a cigarrillo.
―No me gusta que fumes ―le digo. Lo descubrí fumando a escondidas en mi cumpleaños de quince; supongo que no abandonó el vicio todavía.
―Entonces voy a tratar de dejarlo. ―Sus manos ásperas agarran mi cara y me mira fijo. Sus ojos son mi debilidad, pero no me atrevo a ceder. Ahora mismo soy un desastre y no quiero confundir las cosas. Bastante revueltas están y no puedo decepcionar a nadie más.
―¿Lo harías por mí?
―Haría lo que me pidieras, siempre ―su mirada va a mi boca y mi corazón comienza a saltar de alegría. Entorno mis párpados, laxa y entregada a mi suerte, para cuando otro golpe en la puerta nos explota la burbuja.
Zeke se levanta de la cama, repelido por la visita.
Es Juani, que en cuanto lo ve, frunce el ceño y lleva su mirada entre nosotros.
―¿Interrumpo algo? ―Su tono sarcástico me hace hervir la sangre.
―¿Eso es todo lo que se te ocurre preguntar? ―No tengo pelos en la lengua.
Juani limpia su garganta de una inexistente tos, poniéndose colorado de inmediato.
―Yo me voy. Lo siento, chicos. En serio. Es una cagada lo que pasó ―Evitando el conflicto, Ezequiel me saluda a lo lejos y para cuando pasa por detrás de Juani, este lo llama, deteniéndolo.
―Gracias amigo ―Agita la bandera blanca y me alivia que deje sus estúpidos celos para otro momento. Se dan un fuerte abrazo, lo cual me arranca una lágrima más y Zeke se marcha.
Mi novio camina por la habitación, acerca la silla a mi cama y me acaricia la mejilla.
―¿Cómo estás?
―Esa sí es la pregunta correcta ―No estoy de ánimos para broma, pero sale de forma natural.
―Perdón. Soy una máquina de mandarme cagadas.
―Ya está. Ya fue.
Juani inclina su cuerpo y me da un beso en la boca. Extrañaba su contacto, sus besos. Rápidamente me sube la temperatura, pero sé que no llegara más lejos que esto.
―Me enteré lo que pasó por Josefina. Vino a buscarme a casa antes de ir a estudiar a lo de su amiga.
―...pero ella se fue hace dos horas... ―Mi entrecejo forma una V molesta. ¿Me está diciendo que se tomó dos horas para cruzar?
―Lo sé, pero no sabía qué hacer.
―Venir a apoyarme era la primera opción, era tu bebé también, ¿lo recordás? ―Lanzo sin medias tintas.
―No seas sarcástica, claro que lo sé.
―Entonces, ¿por qué tardaste tanto?
―¡Porque no sabía si festejar o no! ―Exclama en voz altísima, llevando sus manos exageradamente al techo.
Su sinceridad es apabullante y desagradable. Me generan náuseas. Me sofocan y me revelan que durante estas semanas en las que estuve embarazada, solo yo deseaba esto: estar juntos, crecer como una familia, convertirnos en adultos aunque más no fuera a los tropezones.
―¿Festejar?
―Coni, sé que suena horrible y patético, pero sin un bebé en nuestras vidas, todo es distinto.
Otra vez, esas benditas palabras: "el bebé siendo un obstáculo".
―Andáte.
―¿Qué?¿Por qué?
―¡Andáte! Ya me dijiste lo que sentías. Lo respeto, pero no lo soporto ―salgo de la cama y camino hasta la puerta, se la abro y le repito ―: Andáte, Juani. Por favor.
―Coni, dale ―apoya la mano en la puerta cerrándola de golpe ―. No me digas que realmente te habías ilusionado con lo de ser una madre joven, vivir del aire y esas fantasías de novela de la tarde.
Trago con el dolor atravesando cada fibra de mi cuerpo. Juani siempre había sido cálido al hablarme, políticamente correcto. Atento. ¿Ahora? Ahora era un pibe frío como la Antártida que no se detenía a pensar ni por un segundo en mis sentimientos.
―¿Y qué si, sí? ¿Y qué si realmente había pensado en nosotros como una familia feliz? Te amo, se supone que me amás. Tendríamos un bebé, fruto de nuestro amor.
―Dale, Coni, no podés ser tan naif.
―Y vos no podés ser tan forro de pensar solo en vos, en tu carrera como futbolista y ya. ―Sus fosas nasales se abren, exasperado ―. ¡Andáte de una vez! ―Grito con todas mis fuerzas, a tal punto que mamá y Fidel vienen corriendo.
―¿Qué está pasando acá, chicos? ―la voz de mi padrastro y su complexión de jugador de rugby son intimidantes.
―Nada, Fidel. Solo estoy pidiéndole a Juani que se vaya, pero se ve que tiene mucha cera en el oído y no me escucha ―¡Hola sarcasmo!
―Juani, si mi hija te dijo que te vayas, lo hacés sin chistar. Tuvo un día muy agitado y triste, por si no te diste cuenta.
¡Bien mamá, así te necesito!
Mi novio se queda de pie y levanta ambas manos.
―Está bien, sí. Perdón. Es mejor que me vaya.
―Sí y quizás te convenga volver cuando sepas qué querés, ¿dale?
Ohhhhh, mamá está endemoniada.
Choco los cinco con su actitud.
―Buenas noches, Isabel. Buenas noches, Fidel. Hasta mañana, Coni.
―Chau ―soy la única que le responde.
***
Unas semanas más tarde.
Durante el eterno viaje en micro a Bariloche todo es joda. La música está fuerte y nuestras voces pretenden cubrirla. Los padres que nos acompañan son predispuestos, amables y permisivos en la medida de lo posible.
El momento que tanto planeamos, que tantas horas y votaciones nos insumió, está llegando. Las montañas nevadas – a lo lejos, ya que es octubre y solo aquellas que son muy altas tienen nieve permanente – definen el paisaje, como así también el verde de la flora silvestre y las curvas ruteras que me dan algo de pánico.
Agradezco no estar embarazada porque apuesto a que estaría vomitando cada vez que gira el ómnibus.
Con respecto a eso, después del "altercado" entre mi mamá, Fidel, Juani y yo, no volvimos a hablar del tema. Él y yo nos saludamos educadamente en el aula y también si nos cruzamos en la calle, pero nada más.
Su madre, en cambio, dos días posteriores a ese encuentro en mi habitación, vino a verme, a pedirme disculpas y a decirme que lo sentía mucho.
Acepté sus palabras porque sonaron honestas. Su aspecto mismo me lo decía; estaba ojerosa, mal dormida. Sus ojos se veían lacrimosos y desahuciados.
En ese instante me puse en su lugar, como también lo había hecho en el de mi madre y comprendí la desesperación por protegerlo, la sinrazón de defender sus acciones, aunque lo hiciera erradamente, culpándome a mí por algo que fue claramente hecho por los dos.
Lo comprendí, sin justificarlo. Será la enseñanza que me dejará toda esta historia: a actuar con responsabilidad, a no prejuzgar y a no perder el juicio y ver que delante de mí hay otros seres humanos que no merecen recibir mi ira.
En este punto, ignoro adónde nos llevará el viento a Juani y a mí.
No hemos vuelto a hablar con seriedad, tampoco nos llamamos ni nos propusimos darnos otra oportunidad. Lo único que sé es que de verlo con otra chica, me servirá para darme cuenta si estoy dispuesta a considerar volver a estar juntos.
Ahora mismo, él está con su grupo de amigos; es el centro del universo y disfruta que le presten atención, ser considerado y alabado.
Como si la pérdida del embarazo hubiera sido una señal, una semana después del suceso que marcó nuestras vidas, las autoridades del club para el que jugó desde chiquito lo hicieron firmar un contrato por dos años en los que recibirá un dinero fijo y algunos premios de acuerdo con los resultados que el equipo vaya logrando.
Es un equipo con un rendimiento irregular, pero con mucho potencial y tradición en la primera división del fútbol argentino; hasta donde sé, está fogueando a chicos jóvenes para formar un grupo competitivo, con hambre de gloria y que sostengan su rendimiento con el tiempo.
―No le des bola, es un tarado ―Lorena me codea, sentada al lado mío. Me lee como la palma de mi mano ya que no he podido dejar de mirar hacia Juani y las piruetas idiotas que está haciendo frente a Gaby Méndez.
Sí, la misma que refregó sus tetas en la cara de Zeke en mi fiesta de quince, la misma que no bajó los brazos en su lucha por conquistar a Juani pese a que todo el mundo sabía que era mi novio.
―¿Vos creés que van a coger? ―le susurro. Ella mira a Gabriela, riéndose guasamente.
―¿Querés que te sea sincera?
―Siempre, amiga.
―Creo que sí ―exhala, envuelta en una postura incómoda. Se me revuelven las tripas ante su admisión, pero es algo en lo cual estuve pensando mucho. Desde que volví al colegio después del aborto, cuando no tuve más perdidas de consideración, ellos dos se mantuvieron muy cercanos. No vi besos ni caricias que me dieran una segunda impresión de las cosas, aunque el histeriqueo deliberado entre ambas partes hablaba por sí solo. Temo que este viaje de egresados a Bariloche haya sido un detonante en nuestra relación.
En tanto que yo continúo un poco triste, él se comporta como si nada importante hubiera pasado entre nosotros. Se muestra distante, desatento conmigo. ¡Pudimos haber sido padres y él ni siquiera se mosquea por preguntarme cómo estoy!
Quizás tocar fondo me hizo tener perspectiva. Ver quién era realmente mi novio.
Que no todo eran unicornios y arco iris y que ante el primer escollo él no tendría los huevos suficientes para estar a mi lado.
Llegamos al hotel haciendo un bullicio de película; nos distribuimos en las habitaciones designadas, manteniendo los grupos de chicas en una planta y los chicos en el piso superior.
Los padres fueron inflexibles en ese sentido: nada de dormitorios mixtos. Aunque creo que tampoco podrán ponerse en la puerta de cada habitación a controlarnos.
Hay algunas parejas que se formaron antes del viaje, no sé si por conveniencia o simplemente, porque se dio así.
La primera noche acudimos a uno de los boliches más famosos del lugar: "Cerebro". Lorena, Naty, Valle, Tamara y yo nos ponemos lo más bonito que tenemos y el maquillaje más provocativo que encontramos.
Nos hacemos un poco de desastre en la cara mientras nos divertimos con la planchita del pelo y bebemos un poco de vino que una de las chicas consiguió de la cocina del hotel. Como Valle ya cumplió dieciocho y sabe cómo hacer ojitos a los chicos, se le abren muchas puertas.
Los padres nos aleccionan sobre el modo en que tenemos que comportarnos en el boliche y que a pesar de estar entrando en la adultez, debemos ser conscientes. Y en ese discurso, entra el uso necesario del preservativo.
Gracias, conozco esa historia de memoria.
Mis amigas y yo prometemos no perdernos en los brazos de ningún chico y volver todas juntas a nuestra habitación o, al menos, avisar si nos vamos antes. Cada media hora, estará saliendo un micro de la puerta que hará paradas estratégicas en los distintos hoteles donde hay contingentes de egresados.
"Genio en una botella" de Cristina Aguilera, "Men, I feel like a woman" de Shania Twain y "Living la vida loca" de Ricky Martin, nos tienen en la pista, meneando nuestras caderas como locas.
No estoy borracha como sí lo está Lorena. El alcohol en cantidad me cae horrible y he tomado muy malas decisiones durante estos meses como para perderme lo bueno de este viaje y ligarme una intoxicación que me tenga lamentándome en cama.
Varios chicos de otros colegios se nos acercan. Lindos, altos, bajos, con olor a cerveza, torpes para bailar...a todos dejo mirar, a nadie permito tocar.
―¿Tenés novio? ―pregunta uno. Podría decirle que no y permitirle que me bese. Me atrae. Sin embargo, el idiota de mi corazón y mi tonta conciencia me arrinconan hacia la verdad.
―Mmm, es complicada mi situación, pero podría decirse que sí ―le doy la respuesta más larga de la historia de las respuestas.
―¿Él quedó en Buenos Aires? ―lo primero que hicimos fue intercambiar puntos en común. La ciudad de origen no era una de ellas: él es de Oberá, Misiones.
―No, es compañero de curso. ―respondo y sorbo de mi daiquiri suave de frutilla. Podría tomarme otros cinco si no supiera que puede pegarme muy feo. Aquí dentro hace mucho calor y tengo sed.
―¿Y por qué no está bailando con vos? Yo que él, no dejaría que mi linda novia esté sola, rodeada por los buitres.
―¿Vos serías ese buitre? ―mi tono sale más coqueto de lo que debería.
―Ponéle ―sus labios se acercan a los míos. Ninguno de los dos está quieto dado que el oleaje de gente nos mece de un costado al otro. En el medio, mi alto vaso se tambalea peligrosamente, a riesgo de mojar la parte baja de su camisa y la zona superior de mis pechos.
Me relamo los labios, pensando qué tan malo sería experimentar el beso de un flaco al que nunca más veré en mi vida y que ni siquiera sabe mi nombre completo. Mucho menos, el teléfono de casa.
―Dale, no me dejes así...
―¿Así cómo? ―Sigo acercándome a la línea de fuego.
―Con ganas de besarte ―Pensé que su respuesta sería mucho más grosera. Me alivia y me da esperanza de que no todos son tarados.
―Puede que haga una excepción esta vez ―le digo y él no tarda ni un segundo en tomarme de la cara y chocar su boca con la mía.
Como saben, solo dos personas me besaron en la vida: Zeke, cuando éramos dos niños que apenas nos sonábamos los mocos y Juani, quien consumió y absorbió mis últimos dos años y medio de un modo desesperante.
Este beso es...distinto. Se siente incorrecto, sucio. Desubicado. Mauro mete su lengua en mi boca buscando un tesoro que claramente no encontrará. Intento alejarme, pero se aferra a mis mejillas y temo que sus dedos queden marcados en mi tan blanca piel.
―Sol-tá-me ―gruño, haciendo malabares con mi vaso y con mi mano libre.
―Dale, si te gusta ―dice entre dientes para cuando le arrojo los cubitos de mi trago en su cintura, provocando su insulto y su queja.
―¡Te dije que me sueltes! ―Grito, con mayor énfasis.
Y yo que pensé que era un pibe copado.
Mis amigas no están cerca y a nadie parece interesarle mi intercambio. Somos muchos chicos sudando, gritando, pegados unos con otros, borrachos y locos.
Lo más inquietante es que la cosa no queda ahí. Un miembro de su banda de amigos se acerca, poniéndose por delante de él. Otros dos, lo hacen por detrás. Cuando retrocedo, hay un cuarto contra el que me choco; de repente, soy la presa de este grupo.
―No digas que no te gusta así ―repite el idiota cuya camisa se ha teñido de rojo a causa de mi trago. Él me manosea las tetas y el que tengo a mis espaldas me toca el culo deliberadamente.
―¡No me toquen! ―Pego manotazos y patadas, sin impactarle a ninguno con la suficiente fuerza como para causarle dolor.
Mis codos vuelan al igual que mis palabras. Mis lágrimas comienzan a correr en mi cara para cuando una mano tironea de la mía, empujándome hacia un sillón, donde choco contra un grupo de almohadones y ropa amontonada. Me toma unos segundos darme cuenta de que ya no estoy cercada y cuando giro la cabeza en dirección a la pista, veo qué está pasando.
Allí están Juani, Lorenzo y Rodri, peleándose con este trío de imbéciles.
Los puños van de un lado al otro, hasta que dos tipos de seguridad toman al imbécil que me besó y a sus amigos, separándolos de mis compañeros.
Por suerte, nada pasa a mayores.
Los grandotes sacan a los pibes del otro grupo en tanto que aleccionan a los del mío. El alivio me llena el cuerpo.
―¿Estás bien? ―mi novio, ex, o lo que sea, se arrodilla frente a mí. Se lo nota preocupado, con su cabello castaño oscuro desordenado y su camisa saliendo desprolija de la cintura de sus jeans.
―Sí, pero tuve miedo. ―le confieso. Mis manos tiemblan cubriendo mi rostro.
―Tranquila, bebé. Tranquila...ya estoy con vos...―su abrazo me calienta, me reconforta ―. ¿Querés que volvamos al hotel?
Asiento con la cabeza. Juani ordena a uno de los chicos que está por detrás de él que busque a Lorena o a Naty para avisarles que nos vamos a marchar de acá.
En menos de cinco minutos nos subimos al micro, esperando porque salga rumbo a nuestro hotel. No son más de las dos de la madrugada, por lo que está casi vacío. Nadie suele irse antes de las cinco.
Durante el breve trayecto, Juani acaricia mi pelo largo y suelto y me da besitos en la cima de la cabeza. Huele a cerveza, pero no apesta. Lo he visto borracho antes y este no es el caso.
No nos decimos una palabra. Entramos al hotel en un cómodo silencio y me acompaña hasta mi cuarto. En la puerta, entrelaza sus diez dedos de la mano con los míos.
―Lamento haberme comportado como un tonto durante todo este tiempo. No lo merecías.
―No, la verdad es que no. ―Parte de mí se aligera. Estamos hablando como es debido.
―Estaba asustado y me centré solo en mí, en todo lo que estaría por perder. Cuando supe que habías abortado me puse contento ―su admisión todavía me lastima, pero ahora que han pasado un par de semanas estoy más centrada―. Sé que es horrible lo que digo, pero siento que si no soy honesto con esto, no voy a poder perdonarme a mí mismo.
Cabizbajo, está abriéndose a mí y debo darle el mérito. Tarde o no, no importa, lo está haciendo al menos.
―Te entiendo, Juani. Ya pasó. Eso será parte de nuestra historia. Ahora tenemos que definir qué es lo que queremos. ―Inspiro profundo y exhalo despacio, con la pregunta flotando en el aire.
Juani me besa los nudillos y me mira con sus ojos almendrados oscureciéndose. El calor que irradia su cuerpo es palpable y me juego la cabeza a que si miro en dirección a su entrepierna, su miembro estará hinchado bajo la cremallera.
―¿Qué querés que seamos? ―Deja la pelota de mi lado.
―Por lo pronto, no quiero que estés cerca de Gaby Méndez ―mis celos dicen "¡hola!".
―No entiendo qué tiene que ver ella con nosotros.
―Que si vamos a estar juntos, ni siquiera tenés que mirarla fijo. No ignoré que en estos días estuvieron...bueno...haciéndose ojitos y sonrisitas ―su carcajada no es la respuesta que esperaba y me exaspera ―. ¿Qué?
―¿En serio creíste que me interesaba tener algo con ella?
―No sé de qué hubieras sido capaz vos, pero ella quería algo más que mostrarte el escote. Eso es más que seguro.
―No pasó nada. Sí, se me tiró un par de veces, pero la rechacé. Mi corazón y cabeza estuvieron siempre con vos.
Sus palabras me derriten las rodillas. Mi espalda se apoya en la puerta cerrada y su cuerpo me arrincona.
―Te amo, Coni. Fui un inmaduro, cruel. Egoísta, pero a mi favor tengo que tampoco me resultó fácil admitir que nuestras vidas cambiarían tanto. Mi viejo me cagó a pedos un rato bien largo después de la cena en la que estuviste. Mamá, en cambio, no me habló por varios días. Me ignoró por completo. Y eso se sintió espantoso.
―Me vino a pedir perdón una vez que aborté.
―Lo sé, me lo dijo y se lo agradecí. Vos no merecías el desprecio de nadie, absolutamente nada de todo lo que pasó estuvo bien. ―su beso cálido acaricia mi frente y de a poco, se arrastra por mi pómulo. Luego, hace su camino hasta la comisura izquierda de mi boca y muere allí―. Tengo muchas ganas de que estemos juntos de vuelta, Coni. En todo sentido ―su pedido es claro.
Podría seguir abrazada al rencor, a lo mal que me sentí con su ausencia.
Pero me siento más madura, más segura.
―Bueno ―desbloqueo el paso de aire contenido en mi pecho y lo largo ―. Volvamos, pero no me hagas sufrir.
―Por supuesto que no, "Conita". ―mis brazos cuelgan de su cuello y nuestras sonrisas se terminan fundiendo en un beso caliente que nos arrasa la razón.
Saco las llaves del cuarto torpemente de mi mochilita y abro. Al cabo de dos minutos, estamos dentro de la habitación, desnudos y teniendo sexo como locos. He tenido la precaución de dejar la llave puesta, trabando el acceso de cualquiera que se adelante a venir.
La noche es joven y todavía quiero disfrutarla con Juani.
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