11
Tres días después del test
―¿Estás bien? ―pregunta mamá al salir del consultorio de la Dra. Silvana García.
―Sí, fue muy fuerte ver ese latidito en la pantalla ―Entramos al auto casi al mismo momento. Me cruzo el cinto y prendo el Stereo.
La música bajita de fondo tiene el efecto de relajarme.
―Tenemos que pasar por la farmacia y comprar todo esto.
―Lo siento mucho, má ―mi pecho se desinfla y las lágrimas comienzan a correr sobre mis mejillas, a borbotones.
Ella me mira por un segundo y me frota la rodilla. Niega con la cabeza suavemente y aprovecha a darme un abrazo cuando nos detenemos frente a un semáforo.
―Shhh, ya está. Ahora tenés que comer bien y cuidarte vos y al bebé. ¿Estamos? ―puedo ver su emoción en sus ojos. No ha salido ni un solo felicidades de sus labios aunque la entiendo. Yo tampoco estaría a gusto con una situación así.
Miro la imagen difusa que el nuevo aparato de la clínica adonde atiende mi doctora emitió y no puedo creer que esté embarazada de 7 semanas. En un mes, tendré que regresar a un segundo control y ella me aseguró que podré tener una visión más clara del bebé.
Mamá estaciona el auto en la avenida, frente a la farmacia. No quiero bajar y ella tampoco me fuerza a hacerlo. Estamos lejos de casa y supongo que no insiste porque no quiere que el barrio esté enterado de cada uno de mis pasos como futura mamá.
Tarareo las canciones que pasan en la radio, pero continúo desconcentrada. Bajo la ventanilla porque hace mucho calor acá adentro sin imaginar que vería a Ezequiel caminando de la mano con una chica. Entrecierro mis ojos, tratando de convencerme de que es un espejismo.
Van tomando un helado y él le lleva la mochila colgando del hombro. Cierro los párpados, cayendo en la cuenta de que estamos solo a una cuadra de su colegio.
Trago, molesta. ¿Los motivos? Los desconozco. Deben ser las hormonas.
Resigo su andar mirándolos como una chusma por el espejito retrovisor. Desaparecen en la esquina para cuando mamá sube al auto.
―¿Todo bien?
―Sí, con calor.
―¿Querés que pare en un kiosco y compramos una botella de agua?
―No, prefiero ir a casa y dormir. Tengo un poco de dolor de ovarios.
―Silvana te dijo que eran normales.
Asiento. Silvana dijo que es común sentir algo de dolor pélvico los primeros días.
También me dijo que, probablemente, quedé embarazada aun cuidándome con la píldora anticonceptiva porque estuve tomando antibióticos para mi infección urinaria. Parece que hay un algunos componentes que inhiben su eficacia y blablá.
Vaya suerte la mía.
En casa, me cubro con la manta hasta la nariz. Mi mamá se sienta a mi lado y comienza a acariciar mi cabello rojo y largo suavemente. Su voz la traiciona.
―Tener un bebé no es fácil. No te lo digo para asustarte, sino para que lo entiendas.
―Sí, lo sé. Me lo repito cada día de mi vida. ―Respondo en un gemido.
―Voy a ayudarte como pueda si querés ir a la facultad. Yo me casé joven y decidimos que me quedaría en casa, asentarnos en Córdoba y ocuparme de ustedes. Me hubiera gustado estudiar una carrera, trabajar...algo que me diera herramientas para un futuro. Pero no fue lo consensuado.
―¿Te arrepentís de haberte casado con papá?
―No. Puede que hayamos tenido muchas diferencias, pero nos queríamos un montón. Y ustedes dos fueron nuestra mejor creación. ―Su suspiro cae en picada, reúne aire y continúa ―. Siempre pensé que sería Jose quien vendría con una bomba como esta ―ríe y hago lo mismo. Arrastro las lágrimas que salen de mis ojos y me siento contra el respaldo.
―Yo también lo pensé. ―Mamá me toma las manos y las besa. Está siendo todo lo cariñosa que no fue en estos 17 años y me alegra que siempre haya una primera vez para todo.
―Bueno, descansá ahora que podés. Tengo que ir a la oficina un ratito, ¿sí? ―me da una palmadita en los pies y se va.
***
Por la noche, Juani vino a cenar a casa. Hablamos acerca de la ecografía y le muestro la imagen de nuestro pequeñín. Fue raro verlo tan nervioso, demostrando cuán obvio es que esta situación lo desborda. Lejos estuvo del siempre chispeante, enfocado y animado.
Quedamos en que mañana será el día en que digamos la verdad a sus padres. Puede que eso sea lo que lo tiene disperso y tenso, dado que Jose le hizo varias preguntas que quedaron en el aire o tuvieron que ser repetidas.
Mamá me miró con duda, apuñalando sus hojas de lechuga.
Yo levanté los hombros, lo entendía perfectamente: las cosas no se presentaban como habíamos planeado.
Para la hora en que se fue, solo me dio un beso casto en los labios, mucho más débil incluso que el primero que nos dimos en el extremo de su cama antes de comenzar a salir.
Abrazada a mí misma, me quedo sentada en el porche de casa, viendo que él entra en la suya. La noche es despejada, con estrellas brillantes que titilan en el cielo.
Ya nadie anda en la calle. Mañana es día laboral y tengo que ir a dormir temprano porque mañana hay colegio.
El chirrido de la puerta me advierte que pronto tendré compañía.
Jose se sienta a mi lado y me palmea la rodilla. Es más alta que yo y le cuesta horrores acomodar sus largas piernas en los cortos escalones.
―Está cagado en las patas, dale tiempo.
―¿Qué te hace pensar que yo no lo estoy? ―Ataco mirando fijo a la ventana de la habitación de Juani, con la luz encendida.
―Es valiente lo que hacés.
―¿Qué cosa?
―Decidir.
―¿¡Qué!? ―mis ojos viajan a los de mi hermana. Encuentro su perfil, perdido en un punto cualquiera.
―No fuiste la primera de las dos en quedar embarazada, hermanita, lamento decírtelo. ―Murmura y la revelación hace que abra mis ojos como dos platos playos.
―¿En serio? ―es evidente que ese embarazo no llegó a buen puerto.
―Apuesto a que vos y mamá pensaban que lo sería, ¿no?
Quiero hablar y decirle que es exactamente lo que pensábamos, pero no me salen las palabras.
―Lo sabía, no te preocupes. Incluso cuando pasó me sorprendí de que no hubiera quedado embarazada a los 15. ―Sonríe con resignación. A excepción del chico que le conocimos cuando cumplí quince, nadie le duró más de un año. Sabía que mi hermana era un espíritu libre, o libertino si soy más precisa y que una de sus jugadas podía salirle mal, pero dado que pasaban los años y no caía con la sorpresa, lo dejé ir.
―¿Qué pasó? ―pregunto con genuino interés.
―Fue hace dos años, poco después de tus quince.
―¿Era de tu novio?
―No, y ese fue el asunto ―se rasca el codo, incómoda. Ella no es de esas personas que anda derramando sus sentimientos frente a otros, ni siquiera ante mí, ya que me lleva seis años y nuestras experiencias de vida siempre estuvieron a destiempo ―. Diego supo que no era suyo y, obviamente, no estaba dispuesto a quedarse a mi lado. Cortó conmigo y chau.
―¿Y el verdadero papá?
―Nah ―chasquea su lengua, dolida por el recuerdo o por el chico en sí, no lo sé ―, fue un revolcón de una vez. Una calentura que duró una noche y que no daba para otra cosa.
―Pero ¿por qué? No sabés que hubiera hecho si se enteraba que quedaste embarazada ―mi veta romántica sale a la luz.
―Era baterista de una banda de rock piojosa, sin mejor propósito que el de coger todos los fines de semana con una mina distinta en cualquier punto del país, esnifar algo de coca y chupar hasta dormirse. ―Ahora entiendo por qué ni se molestó en buscarlo para darle la noticia ―. No quería decepcionar a mamá, ni siquiera a Fidel, aunque no es nuestro papá ―da una respiración profunda y la larga de a sorbitos ―. Con algunos ahorros que junté de la bijouterie que vendí ese verano, me pagué un aborto. Clandestino, por supuesto.
―Mierda, Jose...no sabía nada...no me di cuenta...―le tomo las manos y se las acaricio. Su sonrisa es tensa aunque agradecida.
―Me puse la máscara de siempre y seguí adelante. Fue una situación horrible. Me expuse a quedar estéril, pero no sé, confié en que todo saldría bien y no tendría problemas después.
―¿Quedaste con secuelas?
―No. Al menos no físicas. ―Pasa saliva pro al garganta y sé a qué clase de marcas no se está refiriendo.
―¿Por qué me llamaste valiente? Vos también tomaste una decisión.
―Yo lo hubiera tenido al bebé, ¿sabés? ―su voz se fragmenta y sus lágrimas caen como jamás vi en ella. Gira su cuello y me mira ―. Si Diego se hubiera quedado conmigo, si me hubiera apoyado en la decisión, lo hubiera tenido. ―Rompe en llanto, angustiada y con el alma desnuda.
Me inclino hacia ella y la abrazo, como si yo fuera su hermana mayor. Le acaricio el cabello largo y la consuelo con repetidos "tranquila, tranquila".
Finalmente se aparta de mí como si el tiempo de hermanas sensibles se hubiera acabado. Se limpia las lágrimas y sacude la parte trasera de su short de jean.
―Vamos adentro. Mamá te va a retar porque tenés que ir al colegio ―extiende su mano y la tomo. Me ayuda a levantarme y caminamos hacia el interior de la casa.
Me alegra mucho haber tenido esta charla.
***
Juani estuvo distraído durante toda la clase, como si la cena de anoche en casa hubiera continuado en el salón. El viaje de egresados de fin de año está a la vuelta de la esquina y ni siquiera se lo ve entusiasmado a la hora de charlar del tema.
En el último recreo me acerco, un tanto enojada por sentirme ignorada. Él se levanta y se excusa diciendo que tiene que ir al baño y que después tiene que hablar con el profesor de química, quien le puso un 4 en su examen de "sales y soluciones".
No es un buen día para él y me ofusca que esté tan cerrado al respecto; si pretende que nadie sepa de mi estado al menos hasta que se me note la panza, esta clase de actitudes no ayudan, ya que todos nos conocen por ser cariñosos y atentos el uno con el otro.
A la salida, ni siquiera espera porque saque el candado de la cadena que ajusta mi bici al poste de luz del colegio. Se va solo, ignorándome.
Trago la bola de lágrimas que obstruye mi garganta y me marcho sin seguirlo.
Que se pudra en el infierno.
Me aferro al manubrio de mi bicicleta y casi sin darme cuenta, aparezco en la puerta de la casa de Ezequiel. Las persianas del taller de su papá están en alto y ver al idiota baboso de su empleado me dan más náuseas que el propio embarazo.
Ese es motivo suficiente para girar e irme hacia el opuesto, pero no estoy en mi día de suerte.
―¿Coni? ―la voz de Ezequiel, más gruesa y rasposa de lo que la recordaba, tiñe mi decisión de marcharme.
―Hola, Zeke.
Apresura su paso por la vereda y camina hacia el cordón, donde está apoyado unos de mis pies, haciendo equilibrio con la bici.
―¿Qué estás haciendo por acá?
―No sé...bueno...puede que quiera hablar con vos. Como antes. ¿Podés o estás ocupado? ―Súbitamente recuerdo que tiene materias por la tarde y que probablemente no tenga tiempo más que para comer y salir rajando al colegio de vuelta.
―Sí, sí. En realidad, tendría que ir a educación física, pero no tengo ganas. Mucho menos sabiendo que estás acá ―Nunca voy a dejar de adorar sus hermosos ojos color caramelo.
Zeke ya es todo un hombre. A punto de cumplir dieciocho, no me extraña que tenga puñados de novias haciendo fila para acostarse con él. Limpio mi garganta y retiro la vista de su rostro, avergonzada.
―Dale, entremos, hace calor. No tengo mucho en la heladera más que para hacer un sanguche de mortadela y queso. O por ahí, tenga jamón. No me acuerdo. ―Toma el manubrio de mi bici y me invita a bajarme. Como el caballero que siempre fue, la conduce hasta la puerta de su casa y atraviesa todo el pasillo hasta el patio, manejándola.
Voy dos pasos por detrás, admirando la remera de Gun's and Roses negra que se ajusta a su espalda y a sus bíceps. Sus vaqueros, desgastados, marcan su culo.
Y tiene un bonito culo.
¿Desde cuando miro su culo?
"Desde que tengo el doble de hormonas que antes", me reprendo.
Me lavo las manos en la pileta de la cocina y buscos los vasos en la alacena mientras él está en el baño.
Ladeo la cabeza, cuando tenga más panza, seguro que iré cada dos segundos a vaciar mi vejiga.
Miro hacia abajo con la duda de si contarle o no acerca de mi estado.
No hemos sido tan cercanos como antes, incluso mi cumpleaños de 15 marcó un hito para nosotros. Hemos hablado muy poco desde que me puse de novia con Juani e incluso dudo que siquiera ellos sigan en contacto.
―¿Estás bien? ―me llevo la mano al pecho, asustada ―. Perdón, no pensé que fuera tan sigiloso como un ninja ―sonríe y sin evitarlo, me cuelgo de su cuello, inspirando su olor a desodorante ―. Hey, Coni, ¿qué pasa? ―no se aparta de mí sino que me mece tenuemente contra su torso fuerte.
Las cosquillas recorren mi cuerpo, ¿o son mariposas?
―Te peleaste con Juani, ¿no? ―su pregunta me corta como un puñal porque odio que me conozca tan bien.
―No. Bueno, no sé. ―Sorbo mi nariz y me limpio las lágrimas que corren por mis mejillas con la contradicción jugándome una mala pasada.
―¿Sí o no? ―se ríe. Él siempre blanco o negro.
―No estamos peleados. Él está comportándose raro ―ahora que lo digo, me siento tonta. Tiene lógica que lo esté, no puedo juzgarlo, pero lo que sí no entiendo es por qué me hace un lado.
Zeke me estudia por un rato, sin embargo, nada dice. Saca el fiambre de la heladera, la botella de agua fresca y una bolsa de pan de la canasta. Pone todo en la mesa y me invita a sentarme.
―Comamos y me vas contando qué pasa, ¿dale? ―Quiero decirle que probablemente se atasque cuando le dé la noticia de mi embarazo, pero no le doy ningún adelanto. Asiento y comienzo a comer.
Mientras almorzamos le hablo de mis calificaciones, del viaje de egresados al que iremos en tres semanas y de lo bien que le estuvo yendo a Juani en sus prácticas.
Se pone contento al escucharme hablar de nosotros como pareja, o al menos eso me parece ver.
―Sabía que era cuestión de tiempo que terminen siendo novios. Incluso antes del beso en tus quince. ―Da un mordisco a su sanguche y me guiña el ojo.
―¿Cómo es eso? No mucho antes de eso estábamos juntos, los tres.
―No había que ser adivino para ver que a él le gustabas. Nunca me lo dijo, pero siempre lo supuse. Sobre todo después de lo "cuida" que se puso en el viaje de séptimo ―trae a colación los tontos celos de Juani ―. Que yo me fuera del colegio le facilitó las cosas.
―¿Por qué?
Se limpia la comisura de sus labios con la servilleta y bebe agua. La respuesta tarda más de lo debería, o de lo que yo necesito ahora.
―Porque ya no habría ningún tonto pacto de amigos ni nada por el estilo.
―No entiendo.
―¿En serio, nena? ―levanta su ceja, como diciéndome "estabas ciega" ―. Los dos prometimos que no nos acercaríamos a vos con otros fines más que el de ser tu amigo. Nos gustabas a ambos, Coni.
Muerdo mi labio en señal de nervios. Después del poema que me envío, supuse que él sentía cosas por mí, pero cuando me dijo que era para acariciar mi ego, desestimé que fuera especial.
Aparentemente, no era así.
―De todos modo es historia vieja. Vos y él llevan bastante tiempo de novios y me alegra que estén juntos.
―¿Sí? ―me permito dudar.
―Por supuesto. Dos mejores amigos que terminan siendo novios. Un golazo. ―Zeke no es de grandes sonrisas ni de lanzar afirmaciones que no siente. Lo tomo como lo que es: la palabras de un amigo al que quise mucho y con el compartí mis días y tardes en el barrio, quien nunca me hizo sentir como la nueva del curso.
―Si, supongo que sí. ―Bebo lo que queda de agua en mi vaso y aparto mi plato con la mitad de sanguche de jamón y queso. Tengo un poco revuelto el estómago en este momento y no quiero seguir comiendo.
―Y decime, entonces, ¿por qué sentís que él está raro? ¿Sospechás que te está metiendo los cuernos o algo así? ―Abro la boca para negar con rotundidad, pero la tonta idea de que esté teniendo sexo con otra me da enreda las tripas.
¿Puede que no pueda mirarme a los ojos simplemente porque se mandó una cagada con otra chica?
―No, no creo que sea por eso. ―Alejo los temerarios pensamientos.
―Eso es un alivio.
―Sí, sí. ―Largo en un suspiro corto y entrelazo mis dedos sobre la mesa para cuando insiste.
―¿Y?¿Qué es lo que sospechás que le pasa?
Me humedezco los labios con la lengua, intranquila. ¿Por qué lo estoy? Después de todo es Ezequiel, no es un desconocido.
―Zeke...yo...no fue planeado.
―¿De qué hablás? ―pregunta y dirijo mis ojos hacia el techo.
Los cierro con fuerza y exhalo.
―Estoy embarazada.
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Chupar: beber. Alcohol, específicamente.
Golazo: beneficioso. Algo que sale bien.
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