siete
Tenía ocho años cuando Sierra desapareció.
Eran las tres de la mañana y no estaba en su cama. Cualquier otro día no lo hubiera notado. Hubiera esperado el sol. El llamado de mamá. El sonido de la luz encenderse. El olor del desayuno. El golpeteo de las manos de Sierra sobre mi costado.
"¡Buenos días!"
Pero ese día busqué a Sierra en la oscuridad.
La busqué debajo de las cobijas.
La busqué entre las cajoneras.
La busqué en la ventana.
La busqué detrás de la puerta.
La busqué en el refrigerador.
Y nadie escuchaba mis pasos.
La busqué en la entrada.
La busqué entre los cojines.
La busqué en el cuarto de mis padres.
La busqué en el patio.
Y nadie escuchaba al espejo.
No quería ir al espejo.
Algo malo había pasado.
Algo malo.
Y la busqué ahí.
El espejo ya no era negro. Ahí estaba mi reflejo.
Por primera vez me veía. Mi ojos, mis labios, mi cuello. La forma de mi cuerpo. Mi postura. Mi color. Mis formas. Yo. Solo yo.
Y la carcajada de Sierra se fragmentaba.
Pero era imposible.
Ya no había espejo.
Y así como ya no había espejo.
Ya no había Sierra.
Mamá me encontró hasta entonces. Porque empecé a gritar su nombre. Empecé a rascar la puerta. Empecé a arrancar mi pecho. Empecé a golpear el suelo: para traer a Sierra de vuelta.
"¿Dónde estás, Sierra?"
Y era como si ambos lo supieran. Sonreían tranquilos, en paz, conscientes, como no lo hacían desde hace mucho.
—Es por tu bien.
No volvieron a hablar nunca de ello. Ni de ese día, ni del espejo roto, ni del vestido de Sierra que quemaron, ni de las noches que se encerraban en la habitación cuando Sierra gritaba porque tenía hambre, ni de los pedazos de carne que mi hermana cargaba en su playera.
No volvieron a hablar nunca de Sierra. Nadie lo hizo.
Y me pidieron que yo no volviera a hablar de ella tampoco.
Era lo mejor porque, si de repente, se me ocurría mencionar el nombre de ella ante alguien que nos conocía, ponía una cara confundida y preocupada: ¿Quién?
"Me llamo Sierra. Mi hermana es Cielo, un ángel la besó en el cuello".
Y si no hubiera tenido que irse. Hoy tendría diecisiete años. Y habría agarrado cucharas de la cocina para hacer karaoke conmigo.
Y habría mordido a más niñas.
Y habría roto más espejos.
Y habría arrancado la mano del que pellizcó mi nuca.
Y no habría tenido que escuchar a la nueva maestra con su voz falsa al ver mi árbol genealógico. "Esperaba más de ti". Porque solo estaba mamá, solo estaba papá, solo estaba yo y el tachón de una hoja más que se suponía era Sierra. Pero no lo era. Porque Sierra no debía ser nombrada.
Si Sierra estuviera aquí.
No tendría que escuchar al espejo. Que lo he estado escuchando mucho, mucho, mucho.
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