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listos


La caja diminuta de madera se cierne sobre el escritorio. Coqueta. Discreta. Casi puedo verla sonreír. Igual que la maestra nueva quien se sienta sobre su escritorio y nos mira a todos en el salón. Me pregunto si cuando posa los ojos sobre mí, recuerda mi nombre, y recuerda el beso del ángel. A veces, no debería, pero siento que me ve como si estuviera incompleta.

—Abran las cajas.

Lo hago y la cierro de inmediato.

La sangre se va de mí.

—¿Qué es lo que hay dentro?

—Un espejo.

A todos los lados donde miro hay pequeños reflejos. Escondo la cabeza entre mis manos. Miro la caja siniestra. Puedo salir de aquí. Levantarme, irme lejos, esperar que acabe otra de sus ridículas actividades y volver. Excusarme, que me he sentido mal, que fui a que el aire volviera a mí. Reírme de ella, que tenía que volver a tierra.

Pero no debo hacerlo.

¿Qué tal?

¿Qué tal si pasa eso?

Tal vez Sierra tiene hambre. Tal vez tiene frío. Tal vez está asustada.

Y si ella preguntara, nadie le respondería.

Tengo que estar aquí.

Porque yo lo haría.


"¿Me dejas pasar?"


Y entonces Sierra volvería.

—¿Qué es lo que ven?

Un espejo. Un maldito espejo. Y no entiende. ¿Ya me ha visto? ¿Que tengo la caja cerrada? No voy a abrirla. No quiero verme. No voy a verme. Porque entonces veo a Sierra. Y entonces siento que no tengo corazón. Debí de haber dejado de contar. Debí de haber abierto los ojos. Debí de haber corrido hacia el armario porque Sierra siempre se escondía ahí, debajo de los abrigos, frente al espejo raro, debí de haber respondido primero: No. No puedes pasar. No. No puedes pasar. No.

NO.

Y no lo hice.

—¿Cómo es?

Era bella. Valiente. Fuerte. No tenía miedo. Ni siquiera ese día. Ni los días que le vinieron a ese. No cuando comenzó a vomitar toda la comida. No cuando dejó sus manos marcadas sobre mis brazos. No cuando una noche entró por la ventana y se acercó a la cama. La escuché y no abrí los ojos.

—¿Conoces esa persona?

"¿Podemos jugar a las escondidas?"

—¿Tiene cosas malas?

"Ya me cansé de cerrar los ojos cuando no duermo".

—¿Tiene cosas buenas?

"¿Por favor?"

—¿Hay algo que te guste de esa persona?

"Si jugamos hoy, prometo no volver a hacer eso. Ya no comeré más".

—¿Hay algo que no te guste?


"Aquí está tu beso de un angelito, Cielo".


"A mí también me hubiera gustado tener uno".


"Porque eso te salvó a ti".


"Y yo creo que también me hubiera salvado a mí".

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