8. En el medio
Parker no había podido dormir en toda la noche. Sentía que el día anterior había sido excesivamente agotador. La cabeza todavía le daba vueltas. Sentía que un montón de piezas de rompecabezas flotaban en su mente a la espera de que las uniera para encontrarle forma y sentido. Y él no se sentía capaz de hacerlo aún. Le dolía el cuerpo, y su espalda estaba comenzando a quejarse de la posición de las almohadas. Sentía una especie de vacío en su interior, como si hubiese perdido algo realmente importante, y no saber qué era lo estaba comenzando a desesperar.
Decidió abandonar la idea de dormir y se incorporó, impulsándose con la mano buena y luego usándola para sacarse las almohadas de la espalda y lanzarlas a la silla más cercana. Quería levantarse de esa cama de una vez e irse. Porque lo que quería hacer, lo que debería estar haciendo en ese preciso instante, era salvar vidas. Y no sentir que la suya estaba dejando de ser como lo era.
Tomó el nuevo teléfono que su padre le había dejado la noche anterior y observó la hora, eran las cuatro de la madrugada. Pensó en que quizás Brett estaba de guardia así que posiblemente seguía despierto. Marcó su número que se sabía de memoria –eso no lo había olvidado–, y llamó.
Sonó tres veces y Brett contestó por fin.
—Hola, ¿quién habla? —respondió su amigo del otro lado, soltando un bostezo.
—Brett, soy yo. Parker.
—¡Hermano! Ya despertaste al fin. ¿Estás bien? Joder, nos tenías a todos preocupados.
Parker sonrió.
—Estoy bien. Desperté ayer por la tarde. Para lo que dijeron que pasó, es un milagro que esté tan bien—Parker soltó un suspiro y le contó lo que le había dicho el doctor—. No recuerdo nada de lo que sucedió antes del accidente. Y lo último que sé es que estaba volando a Cancún con ustedes.
—No puede ser. ¿No estás gastándome una broma verdad? ¿No recuerdas absolutamente nada? —Brett soltó una sonora exhalación—. Y lo de la mano... bueno, eso ya lo sabía. Pero igual es una mierda.
—¿Crees que bromearía con algo así? Estoy cayendo en desesperación al no saber qué sucedió. Todos me dicen cómo fue el accidente, pero nada de eso tiene sentido para mí, Brett. Tú... ¿no sabrás qué fue lo que me pasó? Necesito que tú y Sam me ayuden dándome toda la información que puedan.
—Bueno, no lo sé, Parker. Ni Sam ni yo podemos decirte qué pasó en tu accidente. No estábamos contigo. De resto, lo otro sí puedo decírtelo. Pasaste todo el congreso saliendo con una chica que conociste en Cancún. Creo que realmente te gustaba y bueno, ella tenía que irse así que la acompañaste al aeropuerto. Y ese mismo día fue tu accidente.
Parker sintió que el corazón le dio un vuelco y que luego este cayó a sus pies.
¿Una chica? Él no recordaba a ninguna chica, ni siquiera con la información que le había dado su amigo podía tener alguna idea de ella. Alexa tampoco había hablado sobre una chica, por supuesto que no lo había hecho. No le convenía. Pero eso podía explicar por qué sentía que estaba pasando algo por alto.
—¿Una chica? —repitió Parker, confuso—. ¿Cuál era su nombre?
—Mmm... —Pronunció Brett, pensativo—. Miranda. Bastante simpática, por cierto, de verdad que me agradó.
Parker esperó un momento, a ver si algo surgía. Pero nada.
—¿Estás bien, Parker? —Siguió Brett, preocupándose por el silencio de su amigo—. ¿Por qué no la llamas? Estoy seguro que aún tienes su número.
—Mi teléfono quedó hecho trizas el día del accidente. Perdí todos los contactos. Este número es nuevo.
—¿Y cómo me llamaste a mí?
—Me sé tu número, Brett.
—Cierto. Bueno, ¿y cuando te dan de alta?
—No lo sé, espero que pronto. Tengo que hablar con Alejandro, ¿has sabido de él?
—Lo vi esta noche cuando venía de camino al hospital, pero no hablamos durante mucho tiempo, andaba con una mujer. Una mujer que no parecía su tipo en absoluto. Fue extraño.
—Eso no es raro en él. Te dejo. Le voy a marcar a Alejandro.
—¿Ahora? ¿No vas a esperar a que termine de... bueno, ya sabes?
—Conociéndolo, ya lo hizo. Nunca se quedan a dormir.
—Demonios, sí. Tienes razón —suspiró—. Está bien, Parker, espero te recuperes pronto. Y lamento no poder irte a visitar, tu padre no pudo darnos más días libres.
—Lo sé, él me lo dijo. Nos veremos pronto, Brett.
Luego de que se despidieron, Parker se quedó un momento pensativo. No sabía qué hacer con esa nueva información que le había proporcionado su colega.
Miranda. Ese era un bonito nombre. Pero era completamente desconocido para su mente, así que quería averiguar más acerca de ella. El problema era que no sabía por dónde empezar.
Por ahora, solucionaría lo que sí sabía.
Esperó unos cuantos tonos hasta que Alejandro se dignó a contestar.
—¿Sí? ¿Quién habla? —Alejandro se frotó los ojos y se incorporó, bostezando. Se sentía tan cansado, que estuvo a punto de no contestar. Pero dado lo que estaba pasando en su vida en ese momento, se sintió obligado a hacerlo.
—Es Parker.
Alejandro soltó un gran suspiro de alivio al escuchar la voz de su amigo.
—¡Parker! —Exclamó, acabando con todo rastro de su voz somnolienta—. ¿Está todo bien? ¿Tú estás bien? ¿Hace cuánto despertaste?
—Ayer por la tarde. Estoy bien, en lo que cabe.
—¿Cuál es el diagnóstico? —Alejandro se levantó de la cama donde estaba y cogió su camisa del piso mientras caminaba hacia la cocina a beber un poco de agua.
—Me fracturé el radio, me hicieron cirugía, al parecer fue todo un éxito pero aún no uso mi mano. Ah, y amnesia postraumática. —Terminó, con voz cansada.
Alejandro frunció el entrecejo, preocupado al escuchar a Parker de ese modo. Se frotó la cara mientras escuchaba a su amigo y se recostó de la barra de la cocina.
—Mierda. ¿Cómo lo llevas?
—Bueno —Parker suspiró—, no sé si preocuparme por mi carrera, no sé cómo sea mi recuperación, lo único que sé es que me tomará bastante tiempo recuperar la completa movilidad. Pero eso tú ya lo sabes también. Por otro lado... no sé, Alejandro. Todo lo que pasó es muy extraño, demasiado.
—¿A qué te refieres con extraño?
—Es que, mi madre dice que él accidente fue porque me pasé un semáforo mientras hablaba con ella por teléfono. Su versión es que estaba alterado por algo de Alexa. La cuestión es... —Parker se quedó un momento en silencio—, que Alexa estuvo aquí y no me dijo nada de eso... y luego llamo a Brett y me dice que yo estaba con una chica pero no puedo recordar nada de eso. Creo que estoy volviéndome loco.
Alejandro se rascó la nuca, sin saber qué decir. Parker se escuchaba cansado y bastante harto, quizás desesperado por todo lo que le había pasado. No había nada que pudiera decirle que no le hubiera dicho el médico. Y no había palabras de ánimo que pudiera darle cuando él mismo se sentía entre la espada y la pared.
—La verdad es que no sé qué decirte.
—Lo sé, yo... supongo que con el tiempo los recuerdos llegaran. Pero no te llamé por eso, te llamaba porque, como ya te harás la idea, necesito terapia en la mano. ¿Quien mejor que tú?
Alejandro no pudo evitar sonreír.
—¿Podrías volverlo a decir? —se regodeó.
—No puede ser, ¿de verdad me harás decirlo de nuevo?
—Por supuesto. No todos los días escuchas decir a tu amigo cirujano que necesita tu ayuda.
—No es ayuda. Te pagaré.
—Lo haría gratis, solo porque eres mi amigo. Pero ya te ofreciste a pagar, así que de acuerdo —Alejandro se puso serio—. Lo haré, Parker. Cuenta con eso. Tú solo dime cuando estés aquí y prepararé todo.
Cuando terminó la oración, vio que tenía una llamada entrante.
Frunció el ceño cuando vio quién lo estaba llamando. Podría simplemente ignorar la llamada, como lo había hecho el último par de meses. Pero decidió que no lo haría. Ya llevaba mucho tiempo sin hablar con ella.
—Oye... Parker, te llamo luego ¿vale? Tengo una llamada entrante.
—¿Es la chica de esta noche?
—¿Cómo...? Olvídalo, no importa. Brett te lo dijo. No, no es ella. Es Andy.
—¿Quién es Andy? —preguntó él, confundido.
—Mi hermana.
—Cierto, sí. Vale, entonces hasta luego.
Le extrañaba que su hermana lo estuviese llamando a esa hora, y más aún que fuera por videollamada. Encendió la luz de la cocina y contestó. Sintió que el corazón se le encogió cuando vio a su hermana pequeña del otro lado de la pantalla con los ojos vidriosos y la cara algo roja. Y en seguida se sintió terrible porque había pensado en no contestarle.
Ni siquiera saludó.
—¿Qué está pasando, Andy? —dijo directamente, con creciente preocupación en su interior. La mala pinta de ella y la hora a la que llamaba no daban buenas señales. Allá debían ser las cinco de la mañana. Pero ella no parecía que se acabara de despertar, sino como si no hubiera pegado un ojo en toda la noche.
Ella esbozó una sonrisa a pesar de que se podía ver que no estaba bien.
—Creo que por primera vez en mi vida es agradable escuchar que me llames por ese terrible apodo —La voz de su hermana sonaba espesa y un poco ida. Tenía el cabello recogido en una coleta y rastros mínimos de maquillaje en la piel alrededor de sus ojos, la cual también estaba enrojecida e hinchada.
Alejandro entrecerró los ojos. Sin duda se sentía como un hipócrita. Había ignorado sus llamadas todo ese tiempo, y ahora estaba ahí preocupándose por ella.
—¿Qué pasó, Miranda? —la llamó esta vez por su nombre completo—. ¿Estuviste bebiendo? Te noto un poco... borracha. Y triste.
—Es que... —ella se quedó un momento en silencio, desviando la mirada hacia otro sitio—, estaba de fiesta con las chicas.
—¿Y qué sucedió? Uno no se pone triste cuando va de fiesta —Alejandro estaba comenzando a impacientarse.
Miranda volvió a mirar directo a la cámara, parecía perdida en algún lugar de sus pensamientos, pero eso solo tardó unos cuantos segundos antes de que volviera a estar enfocada.
—No te llamé para que te preocupes por mi mala pinta, Alejandro.
—Entonces no debiste llamarme cuando parece que te estás muriendo.
—Cierto. Debí esperar a ducharme y así finjo que todo está bien. Colgaré y olvidarás que hice esto. Supongo que, como has hecho todo este tiempo, asumí que no ibas a contestarme.
—¡NO! Ni se te ocurra colgarme. ¿Qué te pasa? Si me llamaste fue porque te quieres desahogar.
—Te llamé porque te extraño. Extrañaba esto —ella sacudió la cabeza—. Mierda, te extraño muchísimo.
—Miranda. Me estás volviendo loco, ¿qué ha pasado?
—Nada. Solo... estás viendo a tu hermana destruida después de una discusión con su ex, es todo.
—¿Terminaron? —Él alzó las cejas, sorprendido—. ¿Hace cuánto?
—Poco más de tres meses. Pero ya te dije que no te llamé por eso.
—No —él negó con la cabeza y soltó una risa, colocando el celular sobre la mesa y apoyándose en los codos para que no se le cansaran los brazos—. Me llamaste porque me extrañas. Y... ¿por qué no me lo habías dicho?
—¿Que te extraño?
—Andy, no estoy jugando. Me refiero a lo otro.
—¿Que por qué no te había dicho lo de Diego? No lo sé. ¡Quizás porque llevas dos meses ignorándome!
—No estaba ignorándote. Lo juro. Estaba... ocupado. ¿Podrías... decirme qué pasó con Diego?
Miranda arrugó la frente y luego negó con la cabeza.
—No voy a hablarte de lo que pasó. No por llamada.
—Andy... —empezó Alejandro.
—Sé que él nunca te cayó bien, sé que todo este tiempo te ha enojado que yo fuera su novia y sé que me vas a decir "te lo dije" y que posiblemente te alivia que esto haya pasado. Pero no te contaré nada de lo que sucedió porque en primer lugar, no quiero volver a hablar de ello. Y en segundo lugar, ya lo sabrías de no ser porque... ya sabes. Y el que te enojes porque no te lo conté me hace estar enojada contigo.
—Andy. Escúchame, entiendo que estés enojada, pero tengo una razón muy buena para no haberme reportado.
—Lo sé —ella se secó una lágrima—. Sé que trabajas un montón. Pero estaba empezando a preocuparme. La razón por la que no te lo conté cuando sucedió, fue porque has estado tan alejado de mí. No sé... no sé qué ha pasado durante este tiempo, pero siento que estoy perdiendo a mi hermano. Y no me gusta la sensación. ¿Al menos has hablado con mamá?
Alejandro se quedó en silencio durante un momento.
—La he llamado un par de veces. Pero a ti... tienes razón, Miranda. Lo siento.
—No me digas que lo sientes.
—Así que estás enojada por eso. Y aún así, me llamaste porque me extrañas.
—Eres un idiota, Alejandro. ¡Por supuesto que lo hice! Y me sorprendió que me contestaras. ¿Pasó algo que no me hayas dicho?
—Existe la posibilidad de que hayamos dejado de contarnos cosas.
—No me gusta que hayas dejado de contarme cosas, Ale. ¿Qué pasó?
—Te lo contaré si me cuentas lo de Diego.
Su hermana puso los ojos en blanco del otro lado de la pantalla. Y él caminó nuevamente hasta su cama, encendiendo la lámpara de la pequeña mesa al lado de su cama.
—¿Es un trato, Andy?
—Sólo si dejas de decirme Andy. Sabes que no me gusta.
—El apodo no está en discusión.
—Vas a enojarte.
Él sonrió.
—Bueno, pues sí, claro que voy a enojarme. Pero no es como si pudiera romperle las piernas a Diego desde aquí. Así que puedes estar tranquila. Además —agregó, recostando la espalda sobre una almohada—. Posiblemente tú también te molestes conmigo.
—Ya lo estoy.
—Te escucho.
En ese momento, Miranda tomó una profunda respiración y le contó a su hermano con detalle todo lo que había sucedido los últimos meses, incluyendo la discusión que había tenido con Diego esa noche y como había pasado todo lo de su ruptura. Pasando por alto, claro, su furtivo encuentro con un chico rubio en la playa cuyo rostro aún veía cuando cerraba los ojos, porque de eso sí que no quería hablar.
Ese podía quedarse en un bonito recuerdo, y meterlo en una conversación que probablemente no le iba a gustar, sería dañarlo por completo.
—Vaya... —Alejandro suspiró cuando ella terminó de hablar—. Tienes razón. Quiero golpearlo hasta dejarlo inconsciente.
Alejandro se quedó viendo a su hermana a través de la pantalla por un momento que ambos sintieron eterno. Ella tenía razón, a él nunca le gustó Diego. Siempre le había dado mala espina. No quería que lastimara a su hermana. Pero él no era quien para prohibirle cosas a ella y eventualmente ellos terminaron siendo pareja. Eso nunca le gustó tampoco, pero se lo había callado. Y a pesar de que había odiado esa relación, nunca se atrevió a meterse porque veía que Miranda era feliz. Y porque ella tampoco se metía en sus relaciones, y eso tenía que respetarlo.
Pero en ese momento, viéndola así como estaba, tan triste... tan confundida, se estaba comenzando a arrepentir de no haberle dado una paliza a ese imbécil cuando todavía podía.
—Es una lástima que no puedas hacerlo. Porque estás muy lejos —replicó ella.
Su hermana sí que sabía ser mordaz cuando se lo proponía.
—Pues, me cuesta decir esto, pero lo que Natalia te dijo es verdad.
—Lo sé. Y ahora que ya escuchaste mi desgracia, quiero saber por qué has ignorado mis llamadas y por qué no he sabido de ti como debería hacerlo.
Él resopló.
—Sí... sobre eso, hay ciertas cosas que he estado evitando. Y como tú me conoces más que nadie, y sabía que si hablaba contigo ibas a lograr sonsacármelo pues decidí ignorarte para no tener que avergonzarme frente a ti.
Su hermana se quedó en silencio un momento, viéndolo con esa expresión seria que la hacía ver como la hermana mayor. A pesar de que no lo era.
—Espero que sepas que si estuvieras aquí, ya te habría metido un puñetazo.
Alejandro sonrió.
—Extraño lo amorosa que eres conmigo.
—Desembucha o cuelgo.
—Puedes colgar pero no lo harás porque quieres escuchar cómo la cagué esta vez.
—Odio cuando tienes razón.
—Bien —volvió a suspirar y cambió el celular de mano—. La cuestión es, que hace unos cuantos meses me despidieron del trabajo que tenía en San Francisco.
Su hermana abrió los ojos, sorprendida.
—¿Y por qué no me habías dicho? ¿Por qué te despidieron?
—Ahí radica el por qué no te había dicho. Hice algo... de lo que no estoy orgulloso.
—¿El qué? ¿Dejaste a un paciente peor de lo que había llegado?
El se frotó la frente con la mano libre.
—No fue el caso.
Se quedó en silencio un rato.
—¿Y bien? —Su hermana lo alentó a que siguiera—. ¿Qué hiciste? ¿Te acostaste con tu jefa y luego no la llamaste más?
Más silencio.
—Ay Dios. Te acostaste con tu jefa y no la llamaste más. Alejandro, ¿qué te he dicho yo de eso?
—¡Lo siento! Pero yo fui extremadamente claro con ella. Además, estábamos borrachos. Ambos. No la obligué a nada. Pero me odia y me despidió.
—Ella tampoco te obligó a ti.
—Solo fue algo de una noche y...
—¿No podías al menos llamarla?
—No la iba a ilusionar cuando no estaba buscando algo serio. Ella tampoco buscaba algo serio, estoy seguro de eso. Supongo que herí su orgullo.
—Bueno... si se lo habías advertido... ¡Da igual!
—No quería decírtelo porque, qué vergüenza.
—Vergüenza debió darte hacerlo con tu jefa.
—¿Vas a dejar de regañarme?
—¡No! —Se quedó un momento en silencio—. ¿Cuánto tiempo llevas sin trabajo?
—Me mudé a San Diego de nuevo y pues, estoy trabajando en el hospital de la universidad donde hice la maestría.
—¿Te mudaste de nuevo con tus abuelos? —Miranda frunció el ceño.
—Ni loco. Estoy solo. Alquilé un pequeño apartamento. Pero estuve ocupado haciendo todo y en parte no sabía cómo contártelo porque, como imaginarás, fue un total drama.
—Espero que esta vez no te acuestes con tu jefa. O le diré a mamá.
Él se echó a reír, a pesar de lo mal que se sentía.
—Por suerte esta vez tengo jefe.
—¿Y estás seguro que eso fue todo lo que pasó?
Él asintió con la cabeza para tranquilizarla.
—Es todo.
—No sé. Me parece que hay algo más y no quieres decirme.
—Es en serio. Estaba avergonzado, es todo.
Por supuesto que no era todo. Pero ya Miranda tenía suficientes problemas con los que lidiar como para sumarle a eso sus propios asuntos.
—Y por favor —agregó—, no se lo digas a mamá. Ya se lo diré yo.
—Más te vale que lo hagas.
—Lo haré.
Miranda se pasó los dedos por debajo de los ojos, limpiándose la cara. Sin duda, hablar le había hecho mejor, pues su semblante estaba completamente cambiado.
—Entonces..., volviendo al tema de mi llamada, te extraño. Me gustaría que estuvieses conmigo. No sabes cuánto te necesito aquí en estos momentos.
Él se quedó un momento en silencio, sopesando una idea que tenía en la cabeza.
—Bueno... no puedo prometerlo, pero, ¿qué tal si voy para tu cumpleaños? Quizás pueda ser más que una visita.
A Miranda le brillaron los ojos.
—¿Hablas de... quedarte? ¿Y qué pasa con tu nuevo empleo?
—Ya lo solucionaré, pero nos veremos en cuatro meses. Intentaré hacer una especie de arreglo. Ahora cuelga y ve a dormir, porque pareces un zombi.
—Te odio.
—No, no es cierto. Me amas y te mueres por verme.
Ella sonrió.
—Te amo, aunque seas un tonto y me den ganas de golpearte la mayoría del tiempo.
—Yo también te amo. Nos vemos pronto, Andy.
Cuando colgó, echó la cabeza hacia atrás y resopló. Sin duda, después de lo que iba a pasar, le sentaría bien estar con su familia. Tendría que enfrentar la verdad cuanto antes y decirles a su hermana y a su madre, todo lo que había pasado.
Pero admitir delante de su hermana, en esos momentos, que había embarazado a su jefa y que cabía la posibilidad de que ni siquiera lo tuvieran, era algo que simplemente no había tenido la valentía de hacer.
No porque él no lo quisiera. No por ser un hijo no planeado significa que lo rechazaría. De hecho, estaba dispuesto a criar a un bebé. Quizás, hasta se había emocionado con la idea de tener un hijo. Desgraciadamente, la otra parte no lo quería.
Volvió a coger el celular y le envió un mensaje a la mujer que había estado hacía unas horas en su casa. La misma mujer por la que había preguntado Parker. Y la misma con la que lo había visto Brett. Pero él estaba seguro de que sus amigos pensaban que la situación entre ellos era otra y no, desde luego, esa terrible.
‹‹¿Ya lo consideraste?››.
No recibió una respuesta al instante. Pero ya sabía cuál era. A pesar de que él estuviera dispuesto a criar solo a un hijo, ella no lo estaría a cargarlo nueve meses en su vientre. Y esa decisión, era algo que él no podía cambiar.
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