Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

7. Lazos rotos


Miranda se acomodó la falda del vestido que se le estaba comenzando a subir por el muslo como por décima vez y gruñó, caminando hacia el closet.

—Verónica —llamó a su amiga, más como un suspiro que como una palabra, mientras buscaba otra cosa que ponerse.

—Dime —le respondió, mientras se maquillaba del otro lado de la habitación.

—¿En serio me obligarás a ir?

—¿No quieres ir? —dijo ella, dejando la máscara de pestañas encima de la peinadora y caminando hacia Miranda.

Ella se encogió de hombros y se tumbó sobre la cama, suspirando.

—No tengo ganas de ir. O bueno, sí. Pero no demasiadas. Estoy comenzando a creer que es mejor quedarme en casa. Ya sabes, diseñando. O intentándolo, al menos —hizo una mueca y miró a Verónica—. Además este vestido me está sacando de quicio, se sube todo el rato. Esa es una señal, ¿no?

Ese era el peor argumento que podía utilizar y ella lo sabía. Verónica soltó una carcajada y se sentó al lado de Miranda.

—Okey, siempre puedes cambiar de atuendo. Y no estoy obligándote a ir. Es sólo que no te he visto bien últimamente. Desde que volviste de viaje te veo muy distraída. ¿Es por el chico que conociste? —le dio una mirada preocupada y sus ojos grisáceos se ensombrecieron.

Miranda volvió la vista hacia el techo, sintiéndose avergonzada. Había pasado una semana. Una semana desde que había vuelto de su viaje. Todavía se sentía rara por todo lo que había pasado. Y no saber cómo sentirse respecto a eso la estaba incomodando muchísimo.

—¿Quién? ¿Parker? —ella frunció el ceño. Probablemente sí se sintiese un poco mal porque no había vuelto a hablar con él. Lo había llamado la última semana y su teléfono sonaba fuera de línea. Por un lado, estaba preocupada ¿y si algo le había pasado? Y por otro lado, estaba enojada consigo misma por pensar tanto en él. Se supone que no lo haría—. No, no es eso. Creo —dijo, colocándose las manos juntas sobre el estómago y volviendo a mirar a su amiga. No iba a dejar que otro chico le afectara los ánimos.

—¿Es por Diego entonces? —Verónica le lanzó una mirada desaprobatoria.

Ella rodó los ojos a penas escuchó el nombre de él.

—No me hables de él. Dije que no quería hablar de él en diez años, sigo manteniendo en pie esa decisión.

—¿Entonces qué te pasa?

—¡No lo sé! —Exclamó con frustración. Se sentó, acomodándose el cabello tras las orejas—. Creo que sí estoy preocupada por Parker. Estoy pensando demasiado en él y no debería de hacerlo. ¿Por qué lo haría? Si él quiere puede no contestarme. Si él quiere puede volver con su ex. Sólo fueron dos semanas, ¿entiendes, Ve? Dos semanas. No puede gustarme tanto una persona en dos benditas semanas —Miranda empezó a hablar demasiado rápido a la vez que hacía aspavientos con las manos—. ¿Por qué me afecta tanto?

—Miranda, cálmate. Y sí, sí puede gustarte una persona así de rápido. Puede gustarte una persona hasta en tres días. Porque no es cuestión de tiempo, es cuestión de lo que la otra persona te hace sentir —Verónica sonrió—. Si te hizo sentir eso en tan poco tiempo, imagina lo que te haría en un mes. O en dos, o en más tiempo.

Ella le lanzó una mirada asesina y Verónica rodó los ojos.

—Está bien, lo siento. ¿Ya lo has llamado?

—Un par de veces. No quiero verme obsesiva o algo así —ella suspiró—. Es sólo que no me lo saco de la cabeza. Siento que algo le pasó.

—¿Por qué crees eso?

—No lo sé, las llamadas ni siquiera suenan. Y él no se veía como ese tipo de chicos que pasan de ti hasta que te cansas de llamar. Tan solo es como si se hubiese esfumado. Y es que ni siquiera sé por qué me preocupa. No se supone que piense en él. ¿Por qué estoy pensando en él? Todo tenía que quedar en lo que fue.

—Muy bien, escucha —Verónica la tomó por los hombros y la sacudió—. Quédate tranquila. Has silencio un momento. Cállate, que me vuelves loca hablando tan rápido. Es imposible que no te preocupes. No tienes por qué intentar ser una chica fría y sin sentimientos. Tú no eres esa chica. Deja de intentarlo.

—Es que, ¿no crees que todo fue muy rápido? Digo, lo de Diego es tan reciente. ¿No sería más sano que todavía esté llorando por él? O por lo menos no debería interesarme ningún otro chico. Todo esto me hace sentir muy... rara —Miranda soltó una exhalación.

—No —la cortó Verónica—. No supongas nada. Él no merece que llores por él, ni siquiera merece que lo nombres en esta conversación. Conociste a un chico maravilloso que hizo que te sintieras mejor en poco tiempo ¿y qué? Eso no es un pecado. Es imposible que no pienses en él si todo fue tan lindo como me lo contaste. Piensa en él como algo bonito que te sucedió después de haberlo pasado mal, porque te merecías que te pasara algo bueno, para variar. Y si el destino es lo suficientemente bueno, quizás se encuentren en un futuro. Quien sabe, quizás están destinados a estar juntos. Y si no lo están, da igual. Pero deja de preocuparte tanto por todo. Vas a explotar. Y me vas a hacer a mí explotar.

—¿Verónica, eres tú? Nunca pensé que fueras a soltarme un discurso así —Miranda esbozó una sonrisa, agradecida por tener a una de sus mejores amigas en ese momento.

—Sí, soy yo. Es que, aunque no lo crea conmigo, sí creo que te pase a ti. El destino es bueno con las personas buenas. Y digamos que yo no lo he sido demasiado. Pero tú sí. Eres grandiosa y te lo mereces. Mereces a alguien tan grandioso como tú, que no apague tu brillo. Ya lo he dicho, pero así es —su amiga se metió su cabello teñido de violeta detrás de las orejas y le dio una sonrisa.

Miranda sintió que el corazón se le apretó con la última oración que había salido de los labios de su amiga y esta vez, fue ella quien le colocó una mano en el hombro. Ambas habían sido amigas desde pequeñas, junto con Daniela y Natalia, todas habían sido amigas desde que tenían diez años. Las cuatro se conocían perfectamente, y Miranda sabía por qué Verónica no sentía que ella fuera una buena persona. Cargaba con una culpa con la cual no tenía por qué cargar, pero si se ponían a hablar de las cosas por las cuales no tenían que culparse entonces podía ser una noche bastante larga. Y no irían a la fiesta.

Miranda fue a regañar a Verónica por decir aquello, pero en eso sonó el timbre, y su amiga aprovechó para huir con esa excusa.

Ella suspiró mientras veía a Verónica correr por el pasillo. Supuso que después hablarían de ello, con más calma. Se miró en el espejo y comenzó a peinarse el cabello mientras pensaba en lo que su amiga había dicho respecto a Parker y ella.

¿De verdad su amiga pensaba que lo de ellos podía estar destinado a algo más? Miranda había sentido que sí, después de esa semana, no lograba explicarse muchas cosas. Una de ellas, que todavía suspirara si se acordaba de todo lo que habían hecho juntos. No pensar en él era inevitable, y pensar en él le provocaba cierta nostalgia que no quería admitir en voz alta. Así que no sabía qué hacer en esos momentos.

*****

—¡Esto está abarrotado! —exclamó Daniela, mientras se abría paso entre la gente para llegar a la barra. Se había recogido el cabello rojizo en una coleta alta y los rizos le caían como una cascada sobre su espalda.

—Vuelvan a decirme por qué fue que acepté venir —se quejó Miranda mientras pasaba detrás de Daniela.

—Ya estás aquí —Le sonrió Natalia, guiñándole uno de sus ojos rasgados—. No se valen arrepentimientos.

Verónica soltó una carcajada mientras le daba pequeños empujoncitos en la espalda para que se moviera más rápido.

El lugar, como había dicho Daniela, estaba abarrotado. La música sonaba tan alto que Miranda podía sentir como si el local vibrara al ritmo de la canción que salía de los altavoces. La gente brincaba y bailaba en la pista de baile, las luces titilaban de distintos colores a cada momento y la gente que no estaba bailando gritaba para poder hablar por encima del bullicio.

—Hola, lindura —le dijo el chico del bar a Daniela mientras le guiñaba un ojo—. ¿Qué te sirvo?

Daniela se apoyó con los codos sobre la barra, dándole una de sus mejores sonrisas.

—Hola, Ben. Dame cuatro mojitos.

—Nada de eso, yo quiero un cubalibre —pidió Miranda.

—Enseguida —él asintió.

—¿Acabo de escuchar que ese chico te llamó "lindura"? —soltó Verónica sonriendo cuando Ben se alejó.

—No te emociones, es sólo un amigo —Daniela rodó los ojos, colocándose de espaldas a la barra mirando a sus amigas.

—¿Y él sabe que es solo tu amigo? —intervino Miranda, alzando las cejas con curiosidad.

—Yo se lo he aclarado.

—Bueno —Natalia curvó los labios en una sonrisa de oreja a oreja—, pero si es que tú también lo tratas bien acaramelada. Yo tampoco me creería ser tu amiga si me tratas así.

Daniela le guiñó un ojo y le lanzó un beso a Natalia.

—Estoy siendo agradable. Saben que nada de chicos por ahora.

—¿Agradable significa que te acostarás con él en plan solo amigos? —Verónica se carcajeó.

Daniela se quedó callada y Miranda abrió la boca.

—Oh por Dios, ya te acostaste con él.

—¡Cállate! —Daniela se puso roja como un tomate y volteó la vista hacia otro lado.

Sus tres amigas estallaron en carcajadas.

—No las soporto. Son unas escandalosas —se quejó la pelirroja—. Mejor hablemos de Miranda.

Esta vez fue el turno de Miranda de poner los ojos en blanco.

—¡Cierto! ¿Qué nos cuentas de tu médico galán? —Natalia observó a Miranda con ojos inquisidores, y dos pares de ojos más se unieron a ella. Verónica le ofreció una mirada comprensiva.

—¿Acaso les ha picado una avispa preguntona?

—Dinos, con todo los detalles. ¿Te llamó? —Daniela alzó las cejas.

Miranda suspiró, comprendía que sus amigas tuvieran curiosidad. Habían llegado muy tarde para cuando le había soltado todo a Verónica, así que tenían que esperar a otro momento. No les contaría su situación a gritos en esa fiesta.

—No hemos hablado. Les dije que no hablaríamos. Eso sólo fue algo de momento.

—¡Eh, chicas! —Gritó Ben por detrás de la barra y Miranda agradeció que apareciera en ese momento—. Aquí tienen sus tragos.

Las cuatro se volvieron y le agradecieron a Ben por la bebida.

—Disfrútenlos —les dijo y luego miró a Daniela con ojos enamoradizos—. ¿Te veo en clase el lunes?

Todas miraron a Daniela con los ojos muy abiertos, ella se sonrojó pero asintió, sonriéndole a Ben.

—Claro, ahí nos vemos.

Él le sonrió y se fue a atender a otros que habían llegado.

—¿No que no? —le dijo Natalia, bebiendo de su mojito.

—Tienes que decirle, Dani. Si se ilusiona será peor —murmuró Miranda, dándole vueltas a su bebida.

—Yo creo que ya está ilusionado—Verónica se encogió de hombros—. Pero sí, tienes que decírselo. Aun si eso implica quedarte sin sexo.

—Son unas indiscretas —Daniela las fulminó con la mirada.

—¿No te gusta ni un poquito? Digo, para una relación —Natalia le apoyó una mano en el hombro a Daniela—. Mira que dulce es, si no se notara que está loco por ti, te lo robaría.

—Es lindo. Y es muy, muy bueno, si saben a lo que me refiero —Daniela asintió con ojos brillantes, viendo discretamente hacia donde estaba él—. Pero no lo sé. No me apetece una relación en este momento.

—Si no te apetece, no hay nada que puedas hacer para convencerte de que sí. Pero debes aclarárselo. Y hacerlo bien, antes de que las cosas se pongan feas —Miranda se encogió de hombros y se llevó el trago a los labios.

Estaba hablando para que no se notara lo distraída que estaba, porque en su mente, sólo estaba Parker. Se insultaba internamente a sí misma por pensar tanto en él, pero era inevitable. Quería pegar la cabeza contra algún sitio a ver si dejaba de pensar en él por tan solo cinco minutos.

—Miranda, no es por arruinarte el momento pero alerta de ex a las seis, a tus seis —le dijo Verónica con los dientes apretados y ella se ahogó a penas escucharla—. No voltees, no vayas a voltear que no te ha visto —ella bajó más la voz—. Olvídalo, ya nos vio, viene hacia acá.

Miranda lo insultó internamente. ¿Por qué él siempre tenía que estar en todos lados? Ella no lo había visto desde que habían roto y tampoco quería verlo. Pero ya que él se estaba acercando para hablarle, ella sólo pudo tragar saliva y esperar a ver qué pasaba. Y así dejaba de pensar en el señor sonrisa espectacular por unos minutos.

Sintió una mano tocarle el hombro y se volvió. Sí, definitivamente, ahí estaba Diego. Se llevó las manos a los bolsillos y le ofreció una pequeña sonrisa ladeada. Cuanto descaro podía caber dentro de una sola persona.

—Hola, Miranda —comenzó él, apretando los labios—. Te he visto de lejos y he pensado en venir a saludarte y saber cómo estabas.

—Hola, Diego. Estoy bien, creo que nunca me había sentido mejor —respondió ella, forzando una sonrisa—. ¿Y tú?

El ambiente se había puesto tenso, ella sentía como si pudiese cortar el aire a la mitad y hacer figuras con él.

—Bien, estoy bien —él se pasó una mano por el rizado cabello castaño y la miró por fin a los ojos—. Esto es algo tonto —masculló—. ¿Será que podemos hablar un momento? —deslizó la mirada hacia sus amigas y luego la volvió hacia ella—. A solas.

Verónica colocó su mano sobre el brazo de Miranda, ella la retiró con suavidad y asintió para tranquilizarla. Se terminó todo lo que quedaba de su bebida, que era casi toda, de un trago y se lo dejó a su amiga en la mano antes de seguir a Diego hacia la salida.

Afuera, la brisa era fuerte y le azotaba el cabello, sintió el frío colarse por las partes de su cuerpo que estaban descubiertas así que se rodeó con sus brazos, intentando entrar un poco en calor.

En ese momento, Diego aprovechó para lanzarle una mirada de arriba abajo, escudriñándola.

—Luces preciosa hoy, Miranda —dijo por fin, sonriendo.

Ella desvió la mirada y suspiró.

—¿Qué se supone que querías hablar conmigo a solas?

—Muchas cosas. Tenemos mucho de qué hablar.

Ella lo miró.

—¿De qué tenemos que hablar?

—De nosotros, Miranda —dijo él, soltando una risa—. ¿Por qué actúas así? ¿No te importa para nada escuchar lo que tengo que decirte?

Esta vez fue ella quien soltó una carcajada.

—¿Para eso me sacaste de la fiesta? ¿Para poder escuchar las tonterías que tienes que decirme? No quiero escuchar cómo te excusas a ti mismo, Diego —ella se alejó, dispuesta a irse.

—¿Excusarme? ¿Crees que te voy a llenar de mentiras? Simplemente quiero que escuches las cosas como fueron. Escuchaste los cuentos que los demás decían de mí, te los creíste y luego viniste y volcaste todo tu enojo sobre mí. ¿Y mis explicaciones no valen? ¿Mis sentimientos no valen? ¡Maldita sea! Tienes que estar jodiéndome. No puedes simplemente cortar todo entre nosotros así como así. No puedes, Miranda.

—¿Cuentos? —Se volvió a hacia él, con los dientes apretados—. ¿Tienes el descaro suficiente para decirme que todo eso fueron simples cuentos? ¡Te conozco más que nadie, Diego! Sé cuando creer algo que me digan de ti y cuando no. Eres un mentiroso y un cobarde. Eres un cobarde por no tener el suficiente valor para decirme que ya no sentías nada. Eres un cobarde por no decirme tú mismo que estabas saliendo con otra. ¡Es que no me hubiese importado tanto si me lo hubieses dicho tú! —Ella sintió como si el estómago le hubiese dado un vuelco. No sabía si era porque el alcohol estaba haciendo efecto o porque Diego aún lograba hacer que ella se sintiera indignada—. ¿Por qué demonios tenía que enterarme de la boca de alguien más?

—¡No quería herirte, Miranda! Sólo no me gustabas de esa manera. Al principio pensé que sí porque bueno, eres preciosa, siempre estuviste ahí para apoyarme. Y eras buena para mí. No tuve la valentía de decírtelo porque no quería romperte el corazón. Sé que soy un cobarde de mierda, no tienes que decírmelo. Créeme que ya me he torturado lo suficiente con eso. Pero lo menos que quiero es que te alejes de mí así como así.

—¿Cómo no quieres que me aleje de ti? —Miranda frunció el entrecejo. Sintió que las lágrimas le picaban por salir, pero no iba a llorar delante de él—. Me rompiste el corazón, Diego. Hiciste polvo todo lo que llegué a sentir por ti. No sé por qué confié en ti, siempre vi como eras con las chicas a tu alrededor. Era simple cuestión de tiempo que me lastimaras a mí también. Pero me quedé, porque pensé que sería diferente. Porque éramos amigos.

—¿Éramos? —Repitió él, apretando los labios—. ¿No lo somos más? Y sí era diferente contigo. Lo fue. Muy diferente.

—No lo fue. La única diferencia fue que soporté todo. Por eso estuvimos juntos tanto tiempo. Aguanté cada cosa que me hacías. Porque pensé que podíamos salir adelante juntos. Diste todo por sentado, y en lugar de hablarlo conmigo decidiste que era buena idea seguir engañándome porque si no ya no tendrías a nadie que aguantara tu carácter de mierda. Pero resulta que la gente se cansa de dar demasiado y no recibir ni siquiera la cuarta parte.

—Miranda, no quería abandonarte. No como lo hizo... —se cortó.

—¿Cómo lo hizo mi padre? ¿Eso es lo que ibas a decir, Diego?

—No, no, no. Mira... —suspiró—. Perdón.

—Adelante, dilo —soltó una risa histérica—. Pero ¿sabes qué? Al menos él se fue sin necesidad de mentirme y sin darme falsas ilusiones de que me quería. Tú, en cambio, no pudiste ni siquiera decirme la verdad. Admite que esperabas que me enterara por alguien más porque así no tenías que enfrentar el decírmelo a la cara.

—Miranda, por favor...

—Lo que más rabia me da, es que ahora lo que todos deben pensar de mí es que soy la chica que te tiraste y ya. Tú me engañas, todos se enteran menos yo, y al final la que queda con mala reputación soy yo. Tú eres el héroe que estaba acostándose con dos chicas a la vez. Y quien sabe si hay una tercera.

—Las cosas no fueron así, coño.

—¡No quiero saber cómo fueron! Quiero que me dejes en paz de una vez por todas. Me das asco —soltó ella, dándole la espalda y comenzando a caminar. Diego fue tras ella enseguida, tomándola del brazo y apretando el agarre para que ella se volteara.

—Suéltame —soltó entre dientes, mirándolo.

—¿Te doy asco? —habló él, con las cejas alzadas y la mandíbula tensa—. ¿Así es cómo vas a terminar todo? ¿Vas gritarme todo lo que tenías que decirme y no dejarás que yo hable? ¿Tanto asco te doy? —los ojos de él se cristalizaron y a ella el corazón se le apretó. No había querido herirlo, no era como él. No quería serlo.

—Suéltame, por favor —habló con voz más calmada.

Él soltó una exhalación y la liberó de su agarre. Pero ella no se movió, se quedó ahí, esperando a que él terminara.

—Lo siento. Siento mucho haberte herido, siento haberte engañado de esa manera. No lo merecías. Y tienes razón, doy muchas cosas por sentado. No sabía que habías aguantado tanto solo por mí. Tenías que habérmelo dicho, quizás así era más fácil dejarte ir. De haberlo sabido, nunca me hubiese arriesgado a decirte que quería algo contigo. Soy un imbécil y un cobarde de mierda. Pero es que... no he dejado de quererte, Miranda, lo juro. Solo que no te quiero como una pareja. Confundí mis sentimientos y arruiné nuestra amistad. Ahora ni siquiera tengo eso de ti, ¿cierto? Sólo he conseguido que me desprecies. No sabes lo arrepentido que estoy... —tragó saliva y se apretó la cabeza con ambas manos—. Si pudiera volver el tiempo atrás, te juro que jamás hubiera confesado lo que sentía. Lo haría solo para no perderte por completo.

››Y ya que no voy a volver a mentirte, ya que probablemente no me hables más, ya que nos estamos echando todo en cara, la chica con la que estuve... —él se mordió el labio y se pasó una mano por el cabello—, ella tampoco sabía que yo estaba contigo. Nunca se lo dije. Porque planeaba terminar contigo, sólo quería buscar la manera de no hacerte daño.

Miranda no podía sentirse peor con esa confesión. Parpadeó y un par de lágrimas se le escaparon en el proceso.

—Desgraciadamente, no se puede volver el tiempo atrás.

Él negó con la cabeza.

—Lo siento. Espero algún día puedas perdonarme.

—Ya no importa. Ya todo está hecho, Diego.

*****

Miranda torció el gesto cuando el líquido que estaba en el vaso de vidrio recorrió su garganta. Cerró los ojos y soltó una exhalación. Ya había perdido la cuenta de cuánto alcohol había tomado esa noche, pero no le importaba, le había dejado de importar hacía unos cuantos tragos.

—Miranda —habló Verónica con voz preocupada y el ceño fruncido—. ¿No deberíamos irnos ya a casa?

Miranda soltó una risa y se pasó la mano por el cabello.

—¿Por qué? —Respondió con voz espesa y borracha—. Ustedes nunca quieren irse temprano.

Sus amigas arrugaron la cara cuando el olor a alcohol salió de su boca.

—Bueno, podría ser porque estamos preocupadas de que caigas en coma etílico. Por eso. —Daniela la miró con expresión severa.

—Nada de eso —ella sacudió la cabeza y levantó la mano hacia Ben para pedir otro trago. Natalia le bajó la mano y cuando él se acercó, Daniela habló.

—Ey, Ben, si ella vuelve a llamarte, no vengas. Tiene prohibido seguir bebiendo, ¿vale?

Él las miró a todas alternativamente y luego vio a Miranda encogiéndose de hombros a manera de disculpa.

—Es hora de que nos vayamos, Miranda —Verónica la levantó como pudo con ayuda de sus amigas—. Tienes que aclarar tu cabeza ya mismo.

Miranda sintió que el corazón se le apretaba y que los ojos le escocían, pero no quería llorar. No quería llorar por ese idiota. No quería que él la siguiera afectando de esa manera. Porque ya le había hecho suficiente daño. Ya había tenido todo de ella y aún así no le bastaba.

Tragó saliva y sintió como las lágrimas le brotaban de los ojos sin que ella pudiera controlarlas.

Sorbió por la nariz y se pasó las palmas de las manos por los ojos con rabia.

—Es un mentiroso. Lo odio. Lo odio por hacerme sentir así. Aún después de terminar, sigue jodiéndome la existencia —la voz se le rompió a media frase. Lo peor de eso, es que era mentira. No podía odiarlo, porque en esos momentos se odiaba más a si misma.

Sus amigas se miraron con los labios apretados y luego llevaron a Miranda fuera del local. Ellas sabían que Miranda no quería abrazos, ni escuchar que ellas lo sentían, por que eso la pondría peor. Así que simplemente se montaron en el auto con ella. Verónica y Daniela entraron adelante, con Daniela de piloto. Y Natalia se recostó a Miranda en las piernas en la parte de atrás.

—Quiero hablar con mi hermano —susurró Miranda.

—¿Justo ahora? —Natalia le pasó una mano por el cabello para verle bien la cara—. No creo que le agrade escucharte así. Digo, estás borracha y herida. Se va a enojar y querrá tomar el primer avión para venir a partirle la cara a Diego.

Miranda gruñó.

—Si es la única manera de que venga a verme, entonces está bien.

Adelante, Daniela y Verónica se miraron mutuamente en silencio por unos segundos.

—¿No prefieres llegar a casa y llamarlo cuando te sientas mejor? —intervino Verónica.

Miranda suspiró y se volvió a limpiar las lágrimas, haciendo un esfuerzo por sentarse y apoyarse en el asiento. Natalia la ayudó.

—Lo llamaré cuando esté en casa, sí. Pero sólo porque creo que mi teléfono está muerto.

—Miranda... —Empezó Daniela.

—No, chicas. No digan nada, por favor. Ignoren mi estado de ebriedad y el hecho de que siento que estoy hundiéndome, porque no podré soportar si ustedes comienzan a sentir lástima por mí. Ya suficiente tuve hoy con el montón de miradas que recibí de los amigos de Diego. Así que ustedes no, por favor.

—Sinceramente, Diego no merece tus lágrimas, Miranda. No merece ni que te tomes un solo trago por él. No lo vale —la riñó Daniela.

—¿Crees que no lo sé? Estoy consciente de ello pero no puedo evitarlo. No puedo evitar sentirme así. Es que, si lo hubiesen escuchado. Para colmo me dijo que la otra chica tampoco sabía, ¿lo ven? ¿Ven el asco que me da haber estado con alguien así? Siento que no estoy así por él, estoy así por mí misma. A veces me odio un poco por haber confiado en él, por haberle dado tanto de mí... por suponer que él podía ser diferente conmigo. Siento que es mi culpa porque todo esto haya pasado. Y me odio más aún por llorar como lo estoy haciendo pero es que no puedo evitarlo.

Soltó más lágrimas y se apretó un lado de la cabeza con una mano.

Escuchó a Natalia suspirar a su lado y la vio limpiarse las gafas para luego volver a colocárselas. Le lanzó a Miranda una expresión seria.

—Bien, no debería decir esto. Porque estás borracha y triste, y porque eres mi amiga y no es profesional. Pero precisamente porque eres mi amiga y te amo y no quiero que estés así, te lo diré.

—Aquí vamos —sentenció Daniela desde su puesto, con los ojos fijos en la autopista.

—Ya la hiciste enojar —murmuró Verónica.

—Cállense —Natalia se volvió directamente hacia Miranda—. Primero que nada, aquí todas sabemos cómo es Diego. Estudiamos con él, básicamente crecimos con él. Pero de todas nosotras, tú eras su mejor amiga. Lo entendías más que nadie, lo apoyabas más que cualquier otra persona. Yo nunca entendí su relación, y apuesto que nadie más que ustedes lo hacía.

—Natalia... —comenzó Miranda.

—No. Vas a escucharme. Diego tiene traumas familiares, Miranda...

—Lo sé, yo también los tengo. ¿Y qué? No por eso lo engañé y le mentí.

—Déjame hablar —la cortó su amiga—. Precisamente porque tú también los tienes, lo entendías y lo apoyabas. Pero hay una diferencia, tú siempre has tenido a tu madre. Y a tu hermano. Él no tenía a nadie más que a ti. Estoy segura de que tú eres la única persona de la que él recibió ese amor incondicional, amor que no recibía en su hogar. Puede ser que Diego haya confundido ese amor fraternal que le brindaste y el que él desarrolló por ti, como algo más. Como algo romántico, cuando no lo era. Y se dio cuenta muy tarde —Natalia suspiró y se metió el cabello negro tras las orejas—. Con esto no estoy justificando su actitud hacia ti, ni su engaño, ni nada de eso. Porque sí, se comportó como un cobarde. Pero a la vez ha dependido de ti durante mucho tiempo. Y es posible que no te lo haya dicho de frente por eso, porque tiene miedo de estar sin ti. Porque no sabe que hacer si tú no estás ahí para guiarlo.

Miranda se quedó callada durante un momento, asimilando las palabras de su amiga. Era verdad. Nunca lo pensó de esa manera, pero Natalia tenía razón.

Diego había desarrollado cierta dependencia emocional hacia ella. Y fue tan ciega, tan incapaz de darse cuenta del camino que había tomado su relación durante todo ese tiempo...

—No puede ser... —sacudió la cabeza—. Que estúpida fui.

—No es su culpa haber tenido esa confusión. Así como tampoco es tu culpa lo que pasó, ¿de acuerdo? No puedes seguir culpándote de esto, Miranda. Estuviste mucho tiempo culpándote de lo que pasó con tu padre, como si hubiera sido por causa tuya que él se haya ido de casa. Estás haciendo lo mismo con esto. Te estás echando las cargas al hombro, cuando no debe ser así. Tu padre tomó sus propias decisiones. Diego tomó sus decisiones. Cada uno es responsable de lo que hace, y cada uno tiene que atenerse a las consecuencias de sus actos. Basta de sentirte mal por las decisiones que toman las personas a tu alrededor, no puedes hacer nada para cambiarlos.

››En tal caso, tú solo fuiste responsable en quererlo como lo hiciste. No controlamos nuestros sentimientos. No puedes controlar tu corazón, Miranda. Y tampoco puedes sentirte mal por quererlo. Lo hiciste, ya pasó, ahora sigue. Lo que sí puedes hacer es ir olvidándote ya mismo de eso que nos soltaste acerca de odiarte a ti misma porque le creíste. ¿Qué importa que hayas confiado en él? Eso hacemos cuando amamos a alguien. Ahora solo te queda seguir adelante, porque no puedes cambiar lo que pasó. Él tampoco. Y ahora ambos tienen que afrontar las consecuencias de eso. Es duro, pero estoy segura de que lo lograrás.

Miranda echó la cabeza hacia atrás en el asiento y suspiró. No le gustaba escuchar a Natalia decir todo eso, pero era porque tenía razón en todo lo que estaba diciendo.

Durante mucho tiempo, se torturó pensando que ella había hecho algo mal, y que por eso su padre decidió irse. Pero no era cierto, él tomó la decisión de hacerlo porque así lo quiso.

Ella conocía a Diego, y había sabido desde el principio que esa relación podía salir mal de muchas formas e igual aceptó estar con él, porque lo quería.

Había tomado la decisión, y justo ahora enfrentaba las consecuencias.

—No había pensado en él hasta esta noche, se los juro. Ni siquiera había querido hablar de lo que pasó. Le dije a Verónica que no quería escuchar su nombre. Pero esta noche... pensé que si hablaba con él y dejábamos todo claro podría por fin dejar ir esa parte de mi vida. Y es duro. Fue muy duro escuchar todo lo que me dijo, pero es más duro escucharte a ti decirme todas esas cosas ciertas...

—Eso no es así de fácil, Miranda. Olvidar todo lo que fuiste con él no será fácil, pero tampoco es imposible —Natalia la miró con expresión comprensiva.

—Supongo que no. Ya no quiero llorar más por él. Y lo siento si él me extraña, pero no puedo ser su amiga. No después de todo el daño emocional que me ha causado estar con él —sacudió la cabeza—. Y me duele dejarlo solo, me duele que no encuentre a nadie que pueda ayudarlo... pero no pienso dejar que siga descolocándome de esta forma.

—Es su decisión buscar ayuda. Y lo sabes. Eras su pareja, no su psicóloga. Ese fue un error de ambos.

Natalia se enderezó y se echó hacia atrás en el asiento.

Miranda asintió con la cabeza, mirando por la ventana.

—Gracias. Sé que no tenías que decirme todo esto, pero gracias.

Natalia estiró la mano y apretó la de ella de forma amistosa.

—Sé que lo necesitabas.

Verónica suspiró en el asiento del copiloto.

—Hasta yo necesitaba esa charla —se volvió hacia la pelinegra—. Natalia, eres grandiosa.

Se escuchó un sorbido de nariz de parte de Daniela.

A pesar de todo, Miranda logró esbozar una pequeña sonrisa.

—¿Estás mejor? —preguntó Natalia.

—Lo estaré.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro