4. Un atardecer en la playa
Miranda jamás lo habría creído si le hubiesen dicho que algo así pasaría. Estar en la habitación de un hombre a quien a penas conocía a punto de acostarse con él... no era algo que ella hubiese hecho ni en sueños, pero eso se lo dejaba a la chica que era en el pasado. En el presente, le gustaba Parker. Y le gustaba todo lo que él le hacía sentir. No era un simple desconocido. La conexión que tenía con él no era simple y menos que menos, algo corriente. Parker parecía sacudir todo dentro de ella, de una buena forma. La emoción que sentía era real, los cosquilleos por todo el cuerpo eran reales. Con el solo hecho de besarla, podía revolucionar todos sus sentidos. Y no se sentía para nada como algo incorrecto, porque estaba feliz, se sentía feliz por primera vez en mucho tiempo.
Así que se dejó llevar. Mientras Parker le daba pequeños besos en los labios, ella comenzó a desabrocharle los botones de la camisa y se la sacó, arrojándola al suelo. Él volvió a unir sus labios con los de ella, esta vez, en un beso largo e intenso a la par que deslizaba suavemente sus dedos por el cuello de ella, desamarrando su vestido. Acariciando suavemente toda la piel que quedaba al descubierto, luego bajó sus labios por toda la línea de su garganta y por sus pechos, deslizándole con las manos el vestido hasta que este cayó a sus pies. Su toque era suave y le dejaba toda la piel erizada. Parker la tomó por los muslos y la cargó, llevándola a la cama.
Su corazón latía frenéticamente dentro de su pecho, podía escucharlo, así como escuchaba las respiraciones agitadas de ambos, mezclada con suspiros y el sonido que hacían sus labios al chocar.
Parker saboreó el momento lentamente, no estaba dispuesto a hacer las cosas rápidas. Aspiró el aroma a playa que desprendía su cabello, mientras recorría con sus manos todo el cuerpo de ella. Mordía, lamía y plantaba pequeños besos en todo su cuerpo. La garganta de Miranda expulsaba sonidos de placer y eso era música para sus oídos. Era el mejor sonido que había escuchado en su vida. Se colocó encima de ella y la volvió a besar. Descubrió que le encantaba besarla, le encantaba la reacción de ella cuando él lo hacía. Y su rostro en ese momento era lo más precioso que él había visto: sus ojos color café brillaban intensamente con las pestañas enmarcándolos como la obra de arte que eran, la piel de sus mejillas bañada en un suave tono rojo que se le expandía hasta el cuello y las orejas. Y su sonrisa... Le gustaba tanto la forma en que ella sonreía.
De un momento a otro, la ropa de ambos quedó echa un revoltijo en el piso. Miranda sentía las manos de él en todos lados, en sus pechos, en sus caderas, en sus muslos. Con sus labios, él recorría cada centímetro de su cuerpo. Ella cerró los ojos y disfrutó de su calidez, de cómo la hacía sentir. Luego, se colocó a horcajadas sobre él y lo besó lenta y profundamente, quería transmitirle todas las sensaciones que él le provocaba. Quería que supiera que se sentía de maravilla estando así con él. Movió sus caderas contra él, enredó sus manos en su cabello y se pegó a su cuerpo lo más que pudo.
El roce entre pieles se sentía cálido y delicioso, como se había sentido cuando estaban bailando. Ella acarició su pecho y sus brazos. Su olor era perfecto, podía sentir la respiración agitada de él y en ese momento, ella sonrió. Porque estaba feliz, y porque no había otro sitio en el que quisiera estar mas que en sus brazos.
Parker le sonrió de vuelta y la miró a los ojos, su mirada azul verdosa era una combinación de ternura y deseo; y aún con sus ojos fijos en los de ella, la tumbó debajo de él y le plantó otro beso en los labios, a la vez que unía su cuerpo con el de ella.
Él no podía describir lo que sintió justo en ese momento, la calidez de ella cerrándose sobre él, apretándolo, fue la mejor. Miranda subió las manos hasta su cuello y él las agarró, entrelazando sus dedos. Cuando el ritmo de sus embestidas iba aumentando, Miranda cerró los ojos y se arqueó. Él bajó la cabeza y acercó su rostro al de ella. Sin besarla, a una distancia tan cercana que dolía, solamente para poder admirar su rostro mientras ambos sentían que ascendían hacia algún otro lugar muy lejos de ahí, donde solo existían ellos dos.
*****
Miranda recorrió con sus dedos el pecho de Parker. Los pequeños vellos rubios contrastaban con su piel bronceada y formaban un camino ordenado desapareciendo por debajo de su ropa interior.
Se apoyó en la mano libre, con el codo contra la almohada.
—¿Es muy tarde para decir que también tengo un flechazo contigo, Parker?
Él sonrió mostrando los hoyuelos y le dio una mirada divertida.
—¿Es muy pronto para que yo lo vuelva a decir? Pero esta vez lo confirmo.
—Ya no lo crees.
—Ahora lo sé —le dijo él.
Ella dejó de apoyarse en su palma y recostó la cabeza en el pecho de Parker.
—¿No sientes que es demasiado?
—¿Demasiado qué? —Parker apoyó la mandíbula en la coronilla de Miranda y empezó a acariciar la parte baja de su espalda como ella había estado haciendo momentos antes con su pecho.
—Demasiado pronto, demasiados sentimientos encontrados...
—Alto ahí —Parker la interrumpió—. No vamos a tener esta conversación después de haber hecho todo lo que hicimos.
—¿Te refieres al sexo?
—Sí. Pero también me refiero a todo lo demás.
—Es solo que...
—¿Es esto un momento de arrepentimiento, Miranda? Porque si lo es... —su voz sonó apagada y Miranda se sintió mal enseguida.
—No —lo cortó antes de que pudiera seguir y se incorporó para mirarlo a los ojos—. No estoy arrepintiéndome, no quiero hacerlo. Solo quería saber qué pensabas de esto. Porque... yo siento que estoy emocionándome más de lo que debería.
Parker levantó la vista hacia ella y las comisuras de sus labios temblaron, mostrando media sonrisa. Se incorporó también.
—Miranda. No hay nada malo con emocionarse. Eso nos hace humanos —extendió las manos y le alisó los lados del cabello, colocándoselo tras las orejas y luego las dejó sobre sus mejillas—. Si te hicieron creer que emocionarse demás es algo malo, pues esa persona está muy equivocada. Es bueno, es excelente. Porque sabes que estás viva. Y si te sientes insegura porque crees que después de lo de esta noche voy a salir corriendo pues... estás muy equivocada. Porque ahora creo que me será más difícil separarme de ti.
Miranda curvó sus labios en una sonrisa, y toda pizca de inseguridad que podía estar sintiendo, se esfumó.
Parker se acercó a ella y le beso en la frente, todavía acunándole las mejillas con las palmas de sus manos.
—¿Estás bien ahora?
Ella asintió.
—Gracias.
—Ven aquí —la rodeó con sus brazos y la tumbó a su lado en la cama—. No tienes que agradecerme por decir cosas que son ciertas.
Le acarició la mandíbula con delicadeza y unió sus labios con los de ella.
*****
A Miranda se le había olvidado la sensación de despertar por la mañana con una lluvia de besos, y no podía negar que era una buena manera de comenzar el día. Eso sin contar que la noche anterior también había sido excelente. Sacando su pequeño momento de inseguridad.
Parker se encontraba trazando una fila de besos por la curva de su cuello cuando ella decidió abrir los ojos. Quería bostezar y estirarse, montar la pierna encima de él y abrazarlo para que no se fuera. Y acurrucarse. Qué ganas de acurrucarse. Pero en lugar de eso, se tapó la boca con una mano y bostezó.
—Buenos días.
—¿Cómo amaneces, preciosa? —le dijo él, apoyándose en un codo para mirarla. Ella se dio cuenta de que él iba vestido ya. Por supuesto, se había olvidado por completo de las conferencias. Adiós a la idea de acurrucarse.
—Te has encargado de que amanezca muy bien —le sonrió—. ¿Ya te vas?
—Me encantaría quedarme acostado contigo todo el día, pero tengo la última conferencia en una media hora. Por supuesto que después de eso soy todo tuyo.
—No puedo quedarme aquí entonces, me da muchísima pena.
—Nada de eso —Parker sonrió y le dio un beso en la frente. Le estaban empezando a gustar mucho esos besos inesperados—. Quédate acostada el rato que quieras, puedes darte un baño si gustas y me he tomado la molestia de pedirte el desayuno, está sobre la barra. Quiero que nos veamos a las seis, ¿vale? Quiero mostrarte algo. Por supuesto que podríamos vernos antes. Pero a la seis sería bueno.
Miranda se quedó sorprendida. Alzó las cejas con asombro y sin saber qué más decir sonrió y asintió.
Luego recordó algo.
—Mmm..., solo tengo aquí el vestido que tenía puesto anoche. ¿Dónde fue que lo arrojaste?
Parker se echó a reír e hizo un movimiento con la mano hacia el piso.
—Debe estar en algún lado. Si vas a donde estás quedándote a buscar ropa, avísame. Pero de verdad, quiero que me acompañes a un lugar. A las seis.
Ella se incorporó y le dio un beso en la mejilla.
—A la seis. Lo prometo. Ve tranquilo. Y salúdame a tus amigos.
Recordó a Brett y Sam y que se habían pasado un poco de tragos la noche anterior. Esperaba que estuvieran bien y descansados a la hora de su conferencia.
Parker le guiñó un ojo y se incorporó.
—De acuerdo. Digo en serio lo de que desayunes y te duches aquí, hay todo lo necesario, no quiero que te sientas incómoda por ello —caminó hasta el armario y tomó su bata—. Nos vemos en unas horas, Miranda —le dedicó una sonrisa y luego salió de la habitación.
Miranda soltó la respiración que había estado conteniendo y volvió a tumbarse sobre la cama, frotándose el rostro.
Definitivamente Parker le gustaba mucho. Le gustaba tanto que estaba comenzando a darle miedo.
Sentía como si un millón de insectos, por no decir que eran solamente mariposas, estuviesen librando una batalla dentro de su estómago. No sabía si se debía a que estaba feliz, nerviosa, aterrada, o todo junto.
Pensó en lo que Verónica le había dicho antes. En ese momento lo había visto como la idea más loca que se le pudiese ocurrir. Y que días después, estuviese acostada en la cama de Parker, después de haber pasado varios días con él, después de haber pasado la noche con él, sinceramente no sabía cómo terminaría todo eso.
Estaba muy segura de que lo de ellos no era simplemente sexo, debido a que no lo habían hecho sino hasta la noche anterior. Era algo más. Y quizás esa era la razón por la que a Miranda todo le daba vueltas. La cabeza, el estómago con los miles de insectos en guerra peleando por cuál emoción debía sentir primero... hasta la habitación se estaba moviendo. ¿O eran ideas suyas?
Siendo sincera consigo misma, podía decir que no se arrepentía de lo que había pasado. Más bien, temía qué cosa terrible podía pasar a partir de ahí. Él realmente le gustaba, le estaba haciendo sentir demasiado y esa era la cuestión, eran muchas emociones para tan poco tiempo. Y el miedo estaba empezando a hacerle una mala jugada. Ahí estaba de nuevo la inseguridad que había sentido hacía unas horas pero multiplicada por mil.
Decidió arrimar ese sentimiento al fondo de los otros, donde estuviera tan lejos que su mente no pudiera alcanzarlo. Podía seguir feliz los días que le quedaban juntos. Ya tendría tiempo para preocuparse después.
*****
Esa tarde el cielo lucía precioso. Parecía pintado en acuarela con tonos naranjas, rosas y amarillos mezclándose en un infinito lienzo. El mar estaba en calma y los últimos rayos de sol coloreaban las pequeñas olas que se formaban en el horizonte de un ligero tono rojizo. Por otro lado, la brisa marina chocaba contra las hojas de las palmeras, provocando un sonido que le transmitía paz. Miranda se encontraba caminando por la playa con Parker a su lado, seguía sintiéndose un poco nerviosa, pero intentaba controlarse. La mano de Parker rozó la suya, y luego entrelazó sus dedos con los de ella, apretándoselos. Como si supiera lo que ella estaba pensando y sintiendo.
Había pasado un rato en la piscina del hotel, luego fue a la casa en la playa a cambiarse de ropa y aprovechó el tiempo para llamar a su madre. También estuvo tentada de llamar a sus amigas, pero pensó en que era mejor no decirles nada por ahora.
—¿Por fin me dirás a dónde vamos? —se volvió hacia Parker.
—A un sitio que te va a encantar, ya verás —dijo él sonriendo.
—¿Me das una pista?
Él meditó durante un momento y la miró.
—No. Ya estamos llegando, mira. —Parker señaló con la cabeza hacia adelante.
Cuando miró al frente y vio a lo que él se refería, el estómago se le cayó a los pies y los insectos guerreros que se hospedaban en él se quedaron quietos, al parecer, tan sorprendidos como ella por lo que estaba viendo.
Delante de ellos se extendía un gran muelle iluminado por unas cálidas luces colgantes, góndolas atracadas en la orilla decoradas con motivos de distintos colores y mariachis. Muchos mariachis.
Miranda logró divisar un par de góndolas navegando más allá del muelle. Se escuchaban música y risas a lo lejos. Mientras que la noche empezaba a caer tras ellos como un manto estrellado.
Los insectos volvieron al ataque y ella sintió que su corazón empezó a latir más rápido. Miró a Parker con la boca abierta.
—¿Por esto querías que nos viéramos justo a esta hora?
Él sonrió y los ojos se le iluminaron con un brillo travieso.
—¿No es hermosa la puesta de sol?
La brisa le movió el cabello rubio y ella quería decirle que él también era hermoso. Que parecía un hombre sacado de un sueño. ¿Cómo podía estar segura que todo eso no era una alucinación y todavía estaba desmayada en la playa?
—Es bellísima. Y el lugar... es precioso, Parker —soltó un suspiro—. ¿Cómo descubriste este sitio?
—Me alegra que te guste, fue recomendación de un amigo. Y ahora, vamos allí.
La llevó de la mano hasta el muelle. Y enseguida un hombre alto de piel morena y cabello blanco se les acercó y les dio una afable sonrisa. Tenía una camisa tan colorida como la decoración de las góndolas y esta le ondeaba con el viento.
—Bienvenidos, señor y señora Miller —dijo el hombre viéndolos alternativamente.
Miranda abrió mucho los ojos y Parker soltó una carcajada.
—No estamos casados —explicó Parker aun sonriendo.
El hombre alzó las cejas y luego asintió apenado.
—Lo siento, mi error. Bienvenidos de igual manera, su góndola está por aquí.
Los guió hacia una de las embarcaciones y Miranda le susurró a Parker en el oído.
—¿Nuestra góndola?
—Pagué una para nosotros solos.
Ella lo miró un momento.
—¿Por qué? ¿No es demasiado dinero? —evitó llenar su voz de nervios y tragó saliva. No le gustaba que gastase tanto dinero solo porque sí.
Él se encogió de hombros.
—Quería que tuviéramos privacidad. ¿Estás enojada por eso? —la miró.
Ella negó rápidamente con la cabeza y sonrió.
—No. Está bien.
Cogió la mano que él le ofreció para subirse a la góndola y ambos se sentaron en una pequeña mesa para dos que había adentro. No era como las que Miranda había visto en las películas románticas ambientadas en Venecia. Era lo suficientemente grande como para que la mesa entrara ahí, tenía un techo de madera oscura del que colgaban luces amarillas, verdes y azules. En un extremo, a unos metros de ellos estaban tres mariachis con los instrumentos en las manos y hablando entre ellos.
El señor de antes se acercó con una bandeja de comida y una botella de vino y las depositó sobre la mesa.
Miranda miró al señor y luego a Parker. Sin saber qué decir.
—Por favor, disfruten la cena. Y pasen una buena velada —les ofreció una sonrisa cómplice, una leve inclinación con la cabeza y se fue. Desamarró la góndola del muelle y le hizo señas al hombre que estaba sentado en la parte delantera.
Una vez que empezaron a moverse, Miranda alzó la vista hacia Parker.
—Con que señor y señora Miller, ¿eh?
—Te juro que no dije nada de eso cuando reservé —dijo él, sonrió de forma nerviosa y la miró—. ¿Te gustó la sorpresa? No es... ¿demasiado?
Ella sonrió y le agarró la mano por encima de la mesa.
—Es maravilloso. Todo es... —suspiró—, es tan romántico que estoy comenzando a creer que alucino.
—Está pasando realmente.
—Gracias. Por esta noche.
—Ni siquiera ha comenzado.
—Debo agradecer desde el principio.
—Bueno, ¿quieres un poco de vino?
Miranda asintió y dejó que él le sirviera. Los mariachis comenzaron a tocar una canción que ella conocía. La melodía le llegó y la envolvió en una nube de emoción.
Le dio un sorbo al vino y comenzó a tararear la letra.
—Es muy bonita, ¿no? —dijo Parker.
—¿Hmm?
—La canción.
Ella asintió con la cabeza y le sonrió.
—Es preciosa.
—¿Quieres bailarla? —antes de que ella pudiera responder ya él se había levantado de la silla y le estaba extendiendo una mano. Miranda la tomó y se levantó, dejó que él le pusiera la otra mano en la cintura y la apretara contra su cuerpo.
Bailar una canción lenta con Parker era algo que ella tenía en una lista mental pero no lo supo hasta ese momento. Las voces de los mariachis cantaban la letra de Sabor a mí con tanto sentimiento que ella tenía ganas de llorar. Posó la cabeza en el hombro de Parker y cerró los ojos mientras ambos se movían al ritmo de la música.
Sintió que él le acariciaba la espalda lentamente y dejaba un cosquilleo ahí donde tocaba. Tenía ganas de permanecer en ese momento para siempre. Rodeándole el cuello con una mano, y entrelazando su mano libre con la de él. Sus cuerpos encajaban de una forma tan perfecta... que parecía mentira.
La sensación de esa mañana volvió a calarle en los huesos. Sentía que todo estaba saliéndose de control. Porque todo estaba siendo tan maravilloso y tan fugaz, y eso quería decir que terminaría tan rápido como había comenzado. Volvería a su hogar y todo sería como antes. No sabía si iba a sentirse mejor que cuando llegó o peor, porque sin duda algo dentro de ella estaba cambiando, y era gracias a él.
La curiosidad por cómo terminaría todo estaba matándola, y no la dejaba pensar con claridad.
—¿Sucede algo? —Parker se separó para mirarla a los ojos—.Te quedaste callada de pronto.
—No, no es nada —ella negó con la cabeza y sonrió—. Es sólo que amo esta canción. Y bailarla contigo... quería disfrutarlo en silencio.
—¿Estás segura que es solo eso?
—¿Cómo se te ocurrió traerme aquí?
—Quería cenar contigo, quería ver el atardecer contigo y a pesar de que ya bailamos, quería volver a bailar contigo. Pero esta vez, en el mar.
—Pues es hermoso, gracias.
Él asintió, mirándola fijamente.
—Ahora sé sincera, ¿qué es lo que tienes?
—Es sólo que... —ella sacudió la cabeza y dejó de bailar, pero sin dejar de tocarlo—. Has hecho tanto por mí. La he pasado tan genial contigo que todo parece una especie de sueño, y no me gustaría despertar aún.
—Yo no creo que sea un sueño. Para mí eres bastante real —le dijo él, levantó una mano y le acarició la mejilla.
—¿Sabes una cosa? —soltó una risita nerviosa y miró sus dedos entrelazados—. Tengo miedo. No se supone que puedas sentir tanto por una persona que acabas de conocer. Siento que me sentiré horrible cuando me vaya. Porque después de esto tendré que regresar... y todo será igual que antes.
—Ey —Él la miró con el ceño fruncido, y le levantó la barbilla, viéndola fijamente a los ojos—. ¿Qué pasó con esa chica fuerte que hay dentro de ti, que me has dado la oportunidad de conocer durante estos días? No tienes por qué tener miedo de nada.
—Es sólo que...—Empezó a negar con la cabeza.
—Escucha, Miranda. Sé que tienes miedo, yo también, aunque no se me note. Estoy aterrado —Esbozó una sonrisa dulce—. Mira, no sé lo que vaya a pasar mañana, ni el siguiente mes, ni el año que viene. Un futuro incierto nos espera, y sólo nos queda vivir el presente como mejor consideremos ¿no crees? Tienes que dejar de preocuparte por lo que va a pasar y por lo que ya pasó —Miranda sabía a que se refería él con eso último—, y disfrutar el ahora. Porque es lo único seguro que tenemos.
Ella suspiró. Sabía que él tenía razón, lo que no sabía es por qué estaba actuando así. Le estaba comenzando a dar vueltas a todo, como siempre. Le estaba comenzando a ver la parte negativa a todo eso. Algo de entro de ella le decía que era muy loco sentir cosas tan fuertes por alguien en tan poco tiempo. Su mente le decía que eso estaba mal. Pero en su corazón no lo sentía así, se sentía bien, y eso era lo que hacía que dudara. Pero quería no hacerlo. Quería seguir estando bien, mientras podía.
Sonrió y se obligó a asentir con la cabeza, convenciéndose más a ella misma que a él.
—Tienes razón, Parker, lo lamento. Es sólo que mi mente me hace malas jugadas a veces.
—Estamos aquí ahora, juntos. Eso es lo que importa. No sabía que iba a conocerte, y tú no sabías que ibas a conocerme. Estamos aquí por alguna razón. No sabremos dónde estaremos mañana. No tenemos ni idea.
Ella volvió a asentir.
—Entonces, disfrutemos esta noche. La luna está hermosa, el cielo está comenzando a llenarse de estrellas y nosotros estamos vivos y estamos aquí. Deberíamos estar felices y agradecidos por eso.
Miranda esbozó una sonrisa.
—¿Dónde estuviste toda mi vida?
—Estudiando medicina —él soltó una risa y a ella se le contagió su alegría—. Pero creo que coincidimos en el mejor momento, ¿no lo crees tú?
—Estoy bastante segura de que así es.
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