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37. Las ventajas de un hasta nunca


―Por favor, no vayas a abalanzarte sobre él y a golpearlo ―Karla le rogó con la mirada mientras giraba la llave en la cerradura―. Creo que ya lo de tu hermano fue suficiente.

―Espera ―La mano de Miranda voló hasta la de Karla, impidiéndole que halara la reja para abrirla―. Espera un momento.

Aspiró aire profundamente porque sentía que sus pulmones no obtenían suficiente de él. Le había pedido a Karla que la llevara con Josué, con la idea absurda de matar dos pájaros de un solo tiro. El problema era que, estando ahí de pie frente a la puerta, ya no parecía una buena idea.

¿Y si era una decisión demasiado apresurada?

¿Y si no estaba lista?

Por otra parte, tenía la sensación de que ese era del tipo de situación para la que nunca se estaba lista. Dudaba sentirse segura algún día sobre eso, y ya estaba ahí, no podía echarse para atrás. No podía correr ahora que estaba tan cerca.

No podía huir de nuevo. Nunca más. Iba a enfrentarlo y a dejarle claro que ya él no tendría poder sobre su vida.

―¿Te sientes bien? ―dijo Karla, con un deje de preocupación en la voz―. Estás pálida.

Miranda tragó saliva y moviendo la cabeza en un gesto afirmativo como si no estuviera muriéndose por dentro.

―Sí ―respondió, quitando la mano de encima de la de Karla y dejando que abriera la reja.

Josué vivía en una pensión, y en cuanto entraron al lugar, un largo y estrecho pasillo poco iluminado fue lo que las recibió. Las paredes estaban descuidadas y a consecuencia de eso, la pintura se desconchaba en algunos sitios y en otros se podía ver el ladrillo que conformaba la pared. El aire apestaba a humedad y parecía que no podía respirarse bien ahí dentro. Miranda arrugó la cara y tosió un poco, siguiendo a Karla de cerca.

―¿Por qué no vive contigo? ―fue lo primero que salió de su boca, antes de que pudiera darse cuenta si la pregunta sonaba demasiado maleducada como para formularla.

Karla se encogió de hombros.

―No pienso aguantarme sus borracheras y tampoco tengo tanto dinero para alquilarle su propio sitio. A penas y me alcanza para pagar mi residencia estudiantil, y lo que le doy, ya sabemos en que lo gasta. O bueno, lo gastaba, está intentando eso llamado sobriedad, no sé cómo le estará yendo. Además, los dueños de este lugar murieron y todos los que viven aquí decidieron quedarse. Ya sabes cómo es, así que obviamente no pagan.

Miranda asintió, sin querer preguntar más. Ya no sentía los nervios atenazándole el estómago, pero quizás era porque el olor no la dejaba pensar en nada más.

Karla pareció llegar a la puerta metálica que pertenecía al piso de Josué y metió otra llave en la cerradura.

Contrario a lo que Miranda se estaba imaginando, adentro no estaba tan mal como afuera. Las paredes estaban pintadas de un blanco que se había ensuciado con el paso del tiempo, y el piso era de cemento encerado con una apariencia verdosa. Una ventana justo al frente mostraba la casa de al frente y la brisa movía las cortinas raídas. No había casi espacio, eso sí, la pequeña cocina acababa justo donde empezaba la cama y la cama terminaba junto al baño. Había un mini freezer junto al fregadero y un ventilador frente a la cama.

Josué seguía dormido, a pesar de que eran las once de la mañana y de que ellas habían entrado por su puerta como Pedro por su casa.

―Papá ―Karla fue hasta él, sacudiéndole el hombro con cero delicadeza. Él soltó un gruñido y posteriormente, un bostezo. No sabía que cara tenía, pues Karla le bloqueaba la vista. Las sabanas se movieron y Miranda no pudo evitar quitar mirar hacia otro lado en el momento en que sintió que él iba a verla.

―¿Qué haces aquí? ―la voz somnolienta de Josué le provocó algo, solo que no estaba segura de que. Lo único que sí sabía era que no se trataba de algo bueno.

―Vine con alguien ―dijo Karla, haciéndose a un lado para que pudiera verla.

Miranda se quedó ahí de pie con las manos apretando con tanta fuerza la tira de la cartera, que habían comenzado a estremecerse por el dolor. No se movió. Miró fijamente a Josué y él le devolvió la mirada, con el reconocimiento brillando en sus ojos. Estaba más viejo y con toda la apariencia de alguien que bebe cerveza como si fuera agua, la barriga redonda le sobresalía de la franelilla blanca. El cabello que alguna vez había sido castaño oscuro, estaba cubierto de canas y tenía la mandíbula recién afeitada.

―Hija...

―Te voy a pedir que no me llames así, por favor ―Tenía miedo de que la voz le temblara tanto como lo hacían sus manos, pero logró pronunciar una oración firme. Se enderezó y se mordió el interior del cachete, sin dar ningún paso hacia adelante. Esa área del piso podía quedar marcada con sus huellas, pero nada la haría moverse de ahí.

―Está bien ―Josué asintió, pasando sus manos por sus piernas, rascándolas―, Miranda. ¿Y eso que has decidido venir a ver a este viejo?

―Decidí buscarte antes de que tú lo hicieras, porque recordé que también tengo cosas que decirte. No voy a tomar mucho de tu tiempo.

Josué se levantó y Miranda dio un paso atrás por puro reflejo. Si daba otro, su espalda chocaría contra la puerta.

Karla parecía una etiqueta pegada a la pared, observando todo en completo silencio.

―No viniste a escucharme, ¿verdad? ―por una milésima de segundo, Miranda notó dolor en los ojos de Josué―. Pensaba buscarte y explicártelo todo cuando estuviera completamente limpio. Es difícil, pero lo estoy haciendo por ustedes.

―¿Y qué hay de ti? ¿No deberías hacerlo por ti?

―Supongo que sí ―bufó, asintiendo.

―Y no necesito explicaciones, por cierto, yo creo que está bastante claro todo.

―No quise irme, Miranda, tu madre me echó ―se excusó, arrugando el gesto y dando un paso adelante.

―Eso no es excusa para no hacerte cargo de alguien que decidiste traer al mundo ―Miranda parpadeó para ahuyentar las lágrimas y una risa incontrolable salió de su garganta―. La verdad es que nunca me hiciste falta, pero me hiciste creer durante gran parte de mi vida que había hecho algo mal, cuando el único que estuvo mal fuiste tú, y no tienes idea de lo mucho que me costó darme cuenta de eso. De las veces que pensé que si hacía algo mal, la gente a mi alrededor iba a dejarme porque era lo que tú habías hecho.

››No me valen pretextos, y ni siquiera sé si los quiero escuchar, porque ya las cosas están hechas. Huiste como un cobarde y decidiste que era buena idea traer a otra niña al mundo porque joderle la vida a una sola no era suficiente. Y henos aquí, años después, a los tres, cuando en mi vida creí que volvería a cruzarme contigo. ¿Cuándo decidiste que era un buen momento dejar la bebida? ¿Fue cuando abriste los ojos en casa de Parker y te diste cuenta de que podías pedirle dinero si fingías arrepentimiento? Puede que él se lo haya tragado, pero yo no. Y eso sí quiero que me lo expliques.

―¿Qué tú hiciste qué? ―Karla se despegó de la pared y observó a Josué con el entrecejo arrugado―. ¿Le pediste dinero, papá?

Miranda se giró de golpe a ver a Karla.

―¿No lo sabías?

Karla la miró con la boca entreabierta por la sorpresa.

―No tenía ni idea, te lo juro ―volvió la vista hacia Josué―. ¿Por qué le pediste dinero? ¿No te da vergüenza? ¡Es mi profesor, por el amor de Dios! ―Karla hiperventiló y se puso las manos en la cabeza, su tono subiendo varios decibles―. ¿Por qué no te buscas un trabajo? ¿No te da pena andar pidiendo como si necesitaras caridad? No es como si no pudieras, tienes tus dos brazos completos y tus piernas funcionan perfectamente bien. Si yo te doy dinero es porque a pesar de todo, eres mi papá. No tienes por qué andar pidiendo dinero a gente que ni siquiera conoces. Pensé que solo te había ayudado con lo de las reuniones, pero ya veo que no fue lo único. ¿Qué hiciste con ese dinero? Y me vas a decir cuánto fue, porque se lo vas a devolver. Y de mi bolsillo no saldrá.

Josué se removió incómodo en su lugar y tartamudeó un poco antes de responder.

―No lo usé para alcohol, de verdad ―miró a Karla fijamente―. Lo usé para pagar una deuda que tenía con un amigo que me había dado trabajo. Eso fue todo.

Karla entrecerró los ojos.

―¿Y acaso Parker es banco tuyo para que estés pidiéndole dinero?

―No parecía que lo necesitara. No es como si fuera a quebrar solo por eso.

Miranda abrió muchísimos los ojos y respiró hondo para no soltar la retahíla de insultos que comenzaron a subirle por la garganta.

―No me interesa ―contestó Karla, con las manos en la cintura―. Vas a devolver ese dinero, así que es mejor que empieces a buscar empleo.

Josué bajó la cabeza, aparentemente avergonzado. Nada de lo que hacía o decía lograba provocarle a Miranda una mínima porción de condescendencia.

―Lo haré.

―Bien ―Karla asintió, cruzándose de brazos y volviendo a recostarse en la pared como si nada hubiera pasado.

Josué alzó la cabeza y observó a Miranda.

―¿Me vas a dejar hablar?

―¿Tienes algo más que excusas para decirme?

―Sé que me odias ―él asintió, apretándose una porción de cabello con la mano―, y no puedo culparte por ello. No fui un buen padre para ninguna de las dos, y lo lamento. No estaba listo para encargarme de alguien más y fui un cobarde como dijiste, sí, pero ―su mirada se deslizó hasta Karla y el dolor reflejado en su rostro por primera vez hizo estragos en el corazón de Miranda―, cuando te escuché decirle a ese muchacho que me odiabas, de verdad me dolió. En ese momento, supe que tenía que hacer algo. No podía perderte también.

Karla abrió la boca y el labio inferior le tembló, parecía que iba a decir algo, pero la cerró y negó con la cabeza.

―A veces quisiera hacerlo ―dijo después de unos segundos en silencio―, haría todo más fácil.

Miranda se relamió el labio inferior y una lágrima solitaria le resbaló por la mejilla.

―Arregla las cosas con ella mientras puedas hacerlo, porque como has dicho, a mí ya me perdiste ―dijo, lo que hizo que Josué volteara a mirarla―. Haz algo por mí una sola vez en tu vida, y no me busques más. Ni cuando estés completamente sobrio, que espero que puedas lograrlo, ni cuando sientas que yo pude haberme arrepentido de mi decisión. No quiero verte más, y no quiero que sigas viendo a Parker. El poder que tu sombra tenía sobre mí, se acaba hoy. Así que por favor, por todo lo que nunca hiciste por mí, haz eso.

Josué se quedó mudo y Karla avanzó hacia ella.

―Miranda...

Ella negó con la cabeza y siguió mirando a Josué.

―No vine a arreglar las cosas, solo vine a dejarte en claro eso. No me apetece reconciliarme contigo, no te debo nada solo porque compartamos sangre. Así que espero que puedas entenderlo y que sigas con tu vida como has hecho hasta ahora, sin mí en ella. Y de verdad espero que puedas mejorar ―volteó la cabeza para mirar a Karla y consiguió la valentía para darle un apretón en el hombro―. Gracias por acceder a traerme aquí, pero ya me voy. Suerte. Espero que sus disculpas te sirvan de algo.

Karla asintió y apretó los labios, en un intento de frenar las ganas de llorar. Miranda le dio una sonrisa pequeña y abrió la puerta para salir de ahí.

No se volvió, atravesó el pasillo tan rápido cómo pudo, salió por la reja abierta como si le faltara el aire y no se detuvo en ningún momento hasta llegar a su auto y entrar en él. Cuando por fin pudo respirar, soltó el bolso y apretó las manos contra el volante, apoyando la cabeza sobre él y dejando que las lágrimas que se había aguantado, salieran una tras otra.

Esa sería la última vez que lloraría por él.

*****

―Mi mamá tenía razón ―El pecho de Miranda subió debido a la gran bocanada de aire que tomó antes de tumbarse sobre la cama de Verónica―. Me siento libre ahora que le dije todo lo que me había guardado durante estos años.

Verónica alzó las cejas pero una sonrisa se adueñó de sus labios mientras se los pintaba de un color vino.

―Me alegra que así sea. Ya era hora de que ese hombre quedara atrás. ―dijo, para luego cerrar sus labios y frotarlos entre sí.

―Está sepultado y execrado de mi vida ―suspiró, haciendo un gesto con la mano como si empujara algo―. Aunque me da pena con Karla. Creo que pensaba que yo iba con la intención de hacer las pases y que los tres seríamos como una familia feliz de película.

Su amiga dejó el labial dentro de la bolsa de maquillaje y volteó a ver a Miranda con las cejas alzadas.

―Si pensaba eso, pues no es tu problema. Lo mejor que pudiste hacer fue pedirle que se mantuviera alejado. Tampoco es que sea muy diferente para él comparado a como era antes. Solo que esta vez, fue tu decisión. Y eso es lo que sí marca la diferencia para ti.

―Ya lo creo ―Miranda señaló con la cabeza la ropa que Verónica traía puesta―. ¿Vas a salir con Eric?

Verónica asintió y se puso de pie, pasándose las manos por el vestido negro strapless que dejaba a la vista todos sus tatuajes.

―Sí. ¿Crees que se me ven bien las tetas? ―las señaló.

―Por supuesto, te ves preciosa ―Miranda asintió y se puso de pie, la sonrisa borrándose de sus labios―. Yo iré a mi cuarto a expresarle mis disculpas a Parker por mensaje, ya que solo en mis sueños podría estar allá para año nuevo.

La pelimorada abrió los ojos con espanto.

―¿Cómo que no irás?

―No conseguí nada. Faltan cuatro días para año nuevo. En caso tal de que consiga un vuelo, tendría que sacarme un ojo y pagar con él. Supongo que no lo veré hasta que regrese ―se encogió de hombros cuando un suspiro derrotado salió de sus labios y se movió, dispuesta a ir a su cuarto, pero Verónica la detuvo tomándola por los hombros.

―¿Ya contactaste agencias de viaje? ―entrecerró los ojos.

―No quiero un paquete de viaje.

―También venden solo boletos, Miranda ―Verónica la observó como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Ella levantó la vista.

―¿Hablas en serio?

Vero asintió con vehemencia.

―Sí, pendeja.

―Ay Dios mío ―Miranda se pegón el frente con la mano, cerrando los ojos un momento y tragando fuerte, sintiéndose demasiado estúpida. Segundos después, abrió los ojos casi como si se le fueran a salir―. ¡Ay Dios mío!

Salió corriendo a su habitación y agarró el celular de la cama, desbloqueándolo de inmediato y buscando como loca el número de Fran. Cuando dio con él, pulsó el ícono de llamar y se llevó el celular a la oreja, rogando para que le contestara rápido.

―¿Qué pasó? ―Verónica apareció en su puerta.

―Fran me dijo ayer que una amiga de su novia trabajaba en una agencia de viajes. Necesito que intente conseguirme algo—

―¿Aló? ―la voz de Fran sonó del otro lado de la línea y el corazón de Miranda disminuyó su velocidad.

―Aló, es Miranda. Fran, necesito que hables con la amiga de tu novia.

―Vaya, es urgente ¿cierto? Te oyes como si hubieras corrido un maratón.

Miranda exhaló una risa y respiró hondo, intentando calmarse.

―Sí, sí. Muy urgente. No necesito un paquete, y quiero un boleto solo de ida.

―¿Adónde?

―San Diego, California.

―Le diré a mi novia, te escribo en cuánto su amiga me conteste.

Miranda asintió aunque él no pudiera verla.

―Muchísimas gracias, Fran. Te debo una gigante.

―No vale, tú tranquila.

Colgó antes que ella y Miranda se quedó con el celular pegado a la oreja, se mordió el labio inferior y observó a Verónica, quien no había dejado de mirarla de forma interrogante.

―¿Y?

―Va a preguntar.

―Okey ―Verónica sacudió la cabeza con burla―. No puedo creer que no supieras que vendían boletos solos también.

Miranda se inclinó y tomó una almohada de su cama, lanzándosela a Verónica, pero ella la atajó en el aire y se echó a reír.

―Como sea ―dijo, lanzándole de vuelta la almohada―, agradece que me tienes.

―Lo hago.

Antes de que pudieran ponerse sentimentales, el timbre de la casa sonó y Verónica señaló detrás de ella con el pulgar.

―Me voy. Espero llegar y que tengas listo el equipaje.

Miranda asintió y se tumbó sobre la cama, con la esperanza floreciendo en su interior a pesar de que ni siquiera era seguro que viera a Parker para año nuevo. Pero el hecho de que existiera la mínima posibilidad de lograrlo, alborotaba los insectos bárbaros de su estómago.

*****

Parker giró un poco la cara y se miró en el espejo que cubría la pared del lobby del edificio mientras esperaba el ascensor. Se pasó la mano por la barba recién afeitada y observó con detenimiento el corte de cabello que le habían hecho: bajo en los lados y atrás y lo suficientemente largo en la parte de arriba como para que sus rizos tomaran forma.

No sabía de dónde había sacado los ánimos para ir a cortarse el cabello, quizás porque la pinta que tenía lo hacía parecer más deprimido y, ermitaño, como decía Brett. El mismo Sam le había dicho que se parecía al náufrago, suficiente para que tomara su cartera y fuera a la barbería.

Se pasó la mano por el cabello y se giró de vuelta a mirar el número de piso por el que iba el elevador, cuando su celular resonó en el interior del bolsillo de sus jeans.

No pudo evitar reírse cuando vio el nombre de su madre en la pantalla, pues era de las primeras que siempre lo hostigaba para que se cortara el cabello.

―Aló ―contestó―. ¿Qué hay?

―Pídeme la bendición, ¿qué es eso de qué hay? Habla bien.

―Perdón. Bendición.

―Dios te bendiga.

―Te tengo una buena noticia, me corté el pelo.

―¿Saliste de tu casa? ―Alicia sonó sorprendida―. Vaya, para variar. Me alegra que te hayas cortado esas greñas, ya parecías hippie.

Parker sonrió y se rascó la ceja.

―Lo dices como si me la pasara encerrado.

―Te he invitado a todos lados estos días y no has querido levantarte de tu cama. No puedes culparme por sentirme preocupada. No puedo creer que hayas viajado hasta aquí con la excusa de vernos y estés encerrado en tu apartamento todo el santo día. ¿No te aburres? ¿Te pasa algo? ―Alicia lo riñó del otro lado de la línea mientras él saludaba con un asentimiento a una pareja mayor que salió del ascensor. Entró en él, marcó su piso y se recostó de la pared.

Sí, en su defensa contra lo que decía su mamá, había estado durmiendo. Mucho.

―Mamá, por favor ―resopló, viendo los números del ascensor como si fueran lo más interesante del mundo―, estoy bien, no exageres. Solo me he sentido un poco cansado últimamente, es todo. No puedes pretender que esté en cada fiesta a la que tú quieres asistir, no me dan ganas.

―¿Y en qué momento yo dije que quería que vinieras a una fiesta?

―¿No es eso para lo que llamabas? ―Parker cerró los ojos, apretando sus dedos índice y pulgar sobre ellos.

―Es mediodía, ¿cómo voy a llamarte para una fiesta? No. Pero es que ni siquiera me dejas hablar.

―Tú que no hablas de una vez ―se quejó, frotándose el estómago cuando sintió que este rugió pidiendo clemencia. ¿Por qué el ascensor subía tan lento?

―Tu papá quiere ir a surfear a Coronado ―replicó, como si se estuviera mordiendo la lengua para no regañarlo.

―Hubieras empezado por ahí ―Parker se enderezó de golpe―. ¿Hoy?

―Sí ―su madre resopló con resignación―. Apúrate, que parece que un quinceañero poseyó a Mathías.

Parker sonrió.

―Estaré allá en una hora. Déjame llegar a casa y comer.

Las puertas del elevador se abrieron y dejó de escuchar lo que su madre decía del otro lado. Su voz pasó a un segundo plano, porque su atención estaba por completo en lo que veía frente a él.

―Mamá ―dijo a media voz―, te llamo luego.

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