28. Pequeñas casualidades
—¿Estás bien? —fue lo primero que salió de los labios de Diego, acompañado por un ceño fruncido.
Miranda se quedó un momento en silencio, procesando que se acababa de cruzar con la persona que menos tenía ganas de ver en ese momento.
Cuando salió de su asombro, abrió la boca un par de veces, se aclaró la garganta y volvió a hablar, forzando una sonrisa. No iba a permitir que él la viera triste.
—Estoy de maravilla. ¿Por qué no lo estaría?
Él la miró con expresión confundida y luego señaló hacia atrás con el pulgar.
—Es que... me pasaste por al lado. Ni siquiera me saludaste y parecías bastante... ¿rara? No sé. Pensé que te pasaba algo.
Miranda resopló. ¿Le había pasado por un lado? Ni siquiera lo había visto. Y si lo hubiera visto tampoco habría hecho alguna diferencia.
—Guao. Es increíble que estés hablándome en este momento como si no hubiera pasado nada entre nosotros —sonrió sin una pizca de gracia, sacudiendo la cabeza con incredulidad y se volvió de nuevo hacia la señora de los jugos para pedirle que le diera uno de naranja—. Bueno pues estoy bien, ya puedes volver a lo que sea que hacías —dijo, de espaldas a él.
—Estoy trabajando aquí.
Desde luego ella no se lo había preguntado.
—Bien por ti —replicó sin mirarlo.
Se cruzó de brazos y observó como la señora cortaba las naranjas y las exprimía una a una.
—Miranda... —Diego se aclaró la garganta.
—¿Qué? —lo miró—. ¿No deberías irte a trabajar? Te pueden despedir.
—Esto... —resopló—. Olvídalo.
La señora los observó alternativamente y luego sirvió el jugo en un vaso. Qué vergüenza. Se iba a armar una escenita frente a la pobre señora que solo quería vender jugos.
—Sí —ella estuvo de acuerdo—. Mejor.
Agarró el vaso que la señora le ofreció y le agradeció, sacándose un par de billetes del bolsillo y contando el pago antes de entregárselo. Se dio media vuelta y comenzó a caminar lejos del carrito. Lejos de Diego.
Por supuesto él no podía dejarla en paz y la siguió.
—No tengo ganas de hablar contigo —sentenció—. Por favor, déjame en paz.
—Mira, sé que la cagué. En grande —apuró el paso y se colocó delante de ella—. Y sé que no merezco que me des tu tiempo, pero... —sacudió la cabeza—. Extraño a mi mejor amiga, M. Hay tantas cosas... tanto que me gustaría contarte. Han sido unos largos meses para mí, es realmente una tortura si no estás y la única razón que me ha mantenido lejos es que sé que tú estás mejor sin mí y que debería mantenerme alejado por tu bien. Y por el mío.
Miranda asintió.
—En eso tienes razón. Lo mejor que puedes hacer es mantenerte alejado. Ibas muy bien hasta hoy.
—Perdón.
—Diego... basta. No quiero tener esta conversación.
Miranda se enderezó, lista para irse de ahí. Entonces, Diego volvió a hablar.
—Estoy yendo a terapia.
Ella se volvió, mirándolo fijamente.
—Después... después de la conversación que tuvimos fuera del bar ese día, me quedó muy claro la clase de mierda que fui contigo. Y... estuve hablando con Natalia durante un tiempo.
Miranda negó con la cabeza. Natalia nunca le había mencionado eso. Y aunque no debió dolerle que su amiga hablara con su ex, sintió una puntada en el pecho. Pero no tenía por qué sentirla. No tenía por qué importarle.
—No sabía que Natalia estuviera haciendo terapias.
—Ella solo me aconsejó ir. Estoy con otro psicólogo.
—Ah. Bueno, me alegro que hayas decidido buscar ayuda profesional. Natalia nunca me lo dijo.
—Le pedí que no lo te lo dijera... sabía que no querías saber nada de mí.
—No... bueno. Claro que me hubiera gustado saber eso —abrió la boca un momento y luego la cerró, tragó saliva y lo intentó de nuevo—. Lo único que puedo encontrar en mí cuando pienso en ti es rencor. Y no me gusta sentirlo. Porque duele. Saber que estás buscando ayuda... me ayuda a sentirme mejor por ti.
Él apretó los labios en una fina línea, con los ojos llenos de lágrimas. Ella quería decir que no le afectaba verlo así, pero ese día estaba más sensible que de costumbre. Probablemente fuera culpa del síndrome pre-menstrual.
—Entonces acepta mis disculpas, por favor. No te estoy pidiendo que me ames de nuevo, ni que volvamos a estar juntos. Solo quiero saber que tengo tu perdón. Y, en un futuro, cuando hayamos sanado por completo, quizás quieras volver a ser mi amiga.
Miranda sintió que los ojos se le cristalizaban. La puntada en el pecho solo incrementó. Tenía ganas de echarse a llorar ahí mismo. Por todo lo que estaba pasando. Su padre, Parker, Karla, Diego. Todo se le venía encima como una avalancha de emociones y lo único que quería hacer era derrumbarse por completo.
Tenía demasiado encima y quería liberarse un poco, ¿qué tal si la mejor manera de hacerlo era dejando ir su rencor hacia Diego? Por más que lo negara, sabía que el tiempo no lo había curado todo y que aún existía una espinita en su corazón que no la dejaba avanzar.
Sintió un nudo en la garganta y se empinó el jugo, bebiéndose medio vaso de un solo trago. El sabor cítrico de la naranja le ayudo a encontrar su voz.
—Está bien. Está bien. No quiero estar más enojada contigo, ni quiero seguir sintiéndome como me siento cuando pienso en lo que pasó. Estoy dejando ir mi rencor hacia ti en este momento. Quizás perdonarte me quite un peso que ya no quiero seguir cargando —soltó. Todo de una vez, quizás demasiado rápido, pero era mejor así.
Diego se permitió una pequeña sonrisa.
—Aún hablas demasiado rápido cuando estás estresada. Gracias. Es muy importante para mí saber que me perdonas.
Ella se mordió el labio inferior, asintiendo.
—Aunque no creo que en un futuro cercano pueda volver a ser tu amiga, Diego. Que te esté perdonando no significa que pueda volver a confiar en ti.
Él asintió.
—Está bien. No tienes que serlo si no quieres. Pero me has dado un poco de esperanzas al decir que no en un futuro cercano. Quiero permitirme ser un poco optimista pensando que algún día, así sea en diez años, volverás a serlo. Créeme, daré lo mejor de mí para recuperar tu amistad.
Ella quería decirle algo, negarse rotundamente a eso, pero su celular sonó, haciendo que volviera a la realidad. Habían tenido toda esa conversación en medio de una plaza. Qué horror.
—Bendición —fue lo que contestó cuando sacó su celular del bolsillo del bolso y atendió la llamada de su madre.
Diego le dio un asentimiento y luego se fue caminando hacia el interior del museo. No podía creer que se había ido teniendo la última palabra en aquella conversación.
—¿Miranda? ¿Estás ahí? —escuchó la voz de su madre del otro lado de la línea.
—Sí, sí. Perdón. ¿Qué decías? —respondió, bebiéndose lo que le quedaba de jugo y caminando hacia un banco que estaba camuflado entre un par de árboles. Así nadie podía verla conversar por teléfono. Si la atracaban, entonces podía convertirse oficialmente en el peor día de su vida.
—Me preguntaba si podías venir a la casa. Necesito que me des tu opinión de joven acerca de algo.
—¿Mi opinión de joven? —Frunció el ceño a pesar de que su madre no podía verla—. ¿Acerca de qué?
Su madre se quedó un momento en silencio.
—Bueno, es que tengo una cita.
—¿Una cita médica? ¿De trabajo? ¿Tienes una entrevista importante? —no entendía por qué su madre necesitaba su opinión para eso.
—Mmmm no. Es más como una cita amorosa. Esta noche. Y no sé qué ponerme.
Ah.
Era muy extraño que su madre hablara de eso. Hasta donde ella sabía, Bianca Castillo se había rendido hacía mucho con el amor. Necesitaba saber con urgencia quién era el afortunado en tener una cita con ella. Sospechaba que su madre no necesitaba ningún consejo de moda, es decir, era diseñadora. Suponía que era más bien algún tipo de crisis por haber aceptado una cita. Pero no replicó.
—Voy para allá. No estoy en la casa y tampoco me traje el carro, así que pasaré primero por ahí y luego iré contigo.
—Okey. Cuídate por ahí.
—Bye —se despidió.
El día había pasado de ser malo a completamente extraño. Lo bueno es que vería a su mamá. Y ella podía querer estar sola, pero la compañía de Bianca nunca estaba de más.
*****
Su mamá estaba dando vueltas con nerviosismo por toda la habitación, el vestido negro que tenía puesto se sacudía a su alrededor con cada movimiento de su cuerpo. Miranda se encontraba recostada en la cama de su madre, observándola con las cejas alzadas y media sonrisa en los labios.
—¿Crees que se ve bien, en serio? Siento que ir de negro a una cita no está bien —la mujer se echó el cabello hacia atrás y se sentó en la orilla de la cama con un sonoro resoplido, buscando la mirada de su hija para ver si compartían la misma opinión.
Su madre parecía una adolescente llena de nervios por una primera cita. Era muy gracioso. Y tierno. Y le llenaba el corazón de alegría. Lo cual era mucho decir en ese momento.
—A ver, necesito contexto —Miranda se enderezó y apoyó la espalda contra el copete de la cama, apoyando una pierna sobre la otra y cruzándose de brazos—. Porque no tengo idea de quién es este hombre, ni de dónde se conocen, ni en qué momento pasó todo esto. Estoy superperdida.
Bianca se recogió la larga cabellera negra en una cola alta y se puso nuevamente de pie para caminar hasta el armario y revisar entre su ropa.
—Lo conocí joven. Fue guitarrista de la banda cuando comenzamos. Por poco tiempo. Era el más estudioso de todos y su carrera no le daba tiempo para tener un grupo musical. Gustaba de mí, pero en ese momento yo estaba con el padre de Alejandro. Después de que dejó la banda perdimos el contacto. ¿Qué tal esto? —su madre sacó una blusa vinotinto con un escote que hizo a Miranda abrir los ojos exageradamente—. ¿Qué?
La joven sonrió y sacudió la cabeza.
—Nada. Es que... —se rascó un lado de la nariz—, es un buen escote. ¿Cómo se reencontraron?
Bianca se lo puso por encima y se miró el pecho.
—¿Está muy exagerado? —Volvió a mirar a su hija—. Nos conseguimos en la fila de una pastelería en el Hatillo. Me brindó un café y nos pusimos al día.
—Ajá —Miranda asintió, sonriendo—. Y aprovechó para invitarte a salir. Porque después de treinta años no se casó ni tuvo hijos. Solo pensó en ti, su amor imposible de la juventud.
—Se casó. —Explicó su madre—. Y se divorció poco tiempo después. Y tiene un hijo adolescente que vive con su madre, pero tienen buena relación padre-hijo.
Miranda asintió.
—Está bien. ¿Al menos sabes adónde va a llevarte, mamá? Eso también importa a la hora de escoger lo que te pondrás. O sea —soltó una risa debido a lo irónico de la situación—. Diseñas ropa para tiendas reconocidas del país y ¿no vas a saber qué ponerte para ir a una cita?
—Vamos a comer comida italiana en un bar italiano que no es elegante.
Miranda entrecerró los ojos.
—¿Lo de la elegancia fue sarcasmo?
—No. A según es bastante moderno, hay música en vivo, a veces van comediantes. Un bar-restaurant.
—OOKEY —Miranda se puso en pie y se acercó al armario de su madre, empezó a buscar entre la ropa hasta que vio la prenda en la que estaba pensando—. Entonces usa esto.
Su madre vio con incredulidad la chaqueta de cuero negra que colgaba de los dedos de Miranda.
—No puedes estar hablando en serio, Andreina. Ya no tengo veinte años. Usar eso ahora mismo...
—Me dijiste que estuvo en tu banda, lo que quiere decir que probablemente sea rockero todavía y se vista de negro y tenga una moto muy cool. Así que ponerte una chaqueta de cuero negra, unos jeans claros un poco desgastados y unas botas negras es lo que tienes que hacer. Y si quieres, debajo te pones esa blusa vinotinto escotada.
Su madre estalló en carcajadas.
—¡Es ingeniero, hija! No Steven Tyler. Lo único negro que usa son las franelas cuello redondo y quizás los trajes de vestir.
—¿Sabes quien también es ingeniero? John Deacon.
—¿Y viste cómo se vestía estando en Queen? —Su madre alzó las cejas.
—Bueno, mal ejemplo. ¿Qué tal Brian May? Astrofísico. Y aún así, cien por ciento con look rockero —insistió, extendiéndole la chaqueta. Su madre la tomó entre sus manos con un suspiro.
—No tiene una moto, y tampoco es rockero ¿okey? Lo digo porque cuando lo veas no quiero que te decepciones debido a unas expectativas locas que acabas de crearte.
Miranda alzó los brazos.
—Lo único que me importa es que te haga feliz.
Bianca le sonrió.
—Voy a bañarme entonces, para empezar a arreglarme. Gracias, mi niña.
—De nada, mamá —Salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí, caminó hasta la sala y se lanzó sobre el sofá como si este fuera su cama. Estiró la mano y agarró su celular que había dejado sobre la mesita de centro al llegar.
Lo giró entre sus manos un momento antes de desbloquearlo. Enseguida sonó, avisando que le quedaba quince por ciento de batería. Tenía un mensaje de Parker, lo cual hizo que una sensación extraña se apoderara de ella, pues no le había escrito en todo el día ni siquiera para desearle suerte con su clase o un buen día. Nada. Había visto su mensaje de la mañana y no le había respondido y aún así, él le había escrito sin importar la falta de comunicación de su parte. A veces, se sentía muy mal consigo misma. Y a veces, sentía que no merecía a Parker.
Apretó los labios en una línea recta y suspiró, incorporándose para que el celular no le cayera en el rostro cuando respondiera el mensaje.
5:36 pm – Parker: Espero que estés bien. ¿Te puedo llamar?
Eso era todo. No parecía molesto, pero por otro lado esa pregunta hizo que su estómago se revolviera de nervios. No le gustaba esa sensación.
Se mordió el pulgar antes de contestar.
6:06 pm – Yo te llamo, ¿estás desocupado?
6:07 pm – Parker: Sí
Sin pensarlo demasiado, le dio al botón de llamar.
El tono en la voz de Parker al contestar fue tan relajado, que la punzada en el estómago de Miranda solo se intensificó. ¿Era la única que se sentía rara con la situación? No podía ser. No le gustaba ser la única con ese nudo en la garganta.
—¿Está todo bien? —dijo Parker.
Miranda se tragó el nudo y contestó.
—Sí, vine a casa de mi mamá para ayudarla con un asunto. ¿Qué tal las clases?
—Estuvo bien. Les asigné su primer caso clínico.
—Ya pueden entrar en pánico entonces.
—Así es —Parker rió.
Listo. Se había quedado sin algo que decir. Frotó su mano libre contra su pantalón y comenzó a quitar hilos sueltos de la parte interna de su pierna.
Parker se aclaró la garganta.
—Miranda..., quiero que hablemos.
—Estamos hablando, ¿no es así?
—Sobre lo que pasó.
—Ya lo hablamos —respondió ella, sintiendo los ojos calientes, intentando sonar relajada. Pero no lo estaba y Parker sabía eso—. Y está todo bien, ¿no es así?
—Sé que no lo está —masculló. Su tono de voz cambió, sonando un poco ronco y cansado—. No quiero que esa pelea defina nuestra relación a partir de ahora.
Ella parpadeó y siguió jugando con los hilos sueltos, tomándose un momento antes de contestar.
—No, sé que no. Estaré bien, te lo prometo. No es algo que sea tu culpa. Se lo dije a Ale hoy, no estoy enojada con ustedes. Estoy enojada conmigo misma, quizás demasiado. La razón por la que no te escribí hoy fue porque necesitaba un momento para mí. Para pensar.
—¿Y cómo estuvo?
—Nada bien —soltó una risa—. Aunque tampoco he tenido mucho tiempo a solas —porque Diego había aparecido—. Te dije que vine a casa de mi mamá. Tiene una cita, y quería que la ayudara a buscar qué ponerse.
—Una cita —repitió Parker, y Miranda casi pudo ver los hoyuelos asomándose en sus mejillas de forma lenta—. Me alegro por Bianca.
—Sí —Miranda sonrió, girando el dedo alrededor de uno de los hilos y haciendo presión para arrancarlo—. En un rato viene el hombre, ya quiero conocerlo.
—¿Qué tal si seguimos el ejemplo de tu madre y tenemos una cita tú y yo?
—¿Hoy? —Miranda parpadeó.
—No, hoy no. Tengo unas tareas que corregir y clases que preparar. ¿Te parece este fin de semana? El sábado.
—Mi tesis es el lunes.
—Con más razón. Tienes que relajarte antes del gran día.
Ella se mordió el labio.
—Sí, y también tengo que repasar lo que voy a decir. Pero, en caso de que sí, ¿adónde iríamos?
Parker se quedó un momento en silencio.
—Teniendo en cuenta de que necesitas un lugar tranquilo para repasar lo que dirás, entonces iremos a un sitio donde podamos respirar aire fresco y quizás simplemente estar en silencio por un buen rato.
—No tengo idea de dónde vas a conseguir un sitio así de tranquilo en Caracas.
—Quizás no estoy hablando de Caracas.
Miranda soltó una risa.
—¿Es que vas a sacarme del estado?
—Cerquita. A unos sesenta, quizás setenta kilómetros. Mucha naturaleza, cerveza artesanal...
—¿Estás en Google Maps mientras hablamos?
—Puede ser.
—Está bien. Me convenciste con la cerveza artesanal —respondió, permitiéndose una pequeña sonrisa—. Y ahora voy a colgar. Mi teléfono puede morir en cualquier momento.
—Buenas noches. Saluda a Bianca de mi parte.
—Duerme bien —dijo, y colgó. Dejó deslizar su celular sobre su regazo y se echó hacia atrás, recostándose del espaldar del sofá. Una cita. No tenían una cita desde hacía mucho. Lo menos que quería era fingir que todo estaba bien, pero no se iba a quejar si en esa cita venía incluido sexo de reconciliación. Porque lo necesitaba mucho. Anhelaba la cercanía de Parker, no le importaba que la noche anterior hubieran dormido abrazados, porque eso no era lo que ella quería hacer con él por su cumpleaños.
Dormir abrazados después de una discusión era la última cosa de su lista de regalo de cumpleaños para Parker, sin contar la escenita que se había armado que hizo que cagara la noche por completo.
Quería estar tan cerca de él, con sus cuerpos tan juntos, que el calor extinguiera en llamas los problemas que había entre ellos. No era sano, pero lo deseaba. Ojalá los problemas se solucionaran así de fácil.
Se levantó del sofá, dispuesta a dejar de pensar tanto y conectar a cargar su celular, cuando el timbre de la puerta resonó por toda la casa.
Debía ser el señor no rockero sin motocicleta.
Se volvió para darse cuenta de que la puerta de la habitación de su madre todavía estaba cerrada, así que asumió que aún no estaba lista. Caminó con paso lento hasta la puerta y la abrió, cuando vio al hombre frente a ella, alto, con un suéter cuello de tortuga negro y unos pantalones de vestir oscuros, tuvo que contener la palabrota que le subió por la garganta debido a la sorpresa.
—¿Miranda? —El señor Moretti, mejor conocido como su asesor de tesis, estaba de pie frente a ella con una mezcla de confusión y asombro en su rostro. Su cara era todo un poema. Y la de Miranda no debía de ser muy distinta.
¿Por qué, de todos los hombres del mundo, su profesor de diseño estaba en casa de su madre?
No es que fuese feo. El señor Moretti era un italiano simpático, de unos cincuenta y tantos años, con barba canosa y cabello castaño semi rizado y gafas redondas que lo hacían parecer más profesor de filosofía que de arquitectura. Pero el hecho de que justamente fuera él, la hacía sentirse estúpida. Era como si el destino se estuviese burlando de ella en su propia cara.
—Señor Moretti... —Miranda se aclaró la garganta—. Por favor, dígame que se equivocó de apartamento y en realidad no tiene una cita con mi madre.
Él pareció confundido por un momento. Y luego su rostro se iluminó con una gran sonrisa y unos ojos que delataban que había desempolvado un recuerdo.
—¡Tú madre! Coye..., sí. Eres hija de Bianca. ¿Cómo no me había dado cuenta? ¡Eres idéntica a tu madre!
La sonrisa incómoda de Miranda se desvaneció.
—¿Eso significa que sí es la cita de mi mamá?
El hombro suspiró, asintiendo.
—¿Tan malo sería?
Miranda abrió la boca para contestar, pero la presencia de su madre atrás de ella la interrumpió.
—¿Por qué no has invitado a Emmanuel a pasar? Te enseñé modales —su madre miró a su profesor sonriendo—. Hola, Manu.
"¿Manu?" pensó Miranda, con creciente incomodidad en su interior.
Y eso fue antes de darse cuenta de que el hombre miraba a su mamá como si solo estuviera ella en la habitación.
Correcto. Hora de retirarse. Se quitó de la puerta lentamente, tomó su celular del sofá y se encaminó a su cuarto dispuesta a conectarlo al enchufe. Se había llevado ropa para pasar la noche con su madre, pero en vista de, era mejor irse en cuanto el celular tuviera un nivel de batería decente.
Se agachó frente al enchufe y perdió el equilibrio, cayendo de culo. Se quedó ahí un momento, riéndose. A veces sentía que su vida era parte de una película dramática o de algún libro, porque le pasaban cosas que serían divertidas de leer pero incómodas de vivir. Como que todo en su vida fuera una gran casualidad. ¿Realmente el mundo era así de pequeño?
Primero Parker resultó ser el mejor amigo de su hermano, la alumna de su novio resultó ser su media hermana y ahora su madre estaba saliendo con su asesor de tesis. Tesis que todavía no tenía lista, por cierto. A pesar de que era en menos de una semana.
Todavía se estaba riendo como una desquiciada cuando su madre entró en su habitación y se le quedó viendo confundida desde arriba. Se había puesto lo que Miranda le había dicho. Y además tenía los labios pintados de vinotinto curvados en una mueca de confusión.
—¿Se puede saber qué te pasa?
Miranda le extendió la mano para que la ayudara a levantarse. Su madre la jaló hacia arriba y cuando estuvo en pie, suspiro, para dejar de reírse.
—Tu cita es mi asesor de tesis —dijo, volviendo a reírse.
Su madre asintió.
—Acaba de decírmelo. Me ha dicho que se siente idiota por no haber notado el parecido antes y preguntar.
Miranda frunció los labios.
—Hubiera sido extraño que se acercara a su alumna preguntando si era hija de su crush de la juventud. O algo tipo "Te pareces muchísimo a la chica que me flechó en mis veinte". Así que menos mal no se dio cuenta —Miranda resopló, logrando controlar la risa por fin—. ¿Por qué no te has ido?
—Quería asegurarme de que estás bien y que esto no es incómodo para ti.
—Qué va —sacudió la cabeza—. Fue tu amigo y enamorado antes que mi profesor. O sea, sí, es muy extraño y me va a costar acostumbrarme, pero ve. Pásala bien. Y no llegues demasiado temprano.
Bianca sonrió y le dio un abrazo, el olor al perfume distintivo de su madre le llenó las fosas nasales y Miranda le devolvió el abrazo, sintiéndose muy feliz por ella.
—Puedes pasar la noche aquí —le dijo su madre al separarse, dándole una de esas miradas maternas que decía que sabía todo a pesar de que ella no lo dijera—. Y quizás mañana cuando estés descansada, quieras contarme qué sucede.
Miranda asintió.
—Anda, ve —le dio un empujoncito a su madre para que saliera de su antigua habitación.
Cuando su madre salió y la puerta de la casa sonó, avisando que el par se había ido, Miranda tomó una bocanada de aire y caminó hasta la cocina. Abrió los gabinetes de su madre, necesitaba algo de beber. Cualquier cosa. Consiguió un Merlot que ya había probado y no le había gustado su sabor. Tomó la botella, una copa y se sentó en el sofá, encendiendo la radio con el control remoto.
Escucharía música y bebería hasta que el vino la ayudara a digerir la cadena de sucesos que habían tenido lugar ese día.
Algo que le decía que le tomaría toda la noche.
¡Hola! Tenía este capítulo escrito desde hace como cinco días pero me faltaba editarlo y estaba indecisa en cuanto algunas cosas así que esperé a tener la mente más tranquila para releerlo, editarlo y publicarlo.
Es un capítulo que llevaba mucho tiempo queriendo escribir y creo que fue por eso que lo escribí en una sentada. Quería demasiado que llegara esta parte de la historia, porque lo que se viene es una montaña rusa de emociones y ni siquiera yo estoy preparada para ella.
Así que apretense los cinturones.
Chaíto <3
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