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23. Almuerzo desastroso


—¿Cuál fue la sentencia? —le preguntó a Parker, con quien estaba hablando por video-llamada. La había llamado la semana anterior para contarle como había ido el juicio. Pero hasta ahora, no habían dictado la sentencia de Bruno Foyle.

Desde la última vez que lo había visto en persona, Parker estaba un poco diferente. Llevaba el cabello un poco más largo y la barba de varios días cubría su mandíbula con una fina capa de vello rubio. Y su mirada mostraba lo cansado que estaba, a pesar de que sonreía. Aún con todo eso, no dejaba de verse atractivo.

—Lo han condenado a diez años en prisión por el intento de asesinato y a cinco más por lucrarse con el robo del dinero del hospital. Sin libertad condicional y una vez que salga, estará privado de ejercer algún cargo público por un tiempo.

—¿Y el cómplice?

—Ryan tiene que pasar tres años en prisión y dos años prestando servicio comunitario. A pesar de haber sido quien perpetuara el delito, tenía órdenes de Bruno. Salió herido en el intento y colaboró testificando en su contra. Además, resultó ser quien ayudó a Alexa a conseguir todas las pruebas de la malversación. Así que redujeron su sentencia.

Miranda asintió. Bruno tenía que pagar por lo que había hecho. Se alegraba de que ya todo hubiera pasado, pero las acciones de ese hombre habían dejado muchos efectos colaterales. Por suerte, Parker estaba bien y había recuperado la memoria, su mano estaba mejorando y él estaba dispuesto a seguir adelante, la cuestión era que él no había sido la única víctima.

Parker le contó que Alexa se había marchado. Ambas mujeres no tuvieron un muy buen comienzo, pero ahora que Miranda sabía por todo lo que tuvo que pasar, no podía no sentir algo de empatía por ella. Era una cuestión de perspectiva y entender cómo se había sentido Alexa durante todo ese tiempo.

—Y..., ¿no has sabido algo de Alexa?

Parker negó con la cabeza del otro lado de la pantalla.

—No. La última vez que la vi fue el día que te llamé. Por lo que sé, el dinero de los Foyle está siendo investigado a raíz de todo lo que pasó. No sé dónde está Alexa, no atiende nuestras llamadas. —Parker suspiró y se pasó una mano por el cabello, echándoselo hacia atrás—. Y su madre, Anne, no ha querido hacer ninguna declaración acerca de lo sucedido. Alexa me dijo que su mamá sabía lo que haría, y por eso estaba de viaje. No hay pruebas en contra de ella. Todo lo malo que encuentran acusa a Bruno.

—¿Pero no tiene que ser interrogada por complicidad?

—Supongo que ella nunca supo qué hacía su marido. Bruno es un machista, dudo que le haya dicho algo de lo que hacía. La única razón de que Alexa lo supiera era porque la utilizaba.

Miranda asintió lentamente. Definitivamente toda la situación le parecía estresante, no se imaginaba como se estaba sintiendo Parker, y mucho menos sus padres.

—¿Cómo están tus padres?

—Mi papá está pasando más tiempo en el hospital que de costumbre —Parker se quedó un momento en silencio y luego miró la pantalla, los ojos le brillaban un poco—. Mi mamá está más desconfiada que nunca. Pero se lo ha tomado mucho mejor. El comprador viene mañana. Por fin sabremos quién es.

—¿Aún no lo saben?

—Es todo un misterio. Solo mi mamá ha hablado con él.

—Bueno, mañana lo sabrás.

Parker asintió.

—Quiero regresar cuanto antes. Estoy esperando que las cosas se calmen por aquí.

—Tu cumpleaños es dentro de poco. ¿Crees que ya estarás de vuelta para esa fecha?

Él sonrió.

—¿Por qué? ¿Tienes algo preparado para mí?

—Quizás. Te extraño.

—Yo también te extraño. Lamento no estar ahí.

—Está bien. Tienes cosas que hacer.

—Volveré pronto. Estoy ansioso por volver a dar clases. Y por verte.

—Tus alumnos deben extrañarte. Estoy segura de que nadie da clases como tú. Por cierto, me gusta tu nuevo look.

Parker se echó a reír.

—¿Sí? Yo lo llamo no dormir casi.

—Eso sí que no me gusta. Deberías descansar más.

—Estoy haciendo rondas en el hospital mientras estoy aquí y he estado estudiando un poco también. Se siente extraño volver a entrar en un quirófano.

—¿Estás operando?

—No exactamente. Aunque...

—¿Qué cosa?

—Mañana tengo una cirugía.

Miranda sonrió y no pudo soltar una exclamación de sorpresa.

—¿Una cirugía real? ¿Tú solo?

—Bueno, quiero decirle a Brett que me ayude pero sí. Una cirugía real —Parker sonrió.

—Estoy muy feliz de que te sientas listo.

—Tengo mis dudas aún. Pero una vez que entre ahí, no puedo dudar.

—Lo harás bien. Tienes que confiar en ti.

—Lo sé. Gracias por confiar en lo que soy capaz de hacer.

—Para eso estoy. ¿Me prometes que luego de la cirugía vas a descansar y luego me vas a llamar para contarme cómo salvaste una vida?

Él asintió.

—Lo haré.

—Éxito.

—Gracias.

—Por cierto, ¿qué hay de Sam? ¿Por qué no lo vi mientras estuve por allá?

—Estaba de permiso. Fue a visitar a su familia en San Francisco, su madre estaba un poco enferma.

Miranda arrugó la frente.

—¿Pero está bien?

Parker asintió tranquilamente.

—Sí, ya está mucho mejor. No era algo grave, pero Sam quería asegurarse y por eso se ausentó unos cuantos días.

—Entiendo. Envíale mis saludos.

La puerta de su cuarto sonó al abrirse y Miranda dio un pequeño brinco en su cama.

Verónica entró como un remolino y se lanzó junto a ella bocabajo, amortiguando un grito contra el colchón.

Parker frunció los labios.

—¿Está todo bien ahí? —alzó las cejas.

—Es Verónica. Te llamaré luego.

Parker asintió y ella colgó luego de despedirse. Colocó el celular en la mesa de noche y se volvió hacia su amiga.

—¿Qué pasó, Ve?

Ella levantó la cabeza y se incorporó, sentándose en posición de indio y apretando una almohada con sus puños.

—Necesito que me acompañes a casa de mis padres.

Verónica tenía los ojos un poco rojos y el cabello corto se le había desordenado por enterrar la cabeza entre las almohadas.

Miranda frunció el entrecejo y esperó a que le explicara. No era normal que ella quisiera ir a casa de sus padres.

—Mi mamá me llamó hace un rato. Sabes que no me gusta hablar con ellos. Mi papá siempre actúa como idiota así que intento no atenderle el teléfono y cuando llama mamá es para preguntarme por qué le colgué a papá.

—Lo sé.

—Pero esta vez atendí porque bueno, mi padre no me ha llamado así que asumí que mi madre quería hablar conmigo para algo más que no fuera "Verónica no vuelvas a colgarle el celular a tu papá" —su amiga suspiró y se pasó una mano por el cabello para peinárselo—. Pero, ya estamos por esa fecha, ¿sabes?

Miranda asintió.

—¿Es mañana, no?

—Sí —Verónica se relamió los labios—. Le harán una misa. Me llamó para preguntarme si iba a ir. En realidad, para rogarme que fuera. Y no quiero ir sola.

—No me habías dicho eso de la misa—Miranda alzó las cejas. La hermana de Verónica había muerto hacía unos cinco años en un accidente de auto. Eran gemelas, y su pérdida había hecho que Verónica cambiara por completo.

Casi la misma cantidad de tiempo que llevaban viviendo juntas, pues luego de la muerte de Diana, Verónica no quiso volver a estar cerca de sus padres.

Verónica y Diana habían sido muy unidas, así que su muerte le había afectado bastante. Razón por la que ella no hablaba casi de eso, y mucho menos de que cada año sus padres realizaban una misa a la difunta.

—Porque no me gusta ir a esas misas. Fui a la primera y la odié. Sabes lo que opino acerca de eso.

Miranda asintió.

—A mí tampoco me gustan las misas. Así que, repíteme por qué vamos a ir. Mira que tu hermana era maravillosa y le tenía bastante cariño, pero una cosa no tiene que ver con la otra. ¿Quieres ver a tus padres por fin?

Verónica soltó un bufido.

—Por supuesto, Miranda. Tengo muchísimas ganas de que mi padre me suelte su discursito de siempre de cómo no le gusta la manera en que vivo mi vida y me eche la culpa de todo lo que pasó, otra vez.

Miranda se cruzó de brazos y vio fijamente a su amiga.

—¿Entonces?

—Es por mi mamá, más que todo. Iré porque a pesar de que no crea en eso, ella quiere que vaya. Dice que a Diana le hubiera gustado que compartiera tiempo con mi familia, y que de estar viva estaría muy decepcionada porque ya no los visito.

—Sabes muy bien que a mí nunca me ha gustado lo enojada que estás con tu madre. Con tu padre... bueno, puedo entenderlo. Pero de igual manera, creo que no está bien que tu madre intente manipularte emocionalmente para que vayas. Siento que deberías ir porque estás lista para reconciliarte con ellos y no porque te sientes obligada a hacerlo.

Verónica sonrió.

—¡Mira! Pero si estás aprendiendo de los discursos de Natalia. Eso es lo mismo que diría ella, o mi terapeuta —su sonrisa se borró tan rápido como apareció y luego se encogió de hombros—. Yo le dije lo mismo acerca de la manipulación sentimental. No aprendió nada de las terapias de familia a las que solíamos ir cuando yo era una niña —alzó su mirada grisácea hacia ella—. Pero creo que una parte de mí quiere verla, a pesar de que estemos peleadas por culpa de papá. La extraño, a veces. Prometió que hablaría con él, para que no... ya sabes, para que no sea tan él. Acompáñame, por favor.

No podía decirle que no. Si ella quería ver a su mamá, a Miranda le parecía un gran paso para Verónica. Y la apoyaría.

—Vale, iré. ¿Solo nosotras dos?

Ella negó con la cabeza.

—No. Les diré a Nat y a Dani para que vengan también. Necesito todo el apoyo moral posible para cuando vea al señor que me trajo al mundo.

*****

La misa fue más corta de lo que Miranda creyó que sería. El cura dijo unas cuantas palabras de cariño hacia la hermana de Verónica. Leyó un par de versículos bíblicos, rezó el Padre Nuestro y luego todo terminó. El patio de la antigua casa de Verónica fue el lugar de encuentro de familiares y algunas amistades de Diana que quizás creían en eso todavía.

Al final de la misa, todos se levantaron de los asientos que habían distribuido en el césped y se acercaron unos a otros a entablar conversación.

Miranda reconoció al tío materno de Verónica, que estaba hablando con su papá.

Verónica se acercó a ellas.

—Chicas, mi madre quiere que nos quedemos a comer.

Su amiga había intentado vestirse lo más adecuado a la situación posible. Tenía un suéter negro manga larga que ocultaba los tatuajes de sus brazos y unos jeans oscuros. Pero no se había ocultado las perforaciones que tenía en la cara y mucho menos las de las orejas porque su cabello era demasiado corto para esconderlas, y Miranda todavía podía notar el tatuaje que sobresalía del cuello de su suéter. Pero por supuesto a Miranda eso no le importaba, todo eso era parte de Verónica.

Sabía que Ve solo intentaba no darle de qué hablar a su padre. Todavía esperaba algo de él, a pesar de que Manuel Mendoza siempre encontraba un hilo del que tirar para hacer sentir mal a su hija.

—¿Y tú quieres quedarte a almorzar? —preguntó Natalia.

Verónica se encogió de hombros.

—Ya estamos aquí. Y hasta ahora mi padre se ha comportado como gente, así que no veo por qué no.

—¡Chicas! —Laura, la madre de Verónica se acercó hasta ellas sonriendo. Tenía el cabello castaño claro recogido en una cola de caballo—. No saben cuánto agradezco que hayan venido hoy. ¿Ya Vero les dijo para quedarse a almorzar?

Miranda no sabía si las demás se sentían tan incómodas como ella debido a la tensión que se había implantado como un manto a su alrededor, pero si le daban un cuchillo, estaba segura de que podía cortar el aire en dos con él.

A pesar de eso, le dedicó una sonrisa a Laura.

—Claro que sí, Laura. Será un placer.

Miró a sus amigas y ellas asintieron.

—¿En qué podemos ayudar? —Daniela habló tan amablemente que Miranda sintió que el ambiente se apaciguó un poco.

Laura negó con la cabeza.

—En absolutamente nada, querida. Son nuestras invitadas. Entren a la casa y pónganse cómodas. Manuel y yo vamos a despedir a todos y luego iremos con ustedes.

La cara de Verónica era una máscara de indiferencia. Laura ignoró la expresión de su hija y se fue a reunir con un grupo de mujeres que hablaban entre sí.

—Bueno... —Natalia rompió el silencio—. ¿Vamos?

—Vamos —soltó Verónica en un suspiro.

La casa de Laura y Manuel no era muy extravagante, contaba con el pequeño patio en el que habían estado y por dentro era bastante sencilla pero bonita. La arquitectura era bastante simple. Una casa de dos pisos con amplias ventanas que bañaban la estancia de luz. Aún estaba como Miranda la recordaba. La sala estaba repleta de unos cuadros preciosos que había hecho la abuela de Verónica cuando aún estaba viva. Los muebles color beige combinaban con las paredes crema. En una esquina de la casa estaba ubicada una consola de madera repleta de fotos familiares y unas cuantas estampillas católicas. Encima, colgaba una cruz de madera de unos quince centímetros.

Miranda no era católica, y tenía que admitir que las cruces siempre le habían dado algo de pavor.

Recordaba los días que había pasado allí cuando era una adolescente. Normalmente todas iban allí cuando los padres de Verónica no estaban en casa, Diana se les unía cuando no hacía algo con sus propias amigas. Si había algo que Miranda admiraba de la relación de las hermanas era que tenían la capacidad de ser unidas entre ellas sin limitar su círculo social a uno solo. Ambas salían con gente diferente, vestían diferente y les gustaban cosas diferentes.

A veces salían todas de la escuela a mediodía y sus padres no llegaban hasta después de las seis de la tarde. Así que tenían mucho tiempo para estar con la señora Linda y comer los deliciosos dulces que la abuela de su amiga les preparaba por las tardes.

Juntas tenían muy buenos recuerdos de esa casa, pero Miranda estaba segura de que Verónica recordaba más los malos momentos que pasaba cuando ellas no estaban allí. Lo único que siempre la mantenía un poco centrada era la estadía de su abuela, y la presencia de su hermana, pero ninguna de las dos estaba allí ahora.

Verónica suspiró a su lado.

—Extraño tanto a Diana. Todo sería mejor si ella estuviera aquí. Y extraño a mi abuela.

—Yo también las echo de menos —secundó Daniela, mirando detenidamente los cuadros colgados en las paredes—. Y extraño toda la comida que tu abuela nos daba cuando veníamos. ¿Recuerdan?

Todas sonrieron.

—Sus empanadas de pollo eran deliciosas —dijo Natalia, a la vez que se sentaba en uno de los sofás.

—Estoy de acuerdo —Miranda tomó asiento al lado de la pelinegra—. Siempre se encargaba de mandarnos a casa con el estómago lleno.

—Diana comía por las dos —dijo Verónica, con la vista ida—. Siempre comía el doble de lo que yo. De ambas, era la que tenía mejor apetito. Y no engordaba ni un poco. Mi abuela decía que saldría rodando cuando fuera mayor, pero a la vez seguía preparándole comida.

—Por eso tu hermana y yo nos llevábamos tan bien —sonrió Daniela—. Hacíamos competencia de quien podía comerse más empanadas en un tiempo determinado.

Verónica rodó los ojos y sonrió genuinamente por primera vez ese día.

—Le encantaba competir por cualquier cosa.

—Sí —Daniela miró a Verónica—. ¿Cómo estás?

La aludida se encogió de hombros.

—Ustedes están aquí, y eso me hace sentir mejor. Gracias por venir, en serio.

—No podíamos no venir —Natalia se levantó del sofá y le apretó los hombros.

—Tu madre está haciendo un esfuerzo, se nota —opinó Miranda y Daniela asintió estando de acuerdo.

—Eso es verdad. Estuvo muy atenta durante la misa.

—Pues sí, yo también estoy haciendo un esfuerzo. Veamos cómo nos va en la comida.

Como si Verónica los hubiera invocado, sus padres entraron a la casa, seguidos por el hermano de Laura. Si la memoria de Miranda no fallaba, aquel hombre alto y gordo se llamaba Omar. Se parecía a su hermana en el color de pelo y algunos otros rasgos, quitando la altura y la contextura que eran bastante diferentes.

Manuel no había cambiado mucho desde la última vez que Miranda lo había visto. Tenía el cabello claro más canoso y unas cuantas arrugas se habían sumado a su ya fruncida frente. De resto, seguía dando la impresión de un hombre de negocios bastante serio.

Laura los condujo a todos hacia el comedor de la casa. La mesa era bastante grande para que todos los presentes pudieran sentarse a comer allí. Esa mesa era solo para ciertas ocasiones, de resto, la familia solía comer en el mesón que estaba en la cocina. Al menos eso recordaba Miranda.

—Bueno, espero les guste lo que preparé —dijo Laura después de servir el almuerzo que consistía en puré de papas, milanesa de pollo y ensalada César. Todos empezaron a comer y Miranda intentó ignorar el silencio incómodo. Le iba a dar indigestión—. ¿Cómo está tu madre, Miranda? No he sabido de ella.

Miranda alzó la vista hacia la madre de Verónica y sonrió.

—Está recuperándose de una operación que le hicieron —respondió ella, y por un momento, casi prefirió hablar de lo que había pasado con su madre que de cualquier otro tema que podía surgir en esa mesa.

—¿Ah, sí? —Laura parecía sorprendida—. ¿Y eso?

—Tuvo que someterse a una cirugía para remover una masa que tenía en el cerebro —explicó Miranda—. Pero ya está mejor.

La mujer pareció preocupada.

—Gracias a Dios está mejor. Vero no me había comentado nada de eso —le lanzó una mirada a su hija.

—Fue todo muy rápido —Verónica se encogió de hombros—. Por suerte, el novio de Miranda es médico y consiguió que la operaran.

A Miranda no le gustaba que redirigiera la conversación hacia ella. Pero sabía que su amiga no quería ser el centro de la conversación. Así que sonrió educadamente ante la mirada que le lanzaron todos los familiares de Verónica.

—¿En serio? —De pronto, el padre de Verónica parecía interesado en la conversación—. ¿Y en qué está especializado?

—Neurocirugía.

—Y supongo que es mucho mayor que tú, ¿no? —preguntó el hombre mientras se metía un pedazo de milanesa a la boca.

—Manuel... —Laura le lanzó una mirada de advertencia y él se encogió de hombros.

—¿Qué? Es solo una pregunta.

—No tanto. —respondió Miranda. No veía como la edad de Parker podía ser de su incumbencia pero se abstuvo de decirle eso—. Tiene la misma edad que mi hermano.

Verónica le lanzó una mirada de disculpa, mientras que Daniela y Natalia parecían querer enterrar la cabeza en sus platos.

—Pues nos alegra que hayas encontrado a alguien. Y dile a tu madre que me llame cuando se mejore por completo, me gustaría comer con ella alguna vez —Laura le ofreció una sonrisa afable y luego miró a sus amigas—. ¿Y sus madres?

Ambas alzaron la cabeza.

—La mía está muy bien, ya sabe, con todo lo del restaurante —contestó Daniela.

—La mía está de viaje, como siempre —dijo Natalia.

—¿Cómo van los estudios, chicas? —preguntó Omar, quien había estado bastante callado. Probablemente, también sentía la tensión en el aire y quería romperla preguntando algo aparentemente inocente. Pero no lo era.

Todas se quedaron calladas un momento. Daniela estaba sacando la licenciatura en arte mención teatro ya que le gustaba bastante actuar. A la vez que ayudaba a su madre con el restaurante de su familia, tocaba en fiestas para ganar su propio dinero. Miranda no sabía cómo le daba tiempo para todo eso, pero la admiraba. Pero por supuesto no mencionó nada de eso. Solo respondió algo parecido a ‹‹me va bastante bien, gracias por preguntar››

Natalia estaba terminando psicología y ya había conseguido pasantías en una escuela de niños con discapacidad. Sin embargo, la pelinegra solo anunció que estaba a punto de graduarse.

Miranda no mencionó nada acerca de su proyecto. No quería que Manuel comenzara a comparar las carreras de ellas con lo que su hija había decidido estudiar y hacer con su vida.

La pregunta que había formulado el mellizo de Laura no era para nada inocente. El padre de Verónica se ponía histérico cada vez que recordaba que su hija era tatuadora.

Verónica era diseñadora gráfica. No ejercía simplemente porque no quería, y porque le iba bastante bien económicamente. La tienda de tatuajes en la que trabajaba recibía bastantes clientes y Ve era de las mejores.

El semblante del hombre estaba mucho más arrugado. Miranda no sabía si por ellas o porque a pesar de que habían dicho poco, igual recordó que no le gustaba lo que hacía su hija.

—Todas hacen cosas interesantes, Omar —dijo Manuel—. Excepto Verónica, que cree que colorearle la piel a las personas es una profesión.

Oh, no.

Verónica se quedó con la fija vista en su plato.

Miranda, Daniela y Natalia se vieron mutuamente. Todos en la mesa se quedaron congelados con el comentario que había soltado el hombre.

Era como si una bomba estuviese justo en el medio de todos esperando a estallar.

—Manuel... —advirtió Laura, por segunda vez en menos de media hora.

—¿Me estás diciendo que soy una inútil? —Soltó Verónica, interrumpiendo a su madre—. Pues a eso que tú le llamas colorear la piel de las personas le saco mucho más provecho del que tú le sacas a tu trabajo. Por suerte no estudié lo que tú querías, porque sino fuera una simple secretaria con un sueldo de mierda.

La bomba estalló.

—¡Tuvieras un futuro asegurado! ¿Crees que ese jueguecito de pintar te dará de comer toda la vida? ¡Y ese novio tuyo! Por amor a Dios, ninguno de los dos tiene futuro haciendo lo que hacen. Te... —el hombre movió su mano de arriba abajo señalando a Verónica—, te manipulas el cuerpo de esa manera sin pensar en el futuro. ¿Qué pasará cuando seas mayor y se te quite la fiebre por llevarme la contraria? Cuando quieras un trabajo de verdad, ¿crees que te aceptarán con ese montón de porquería en el cuerpo?

Verónica se puso en pie de un brinco.

—Por si no lo recuerdas: ¡Tengo un maldito título universitario! ¡Y no te atrevas a meter a Eric en esta conversación! Él no ha hecho nada para merecer que lo juzgues. Y yo tampoco tengo por qué soportar tus críticas sin fundamento. Sólo porque no te gusta lo que hago, ni cómo soy, ni cómo me visto; eso no te da derecho a lanzarme tus insultos simplemente porque no soy cómo quieres que sea. Solamente porque no soy como Diana —a Verónica comenzó a temblarle la mandíbula—. Diana está muerta. Y no regresará.

—¡Diana está muerta porque tú la mataste! —bramó Manuel.

Todos se quedaron en silencio ante la declaración llena de rencor que brotó de los labios del hombre.

Verónica soltó una risa que sonó más como un gemido.

—Desearía haber sido yo. Ojalá hubiera sido yo. Porque Diana era inteligente y brillante y le esperaba un excelente futuro por vivir. Si pudiera volver el tiempo atrás e intercambiarme con ella y morir yo, lo haría sin dudarlo. Pero créeme que no lo haría por ti. Lo haría por ella, para que pudiera ser quien estaba destinada a ser. Desgraciadamente no puedo y no sabes cuánto lo siento —Verónica tragó saliva—. Pero me cansé de que sigas culpándome. Y me cansé de ti y de tu espera a que yo sea igual que ella. Lamento haber sido yo quien sobrevivió al accidente. Ojalá hubiera muerto también. Mi castigo al sobrevivir fue tener que vivir con la culpa que ya me atormenta todos los días desde que ella murió como para que tú también me hagas sentir como una basura. Y ya fue suficiente de eso.

El tío de Verónica se quedó atónito cuando ella echó la silla hacia atrás de golpe y miró a su madre.

—Prometiste que hablarías con él —le dijo, con los ojos cristalizados por las lágrimas contenidas—. Ya sabes a quién culpar cuando no nos veamos más nunca.

Dicho eso, se volteó y salió del comedor.

Daniela se levantó enseguida y fue tras ella.

Natalia dejó el cubierto sobre la mesa con una tranquilidad que asustó a Miranda y miró a Manuel.

—Quizás usted no lo sepa porque no ha sabido nada de su hija en un buen tiempo, pero Verónica ya se mortifica lo suficiente con la muerte de su hermana como para que usted la llame asesina. Es su hija también, ¿sabe? Y la ha escuchado decir que desea morirse y se ha quedado ahí sentado sin pedir una miserable disculpa —Natalia le lanzó una mirada cargada de ira y luego volvió su mirada hacia Laura—. Y de usted esperaba más. Quizás que no se quedara callada ante todo lo que ha dicho su marido y que defendiera a su hija. Gracias por la comida, señora. Nosotras nos vamos.

A Miranda le parecía que ya era suficiente con lo que le había dicho Natalia, pero no podía irse de allí sin decir algo antes.

—¿Ha pensado en lo diferente que fuera todo si hubiera estado más tiempo con su hija desde pequeña? —Miranda lo vio fijamente a los ojos—. Si quizás sus hijas no hubieran sido criadas más por su abuela que por sus propios padres, si ambos hubieran estado más presentes en la vida de ambas, quizás... quizás ahora todo fuera diferente —alternó su mirada entre la pareja y luego hizo una línea con sus labios—. Pero supongo que nunca lo sabremos.

Ambas chicas se levantaron y Laura le lanzó una mirada furibunda a su esposo para luego levantarse e ir con ellas hacia la salida.

En el patio no había ni rastro de Daniela y Verónica.

—Lamento que todo haya terminado así —les dijo la madre de su amiga.

—Escucha, Laura —Miranda suspiró—. Yo no entendía mucho por qué Verónica también estaba enojada con usted. Pero hoy me di cuenta de la razón.

Natalia le lanzó una mirada de ‹‹Ya es suficiente, vámonos››. Pero ella prosiguió ante la expresión de confusión que se instaló en el rostro de la mujer mayor.

—Usted hace un esfuerzo. Pero se esfuerza en algo que no viene al caso. Quiere hacer pensar que su familia es perfecta tal y como está, cuando no es así. Yo sé de eso porque estuve mucho tiempo fingiendo que la mía lo era, hasta que acepté el abandono de mi padre y decidí ser feliz con lo que tenía. A pesar de que usted finja que todo está bien, en el fondo sabe que no es así. No es capaz de ponerle un alto a su esposo, y no sé la razón de ello ni la comprendo. Pero a costa de eso, está perdiendo a la única hija que le queda.

››Verónica vino aquí hoy porque la extrañaba, su hija extraña tener una madre y usted le prometió que las cosas serían diferentes. Ve no albergaba ninguna esperanza y aún así, logró hacerla sentir peor. No hay nada más feo que la pasividad con la que se queda viendo cómo su esposo desprecia a su hija. Espero que esta no sea la última vez que vea a Verónica, porque sería algo muy triste.

Laura la miró con los ojos llenos de lágrimas y asintió, a la vez que cerraba la puerta de la casa.

Natalia suspiró y se metió las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Esto ha sido un desastre.

—Ni que lo digas.

—¿Dónde crees que estén?

—En el mejor de los casos, esperándonos en el auto. Y en el peor, en algún bar de por aquí cerca. Tendremos que llamarlas.

Como si la naturaleza estuviera confirmando sus sospechas, un trueno rompió el silencio que se había esparcido en el ambiente.

Miranda observó el cielo nublado y frunció el ceño. Luego observó más allá y le dio un codazo a Natalia.

—Si no están en el auto, al menos no se lo llevaron.

Natalia se abrazó a sí misma.

—Si fuera ella, no quisiera estar en ningún auto justo ahora.

Miranda asintió y en ese momento, la lluvia comenzó a caer, mojándolas enseguida.

Entonces, ambas echaron a correr al auto.

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