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17. Luces nocturnas


—Teniendo en cuenta de que no lo han hecho desde Cancún y que él posiblemente no se acuerde, vas a tener una larga noche. Ya sabes, hasta que recuerde —Soltó Verónica desde la cama mientras se pintaba las uñas.

Miranda soltó una risa a la vez que registraba su armario en busca de algo que ponerse.

—Espero que así sea. ¿Debería ponerme alguna ropa interior en particular? —preguntó, alzando las cejas y mirando a su amiga.

Verónica lo pensó un momento.

—Depende. ¿Crees que será suave o que te arrancará la ropa en un sólo movimiento? —Sus ojos grises brillaron con diversión y luego sacudió la cabeza—. No, no me respondas. Es obvio que se van a arrancar la ropa sin contemplaciones. Así que no verá la ropa interior que te pongas.

—Debería llevarte la contraria y decirte que Parker siempre es suave. Pero no.

—¿Cuántas veces lo hicieron en Cancún como para que sepas eso?

Miranda se sentó al lado de Verónica y se encogió de hombros, pero sin evitar que una sonrisa se hiciera presente en su rostro.

—Lo suficiente, para ese momento.

Verónica asintió con una sonrisita cómplice en los labios y luego volvió a concentrarse en sus uñas.

—Doy gracias porque una de las dos esté teniendo relaciones.

—Lamento que ya no pasemos casi tiempo juntas.

Verónica comenzó a soplarse la mano izquierda y luego alzó la cabeza para que Miranda viera como ponía los ojos en blanco.

—Estás pasada de gafa. No te preocupes por eso. Tienes lo del proyecto, el trabajo y además a un médico que está buenísimo. No encuentro lógica para culparte por ello. Además, yo he estado full en la tienda. Luis ha lanzado promociones de tatuajes y perforaciones y va demasiada gente, lo cual agradezco porque mantiene mi mente ocupada. Así que estamos a mano.

—¿Sabes qué? Deberíamos tener fin de semana de chicas. Iremos al cine, o podemos ir a una fiesta o simplemente quedarnos aquí, obligar a Daniela a que nos cocine algo y ver películas.

—Me gusta el plan de que Dani cocine.

—Y a mí.

—Me encargaré de llamarla, y a Natalia. Tú hoy ve con Parker. Y no te sientas mal por pasar tiempo con él. Si Eric estuviera aquí sabes que me la pasaría más en su casa que acá contigo. O él estaría mucho tiempo aquí, en mi habitación. Oh Dios —Verónica echó la cabeza hacia atrás—, ya ni siquiera sé qué es besar.

—Ahora que lo mencionas, ¿has hablado con él?

—Hablamos casi siempre —Verónica asintió—. Pero por ahora somos amigos, hasta que regrese, si es que regresa o si es que no consigue a alguien mejor que yo mientras está fuera.

—Ve... —comenzó Miranda.

—Sabes perfectamente que está la posibilidad de que comience a gustarle alguien más —le cortó ella—. Precisamente por eso hablé con él antes de que se fuera. O puede gustarme alguien más a mí. Aunque lo dudo, ya que no he salido con nadie desde que se fue. Estoy seca.

—¿Y piensas que él sí?

—No lo culparía. Puede conocer a alguien con menos traumas psicológico que yo.

—Ya. Suficiente. Sabes que Eric te quiere muchísimo. Si estuviese con alguien, creo que ya te lo habría dicho. Ustedes nunca se han mentido, ¿no es así?

—Nunca. Pero eso no quita que en un futuro cercano, ya sabes, conozca a alguien.

Miranda se la quedó viendo con expresión de enfado porque eso no era lo que ella le había querido decir. Pero sabía que Verónica ya había dado el tema por zanjado así que se levantó y comenzó otra vez su búsqueda de algo que ponerse.

*****

Preparar la clase del lunes le llevó más tiempo del que pensó y la razón era que había estado dándole vuelta a muchos asuntos que nada tenían que ver con Anatomía. Lo principal era conseguir un momento en el que pudiera viajar durante siete horas hasta California, atender el asunto del hospital y regresar a tiempo para seguir con su vida. Podía hacerlo esa misma semana y salir de eso pronto. Aprovechando que aún no iba tan adelantado en las clases.

Si lo iba a hacer, tenía que tomar en cuenta que podría faltar a una clase, y tenía que avisarlo al jefe del departamento de la materia. No es que él quisiera ir, pero si quería aclarar cuál era su posición con respecto a dirigir el hospital de su familia, tenía que hacerlo en persona. Podía hacer lo mismo que Alexa: desentenderse del negocio que les pertenecía a sus progenitores. Porque para Bruno, el padre de Alexa, eso era todo lo que significaba el hospital; un negocio. Aunque para sus padres era algo más, y Parker sabía eso. Lo que hacía muy difícil que él se quedara al margen de todo.

Tenía que solucionar eso rápido, o se volvería loco de tanto darle vueltas a lo mismo una y otra vez.

Sacó su celular dispuesto a marcar el número de su madre y en ese instante le entró una llamada.

Miranda.

Sonrió durante un pequeño segundo antes de contestarle y luego cayó en cuenta de una cosa.

Mierda.

—Hoy es domingo —dijo en un suspiro al contestar.

—Es domingo —respondió ella en tono alegre—. Aunque no es un domingo soleado.

—¿Estás aquí? —preguntó él en tono incrédulo.

En respuesta, sonó el timbre de su casa. Parker se quedó congelado donde estaba. Mirando el desastre de libros esparcidos en la mesa del comedor.

—Así es y más vale que salgas rápido porque ya estoy cansada de ver tu puerta fijamente. Aunque es una bonita puerta.

Corrió hacia la puerta y la abrió, Miranda todavía sostenía el celular en la oreja. Al verla ahí de pie, con su vista fija en él mientras sonreía, se sintió muy culpable.

—Hoy es domingo —repitió.

Ella se lo quedó viendo durante un momento y luego se quitó el celular de la oreja.

—Se te olvidó.

—Lo siento muchísimo —cerró los ojos y negó con la cabeza, luego los volvió a abrir, pero Miranda no había cambiado su expresión, lo cual él agradecía—. Juraba que hoy era sábado y que aún tenía un día para hacer las compras.

El viernes en casa de la madre de Miranda, Parker la había invitado a ir a su casa. Se suponía que iba a prepararle la cena y tendrían una noche a solas.

—Soy un desastre —admitió.

Ella se encogió de hombros y le sonrió.

—Siempre podemos ordenar comida callejera. Dijiste que me ocupara de la bebida y como soy pésima en esto, traje cervezas —Miranda alzó una bolsa y se echó a reír—. Así que supongo que ambos somos un desastre.

—Adelante —la dejó pasar para luego cerrar la puerta, apoyando la espalda contra esta—. Disculpa el desorden, estaba... da igual. Se me olvidó, y lo siento. No tengo ninguna excusa.

Ella miró el montón de libros esparcidos en la mesa y luego volvió a mirarlo a los ojos.

—¿Qué tanto lo sientes?

—Puedo ir ahora mismo al supermercado y comprar algo para hacer la cena y así no cagarla por completo.

Miranda fue hasta la mesa y dejó su cartera y la bolsa de cervezas con tanta calma que Parker no sabía si estaba molesta o fingía no estarlo. Recorrió con la vista la sala de estar de Parker durante un momento y luego otra vez lo miró a los ojos.

—Supongo que no cenaremos en la mesa, está algo cargada.

Parker la miró con incredulidad.

—¿A qué estamos llegando? Porque no entiendo si estás molesta o... digo, tendrías derecho de estarlo porque-

—No lo estoy —ella lo interrumpió y se acercó a él, los tacones de sus botas negras resonaron contra la cerámica del piso—. No estoy molesta.

—¿Ah, no? —él alzó las cejas y ella le sonrió, negando con la cabeza. Lo tomó de las manos y lo alejó de la puerta.

—Podría estarlo. Podría enojarme e irme, pero eso no nos ayudaría a ninguno de los dos. No voy a gastar mi tiempo enojándome por tonterías, estoy intentando madurar. Ya estoy aquí, y podemos ordenar algo o salir a comer, o cualquier cosa. No me importa. Lo único que me importa es que estoy aquí contigo —Miranda lo atrajo hacia así y le subió las manos hasta el cuello—. Y estamos solos. Podemos hacer lo que queramos. Y tú —se mordió el labio inferior—, no me has dado el beso de bienvenida. Por eso sí podría enojarme.

Parker soltó una carcajada ante su declaración y luego atrapó sus labios en un beso lo bastante largo como para que todo su interior ardiera pero demasiado corto como para dejarlo con ganas de más.

—¿Ves? Ya todo se arregló —le dijo ella, alejándose un poco para verlo a los ojos—. Sígueme besando así el resto del día y te perdonaré por las futuras cosas que se te puedan olvidar.

—Creo que puedo hacer más que solo besarte.

Miranda sonrió.

—No puedo esperar.

Parker se separó de ella dolorosamente y tomó la bolsa de cervezas llevándola a la cocina. Miranda lo siguió mientras desplazaba la vista por toda la estructura de la casa. Él sonrió para sus adentros; en su mente, ella debía estar repasando cada esquina de la casa y el diseño de la misma.

—¿Quieres tomarlas ahora o esperamos a ordenar algo? ¿O quieres otra cosa?

—Por ahora estoy bien así.

—De acuerdo —Parker asintió y las metió en la nevera.

—Entonces... ¿tienen a alguien que haya cuidado la casa mientras estaban fuera? —le preguntó ella mientras detallaba la decoración de la cocina.

—Sí. ¿Viste la casa de al lado al entrar? Un antiguo amigo de la familia vive ahí, cuidó este lugar mientras no estábamos. Ven, te la mostraré

La casa de Parker era demasiado. Se notaba que la habían decorado con mimo y a Miranda le recordaba a una de esas casas de gente rica que salían en televisión, con un toque antiguo que si bien no estaba mal, no era para nada su gusto. Y a pesar del tiempo que no habían vivido ahí, estaba limpia y Miranda sospechó que se debía al cuidador de la casa o a que quizás habían cubierto todos los muebles con sábanas blancas como en una peli de terror.

Era una casa de dos pisos, con una escalera de caracol de madera que llevaba al siguiente, las paredes eran blancas y las cortinas doradas que cubrían las ventanas tenían volados y decoraciones espirales y estaban recogidas permitiendo el paso de luz natural en la sala de estar.

Del techo colgaba una gran lámpara Tiffany; que Miranda no sabía si era original pero probablemente sí. Los muebles eran beige y hacían juego con el resto de estantes de madera y demás.

La cocina donde habían estado un momento antes era bastante espaciosa, con gabinetes de madera y tenía una isla de granito negro justo en el medio, rodeada de un par de taburetes de madera.

—Tu casa es bastante... acogedora —dijo ella, cuando Parker comenzó a guiarla escaleras arriba.

—¿Tú dices? Yo diría que es... agobiante —él admiró la sala un momento antes de seguir subiendo las escaleras.

—Bueno, yo no quería sonar descortés, pero sí. Un poco. Es que, no soy fan de los espacios altamente decorados.

Parker soltó una risa.

—Es lo mismo que pienso yo. He estado pensando en remodelarla, y hasta en venderla. Mis padres me la dejaron a mí, por lo que puedo hacer con ella lo que quiera.

—¿No les importa que la vendas? ¿O que la remodeles?

—Voy a asumir que no. Y en cuanto pueda, empezaré a tumbar unas cuantas paredes.

Ella sonrió.

—Qué vivan los espacios diáfanos. Me ofrezco de ayudante para tumbar paredes.

Cuando llegaron arriba, Miranda se encontró con un largo pasillo con puertas cerradas a cada lado. Tenía que admitirlo, le daba un poco de pavor.

—Esta parte de arriba es más neutral. Las habitaciones quedaron completamente despersonalizadas una vez que nos fuimos.

—¿Eso quiere decir que no veré tu habitación decorada con autos y dibujos de Spiderman?

—¿Por qué crees que dormía en un sitio decorado así?

—No lo sé. Es la decoración estándar del cuarto de cualquier chico.

—No puedo negarlo —Parker se volvió para mirarla—. Cuando llegué me instalé en la que solía ser la habitación de mis padres. Soy un pésimo decorador, por favor no me juzgues cuando la veas.

Miranda le sonrió y lo siguió a través del pasillo hacia la derecha. Había una sola puerta abierta al fondo y Miranda dedujo que esa era su habitación.

—No sé cómo es que vives aquí tú solo. Es una casa muy grande... —y aterradora—, yo me hubiera mudado a un apartamento más pequeño.

Parker se encogió de hombros.

—No quería hacer nada hasta no estar seguro de que iba a quedarme.

La habitación de Parker era completamente blanca, la cama se veía nueva y estaba cubierta por sábanas azul oscuro y almohadas con fundas a juego. Al lado de la cama había una pequeña mesa con dos gavetas. Al frente descansaba un mueble de vidrio con una computadora portátil encima y en la pared, apoyado de unos soportes metálicos había un televisor pantalla plana. Ella lo señaló.

—Eh, al menos la habitación parece de este siglo.

Parker mostró los hoyuelos.

—Compré esto la semana pasada para al menos tener un sitio que no me sofocara como la excesiva decoración del resto de la casa. Y después acomodaré el baño. Luego veo cómo me va con el resto de la casa. Y gracias por ofrecerte a ayudarme con lo de las paredes.

Miranda se volvió completamente hacia él. Todo ese paseo por la casa y las palabras de Parker le habían provocado cierta pizca de esperanza que aún no se atrevía a revelar con emoción.

—¿Todo esto significa que vas a quedarte? ¿De forma permanente?

—En mis planes no está volver a Estados Unidos de forma permanente.

—Pero irás.

Parker asintió y apretó los labios en una fina línea.

—Sí. Posiblemente vaya cuanto antes —se metió las manos en los bolsillos de sus jeans y deslizó la vista por la habitación—. Pero quiero quedarme aquí.

Miranda sonrió internamente y luego observó sus pantalones.

—¿Cómo es que no estás en pijama? —soltó ella—. Si se te había olvidado que venía, entonces imagino que estabas en modo profesor, teniendo en cuenta el desastre de libros en la mesa de abajo. Pero estás vestido.

Parker se observó los pantalones de jean y luego la miró sonriendo a medias.

—Iba a ir al supermercado en cuanto terminara de preparar la clase. Creía que era sábado.

Miranda se acercó y lo rodeó en un abrazo, pegando la cabeza contra su pecho.

—¿A qué viene esto? —él la rodeó por la cintura con suavidad.

—Me alegra muchísimo que te quedes. Se que... tienes a tu familia y básicamente toda tu vida fuera de aquí, pero me alegra que hayas decidido quedarte.

No lo vio, pero sabía que Parker estaba sonriendo, mostrando los hoyuelos que a ella tanto le gustaban. Le acarició la mejilla con una mano y le echó la cabeza hacia atrás para darle un beso en la frente. Luego, se limitaron a mirarse mutuamente sin decir nada más.

Estaban tan cerca que Miranda podía sentir la lenta respiración de Parker. La tensión entre ellos era tan densa que también podía sentirla, pero no estaban haciendo nada para romperla. Solo estaban de pie, abrazados y mirándose fijamente. Y a ella le gustaba eso de cierta forma. Le gustaba tomarse el tiempo en detallar los ojos de Parker, que siempre parecían cambiar de color. Un día eran completamente azules con unas pocas motas verdes; y otros días, como ese, eran una mezcla perfecta de ambos tonos que a ella le recordaban el color del mar.

Y le gustaba detallar sus labios, también, que no eran demasiado finos ni tampoco demasiado gruesos, si no un perfecto punto medio entre ambos. Y encajaban bien con los de ella cuando se besaban.

Parker seguía acariciándole el rostro, le había delineado la superficie de los pómulos con la punta de sus dedos y justo en ese momento estaba trazando la curva de su labio inferior con el índice. Su toque era tan suave que podía ser casi imperceptible si no fuera porque esa simple caricia encendía todo en su interior. Si Parker hubiera tenido la más mínima idea de todo lo que su sola presencia y cercanía le provocaba, ninguno de los dos estaría vestido en ese momento.

—Bésame ya, por favor —susurró.

Parker enredó los dedos en su cabello y la acercó hacia sí, volviendo a besarla por segunda vez en ese día. Un poco más salvaje e intenso que sus otros besos, pero sin llegar a ser desesperado. Él seguía tomándose su tiempo en saborearla.

—Entonces... —masculló él entre pequeños y ardientes besos mientras deslizaba sus hábiles dedos por su espalda para quitarle la blusa—, ¿qué vamos a ordenar?

—No lo sé —Miranda metió la mano por debajo de su camiseta de algodón y se la sacó por encima de la cabeza—. ¿Pizza? ¿Comida china?

Parker arrojó su blusa al suelo y le acarició la espalda.

—Me gusta la comida china.

—Que sea comida china —respondió ella, quitándose la falda.

Sin poder esperar más, tumbó a Parker sobre la cama. Él sonrió y la miró fijamente, escrutándola de pies a cabeza. Nunca se cansaba de mirarla. Nunca se cansaba de contemplar lo hermosa que era. Sus pechos, pequeños y perfectos estaban cubiertos por una fina tela negra trasparente que dejaba a la vista sus pezones. Su abdomen y sus caderas eran un poco más anchas y le daban paso a la absoluta gloria que eran sus piernas.

Miranda se montó a horcajadas sobre él y se quitó el sujetador, arrojándolo a algún punto de la habitación que él no supo distinguir porque no podía dejar de mirarla. Ella tampoco podía dejar de mirarlo, empezó a desabrochar el pantalón mientras le sostenía la mirada. Parker no dejaba de sonreír.

—Tengo que decir algo urgente.

—¿Qué cosa? —Miranda le sacó el pantalón junto con los calzoncillos para luego le sostenerle la mirada.

—Acabas de volver a flecharme. De nuevo. Ya perdí la cuenta de cuántos flechazos he tenido contigo.

Ella sonrió y le rodeó el cuello con ambos brazos, acercándolo más y rosando sus labios contra los de él pero sin llegar a besarlo. Su pecho desnudo tocó el de él, y ella había extrañado terriblemente esa sensación.

—No sabes cuánto te extrañé. Pensé tantas, tantas veces en ti y en esto... en nosotros haciendo esto nuevamente. Y no quiero separarme de ti de nuevo.

—No tienes que hacerlo.

Parker hizo ademán de acariciarle las piernas pero luego se detuvo y se quitó la muñequera que cubría su mano izquierda.

—¿Está bien si te quitas eso? —ella parpadeó, volviendo un momento a la realidad—. ¿Estás bien?

Él asintió y flexionó los dedos un momento, luego deslizó ambas manos por sus muslos y comenzó a acariciarle la piel desnuda de su trasero y la piel cubierta por la fina tela de su ropa interior.

—Perfectamente —metió el pulgar por dentro de su ropa interior y le acarició la entrepierna. Miranda se apretó más contra él y arqueó la espalda, suspirando.

—Oh, eso es... —suspiró de nuevo, pero no logró decir más porque Parker calló sus palabras con un beso.

Miranda movió sus labios contra los de él, acercándose más, como si fuera posible estar más cerca de lo que ya estaban. Las manos de Parker viajaron hasta la punta de sus pezones y los acarició durante suficiente tiempo como para que ella gimiera contra su boca.

—Amo que solo tengas las botas de tacón puestas —le murmuró él al oído con voz ronca.

—También tengo puesto el blumer —ella se mordió el labio inferior.

—No por mucho tiempo —Parker la cogió de las nalgas y la tumbó debajo de él para luego sacarle la última prenda que le quedaba encima.

Ella cerró los ojos y sonrió, arqueando un poco la espalda mientras sentía los labios de Parker por todo su cuerpo, aguantó la respiración cuando comenzó a recorrer su vientre con delicadeza.

—Entonces... ¿con las botas puestas?

—Sí, por favor, sí. ¿Te he dicho que tienes unas piernas preciosas?

—No.

—Las tienes. En realidad, toda tú eres preciosa.

Parker se alejó de ella y abrió el cajón de la mesita de noche. Miranda escuchó algo rasgarse y se alzó sobre los codos para ver a Parker sentado en la orilla de la cama.

Se acercó a él a gatas y le habló al oído.

—Quiero estar encima.

—No voy a discutírtelo, ven aquí.

Entonces, gustosa, Miranda se acomodó sobre él, cerrándose encima de su cuerpo. Cuando comenzó a moverse suavemente, ambos soltaron un gemido.

Parker cerró las palmas de sus manos sobre su trasero y la apretó más contra él, Miranda echó la cabeza hacia atrás dejando que su garganta hiciera lo sonidos que quisiera.

Había extrañado muchísimo la unión de sus cuerpos, estando así tan juntos ella podía sentir las respiraciones de él, y el latido de su corazón.

Subió las manos hasta el cuello de Parker y bajó la cabeza para besarlo, mientras se movía sobre él, apretó los hombros de él con sus palmas. Quería asegurarse de que él era real, de que no era para nada un sueño. A pesar de que así era como se sentía.

*****

—No puedo creer que tengas una terraza y no me la hayas mostrado antes.

Miranda se llevó el último trozo de pollo agridulce a la boca y lo masticó pacientemente mientras veía el paisaje nocturno iluminado con las luces de la ciudad.

Parker sonrió y se llevó la cerveza a los labios.

—Te la iba a mostrar, lo juro. Pero comenzaste a quitarme la ropa.

—Tú comenzaste a quitármela —respondió ella, volviendo la vista hacia él—. Pero tranquilo, no hay que buscar culpables. Podría quitártela de nuevo —hizo un gesto con el dedo que abarcó todo el lugar—, pero aquí.

—¿Ahora? —bromeó Parker, señalando con la vista los envases vacíos de comida china que tenían al frente.

Ella rodó los ojos y le dio un codazo, sonriéndole.

—Por supuesto que no —volvió a mirar la ciudad que se extendía a su alrededor—. Me gusta el aire libre. Se siente bien. Siempre me ha gustado ver la ciudad de noche, las luces parecen titilar a lo lejos y es como si estuviera viendo un árbol de navidad gigante.

Parker asintió, observándola. Mientras ella se recreaba en la vista que permitía la terraza de su casa, él solo la veía a ella. La brisa nocturna le desordenaba un poco el cabello, estaba envuelta en una chaqueta suya que le quedaba demasiado grande y le ocultaba el cuello y parte de la barbilla. Sus ojos brillaban con emoción, y él no podía parar de verla.

—Veo que te gustó la chaqueta. ¿Te abriga bien?

Miranda sonrió y lo miró.

—Creo que ha llegado el momento de decirle adiós a esta chaqueta.

—Ni se te ocurra.

—Anda. Solo por unos días, mientras no estás. Así tendré algo que me haga sentir cerca de ti mientras estás lejos.

—Bueno, supongo que tenemos un trato.

Ella soltó una risa y bebió un trago de cerveza.

—¿Crees que podamos dormir aquí fuera?

—¿Quieres dormir aquí?

—Hay brisa, pero no es como si fuéramos a morir congelados o a resfriarnos —le dio una mirada pícara—. Sé que podemos calentarnos mutuamente. Y además, no me digas que nunca has visto las estrellas hasta quedarte dormido.

—Solía hacerlo de pequeño. Montaba casi que un campamento aquí afuera —él asintió—, pero por las mañanas tenía que ordenar todo de nuevo. Una vez le rogué a mi mamá para que me dejara hacer una fogata y terminamos quemando un montón de cosas para poder hacer una buena.

—¿Y tu papá?

—Trabajando.

—Bueno, no sé si me gustaría levantarme para hacer una fogata, pero me encantaría ver las estrellas contigo hasta quedarme dormida, Parker.

Él le rodeó los hombros con un brazo y la estrechó contra su costado, dándole un beso en la coronilla.

—Hecho.

*****

Las piernas de ambos estaban enredadas con la colcha que habían usado para arroparse la noche anterior, Miranda estaba apoyada sobre un codo mientras acariciaba los rizos rubios de Parker con su otra mano.

—¿A qué hora es tu clase?

—A las nueve. Y son las... —Parker se estiró con dificultad y vio la hora en su celular, el cual había dejado sobre la mesita de madera que estaba en la terraza—. Son las seis y cinco.

—Supongo que deberíamos levantarnos ahora mismo y comenzar a arreglarnos para continuar con la vida adulta.

—Así es —dijo él, más como un resoplido que como una oración, volviendo a tumbarse a su lado en la cama que habían improvisado la noche anterior.

Miranda deslizó su mano hasta el brazo izquierdo de Parker y tomó la mano de él entre sus dedos, acariciando la cicatriz que recorría su muñeca. Luego se la acercó a los labios y la besó.

—¿Sabes una cosa? Estoy segura de que tus manos funcionan muy bien. Ambas. —Le dedicó una mirada—. Anoche me di cuenta de ello.

Parker soltó una carcajada, la tomó de la cintura y la acercó más a él para darle un abrazo y posteriormente llenarle la cara y el cuello de besos.

—Nunca había estado tan agradecido de no tener vecinos tan cerca.

—Pues si alguien de por aquí tiene unos binoculares y tiene como pasatiempo espiar... entonces cabe la posibilidad de que nos hayan atrapado.

—En ese caso —Parker subió la cabeza y la observó a través de unos cuantos rizos que le caían sobre la frente—, espero que hayan visto suficiente como para dejar de espiar.

Miranda se echó a reír.

—Tengo una reunión con mi tutor de tesis a las diez y media. Pero aquí estamos, conscientes de que tenemos que irnos e incapaces de levantarnos.

Parker le dio un pequeño beso en los labios.

—Tienes razón.

—Si no nos apuramos ni siquiera nos dará tiempo de desayunar.

—Y probablemente haya cola en la autopista.

—Sí, mejor apurémonos —se incorporó y soltó un bostezo—. Tengo que orinar.

Cuando se levantó para ir al baño, su celular comenzó a sonar encima de la mesa al lado del celular de Parker.

Cuando lo cogió y vio el nombre de su madre en la pantalla, frunció el ceño. Estaba muy temprano para una llamada de su madre.

—Aló —contestó, mientras salía de la terraza y caminaba hacia el baño.

—Miranda... —su madre tenía la voz adormecida y se aclaró la garganta después de decir su nombre—. Estoy en... estoy en el hospital.

—¿Qué te dijeron? ¿Está todo bien?

—No me han visto aún. Estoy en urgencias.

—¿Por qué estás en urgencias? —preguntó ella, con un ligero tono de alarma en la voz.

Su madre resopló del otro lado de la línea y se quedó un momento callada.

—Me desmayé en la calle. No recuerdo mucho, pero cuando desperté una señora me ayudó y me trajo aquí.

—¿En qué hospital estás?

—Victorino Santaella.

—De acuerdo —Miranda cruzó las piernas, aún de pie en la puerta del baño y suspiró. Esperaba que su madre estuviera bien—. ¿Llamaste a Alejandro?

—No. No quise preocuparlo —se quedó en silencio un momento y luego habló—. Tampoco iba a llamarte a ti, pero me siento muy mal, hija. Muy mal.

—¿Y aún no te ven?

—No.

—Ya mismo voy para allá.

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