16. ¿Qué tan profundo es tu amor?
Lo primero que llegó a los oídos de Parker cuando entraron al apartamento fue la voz de Madonna sonando de fondo. La melodía pegajosa de La Isla Bonita inundaba toda la estancia, la cual estaba decorada minuciosamente, todo parecía en su sitio. Las paredes eran de un color crema y los muebles eran de mimbre con los cojines a juego con las paredes. Había un montón de flores por todos lados: unas margaritas puestas en la mesa de centro entre el sofá y las dos butacas, unos girasoles colgando frente al comedor y otro par de macetas de rosas en varias esquinas de la casa.
La madre de Miranda lo saludó como si se conocieran de toda la vida, su nombre era Bianca y él tenía que decir que era bastante jovial y hermosa. Llevaba el cabello oscuro suelto y un vestido de tirantes negro de flores que dejaba a la vista unos cuantos tatuajes. Intentó no actuar tan impresionado al respecto, pero sí lo estaba.
Podía ver de dónde había salido Miranda. Y la verdad es que se parecían bastante, a diferencia del color de cabello y la edad, eran muy parecidas. Y, en cuanto a Alejandro, sí tenía cierto parecido, pero Miranda y su madre eran dos gotas de agua.
—Es un gusto conocerte al fin —dijo Bianca.
—El gusto es mío —Parker le sonrió y le entregó una bolsa de papel—. Le traje esto.
—Oh, Dios. No me trates de usted —Bianca tomó la bolsa en sus manos—. Y gracias, no tenías que molestarte.
Mientras Bianca ojeaba dentro de la bolsa, una bola de pelos beige salió corriendo meneando la cola mientras daba saltos intentando llamar la atención de Miranda.
—Hola, lindura —Miranda se agachó y comenzó a rascarle la cabeza—. Parker ella es Ruby.
Parker sonrió y la llamó para saludarla, la perrita fue a su encuentro mientras lo olisqueaba.
Miranda se puso en pie y sonrió.
—Parece que le caes bien, pero primero tiene que inspeccionarte. Y, mamá, Parker no podía venir sin traer nada, así que te compró vino. Y galletas.
Bianca lo observó con ojos brillantes.
—Ya veo. Ponte cómodo, Parker —Bianca le sonrió afablemente—. ¿Quieres algo de beber? ¿Agua, café, jugo? ¿Vino?
—Un jugo estaría bien, gracias —él se sentó en una de las butacas y observó como Ruby se acurrucaba a sus pies. Así que sí le había caído bien.
—¿Y las chicas? —Preguntó Bianca desde la cocina—. Pensé que vendrían contigo.
—Verónica está en plena sesión y no cree terminar hasta tarde, así que me dijo que te pidiera disculpas por no venir. Natalia no me ha escrito, supongo que ya luego me dirá si viene o no. Y Daniela viene en camino —Miranda soltó la cartera sobre el sofá y luego miró a Parker—. Ya vuelvo, voy al baño.
Y desapareció por el pasillo que estaba a la izquierda.
—Entonces, Parker —Bianca se acercó a él con un vaso de jugo de naranja en la mano y se lo entregó, para luego sentarse frente a él en el sofá—. Eres el novio de mi hija.
Parker abrió la boca para responder y la cerró enseguida. Llevaban dos semanas saliendo. Y aunque su historia había comenzado hacía casi cinco meses atrás, no sabía exactamente qué etiqueta tenía lo de ellos y tampoco sabía qué decirle a su madre.
Ella se lo quedó viendo e intentó reprimir una carcajada. Falló.
—No se lo has pedido aún, ¿cierto?
Él negó con la cabeza y bebió de su jugo. Dios mío, ¿Miranda podía tardarse más?
—Ya veo —ella sonrió y se inclinó hacia la mesita de centro para tomar el control del equipo de sonido y subirle volumen a la siguiente canción en reproducirse; Another day in Paradise de Phil Collins —. ¿Sabes? Probablemente Miranda no quiere que te lo diga pero qué más da, no está aquí. Estos días está más feliz que de costumbre. No la había visto así en un buen tiempo... después de su última relación estuvo muy triste.
Parker sintió curiosidad acerca de ello. Quizás ella le había contado, pero él no recordaba esa parte.
—¿Hace cuanto fue eso?
—¿No te contó? —Probablemente sí, pero Parker no quería hablar de nuevo de su trágica historia—. Eso fue hace casi un año ya. Pero siéndote sincera, esa relación llevaba muerta mucho más tiempo.
Interesante. Cuando Parker iba a responder, Miranda salió nuevamente del pasillo y se les quedó viendo alternativamente.
—¿Por qué se callan?
Bianca la miró y sonrió.
—Por nada, hija. Iré a ver si está listo el pasticho —se puso en pie y pasó al lado de su hija para entrar en la cocina.
Miranda se lo quedó viendo y alzó una ceja.
—¿Qué te preguntó?
—Que si éramos novios —Parker suspiró y se terminó de beber el jugo de un trago.
—De acuerdo. Y... ¿qué le dijiste? —ella se acercó y se sentó donde antes había estado su madre, quitándole el vaso de las manos.
—No le dije nada. Me agarró fuera de base.
—Y... ¿quieres que lo seamos? —Miranda se lo quedó viendo con cierto brillo en los ojos y él pudo ver un atisbo de sonrisa en sus labios.
—¿Tú lo quieres? —preguntó él, extremadamente confundido e impresionado por la habilidad que tenían ambas mujeres en tomarlo desprevenido.
Miranda soltó una carcajada y se inclinó hacia él plantándole un pequeño beso en los labios.
—Creo que ya sabes cuál es mi respuesta —ella le guiñó un ojo cuando se separó y luego se puso en pie para ir hasta la cocina.
Sacó el celular de su bolsillo y mandó un mensaje.
5:45 pm – No te pareces en nada a tu mamá.
5:45 pm – Por qué estás con mi mamá?
5:46 pm – Cierto, Miranda te invitó.
5:46 pm – Bueno ya que estás, diles que me esperen para cenar. Se me presentó algo y por eso no he llegado.
5:47 pm – Algo o alguien?
5:47 pm – Aunque creo que también esperan a Daniela.
5:48 pm – Ok.
5:49 pm – Y fue algo, no alguien.
Parker soltó una risa y se levantó del sofá para ir hacia la cocina, cuando llegó, se recostó del marco de la puerta.
—Alejandro dice que lo esperen para cenar.
Bianca estaba agachada frente al horno y luego se levantó con una bandeja en las manos.
—Ese sinvergüenza, no ve a su madre en años y de paso se digna a llegar tarde a la casa.
La mujer sacudió la cabeza y colocó la bandeja en el mesón de la cocina para luego quitarse los guantes. El olor a salsa y queso inundó rápidamente el aire y la mamá de Miranda hizo una pequeña mueca de asco. Casi imperceptible, pero él no la pasó por alto.
—Yo sólo doy los recados —entrecerró los ojos—. ¿Puedo ayudar en algo?
Miranda se acercó y le extendió cinco manteles individuales.
—Pon esto en la mesa y dile a Alejandro que se mueva. Porque tengo hambre. Ya Daniela debería estar aquí.
Parker asintió y se dispuso a hacer lo que Miranda le había pedido. Mientras colocaba los individuales en la mesa, Bianca salió a paso rápido de la cocina tapándose la boca con la mano.
—¿Qué acaba de pasar?
—Creo que fue a vomitar —respondió Miranda, cuando él entró de vuelta a la cocina.
Parker señaló detrás de él.
—¿Quieres que vaya a ver qué sucede?
—No... —Negó con la cabeza y prendió una hornilla para luego colocar un sartén encima—. Te dirá que está bien, que solo comió algo que le hizo daño. La abordaré luego.
Parker asintió y se acercó a ella.
—¿Qué harás?
Miranda le sonrió.
—Plátano frito, obvio.
—¿Comes pasticho con plátano frito? —Parker sonrió mientras observaba a Miranda picar varios plátanos en tajadas.
—¿Tú no? —ella le sonrió de vuelta.
—Sin contar los patacones que comimos el otro día, la última vez que comí plátano frito fue, si mi memoria no me falla de nuevo, cuando te conocí en Cancún.
—Así que te acuerdas que pedí huevos motuleños porque el plátano frito es mi debilidad —comentó Miranda, arrojando las tajadas al aceite caliente.
Él asintió.
—Sí. Como si nunca se hubiera ido.
—Es bueno saberlo.
—¿Sabes si vomita a menudo?
—¿Quién? ¿Mi mamá? No. Ella no me ha dicho que se sienta mal —Miranda se quedó un momento en silencio—, pero nunca lo hace. Es decir, a ella no le gusta alarmarnos con algún malestar. ¿Por qué?
Él se encogió de hombros.
—Nada, es solo para asegurarnos. O quizás sí fue que alguna comida le cayó mal.
—O podría ser otra cosa —ella lo miró—. ¿Qué intentas decirme?
—Que te asegures de preguntarle si esto es a menudo o solo fue casualmente hoy.
Miranda abrió mucho los ojos.
—Oh por Dios —bajó la voz—. ¿Crees...? ¿Crees que esté embarazada?
Parker ladeó la cabeza y no pudo evitar sonreír un poco.
—Bueno —se rascó la barba—. No había pensado en eso, pero...
—¿Pero crees que lo sea?
—No lo sé.
—Le preguntaré —Miranda asintió.
El sonido de la puerta abriéndose los sacó de sus murmullos.
—Buenas —la voz de Alejandro sonó desde fuera—. ¿Dónde está todo el mundo? Traje a un acompañante.
—¡Aquí! —respondió Miranda.
Un momento después Alejandro entró con unas bolsas de mercado en las manos, las cuales dejó en el mesón, y con Daniela a su lado.
La pelirroja tenía un expresión que Parker no supo descifrar, pero al parecer Miranda sí, porque sonrió con complicidad. Daniela puso los ojos en blanco.
—¿Y mamá dónde está?
—Está en el baño —Miranda señaló a los dos recién llegados con el tenedor—. ¿Por qué están juntos?
—Daniela estaba abajo, al parecer tú no le contestas el celular.
—Lo siento, lo dejé en la cartera y cómo ven, ando un poco ocupada.
—¿Necesitas ayuda? —Daniela pareció rogar con los ojos que le dijera que sí, comenzó a quitarse la chaqueta rosa que tenía puesta.
—Si quieres ayudarme a servir la cena...
—¡Claro que sí! —contestó, quizás con demasiado entusiasmo.
—Dios, ¿por qué hay tanta gente en mi cocina? —Bianca apareció por fin, tenía los ojos llorosos, se había recogido el cabello en una coleta y al parecer se había lavado la cara. Tenía toda la pinta de sentirse mal, pero sonrió y saludo a Daniela.
—¿No hay un beso para mí? —Alejandro extendió los brazos.
—Ahora no, Alejandro —Bianca lo ignoró y fue hasta la nevera con la intención de abrirla—. No estoy de humor.
—¿Qué pasa? —Alejandro la miró con el ceño fruncido.
Bianca se frotó las sienes mientras sacaba una jarra de agua.
—Me siento un poco mareada, es todo.
—A mí no me parece —Alejandro tomó un vaso de uno de los gabinetes y le quitó la jarra de agua a su madre, sirviéndola para ella. Luego se la entregó.
—¿Ya te tomaste algo para las náuseas, Bianca? —Parker alzó las cejas.
—¿Náuseas? —repitió Alejandro.
—Voy a tomarme algo ahora mismo —dijo ella, saliendo de la cocina.
—¿De que me perdí? —Alejandro miró a su hermana.
—Creo que se siente mal, ve con ella. Yo termino aquí.
Alejandro salió detrás de su madre y los dejó a los tres en la cocina.
Daniela se quedó en silencio y luego comenzó a sacar los platos de otro gabinete. Parecía conocer muy bien donde estaba todo.
—¿Está bien tu mamá, Miranda?
Miranda apagó el aceite y negó con la cabeza.
—No lo sé.
*****
—¿Segura que estás bien? —le preguntó Miranda a su madre, quién estaba sentada en el sofá tocando unas notas en la guitarra con Daniela a su lado.
Después de la cena (cena en la que su madre no participó pues temía volver a salir corriendo a vomitar si probaba comida), Parker, su hermano y ella se habían reunido alrededor de la mesa a jugar cartas. Mientras que su amiga y su madre comenzaron a hablar de música.
—Ya te dije que sí, hija —respondió su madre de forma automática.
—No has comido nada —recalcó Miranda, mientras veía a Parker lanzar un dos sobre la mesa.
—Aún así, estoy bien. No tengo hambre.
—Creo que lo que Miranda quiere decir —intervino Alejandro, colocando un cinco sobre la mesa y llevándose otro cinco y un seis junto a su carta—, es que cocinaste e hiciste esta cena para compartir con tus hijos, y no comiste con nosotros. ¿Pasa algo malo, mamá?
Miranda y Parker compartieron una mirada. Y ella lo entendió perfectamente.
—Estoy bien —masculló Bianca—, creo que algo que comí me hizo daño.
—¿Has pensado en ir al médico, Bianca? —comentó Parker, casualmente.
—No. Por supuesto que no, sólo son náuseas. Sin ofender, Parker, pero no me gusta ir al médico. Siento que salgo más enferma de lo que entro.
—Ah —Parker sonrió—, no me ofendo. He lidiado con muchos pacientes a los que no les gusta ir al médico. Ya estoy acostumbrado.
—Bianca, ¿por qué no nos cantas algo? —Intervino Daniela, colocándole una mano en el hombro a la mujer—. Amo escucharte cantar.
—Oh no, no, no. Llevo mucho tiempo sin hacerlo.
—Yo creo que es una gran idea —dijo Alejandro, observando a Daniela de reojo.
—Si cantas conmigo —Bianca le sonrió a Daniela—, entonces lo hago encantada. No se lo pido a Alejandro porque sé que dirá que no.
Parker lo miró con expresión sorprendida.
—¿Cantas, Alejandro?
Su hermano se rascó la nuca.
—En la ducha solamente.
—De hecho, Alejandro canta bien. Pero no le gusta admitirlo —su madre le guiñó un ojo a Parker y luego les hizo seña a los tres—. Vengan, si voy a cantar, no me van a dar la espalda por estar jugando cartas.
Los susodichos se pusieron de pie y se sentaron cerca de Bianca. Miranda a un lado de su madre, y Alejandro y Parker en una butaca respectivamente.
—¿Y bien? ¿Cuál cantamos? —Bianca miró a Daniela.
Daniela tomó la guitarra de Bianca y se la puso en el regazo, se quedó un momento en silencio, y luego comenzó a tocar unas notas que Miranda reconoció al instante, mientras sonreía.
A su madre le brillaron los ojos y el semblante de malestar que tenía pareció dejarla durante un momento. Abrió la boca y comenzó a cantar.
—I know your eyes in the morning sun, I feel you touch me in the pouring rain and the moment that you wander far from me, I wanna feel you in my arms again...
—...Then you come to me on a summer breeze, keep me warm in your love then you softly leave and it's me you need to show...
How deep is your love?
Cuando su madre y Daniela juntaron sus voces para cantar el estribillo, Miranda sintió una especie de nostalgia filtrarse en todo su ser y la piel se le puso de gallina. Nunca las había escuchado cantar juntas, y tampoco se lo había imaginado, porque la voz de su madre era grave y un poco rasposa, y la de Daniela era más ligera y aguda, pero contrastaban perfectamente y encajaban de una forma casi mágica.
Se encontró a si misma cantando la canción en voz bajita y miró a Parker, quien también la estaba cantando y la miraba fijamente. Sintió una especie de calor en todo el cuerpo y un cosquilleo en el estómago. Sonrió y Parker le devolvió la sonrisa.
Entonces se tomó un momento para mirar de soslayo a su hermano. Alejandro tenía los antebrazos apoyados en las piernas y veía fijamente a Daniela, aunque claro, esta última estaba muy concentrada tocando la guitarra y cantando con los ojos cerrados como para darse cuenta.
Cuando terminaron de cantar, los tres les aplaudieron y Miranda apoyó la cabeza en el hombro de su madre.
—Deberías volver a tener una banda.
—Qué va —su madre se echó a reír—. Esos tiempos pasaron. Pero Daniela sí debería considerar cantar profesionalmente.
—No lo creo —Daniela sonrió y colocó la guitarra hacia un lado—. Ahora estoy muy ocupada con la universidad y el teatro. De vez en cuando participo en musicales, por supuesto, pero no me enfocaré en cantar. Al menos no ahora.
—Tienes una voz muy bonita —Alejandro asintió—. Jamás te había escuchado cantar.
Daniela se mordió el labio inferior.
—Gracias.
Él asintió y se levantó, frotándose las manos.
—Bueno, Parker, ¿quieres un trago?
Parker lo miró con expresión confusa y luego asintió.
—Supongo que sí.
—¿Van a quedarse a dormir? —Preguntó su madre—. Ya es un poco tarde para que anden por la autopista.
—Yo sí debería irme, Bianca —Daniela ojeó la hora en su celular—. Tengo que hacer unas cosas mañana temprano y es mejor salir ahora que de madrugada.
—De acuerdo, cielo. ¿Y tú, Parker?
Parker vio a Miranda y luego a su madre.
—N-no... no lo sé —tartamudeó.
—Quédate —apremió Alejandro—. Estoy seguro de que Miranda estará feliz de compartir cama contigo.
—¡Alejandro!
—¿Qué? ¿No dejarás que duerma en el sofá, cierto? Es algo incómodo para dormir.
Parker fue a decir algo, pero su madre sacudió la mano, restándole importancia a lo que sea que iba a decir.
—Que no te de vergüenza, Parker, yo haré oídos sordos —su mamá se levantó del sofá reprimiendo una risa y le dio un abrazo a Daniela—. Gracias por venir, cariño. Salúdame a tus padres.
—Gracias a ti por invitarme —Daniela le devolvió el abrazo y luego se alejó—. ¿Miranda, podrías acompañarme a la puerta?
—Yo lo hago —se ofreció Alejandro—. Las residencias son un poco solas a esta hora, es mejor si Miranda se queda aquí, así no tiene que subir sola.
Miranda le lanzó una mirada interrogativa a su hermano. Ella estaba clara de que esa no era la razón por la que la quería acompañar, pero como Daniela no se quejó, no dijo más. Se despidió de su amiga y bastó con una mirada para que Miranda supiera que hablarían luego de ello.
Cuando Alejandro y Daniela se fueron, su madre se escabulló por el pasillo y la dejó a solas con Parker.
Él la escudriñó lentamente y luego se acercó a ella hasta quedar a pocos centímetros de su cara, tomó un mechón de su cabello entre sus dedos y comenzó a rizarlo.
—No sé cómo es que tu madre logra hacerme parecer tímido. Nunca me consideré una persona tímida pero ella... —Parker sacudió la cabeza—, me deja sin palabras.
Miranda se echó a reír.
—Sé que no eres tímido. Cuando nos conocimos fuiste muy directo siempre. Así que es gracioso ver como ella te saca de esa zona.
—Supongo que es porque es tu madre, y las madres siempre son algo protectoras. Tengo miedo de decir algo que no deba y que me odie para siempre.
—Ella no es así, creo que ya lo notaste. Le gusta avergonzarme, es todo —Miranda sonrió y bajó la voz—. ¿Sí te diste cuenta de que dijo que haría oídos sordos? ¡Que pasada! Como si yo fuera a hacer algo con ella en la habitación de al lado...
—Me di cuenta —le respondió él mientras seguía jugueteando con el mechón de su cabello—. Oye... lo de esta tarde, ¿qué significa exactamente lo que me dijiste?
Miranda lo pensó por un momento y luego comprendió a qué se refería.
—Sabes que quise decir que sí.
—¿En serio? —Los ojos de él brillaban y la veían fijamente—. Porque pensé que todo sería muy pronto si te lo preguntaba y...
—Parker —ella lo interrumpió, colocándole las manos sobre el pecho—, somos adultos. No espero que me hagas una gran declaración y me des un ramo gigante de flores porque sé lo que sientes por mí. Y tú sabes lo que siento por ti. Y está bien. Creo que teniendo en cuenta cómo comenzó lo nuestro, ya no sé cuál es el significado de pronto si a nosotros nos referimos.
—En serio me gustas —él le deslizó el pulgar por las mejillas—. Mucho. Estoy haciendo un esfuerzo tremendo.
—¿En qué? —preguntó ella—. ¿En recordar?
Él negó lentamente con la cabeza y acercó sus labios al oído de ella, susurrando. Su cálido aliento le hizo cosquillas en el cuello.
—En no hacer nada de lo que quiero hacer porque estamos en casa de tu madre y no es apropiado. No es apropiado que haga oídos sordos.
Miranda rió por lo bajo y él deslizó el pulgar hasta su boca y le acarició el labio inferior.
—¿Entonces por qué aceptaste quedarte a dormir?
Él se encogió de hombros y se alejó un poco para verla a los ojos. Estaba sonriendo con la mirada.
—Fui acorralado. Además, tampoco quería decir que no.
—¿Preferirías dormir en el sofá para no caer en la tentación?
—Ni de chiste. No pienso perderme dormir contigo.
—Sólo dormiremos —le advirtió ella—. Además, recuerda que mi cuarto está decorado con mis gustos de adolescente, así que es un poco mata pasiones.
Ante eso, Parker soltó una carcajada y luego se acercó por fin, dándole un beso en los labios.
—No tienes posters de bandas, ¿o sí?
—Puede que sí —dijo ella, riendo. Iba a decir algo más, pero el sonido de un celular los sacó del momento.
Parker gruñó y echó la cabeza hacia atrás.
—Tengo que atender.
—¿Tu papá?
Él asintió.
—Sí, supongo que tiene noticias. Dame un momento, ¿sí?
—Iré a hablar con mi madre.
*****
Miranda tocó la puerta del cuarto de su madre, aunque esta estaba entreabierta.
—Me fui a propósito de la sala para que te quedaras a solas con él, ¿y vienes aquí?
Empujó la puerta y se apoyó contra el marco, mirando fijamente a su madre, quien estaba de pie frente a la peinadora echándose crema en las manos.
—Estás pasada, mamá. No necesito que me dejes a solas con él porque no haremos nada.
—¿Yo estoy diciendo lo contrario? —su madre se frotó las manos con tranquilidad y luego se sentó en la orilla de la cama.
—Lo estás insinuando —Miranda pasó a la habitación y se tumbó al lado de su madre—. ¿Me vas a decir qué tienes?
—¿Acerca de qué, mi niña? —su madre se volvió y se le quedó viendo.
Miranda se apoyó sobre un codo.
—Ya sabes, acerca de las náuseas. ¿Desde hace cuánto te sientes mal y por qué no me lo habías dicho?
—Hace unos días ya. Y no te lo dije porque sé lo intensa que te pones para que vaya al médico. No iré al médico.
—Es por tu bien. Antes eran los dolores de cabeza, y ahora es vómito —ella la vio fijamente—. Acaso... ¿has...? ¿Te has acostado con alguien últimamente?
Bianca parpadeó.
—¿Disculpa?
—Lo que quiero preguntarte es si... ¿Estás embaraza? ¿Es eso? ¿Y no quieres decirme?
—Miranda Andreina... —a su madre se le desencajó la mandíbula—. Te exijo que me respetes.
—¡Pero si no estoy diciendo nada malo! Es una pregunta válida.
—No estoy embarazada, Miranda. ¿De dónde sacas esas cosas?
—¿Entonces?
—Ay Dios mío —gruñó su madre—. No sé, pensé que se me quitaría rápido. Pero las náuseas son cada vez peores, y me siento extraña. A veces se me desenfoca la vista y los dolores de cabeza son más intensos. No había querido decirte nada porque sabía cómo te pondrías. Ni a Alejandro.
—¿Cómo es que no me había dicho nada si vive aquí contigo?
—Desde que llegó casi no está aquí. Ha tenido varias entrevistas de trabajo y sale demasiado. Y yo también trabajo por si se te olvida.
Miranda asintió.
—Ujum. Vas a ir al médico, mujer. Y no vamos a discutir más acerca de eso.
—No me vas a dejar tranquila hasta que vaya, ¿cierto?
—No.
Su madre asintió y le dio una palmadita en el brazo.
—De acuerdo. Iré esta semana, te lo prometo. Ahora déjame dormir que estoy bastante cansada.
—Toma agua antes de irte a dormir —Miranda se levantó y le dio un beso en la mejilla—. Pasa buenas noches, te quiero.
Salió del cuarto de su madre y cerró la puerta detrás de ella. Cuando salió a la sala, su hermano y Parker estaban hablando en voz baja.
—¿Qué pasa? —ella los miró alternativamente.
—Nada —Alejandro la miró—. Yo me iré a dormir, por favor, no hagan ruido.
Su hermano le dedicó una sonrisita burlona y se fue caminando por el pasillo hasta su habitación.
De nuevo, estaban solo ella y Parker.
—¿Todo bien con el hospital?
Parker sacudió la cabeza.
—Mi padre no me dijo nada nuevo. Solo llamó para recordarme lo importante que es mi presencia en la junta.
—¿Cuándo irás?
—No lo sé, veré qué espacio hago. Pero no dejaré a mis estudiantes comenzando las clases. Por fin me encuentro en un punto en el que estoy satisfecho con mi vida después del accidente —Parker sacudió la cabeza—. No quiero volver.
—Entiendo...
—No quiero hablar de eso ahora —Parker suspiró y le dedicó una sonrisa—. Entonces... estoy listo para que me presentes tus posters de bandas.
Miranda sonrió y le extendió la mano para que él la tomara.
Parker admiró con cierta sonrisa en sus labios que la habitación de Miranda no era color rosa. Era azul turquesa como su cabello. A esa mujer no había que preguntarle cuál era su color favorito, no era necesario.
En una repisa había unos cuántos libros ordenados por tamaños y color.
Él los señaló.
—¿No te los llevaste para tu nueva casa?
Miranda volvió la vista hacia los libros y sacudió la cabeza.
—No, sólo me llevé unos cuantos. Mis repisas allá están llenas con los libros de la carrera. Tengo muchos libros de arquitectura y de historia del arte y esas cosas. Así que estos no me caben y prefiero tenerlos aquí que guardados en cajas.
Parker asintió y reparó en el montón de dibujos que había pegados a la pared. Tenían diferentes tamaños y diferentes gamas de colores, pero sin duda alguna todos eran espectaculares.
—Dibujas precioso —dijo él, acercándose a uno en particular. Él conocía ese sitio, era la catedral de Notre Dame, en Francia; dibujada en grafito. Alzó las cejas al notar la cantidad de detalles que tenía el dibujo—. Guao.
Miranda sonrió.
—Siempre quise ir, pero creo que eso ya no se podrá.
Él le lanzó una mirada.
—Pero van a reconstruirla.
—Eso es correcto. Pero uno nunca sabe.
Parker deslizó su vista hacia un pequeño cuadro que había en la habitación, donde salían quienes supuso eran Miranda y Alejandro, junto con Bianca. Y como era una foto de hacía tiempo, pudo notar más el parecido que Miranda tenía con su madre. Era igual a su madre de joven.
—¿Este es el póster al que te referías? —señaló el cuadro y volteó hacia Miranda mientras reía.
Miranda se acercó a él y observó la foto sonriendo.
—Tenía ocho y me gustaba ponerme la ropa de mi madre mientras fingía que estaba en su banda. Esa foto fue en una fiesta, y como era de disfraces pensé que era mi momento para ser alguien de una banda. Y bueno Alejandro fue un rompe grupo.
Él supo enseguida de quién se había disfrazado Miranda, tenía una pequeña camisa negra de Guns N' Roses a la que le habían cortado las mangas y una pañoleta con estampado de estrellas alrededor de la cabeza junto con unos lentes oscuros, haciéndose pasar por una mini versión femenina de Axl Rose. Y Bianca, con el cabello negro desordenado vestía una chaqueta de cuero negra y un sombrero de copa alta también negro, siendo ella Slash. Alejandro por su parte también parecía una estrella de rock pero que nada tenía que ver con Guns N' Roses. Tenía la cara pintada de blanco, con negro alrededor de los ojos, posando con la lengua afuera.
—¿Por qué Alejandro no fue a juego? —Parker se carcajeó.
—Dijo que mamá y yo habíamos escogido mal porque el resto de los miembros de Guns n' Roses no tenían nada representativo en su vestimenta. Así que él fue de Gene Simmons.
—¿Por qué no de Paul Stanley? —Parker alzó las cejas y dejó de mirar la fotografía para mirarla a ella.
Miranda se encogió de hombros.
—Le gustaba más Gene.
Parker sonrió.
—Ya, claro. Entonces, ¿Bianca estuvo en una banda?
—Así es. Ya la escuchaste cantar y tocar la guitarra.
—Es espectacular.
—Lo es. Aunque eso de la banda no duró demasiado. Tengo entendido que terminó poco después de que Alejandro nació.
—¿Por qué?
—Es una larga historia —ella se encogió de hombros—. Algún día te la contaré, pero no ahora.
Parker volvió la vista hacia el cuadro y lo miró por unos instantes, estaba a punto de preguntarle algo, pero no sabía cómo decirlo sin sonar entrometido. Desde hacía tiempo que quería preguntarle que había pasado con los padres de ambos. Ni ella ni Alejandro hablaban de eso. Pero decidió no preguntarlo en ese momento.
Miranda se le quedó viendo la ropa.
—¿Vas a dormir vestido así? —señaló su camisa y pantalones de vestir.
—Bueno...
—Te buscaré algo más cómodo —lo interrumpió ella—, ya vuelvo.
—¿Adónde vas?
—A invadir la habitación de Alejandro.
Miranda salió de su habitación a paso rápido y cruzó el pasillo hacia la habitación de su hermano, quien estaba tirado en la cama con el celular en las manos.
—¿No te ibas a dormir?
—Era una mentirita para dejar a los tórtolos a solas —respondió él con la vista aún en el celular.
Ella rodó los ojos mientras buscaba unos pantaloncillos y una camiseta.
—Estamos en casa de mamá, ¿recuerdas?
Él desvió la vista de la pantalla para verla a ella.
—Igual dormirán juntos.
—Sólo dormiremos.
—Una cosa lleva a la otra —dijo él, elevando un hombro para restarle importancia a lo cual ella respondió dándole un golpe en el brazo.
—Cállate —tomó una camiseta blanca de Alejandro y un mono deportivo—. Por cierto, mamá ya prometió que irá al médico.
—¿Y le crees?
—¿Tú no?
—A mi mamá es más fácil sacarle un secreto que llevarla al hospital.
—Tienes razón. Asegúrate de que vaya.
—¿Por qué yo?
—Porque tú vives aquí. Yo no. Y si ves que no va en el trascurso de la semana, la llevas o me llamas ¿okey?
—Dale.
—Okey —Miranda hizo ademán de darse la vuelta pero luego miró de nuevo a su hermano—. Esto... ¿todo bien con Daniela?
Alejandro la miró por un momento, pero ella no sacó nada de su expresión absolutamente neutral.
—¿Por qué no estaría bien?
—No lo sé. ¿Está todo bien?
Alejandro parpadeó.
—Sí. Cierra la puerta cuando salgas, por favor.
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