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12. Un regalo especial


Si existían las vidas pasadas, estaba seguro de que se había cruzado con ella en todas las anteriores. No veía otra explicación a por qué se sentía así cuando sólo recordaba tan pocas cosas de ella.

Seguía viéndola. Incapaz de quitar la mirada de ella. Miranda, por otro lado, todavía no lo había visto. Pero no tardaría en hacerlo, porque Alejandro se había comenzado a dirigir hacia él. Y si Alejandro lo veía, ella también repararía en su presencia en aquel lugar en cualquier momento.

Ese pensamiento lo llevó de nuevo a la realidad.

Estaba en una fiesta a la que no había sido invitado y la cumpleañera posiblemente lo odiaba. No sabía qué demonios iba a decirle porque estaba demasiado nervioso y tampoco comprendía por qué. Él no había hecho nada malo.

Pero era suficiente de eso.

Se levantaría e iría allí a desearle un feliz cumpleaños porque no se quedaría ahí sentado entrando en pánico.

En ese momento, su amigo se detuvo frente a él. Bloqueándole la vista.

—Hola de nuevo —lo saludó animadamente—. Lamento haberte dejado con los huracanes que tiene Miranda por amigas, pero era eso o dejarte en tu antigua casa donde probablemente te ibas a quedar toda la noche sin venir y deprimiéndote —Alejandro reparó en la expresión que bañaba el rostro de Parker y alzó las cejas, dejando de sonreír—. Oye, ¿qué pasa? Quita esa cara de pánico.

Parker se pasó una mano por el cabello.

—No sé qué me pasa. Parece que me hubieran echado pega en los zapatos porque no puedo moverme de aquí —resopló y negó con la cabeza—. El accidente me convirtió en un cobarde.

—Eso tiene una solución —Alejandro sonrió—. Quítate los zapatos y camina sin ellos, es más cómodo.

Parker se lo quedó mirando con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.

—¿Qué? Es una metáfora. Estás diciendo que sientes como si te hubieran echado pega en los zapatos entonces quítatelos y... ah, olvídalo. Es obvio que esto no está ayudando —le dio una palmada en el hombro y lo obligó a darse la vuelta—. ¿Ya te ofrecieron algo de beber? Te serviré un trago.

—Tengo una cerveza en la mano.

—Bueno, es obvio que necesitas algo más fuerte.

Y con esa afirmación, entraron en la cocina.

—Feliz cumpleaños, M —Lucas la rodeó con ambos brazos en un abrazo de oso, ella le correspondió y sonrió—. ¿Dónde está tu disfraz?

Miranda le dio un empujoncito.

—No iba a estar con el disfraz puesto en un restaurante, Lucas. Ya mismo voy a cambiarme.

El moreno sonrió, haciendo que el hoyuelo de su barbilla se estirara. Eso la hizo pensar en ciertos hoyuelos, de cierta persona.

—Genial, o podrías quedarte así y acompañar al amigo de Alejandro que llegó hace un rato vestido como gente normal.

Natalia tosió y le palmeó el hombro a Lucas con demasiada fuerza.

—¡AU! ¿Por qué me pegas?

Miranda arrugó la frente.

—¿Qué amigo de Alejandro?

Lucas fue a decir algo pero Natalia le tapo la boca con una mano.

—Ve a cambiarte, queremos tomarnos una foto contigo —volteó a ver a Lucas y forzó una sonrisa—. Sigamos bailando.

Dicho eso, lo jaló de un brazo y se lo llevó. Miranda volteó a ver a sus amigas.

—¿Me explican qué acaba de pasar?

Verónica la rodeó de un brazo y Daniela de otro.

—Cuéntanos cómo fue la cena, ¿por qué tu madre no vino? —Daniela la vio con ojos brillantes mientras la conducía por el pasillo hacia su habitación.

—Eh... quería ir a descansar temprano porque tiene trabajo mañana. ¿Qué hay que no me dicen? ¿Por qué Alejandro desapareció tan de repente?

—Alejandro te compró un regalo genial, deberías ir a verlo. Está sobre tu cama —comentó Verónica.

Miranda se zafó del agarre de sus amigas y se volvió para verlas.

—Correcto. Ustedes actúan muy sospechosas mientras intentan no actuar sospechosas. ¿Qué pasa? ¿De quién habla Lucas?

—¿Podrías por favor ignorar eso e ir a cambiarte? Vamos, te ayudaré a ponerte el vestido —Daniela le dio un empujoncito y entró con ella en la habitación.

Encendió la luz de su cuarto y cerró la puerta tras ellas.

En su cama descansaba una caja rectangular forrada en papel de regalo azul brillante y un lazo plateado. Debía ser el regalo de su hermano.

Se sentó en la orilla de la cama y se dispuso a abrirlo. O más bien, a arrancar la envoltura.

Daniela soltó un chillido.

—¿No vas a guardar la envoltura?

—Importa más lo que haya dentro. La envoltura es linda, pero no me servirá de nada.

—Estás haciendo un proyecto basado en ecologismo y no reciclas, no sé cómo sentirme.

Miranda alzó la vista y le dio una sonrisa a su amiga. Daniela se acercó y observó lo que Miranda sacaba del paquete.

Se encontró con dos cajas rectangulares: una era un set de Lego de arquitectura de Shanghái y otra anunciaba que dentro había modelos de papel inspirados en los diseños de Frank Lloyd Wright. Miranda no pudo hacer menos que sonreír. Eran lo mejor que le podían regalar. Amaba armar estructuras en miniatura, y más aún si estaban inspiradas en diseños arquitectónicos que la inspiraban.

Observó su mesa de estudio, donde había un montón de esculturas en miniatura decorando la superficie: tenía una de La Torre Eiffel, otra de el Empire State Building que le había enviado Alejandro hacía un par de años, una de La Pirámide de Keops, el Taj Mahal y la más reciente era la que había comprado en Cancún, El Templo de Kukulkán.

Ya se imaginaba pasando todo el fin de semana armando esas que tenía en sus manos, se sentía como una niña con juguetes nuevos.

Daniela silbó con admiración.

—Mira eso, Alejandro sí que ha prestado atención. Por primera vez en su vida.

Miranda le lanzó una mirada a su amiga, pero no pudo evitar reír.

—No seas mala. Es un buen hermano. Y siempre me regala cosas así.

—Cierto. Es un excelente hermano pero un pésimo hombre.

Miranda se puso de pie y agarró a su amiga de los hombros.

—¿Vas a lanzarle malos comentarios a Alejandro toda la noche? —Arqueó las cejas—. Porque quiero adelantarme y pedirte que por favor no lo hagas. Los amo a los dos, pero es momento de superar las cosas que pasaron hace años. Hazlo por mí, es mi cumpleaños. Tú eres mi amiga y él mi hermano y no puedo tomar partido, ¿podrías llevarte bien con él solo por hoy?

Daniela resopló y asintió.

—Sí. Tienes razón, lo siento. Es que volver a verlo hizo que se me revolviera todo por dentro. Y más cuando él llega y me saluda así como si nada.

—Es Alejandro —Miranda le sonrió—. Ambas sabemos como es, y posiblemente ni sepa por qué estás enojada con él.

—Sí —Daniela rodó los ojos pero sonrió también—. Es un hombre. No captan nada.

—Buscaré el atuendo.

Fue hasta su armario y sacó el vestido de novia improvisado que había hecho con un corsé de encaje blanco y una falda de chiffon con ayuda de su madre. Si no se hubiera cortado el cabello a la altura de la barbilla, podría haber encajado mejor en su disfraz de Emily, de El Cadáver de la Novia. Pero de algún modo eso lo personalizaba.

Se sacó la ropa que tenía y se pasó el corsé por encima de la cabeza. Daniela se puso detrás de ella y comenzó a apretar las tiras para que se ajustara a su cuerpo.

—¿Me vas a decir quién es el amigo del que hablaba Lucas?

Daniela se quedó en silencio mientras le apretaba el corsé.

—No estoy en posición de decir nada, lo siento.

—Me estás poniendo nerviosa, Dani.

—Para nada —su amiga terminó de atar las tiras y se enderezó—. Todo está bien. Creo.

Miranda se volvió y puso las manos en jarras.

—¡Daniela!

—Termina de cambiarte, mujer. Todos están esperándote afuera. Vamos, apúrate.

Miranda puso los ojos en blancos y se colocó la falda a regañadientes.

*****

¿Qué tal si se iba y olvidaba que había estado allí esa noche? Ella no se enteraría y todo sería cómo antes. Le agradecería a Alejandro su ayuda, pero no se sentía en condiciones de explicarse. Maldita sea, ¿por qué estaba tan asquerosamente nervioso?

—¿Cómo de malo crees que sea que me vaya ya mismo antes de que tu hermana salga y yo pase la vergüenza de mi vida? —Parker miró a Alejandro con expresión seria.

—Imposible. Ya viene para acá.

Hizo un gesto de asentimiento hacia el otro extremo de la sala y Parker volvió la vista hacia donde él señalaba.

Miranda estaba vestida de blanco, con un corsé de encaje que se le ajustaba al cuerpo estupendamente y realzaba todas y cada una de sus curvas. Y vaya que tenía curvas. La falda blanca caía en suaves ondas hasta sus pies que estaban calzados en unos tacones de punta color plata, tenía los brazos descubiertos y Parker notó que en su antebrazo izquierdo tenía algo grabado con tinta en su piel. Encima del cabello corto azul, se había puesto una corona de flores azules y blancas y un velo le cubría hasta media espalda.

No estaba demasiado maquillada, pero sí daba la impresión de ser un fantasma. Tenía la piel pálida y lo único de color en su rostro eran sus labios pintados de un tono rosa muy bonito.

Bien, era el momento. Ahora o nunca.

Tomó una gran bocanada de aire y caminó hacia ella.

Ella se movió cuando sus amigas le dijeron algo y sus miradas se encontraron.

Parker sentía encima la mirada de todas sus amigas y la de Alejandro. Ese último estaba intentando reprimir una sonrisa, él se dio cuenta porque lo miró de reojo.

Soltó un suspiro y volvió la vista hacia ella.

—Hola, Miranda. Feliz cumpleaños. —No le sonrió. No podía. Sólo se la quedó viendo fijamente, estudiando la expresión de ella. Sin embargo, Miranda estaba indescifrable. Sus ojos cafés delineados de negro lo miraban como si no fuera real, como si él no debiera estar ahí. Él escrutó su rostro, intentando con todas sus fuerzas recordarlo todo.

¿Por qué si la veía en persona, a un metro de él, no podía milagrosamente recordar?

—Hola, Parker —ella le respondió, apretando los labios. Parker notaba que todo su cuerpo se había tensado. Después, increíblemente, soltó una carcajada—. ¿Qué se supone que haces aquí?

Su voz y su risa, por más sarcástica que fuera, lograron que algo se removiera dentro de él.

Miranda no podía creerlo. Lo veía y no lo creía. Quería alzar la mano y tocarlo para ver si era real. O alzar la mano y darle un puñetazo por no haberla llamado, pero eso sería algo dramático y extremista. Y lo otro demasiado íntimo. Así que se limitó a observarlo y esperar una respuesta. ¿Cómo demonios Parker estaba en su casa? ¿Cómo la había encontrado? Y lo más importante, ¿cómo había conseguido entrar?

De repente, cayó en cuenta de que Lucas se había referido a Parker. Y sus amigas lo sabían. Pero ¿cómo?

Cuando cruzó su mirada con la de él, sintió por un pequeño momento que todo al rededor se había detenido, y que estaba entrando en una especie de sueño, como siempre que estaba cerca de él. Porque, el hecho de que Parker estuviese ahí parecía completamente irreal. Y la verdad era que no sabía cómo actuar ante su presencia. Ante su naturalidad de saludarla y decirle feliz cumpleaños como si se hubieran visto el día anterior. Como si él no se hubiera desaparecido de la faz de la tierra durante tanto tiempo. Que regresara a su vida tan descaradamente la descolocaba un poco y la enojaba muchísimo.

Ahora entendía como se había sentido Daniela al ver como Alejandro la saludaba como si nada. Vaya que la entendía.

—Yo... tengo muchísimas cosas que decirte, Miranda —él se relamió los labios y luego los apretó, lucía realmente nervioso. Ella frunció el ceño y se lo quedó viendo.

—¿Cómo es que estás aquí? Por más que le de vueltas no le encuentro algún sentido.

Cuando Parker abrió la boca para hablar, otra voz lo interrumpió.

—Yo lo traje conmigo —ese era Alejandro.

Miranda sintió que el estómago se le cayó a los pies. ¿Qué acababa de escuchar? Volvió la vista de golpe hacia su hermano y lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Qué? —soltó—. De acuerdo, oficialmente estoy confundida. Ustedes... ¿se conocen?

No pudo evitar soltar otra risita sarcástica. Definitivamente no podía creer que el mundo fuera tan pequeño.

—Miranda... —masculló Parker.

Ella levantó un dedo índice y negó con la cabeza.

—Espera —se pasó un mechón de cabello por detrás de la oreja y suspiró—. Parker, tú... sólo espera aquí. Por favor.

Miranda tomó a su hermano del brazo y lo llevó a rastras hasta la cocina.

—Quiero qué me expliques qué está pasando, Alejandro. Y más te vale que no se te escape ningún detalle.

—Auch, me encajaste las uñas —Alejandro le lanzó una mirada cargada de enojo mientras se sobaba el brazo por el que ella lo había tomado—. Andy, respira. Parece que hubieses visto a un muerto y a la vez como si quisieras matar a alguien —su hermano hizo una pausa y sonrió, como si hubiera dicho algo realmente gracioso—. Lo cual es irónico porque eres tú quien está disfrazada de muerta y él no está disfrazado.

Miranda se cruzó de brazos, ignorando su chiste. Y su apodo.

—Acabo de ver a alguien que pensé que no vería más nunca en mi vida y tú lo trajiste aquí sin decirme nada y quiero matarte por eso.

Alejandro suspiró y sacudió la cabeza, sonriendo abiertamente.

—¿Qué es tan gracioso?

—Que estás loca por él —su hermano echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada—. No puede ser, te encanta.

Ella se mordió el interior de una mejilla.

—Alejandro explícame qué está pasando.

Su hermano se pasó una mano por la mandíbula intentando borrar la sonrisita que tenía en la cara pero no lo logró. Ella quería borrársela con un golpe.

—Lo único que voy a decirte es que Parker y yo somos amigos. Él quería venir a verte y hablar contigo así que lo traje aquí porque en definitiva merece que lo escuches.

—¿Merece que lo escuche? —ésta vez la que rió fue ella, pero sin estar divertida en absoluto—. En más de cuatro meses no supe una mierda de él y ¿merece que lo escuche? Y además, ¿quién se supone que eres para traerlo aquí? ¿Ahora eres cupido y no me enteré? ¿Tu nuevo trabajo es formar parejitas? De todas maneras, ¿cómo te enteraste de todo esto?

—Sí. Merece que lo escuches. Ve afuera, habla con él y sabrás por qué —Alejandro señaló hacia la puerta de la cocina—. Y resulta que el mundo es bastante pequeño, hermanita. Por que de todas las personas con las que pudiste estar, elegiste a mi mejor amigo. Tarde o temprano iba a enterarme. Aunque si es por ti, nunca me entero.

—¿Qué sabes exactamente acerca de nosotros? —Miranda apretó los dientes. Estaba enojadísima. Y le daba vergüenza que su hermano pudiera saber qué tan lejos habían llegado ella y Parker.

Pero en su interior, estaba feliz de verlo. Y muy nerviosa.

—Escucha, Miranda. No sé qué pasó entre ustedes, tampoco es que quiera saberlo sinceramente. No sé qué los llevó a estar juntos ni tampoco sé cómo terminaron las cosas. No sé nada acerca de su fugaz historia de amor. Si eso es lo que te preocupa, Parker no me dijo nada acerca de eso. Y sabes perfectamente que no lo hubiese traído aquí si no creyera que tienes que escucharlo. ¿O es que tengo cara de que me gusta que salgas con idiotas?

Ella negó con la cabeza.

—Parker no es un idiota. Lo conozco. Y créeme, necesitas escuchar lo que tiene que decirte, Miranda. No te comportes tú como una idiota y ve con él. Luego, cuando hablen, entonces decide si quieres reclamarme o agradecerme por esto.

—Supongo que si vino hasta acá fue por alguna razón —Miranda suspiró, mordiéndose el labio inferior. Alejandro estaba en lo correcto, se estaba comportando como una idiota.

—Ve.

—Lo siento, por lo del brazo.

—Da igual. Fuera de aquí —Alejandro movió la mano, corriéndola de la cocina—. Y no regreses hasta que ambos se hayan besuqueado.

Ella sonrió y le dio un golpe en el hombro antes de salir de la cocina.

Cuando divisó a Parker, vio que él estaba recostado de una pared con una mano metida en el bolsillo de la chaqueta negra que llevaba puesta. Tenía el cabello dorado un poco más largo que la última vez que se vieron y cierta barba le hacía una sombra en las mejillas.

Recordó que un rato antes había anhelado ver sus hoyuelos y allí estaba él, tan serio que estaba empezando a preocuparse.

—Hola —dijo ella cuando se acercó a él—. De nuevo. Lamento lo de hace un rato. Estaba muy sorprendida porque estuvieras aquí y, me dejé llevar. Lo siento.

—No importa, lo entiendo. Debes estar muy enojada por todo —él juntó las cejas y se la quedó viendo. La expresión de su rostro era tan extraña, tenía el semblante un tanto intranquilo y aún así, no dejaba de ser guapo. Los últimos meses había intentado fallidamente no pensar en él. Y ahora que lo veía, el golpeteo de su corazón dentro de su pecho y el extraño movimiento de criaturas desconocidas en su estomago, delataban que lo había extrañado. O quizás era el enojo.

No se había dado cuenta de que se había quedado callada mientras se le quedaba viendo embobada hasta que él dijo su nombre.

—Miranda.

Qué bonito sonaba su nombre en sus labios. Había extrañado eso.

—¿Ah?

—¿Ya podemos hablar?

—Estamos hablando, ¿no?

—A solas. Sin este montón de gente. Por favor.

—De acuerdo, si gustas podemos salir a caminar o... —iba a decirle que fueran a su habitación, pero era mejor salir a caminar. No creía que estuvieran muy cómodos en una habitación, ¿verdad?

—¿O qué?

—Nada —sacudió la cabeza—, vamos.

Una vez fuera de la casa, ambos estaban caminando a paso lento. Era tarde, la calle estaba sola y la brisa nocturna le azotaba el cabello y el velo, y le erizaba la piel descubierta del pecho y los brazos. Se abrazó a si misma y miró hacia el frente. No sabía qué decirle y simplemente estaba esperando a que él se sintiera listo para hablar.

Sintió un par de ojos encima y cuando se volvió, él la estaba mirando fijamente.

Tragó saliva y se detuvo.

—¿Por qué me has estado mirando tanto todo este rato?

Era una pregunta hipócrita, porque hacía unos momentos ella también se le había quedado viendo.

—Intento grabarte en mi memoria.

—¿Qué? —ella frunció el ceño y buscó alguna pizca de humor en lo que él decía, pero no había nada. Ni siquiera estaba sonriendo.

—¿Sabes qué? —él entrecerró sus bellos ojos azules y la vio lentamente, Miranda sintió como le escrutaba el rostro. Luego negó con la cabeza—. Olvídalo. No es el momento ni el lugar para hablar de esto. No sé qué hago aquí, no debería estarlo. Y tú tampoco. Deberías estar adentro disfrutando de tu cumpleaños y de la fiesta que hicieron tus amigas. Esto... puede esperar.

—¿Perdón? —alzó las cejas—. No puedes venir hasta aquí, decirme que quieres hablar conmigo y después decirme que lo olvide. No es justo. Para ninguno de los dos.

Parker alzó la vista y miró más allá de ella. Lo notaba tan diferente a la última vez que lo había visto. Parecía menos centrado, y extrañamente dolido.

Volvió a verla y sus ojos estaban llenos de un dolor que Miranda no supo reconocer, pero que sin duda no estaba allí antes.

—No quiero agobiarte el día de tu cumpleaños. Como te dije, deberías estar dentro bailando y bromeando con tus amigos. Y además hace frío —Parker la vio abrazándose a si misma y alzó los brazos para quitarse la chaqueta, fue entonces cuando Miranda logró ver una muñequera negra cubriendo su mano izquierda.

Alzó el brazo y atrapó dicha mano con la suya con delicadeza, evitando que Parker se quitara la chaqueta.

—¿Qué esto? —lo miró—. ¿Qué te pasó?

Cuando Parker no respondió y se limitó a quitarse la chaqueta y a rodearle la espalda con ella, Miranda resopló.

—Sé que no quieres agobiarme, pero... ¿no crees que si te vas así como así, estaré toda la noche sentada en el sofá pensando en qué querías decirme?

Miranda volvió a ver su mano izquierda y le agarró los dedos con los suyos.

—¿Qué pasó?

Parker tragó saliva y le sostuvo la mirada.

—Tuve un accidente automovilístico en Cancún. Al parecer estaba teniendo una acalorada discusión con mi madre por teléfono y un auto me choco del lado del copiloto. Tengo amnesia. Según Brett ese día te había acompañado al aeropuerto. No sé qué sucedió antes de eso, no lo recuerdo bien. Me... —bajó la vista hacia sus dedos unidos y suspiró—, me fracturé la muñeca. Y, lo único que tengo en la cabeza, vagamente... son recuerdos tuyos. Son muy pocos, pero son de ti al fin y al cabo.

Miranda se quedó paralizada durante un momento.

Así que eso era lo que había pasado. Eso lo explicaba todo. Y ella lo había juzgado de la manera más cruel posible. Había estado enojada con él todo ese tiempo, y mientras tanto Parker había sufrido las consecuencias de un accidente.

Sintió que los ojos se le cristalizaron y sacudió la cabeza.

—Lo siento tanto, Parker. Yo... mierda, no sé ni qué decir. Estuve tan molesta contigo todo este tiempo y... —parpadeó para deshacerse de una lágrima que no la dejaba ver y se la quitó con su mano libre—. Lo siento mucho. —ella se acercó a él y lo rodeó en un abrazo. No le importaba que él casi ni la recordara. Ella sí se acordaba de todo. Quería transmitirle todo lo que ella había sentido por él mediante ese abrazo. Todo eso que ella creía guardado en una caja en lo más profundo de su corazón, pero que ahora estaba saliendo de ella demasiado rápido y en forma de lágrimas. Quería que él lo sintiera también.

Parker se quedó quieto durante un momento pero luego la abrazó también, con fuerza, lo que hizo que ella llorara más. Subió la cabeza para verlo a los ojos y se dio cuenta de que sus ojos azules estaban llorosos también. Él levantó una mano y le secó las lágrimas.

—¿Cómo es que pude olvidarme de ti? —le dijo, con la voz un poco ronca.

Ella esbozó una sonrisa triste.

—¿Quieres que te ayude a recordar? —lo miró por encima de las pestañas, recorriéndole el rostro con la vista hasta detenerse en sus labios.

—Estoy aquí porque sabía que merecías una explicación y porque... estaba pensando mucho en ti —él también le recorrió el rostro con la mirada, para luego deslizar su pulgar por sus labios, y luego por su mandíbula, deteniéndose ahí. Ella había extrañado eso, su toque, esos choques de electricidad que se producían en su interior cada vez que él la tocaba. Era increíble que después de todo ese tiempo él aún le provocara tantas cosas.

Quería besarlo, pero no estaba segura de que eso fuera lo correcto.

Algo había cambiado en Parker desde el accidente, y ella no sabía cómo reaccionaría él si ella lo besaba. Teniendo en cuenta de que no recordaba casi de lo que habían vivido juntos.

—¿Cómo es que siento la dolorosa necesidad de besarte? —le preguntó él, sorprendiéndola.

—¿Por qué no lo haces?

Parker le dio una sonrisa tímida.

—No sé cómo fue nuestro primer beso, y es horrible que no lo recuerde. Pero no sé cómo actuar en este momento sintiendo tantas cosas que no comprendo. No sé... cómo reaccionar contigo.

Ella sonrió.

—Cuando nos besamos por primera vez, no dudaste ni un momento. Es irónico, pero era yo quién dudaba entonces.

—Así que nos hemos invertido los papeles —él asintió—. Supongo que ya no soy el mismo después del accidente. Es una lástima.

—Por suerte, yo tampoco soy la misma desde que te conocí.

Miranda se acercó, rompiendo la poca distancia que los separaba y presionando sus labios sobre los de él, intentando transmitirle todo lo que sentía en ese beso. Deseando profundamente que él la recordara tan vívidamente como ella recordaba todos sus momentos con él. Esta vez él no se quedó quieto. Esta vez, Parker la tomó suavemente de la nuca y correspondió su beso. Para no recordarla, sabía muy bien cómo reaccionar. Sabía muy bien cómo besarla. Sabía muy bien cómo tocarla. Él sabía muy bien. Y ella no pudo evitar suspirar contra sus labios.

—¿Cómo demonios pude olvidarme de ti? —repitió él contra sus labios.

Y ella no pudo evitar sonreír.

—Por cierto, feliz cumpleaños, de nuevo. Busca en el bolsillo derecho de la chaqueta.

Ella lo vio con expresión incrédula a la vez que hacía lo que él le pidió.

—¿Me compraste un regalo? —ella sintió la superficie de una cajita de regalo.

—Tómalo.

Miranda sacó la pequeña caja color plateada del bolsillo y la abrió.

Lo que había en su interior la dejó sin aliento.

Era una cadena dorada cuyo dije tenía la forma de una concha de mar y contenía una pequeñísima perla en su interior.

¿Cómo es que le regalaba algo así en una situación como esa?

Parker era un tonto por haberle comprado semejante regalo.

Y ella también era una tonta. Estaba sonriendo como una.

—¿Te gusta?

—Es preciosa. Me encanta —ella subió la vista, volvía a tener los ojos cristalizados—. ¿Cómo es que me compraste algo con tanto significado?

Parker se encogió de hombros y se acercó, tomando la cadena en sus manos.

—Date la vuelta. Creo que he hecho suficiente rehabilitación como para permitirme colocarte una cadena.

Ella le hizo caso, aún como en una especie de trance. Un montón de emociones estaban librando una batalla en su interior, luchando por salir todas a flote.

Parker le deslizó la cadena alrededor del cuello, abrochándosela con un poco de dificultad en la nuca y con cuidado de que no se le enredara en la tela del velo. Sus dedos se quedaron un momento ahí, acariciándola. No era justo que ella se acordara de todo y que él hiciera esas cosas sin recordar todo lo que habían pasado juntos. Pero no podía culparlo.

—Parker...

—Tienes un bonito cuello. Y ese corte te sienta muy bien. Eres hermosa, Miranda.

Ella se volvió hacia él. Tantas cosas le habían dado unas ganas de llorar tremendas, el regalo, lo que él le estaba diciendo. Se sentía demasiado extraña.

—Parker.

—Escúchame —él la miró fijamente, su semblante estaba serio. Ella nunca lo había visto tan serio como en ese momento—. El primer recuerdo que tuve de ti fue la noche después de que me enteré de que Alejandro era tu hermano. Me mostró una foto tuya, una donde estabas en Cancún. Más tarde supe que esa foto la tomé yo. Ese momento llegó a mi mente tan rápido como se fue. Y estuve como un loco viendo tus fotos de instagram pensando que eso me ayudaría a tener más recuerdos sobre ti. No tienes idea de todas las veces que estuve a punto de mandarte un mensaje.

››Pensé en ti cada día. Y la razón principal por la que no te escribí fue porque sabía que te merecías una explicación en persona, la otra razón fue porque necesitaba tiempo para ver si recordaba algo más. Ni loco iba a venir a verte sin tener idea de quién eras.

Parker tragó saliva.

—Quería verte, quería abrazarte, quería saber cómo se sentía estar contigo. Porque sé que me hiciste feliz. Y hacía muchísimo tiempo que yo no estaba así de feliz. De hecho, se sentía como si te conociera desde hace mucho tiempo. Y realmente necesitaba verte. No te enojes conmigo por comprarte un regalo que de alguna manera significara algo para los dos.

››Quiero recordarte, Miranda, completamente. De verdad. Pero no sé si eso será posible. No tengo la certeza de que todo va a volver a mi cabeza. Aún así, sé exactamente qué siento por ti. Mi cuerpo responde a ti de una manera inexplicable. Si no sintiera esto, no te lo diría. Y... me gustaría crear recuerdos nuevos, aún si regresan o no los anteriores.

Miranda sintió que el corazón le iba a mil. Todo lo que Parker le había dicho era lo más hermoso que alguien le había dicho en su vida. Los ojos se le volvieron a cristalizar, pero le sonrió, mordiéndose el labio.

—Te extrañé, Parker —ella soltó un suspiro—. Todo este tiempo quise odiarte porque no me habías llamado, pero pasé más tiempo extrañándote que odiándote, y para serte sincera, también estaba preocupada. De alguna manera pensé que algo horrible te había pasado porque no encontraba otra explicación lógica. Ahora que estás aquí, me tranquiliza saber que estás vivo y que a pesar de todo estás bien.

››No sabes lo feliz que me hace el saber que estuviste como un loco pensando en mí, porque yo estaba igual. Y que estés aquí, que hayas venido solo para aclarar todo...

—¿Ya no estás enojada conmigo? —él sonrió.

—¿Bromeas? —ella se rió—. Difícilmente pude estarlo todo este tiempo, ahora menos lo estoy. Me siento feliz de que estés aquí. Y me encantaría crear recuerdos nuevos contigo.

—¿Eso es un sí, Miranda?

—Eso es un sí, Parker. Ahora, vamos a bailar —lo cogió de la mano y comenzó a caminar con él de vuelta a la casa—. En Cancún bailamos un montón, quizás recuerdes algo.

Él sonrió.

—Eso sería maravilloso. Bonito disfraz, por cierto.

—Bueno, gracias. No parecía tanto una novia muerta, pero ahora con todo el maquillaje corrido por llorar creo que lo he logrado —Miranda le sonrió de vuelta.

—Creo que eso ha sido mi culpa. Y sin duda, eres la novia muerta más bonita que he visto.

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